Friday, November 05, 2010

Las juderías / 44 / De los jardines destrozados


Indice / Las juderías

44. De los jardines destrozados

A los que son como tú no los quiero. / No les doy la ficción presencial / del Nombre Santo, espíritu matemático / de mi Eternidad, comunión / en mi Gloria Shekinah. / Sobrevivan como perros / porque su mundo será duro / aún con sus normas de menor esfuerzo / y su culto al Becerro de Oro. / Del aliento barato no escucho melodía / (no doy el shofar ni el baile santo, / no les permito que ninguno toque / o corte la madera con que se edifican / mis tabernáculos, panderos y tambores). / Soy celoso. / Los cínicos que con auxilio no cuenten: / aborrezco al que siendo obrero de tareas / circula en las cantinas vendiendo flores / y echando mis rosas a los puercos. ./ Aborrezco a los que llaman canción / cualquier graznido de su boca... / El albañil que toca acordeón / vuelva como el zapatero a sus zapatos./ El conjunto que pesetea en las esquinas / más misericodia merece que el triunfador / en auditorios, donde derrama su escoria.

Al versificador que Mi Nombre / utiliza para encubrir, ocultar, desmerecer / mis salmos, mis verdades, / al que no glorifica otra cosa que su nombre, / al pitirre caganido, al que grazna, / lo llamaré a dar cuentas, / no lo contaré entre los míos. [Carlos López Dzur: Los rechazados / Del libro: Teth, mi serpiente]

A Sara de Riga le vieron sacar sus pertenencias personales. Los Dzkoja animaron a sus hijos a colaborar con la carga de la camioneta y subir a ella un tocador. Con humildad accedió a llevárselo, total que fue mueble suyo y, ya menos pesado, había que cargar una cajas de libros. Propusieron como regalo un televisor viejo («pero sirve») que Sara y su hijo rehusaron.

La Dskoja estaba agradecida. En casi dos meses de su estadía, Sara transformó el jardín destruído y dejó los patios brillantes, limpios, desyerbados. Ida, con su hijo, el exterior de la casa enorgullecía al vecindario y les recordaba. Dejaron sus luces como si fueran menorás de oro encendidos con llama inextinguible.

Se ha recordado en estos días la reconstrucción de la casa al final de la Guerra Civil, cuando fue incendiada por las turbas anti-republicanas. No fue que propusieron esta hazaña, limpieza y reforestar los patios, los Riga se afanaron bajo el sol y de mañana a la tarde. Al niño se le crearon ampollitas en las manos, mas no se quejó sino el último día. El trabajo había sido terminado.

Por supuesto, Sara halló empleo. Dedicó tiempo a buscarlo. Parece que será en una oficina, cercana, aunque más tirando a La Rinconada, y se muda a tal área, donde alquilará una casa, de las que administra el Real Patronato de Casas Baratas, del Arzobispado. Ni un sólo día se quedó sin hacer gestiones, yendo aquí y allá, pregutando, subiendo a transportes y trenes.

El matrimonio anfitrión ya sabe de su empleo. Sara no dio muchos detalles sobre cuán contenta está. Ha comprado ropa y, de hecho, con la humilde mujer han de estar contentos sus empleadores. Le han adelantado unos pagos del salario para que vista adecuada y profesionalmente, según normas de la compañía. De las cinco cartas de recomendación solicitadas, ella sólo llevó una y le dieron el trabajo, diciéndole. «Usted es articulada, con destrezas en varios idiomas, con excelente gramática y la recomienda alguien muy elogiosamente y, el peso de este nombre poderoso, es mucho».

«Tengo necesidad del empleo. Es que acabo de regresar del extranjero», dijo Sara. «Vengo con fines de residencia permanente a la tierra de mis ancestros».

El Aviezo anfitrión, con el asunto de las cartas de recomendación, estuvo por días malhumorado. Revaluó las actitudes del franquismo cuando se corta el pastel (y de hecho, aún lo corta y distribuye en el gobierno). Empezó a dejar el tuteo. «Suerte que tiene usté. La empresa privada le bendijo. ¿Qué cartas habrías conseguido si el empleo fuese uno de gobierno? ¿Quién da sus cartas a una desconocida? ¡Nunca ha trabajado ud. en España! ¡Viene con quien sabe qué expedientes!»

«Bueno, no dude que soy mujer honrada».

