Monday, November 29, 2010

Memoria del ultraje de Floris


Por CARLOS LOPEZ DZUR / Fundador de Sequoyah Virtual

¿Qué maldad hay si digo que soy una flor, cualquiera sea? ¡Una angiosperma! ¿Unos rosales? ¿Unas sinandras o un mirto? ¿Qué orden me hará menos si mi piel es un coro de pétalos o una voz con la ausencia de oyentes porque estoy en los rubiales, casi desconocida, o en una charca de asechos como las lilifloras?

¡En el ovario, tengo aromas y siempre busco el sol y sus manos acariciadoras! Y danzo porque mi sueño es dicotiledóneo y quiero dividirme y bendecir las penumbras y escuchar su abrazo, desde algún movimiento de sol o geotropismo...

El recuerdo es doloroso. Grito brutal. Duele en mi memoria y nadie quiere que recuerde y cunda mi pánico y sea vergüenza y acusación para todos aquellos que dijeron: Bájate los carpelos. Posa en este cartel de la agresión. Házte objeto quieto, mustio, clavada en la maceta, pieza de mis maquinarias, cómplice de los mercados, hija del tráfico de carnes y vidas...

Lamento con terror y se desoye mi historia con el androceo y la frase procaz con que dijera, con voz zigomorfa: Ha llegado tu hora. cuando entonces tuve yo mi estigma sin manchas y quedé, sin desearlo, llena de manchas y estigmas!

Entre las angiospermas, Floris Virginal fue mi nombre. ¿Qué pude haber sido yo en la garulla de esa multitud de la llovizna que nos cubre; qué pude ser yo (si no algo inocuo, indefensa estrella de una espora) de cara al sol que fue testigo cuando abrí mis vasos, sedienta de ramas, y recibí el agua pura y un rayo luminoso? Que alguien bendijera mis cimientos quise y, por tal razón, junté mis manos y fabriqué un recipiente. Cobijé un espacio y su semilla, hilé un nexo con la viveza de las bendiciones: quise servir a lo que es una mirada, una manifestada plenitud de lo posible.

¡Quise ser nido y alimentar a polluelos!

No soy sustancia etérea, heraclitiana; yo soy el vaso, el recipiente femenino, la realidad, no la pirueta vaga de lo vivo; el esplendor de los colores soy, las suaves urgencias que claman por el barro, la apofánsis del ser que late en humedades y clama por su amparo y ser amparo. Y de las azancas escondidas broté, olorosamente, y con un deseo de empujar los colores de tez blanca, amarilla o negra, quise ser humana y tener el talle alto de mi mujerío y el bohordo espigado, con terminales de pétalos y labios por una boca con rojo vivo.

¡Eso aún soy y he querido serlo! y no lo han agradecido quienes gritan cuando yo callo, o comienzo a llorar, o no junto las fuerzas, para desafiar a esas manos inmensas, rudas, sangrientas, que pegan en mi rostro y me deshojan.

¡Me queda la sed de ser! ¡Ser para otros! ¡Y mi llanto es frágil y duro es mi dolor! Tengo manchas y estigmas y mi pasado delata demasiado ultraje a mi derredor. Se deshoja mi belleza si ninguno cuida de mí dulcemente... ni riega este pequeño espacio donde estoy y se anhela una alborada mejor desde el huincul terregoso donde me han clavado, a contra gusto.

Me dispersaría por voluntad del viento lejos de los androceos.

No sé si vendrá alguno, entre quienes aún no he conocido a querer lo que soy y, si entre quienes conozco, se ofrendará un amor arrepentido, menos torvo o violento.

Aquí, lejos del vergel, a la Venus de Calipigia, con sus nalgas y pechos de piedra, adefesios de porcelanas, se las pondera más que a mi raíz que tiene carne viva y presencia de grana. ¡Pero también este llanto profundo!

¿Hay alguno que vea en mí a la flor, la ninfa casta que anhelara ser, siéndo en cada instante, y que metida en tiesto y calabacín de esclavitud terminara?

El Androceo, vestido de jabarda y duro ipil, marcó su sombra y mis pétalos temblaron. ¡Tiemblan todavía! Su estambre, como daga, se exhibiría ante mí. Un fullero desnudo de panículas, averrugado, con el color del ausubo y ¡qué voz y aliento de mala espina! ¡Qué piel de brácteas al quitarse la capa y mostrar las anteras, qué azoofílico mirar que no imaginará al amor, ni naciendo mil veces, pujado por la tierra! Si no mira lo que soy, si no entiende lo que fui, ¡maldita sea su enorme polla y el polen amargo de su brutalidad! No lo voy a querer. No lo querré a mi lado.

Vestí, acarpelada. Me cubrí con orugos y malezas. Camuflaje más protector me dieron las bestias de los montes. Y aún los pájaros y los telares de una araña. Mi rubia tez, como azucena de los campos, amaneció y yo con más terror que toda cosa viva y, ante el espejo de la luz solar, que dio mi fotosíntesis, aún habría agradecido que se me ocultara de la brisa y la naciente mañana...

Como hembra, al fin, a solas conocí mi pistilo y supe que mis ovarios carpeludos olerán a fleromas con los días y sus ciclos de caducidad y abundancia.Y que las gotas de rocío me delatarán al amanecer, quizás un poco menos que las guajanas livianas, alborotadoras en la selva tropicalosa donde vivo. Hasta ese entonces, ningún estambre, por más que lo pidiera, en hambre de echarse sobre el tálamo y chupar mi receptáculo en la noche, pudo lo que quiso, aunque yo hasta el sépalo quisiera.

Espera un poco más, dije porque, sépanlo: virgen soy hasta el cáliz de mis lamentos, y el sol si me besa las mejillas, me entretiene y los verticilos de mi inocencia se glorían.