«¡No, no es éso! Digo lo mismo a mi mujer. Riga es apellido de historiales... A mi mujer yo no lo permitiría que ande por ahí utilizando sus apellidos históricos, o crea que es prestigio ir a congresos, o haga nombre por la Izquierda obrera... Usté se pudo dar ese lujo.Los Riga fueron ricos de abolengo. Mas mi mujer es una señora ignorante como yo... Sería como mezclar churras con merinas y formar líos, si a ella no la cuidara yo con el consejo que le doy: 'eres conversa, casada con católico viejocristiano', y di SI al partido del poder. No olvides que somos pobres como para andar presumiendo el alefato, o que, por ideas de su familia, se conozca su linaje, que recibió su escarmiento en los '30».

«Comprendo que todavía tenga miedo después de la Shoah. Hoy la guerra es fría y por debajo del agua. Debajo de la superficie de la ley, navegan culebrones de la sicología. Son profundos, hay los que aletean lentamente. Con razón, su miedo. Cuando me sugirió que visitara el Arzobispado para el asunto de la casa, no fue conmigo usted, no iría y supe que, con cartas de recomendación suya o de sus conocidos, no podía contar. ¡No se preocupe! ¡Yo lo comprendo!»

«¡Lástima que no le fui útil! No soy optimista ni con eso que ahora dicen los políticos. Que España se está abriendo a Europa como país turístico, interesado en respetar la democracia y derechos humanos. ¿Turismo? Eso para Cataluña, el País Vasco, Valencia y las Baleares, aquí... desempleo, tradicionalismo, como siempre».

«Pues vea: obtuve trabajo, sin buscarlo mucho y hasta un anticipo para que vista a la moda de la compañía», le dijo Sara. Sonrió para dar pichón con el tema.

«Usté tiene suerte. Mi hijo mayor, qué desgracia'o. Ni en la universidad ni en la faena».

«¡Yo no tengo suerte, yo tengo Dios! O mi única suerte es tener Dios, la Mano de lo Alto».

La compañía de Seguros, donde trabajará, es sólida y antigua y nació con cuarteles en Albaida del Aljarete. Ha establecido oficinas más o menos cercanas en Alcalá de Guadaira, Villanueve del Ariscal, Almoncilla, Bormujo y La Rinconeda. Por de pronto, a Sara de Riga-Dskoja se le admite como una prospectiva jefa ejecutiva en La Rinconeda. No ha mentido. Ha aprobado eámenes diversos. Y su expediente educativo es impresionante. Lo documentó muy bien desde Cuba. Lo había preparado alguna vez con el fin de terminar su escuela médica en la Johns Hopkins y las ilusiones becarias de Baltimore que nunca cuajaron. Un rey del los Países Bajos especifica que ella, junto al Dr. Abram, cumplieron heroicamente valientes misiones voluntarias, arriesgando sus vidas más allá del deber en la guerra, con espíritu cristiano. En la entrevista de colocación, las citas de este artículo de la Cruz Roja Internacional pudieron más que menciones, casi nulas, de empleo reciente.

Sabía que llegaría este momento y sí dijo quién es, con todos sus apellidos, «primero por Ha-shem, su renuevo en la Tierra y, segundo, por la parentela de su padre». Llegaron a decir cuando solicitó el empleo que estaba sobrecalificada. «¿Cuándo podría empezar?» No quisieron que hablara sobre Cuba porque se emocionaba y su voz salía entrecortada.

«Usté sí que tuvo suerte. Bueno, a lo mejor, es la pinta de la ciudadanía amercana. ¿O no? Seguro que no dijo que empareta con los temibles Riga, guerrilleros de la Resistencia roja», planteó él.

«Ser Riga me da mucho orgullo como le daría a un Borbón ser hijo de reyes», concluyó Sara y se fue a dar instrucciones al camionero.

Ahora él piensa que la recomendación la dio su vecino en la cuadra, el ex-Abogado y ex-Juez del Gobierno en el periodo los republicanos. Lo sabe. Observa al viejo que avanza a paso lento hacia ella. Hace 18 años, el Vejete era amable con su familia y, sin embargo, hoy les vira la cara. No lo saluda a él. «¡Qué infame vergüeza que tengan este lugar tan podrí'o, en abandono!», recuerda una vez que dijo.

Como abogado se había especiliazado en defender los intereses de los Conjuntos Históricos de arquitectura y arte. Dio una lucha por la Ciudad de Carmona, a 33 kms. de Sevilla. El no es realtor. Es historiador, según se dice, y abogado.

Estos abogados de su estilo, con esas ideas de preservación de la historia, son de trato difícil, para él. «Son arrogantes». Y, extrañamente, desde que Doña Sara está en la casa, ha roto el distanciamiento y viene. Conversa y se vuelve una jalea ante ella. A los Dzkoja de vitrina, a la seudoprima, rigas de cuarta, los ignora.

Por su parte, el marido se da cuenta que la Señora Riga es dulce. Sabe escuchar. Es paciente y discreta. Aún no es claro si el Dr. Abram la abandonó, o si se ha divorciado, o si ella está llena de plata, con alguna cuenta en un banco suizo. Si es así, puede que, con su Vecino, inicie un pleito para recobrar lo suyo. No suelta prenda. Aún cuando El Ladrón instruyo a sus hijos a que saquen información a la mujer, a la «Tía Sara», no han podido.

En privado, su hijo El Vago se cercioró que es casada y que es mejor no le falte el respeto, ni a ella ni a su hijo, no sea que vuelva un capitán del Ejército por ella y les ponga en su lugar. Es un médico, pero también con rango y la última vez que supieron sobre él andaba en la Base principal de los Aliados Europeos. «Ella sabe que traficamos farlopa. Me heló la sangre. Dijo que éramos tú y yo».

Ahora sabe, en definitiva, que él puede que quite de encima su miedo inmediato a que Sara reclame la casa y lo deje en la calle. No tiene una máscara tras la cual esconderse. «No puede ser que lo sepa. Ni siquiera soy importante en la red de contrabando. Es que cometes tú demasiadas indiscresiones».

«No. Es que tú no trabajas. No puedes probar nada con grasa. Ni con sudor».

El hijo fue insolente con su padre. ¿Qué no esperar del Vecino arrogante? Mas ella se va. Con su ida, el vejete dejará, de asomarse en sus predios, si todo sigue este curso. Repasa cuando se le dijo: «No entiendo cómo unos marranos», se refería a él y su señora Dzkoja, «se han apoderado de esta propiedad».

Nunca antes alguien le dijo 'marrano' ni apuntó a su falta de méritos para verse rey y amo de una casa señorial, como las del Barrio Santa Cruz. Su Vecino lo había insultado y él se sintió empequeñecido. Su culpa germinó desde que sacó de la biblioteca de Joachim de Riga sus libros y documentos, el espíritu de aquel hombre, echando a la basura lo que no fue suyo. Empero, quiso sustituirlo, con el braguetaso a una pariente. Empapeló las paredes con carteles de corridas y toreros famosos: Curro Romero, Pello Hillo, Curro Cúchares, memorabilia y estatuillas baratas, capotes rotos y baratijas. Pynk Floy, un gran cartel enmarcado, sustituye a Anselmo Lorenzo y el cuadro al óleo de Teresa Mañé brilla por su ausencia. Recién llegaron a la casa, Carlos había dicho a Sara. «Pasemos a la biblioteca de Abuelito, donde está el retrato de Mañé que me dijiste: Malké tiene un mensaje para ella».

En la biblioteca, no había un sólo libro para una familia de diez, mas abundaban discos, carátulas de LPs de música de sus hijos 'bakalas' y revistas Hola y Gente. Sara habría dicho: «Tanta basura que nos ha suplntado».

El suplantador mayor acaba de ver al Vecino, abrazando con cariño de abuelo, a un chico extraño, "friki' como le llamara otro hijo de la bastardía espiritrual de la señora Dzkoja. Esta los corrije, recuerda a sus críos cuando atacan a Carlos: Ese niño merece consideración. Viene de un país lleno de misiles rusos, con un dictador que le ha quitado la casa de La Habana... Claro. Es lo ella que inventa, o imagina que sucede en Cuba. «Allá hay Revolución, bloqueo económico. El gobierno no deja que saques ni tus juguetes ni tus ropa... mi prima Sara viene deshecha. Los nazis mataron su padre, sus tíos... millones de judíos como ella. Eso es sufrir y ustedes sacan insultos y porquerías para ellos, como eso de decirleque es un niño mariquita y faldero».

Parte del problema de la familia y, por lo cual, el padre, queda mal y como mentiroso, es que ha dicho que la propiedad es suya. Que con su trabajo y sacrificio (y suerte que tiene con las apuestas en las corridas de toros), se hizo casi un burgués. Compró la casa. «Bola, pura trola, que echó mi padre», le dijo El Vago al hermano que tiene nueve años, el menor de los suyos. «¿Qué es éso de la Sara resulta una tía cabrona que viene a desalojarnos?», preguntó Pachi.

«Bola, pura trola, que echó mi padre. La casa no es ni de aliquiler ni de herencia».

«¿Que no es esta casa de Mamá?»

«Tremenda trola, el rollo que nos echaron ese par de mentirosos», dijo El Vago con lo que destrozanaq si alma, ese sentido de prepotencia y superioridad que lo caracterizaba, al punto de echarle gargajos el hijo de Sara. Por eso. vino cocío como un piojo y rodó por las escaleras con un odio que no sabía sí era por sí mismo, o por el mundo. En los delirios de su borrachera, maldecía el capitalismo, a los Nazis, a los vendedores de la puta pomada de la lucha de clases.

Por otra parte, el Vecino siempre quiso adquirir la Casa de los Dskoja por su cercanía de 20 minutos a pie al barrio de Santa Cruz. El conoció a los Riga. Les respetaba. El supo cómo esta familia fue atacada y reprimida durante la Guerra Civil y, pasado el tiempo, vio su casa de estilo señorial, con balcones, con barandales de hierro forjado, con tiestos de flores colgantes, jardines hermosos en su patio, por causa de esos invencibles héroes. Tenaces expulsos por el franquismo y las falanges católicas.

«Y usted, yo no sé quién sea, pero no da dignidad a la familia. Hágase a la idea de que yo no soy vecino suyo. No tenemos nada en común y menos un sentido de historia que se parezca en lo mínimo. Usted tiene un techo, eso es lo que ve en la casa; yo, tengo por casa, una filosofía de mundo y hogar», le dijo el Abogado.

Hará escasamente un mes vio que renacía la actividad en el patio. Aquella mujer, con el niño, desbrujando la tierra, resembrando, haciendo trabajo de hacha bajo el sol, tareas que serían menos fatigosas realizadas con una sierra eléctrica de mano, y penetró entonces, con su paso lento y el bastón, a predios del vecino, con quIen no habló ni el saludo, por lo menos, durante dieciocho años.

«¡Qué ayudante más tesonero su mozo! ¡Mirelo usted!», dijo el anciano sonriendo, «pero necesitará una sierra, se la voy a prestar para que quite ese tocón y tale esas raíces malas». Cierto que era trabajo para hombres fuertes y acostumbrados a hacerlo. Sara no perdió la compustura. Había visto a ese elegante vecino, aunque no había conversado con él.

«¡Buenos días! Es mi hijo Carlos», dijo Sara al desconocido. Asumió que a él se refirió cuando mencionó a un mozuelo, ayudante tesonero.

«Están haciendo lo necesario! ¡Dios les bendiga!»

«Esto es sólo el comienzo. Cuando crezcan las plantas y retoñen las flores, verá que vale la pena el esfuerzo», anunció Sara.

«Se nota ya la limpieza».

«Limpieza es el primer elemento de lo bello. Raíz del adorno, la limpieza».

Entonces, el Anciano se presentó cortésmente. Ella se quitó los guantes porque él esperó, con la mano extendida, pacientemente. El dijo que alguna vez quiso comprar la propiedad. «Lo hablé con los dueños». Mencionó al abuelo asesinado, quien compró precisamemente este lugar, rediseñó la propiedad que contuvo y, de su reciente prole, a un joven, «Joachim, otro que murió en la guerra durante un bombardeo en Londres». Estaba hablando con la hija de ese último y no sabía porque la propiedad ha sido abandonda por 20 años.

«No han habido reclamos por este edificio aunque lo hayan habitado. Es que sé que la señora Dzkoja no es la propietaria ni lo fue el primer esposo suyo». Parecía bien informado.

«Es cierto. Le diré... Joachim fue mi padre y está muerto y yo recién vine de Cuba, a ver la propiedad... yo aquí me casé».

«¿La vende?»

«¡Que va! Los recuerdos no pueden venderse».

Y mientra ésto decía recordó el sueño con los preparativos de la Fiesta de la Sucá y la lectura posterior de la Torá que concernía al Extraño Peregrino / Egregio Visitante y, posteriormente, con el Octavo Día, revelación especial por Siete Pastores o Guías espirituales de Israel (Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Aarón, José y David). Y sonreía feliz. Su corazón latía con bellas corazonadas. Había llegado el primero el primero de los Siete Guías, o quizás, el Visitante Egregio.

«Ah, sí recuerdo haber leído que hubo una boda aquí y veinte años han pasado de eso... ¡Por sipuesto! Usted debió la jovencita que aquií se casó... Soy vecino suyo; he vivido en estos contornos, por 50 años. ¡Por supuesto! ¡Hay una Riga en pie!».

«Dos», dice Sara y mira a su hijo.

«¿Que la cepa de los anarquistas Riga, judíos todos, vive? ¡Bendito sea Dios!»

«Anarquista una queda. Y un niño en formación»

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Les vieron sacar sus pertenencias personales. Uno que la vio ese día fue aquel mismo hombre que le prestó una sierra eléctrica y le mandó, en colaboración gratuita, los jardineros de su casa. Vinieron con carretillas y pala, a dar horas pagados por el Abogado y ex-juez, cuyo bufete legal, hoy en operaciones por su hijo, se localiza frente a la Plaza del Altozano en el barrio de Triana. Y parecía que, con un hilo telepático, se recordaban por lo hablado el mes pasado. Se ha asomado otra vez el Vecino y lo único desagradable para él es que esté presente el Ladrón, el inquilino intruso... Tener que verle la cara lo molesta.

«¿Qué hablaba usted con la señora Riga sobre pintas de gringa americana o de familia temible?», preguntó el abogado, «¿y por qué ella se muda?»

Habría dado una explicacióm en torno a la mudanza, mas corrieron frente a sí las niñas chistosas.

«Papá, viene Jacinta a llevarnos al tapeo de la Alameda».

«Hola, Tía Sara».

«Ibamos a invitar a Friki ahora que Pachi-Toli no va».

«¡Fo, no! Huele a tierra, sudor caga'o, así ni con lo chorbito que es!»

«¿Por qué se muda, Tía Sara?»

«¡Váyanse a la Alameda, vayan! No hagan esperar a esa niñe, su amiguita, que es de esas que no saluda, como aquí el Vecino!»

Sara aprovecha, se da dos golpecitos en la frente y se dirige al Abogado:

«¡Ah, licenciado, qué agradecida estoy con usted! La carta de recomendación suya me abrió las puertas a un empleo. Comienzo a trabajar la próxima semana».

«¿Y se muda? La Rinconeda no está tan lejos, se vaya en tren o en coche. Mujer de Dios, usted no tiene que mudarse. Esta propiedad es suya».

«¿Cómo?», saltó una de las niñas en defensa de la propiedad de su padre. «¿Oíste lo que dijo este viejo? ¡Con razón no lo soportas!»

«Váyanse con Jacintilla. Estas cuestiones de adultos las resuelvo yo».

La niña es terca y se acercó desafiante al Abogado. No sé a qué; pero Sara se interpuso, acarició los puñitos cerrados de la adolescente, la detuvo y besándole la cabeza, desvió un cruce de palabras entre ellos, al aducir:

«No se crea que me iba sin devolver a usted una palas y herramientas de jardinería que me prestó; en realidad, me voy en dos días, pero tengo estos adelantos de mudanza. Creo que usted y yo conversaremos un rato ante que me vaya».

«¡Usted no va a dejar a este viejo solo! Nos prometimos ir a cenar, pasar a ver obras de Murillo y Velázquez, llevar al mozo a los museos... Doña Sara, bienvenida a Sevilla, la tierra de los Machado, de Bécquer y Lope de Rueda...» y dio una miradilla al Ladrón, la tierra que Tirso llamara la del Burlador».

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Dedicatoria / CARLOS LÓPEZ DZUR • POETA CHAKALOSO / CARLOS LÓPEZ DZUR • CUANDO LA METÁFORA ES UN LABERINTO / Walt Whitman: El poeta del yo auténtico y vital / Un éxito el Festival de Poesía Internacional / Carlos López Dzur: Méiker del Mapoe y el Tocuen / Frontera, Migración y desterritorialización en la poesía de Carlos Valenzuela / Blog de ERA / Roxane Aristy / Homenaje a Martin Heidegger / Report: Illegal drug use up sharply last year / 16. ¡Qué camarada ni qué ocho cuartos! / 17. El Moisés cornudo y sin timbales / 18. Llegó con gran euforia el hermano esquivo / 19. Presentaciones de rigor / 20. Sara de Riga la Abejita y la Bodega / 21. Antonio: La jactancia de un macho estéril / 22. La moral descuartizada / 26. ¿Quién es el faraón? / 28. «Ya veo por donde van tus sincretismos» / Invocación de los Tantrikas / Bioquímica de la sexualidad /

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