Es tan bello vivir para los soles.

Casta para el sol sería hasta el periantío. ¡Y qué poco sol, qué poca madre, el que hurtara a la luna vino y me sujetó con su fuerza, como ladrón en la noche! ¡Y quema mucho, falsa radiancia con falso sol en grumos de golpes bajos y violencia! ¿Por qué ojetes, saltando entre otras hojas, se avalanzó sobre tersuras que, aún no son llamadas a la oxitocina? Se atravesó como mutilador, daga en mano. Citó la tocineta y se dio banquete ¡ay! conmigo. Los androceos como lilifloras y se jactan.

¡Cobardes!

Avanzó como flor de la maravilla, lobo vestido de cordero y autosuficiencia.

¡Atracador, injusto!

Dije todo lo que antojé.

Su iridáceo ornato no dio derecho a que brincara sobre mis pétalos.

Cruel simiente, ¿quién le dio consentimiento? Se equivocó como oreja hongosa, sordo a mis súplicas. Se pegó, con su rugosa madrépora y chinga madre. ¡Me has ofendido! Que se vaya, entonces, con su troncosa estirpe hasta guayabo y se divierta, pero no conmigo y malhaya sea la pútrida pepa que lo germinó.

¡Por eso, pues ni lo quise ni lo quiero!

¡Quítate el carpelo!, ordenó como si fácil me gustara echar mis pantaletas a rodar al viento, o mecerme en las valvas de su verde ramaje. Ni entre colmeneros escuché tal maña autoritaria, ese dar en la flor como en cueros de tambores, golpear, seducirme, ultrajarme.

¿Qué cuesta respetar mi primavera? ¿Vive él como gandaya, a floralis ludi?

Calla, malandro, helecho con cara de poliandro, que soy doncella de la corola al periantío, porfié.

El contestó: ¡Cuatro pólenes me importa, cuatro flautas!

Se agarró el estambre como quien empuña su bayoneta calada en la oscura senda del deseo y escupió su manotazo pegajoso hasta salpicar mis pétalos.

No te escaparás, coralita.

Para entregar sus anteras, a palos de cundango, él cosquilleó mi tallo. Echó mi falda abajo. A causa de sus juegos de lúbricas truhanerías y movimientos, me ví levitada y a su alcance.

¿Qué pude hacer si fijada a raíz estuve y el céfiro se escondió en una nube y por el vuelo doliente del ramaje, me ví tan indefensa y vulnerable. Hasta para la rudas manos del jardinero, me traicionaba en la soledad de la encerrona y su esquinazo en la penumbra.

A veces, a una flor, el vendaval, su ventolera, la revuelca y erosiona, desde adentro con minas de luna, y perdonas. Un escuadrón obrero de abispillas es mucho más que la energía que guardas. Así sucedió. Una abejota gorda y muy maníaca, se armó de su aguijón a cierta altura de mi penacho. Y me llenó de miedo. Hasta mí bajó un gusano hosco y chupó un sorbo de mi alma y lanzó una granada desde el aire. Todavía no comprendo...

¡Ay, el picorcillo que dejan sus mordidas, ¡ay! son granujadas de lujuria, pero digo yo, viva sea la misericordia: ¡cómo se chupa la dulzura de mis hojas, pero yo soy una rosa ¡y no se respetaron mis besos!

Con traición, el androceo, aprovechador de soledades inoportunas, no escuchó que pedí su piedad. ¿A quién diré pues: espera? Falomafiosos me entregaron al tugurio y comedero. Se comportaron como una subclase de mogrollos.

¡Cuando una abeja te enciende la jalea y te deja apendejada en el orgasmo, cuídate, floris virginal, otro peor vendrá a alimentarse de tus loquios, al amparo de tramas seductivas.

Mi burlador observó al pájaro que vuela y a la abeja que chupa. Por eso serán oídas como ¡palabras cochambrosas, más burdamente aprendidas de carracas, gestos imitados de otros bichos cantarines, tardíos zumbidos en colmenas, que te echan al oído!

Cuando brincó a mis sépalos ya él sabía cómo quitarme los carpelos, sin más consentimiento que mi llanto y cómo hundir sus dientes donde más comezón el aguijón nos deja, se frotaba a mi corola para comunicar su bestia pentacíclica y llegarme a la vena del deseo.

Su lengua fue convicente, no porque lo que dijo, no... ¡por lo que engendra en mi tubo estiloidal, por escozores que impuso a los mórbidos intersticios vegetales!

¡Qué aberrantes estímulos, qué vergüenza colada, donde ya sólo queda por opción derramarse!

El androceo se meció geotrópicamente, encimado donde no fue llamado y, para sorpresa mía, no quedé satisfecha, con el ritmo estambrizado! Despatarrada para él, ¿qué cuentan mis lágrimas verduzcas, o de qué vale maldecir el gineceo, o querer venas abiertas para que salga leche blanca de los tallos?

Ya, con granizos despojados del estambre, o con anteros quebrados en los saltos del polen, que caiga lo demás sobre ese tálamo, que descosa el pico mi agujero y el cáliz de la ira ofrezca señal de Gran Tribulación. Que venga el Cristo Verga entre las flores... ¡ay, la carga masculina de vida fecundante, ay, babosas estrellas del ovario, ay, el ojo sorprendido, ante gérmenes futuros de llanto!

¡Ay, del último ay, la Gran Tijera del Jardinero humano, ay tribu, mi ovación!

Vivo entre las flores caídas y burladas. Un jardinero trajo las pinzas, tijeras de afilada certidumbre.

Me observó inmensamente frío, perdida, aún joven y abandonada. Y con gozo homicida, al saberme abierta y seducida, como patas de lagarto bocarriba, me lavó no por piedad.

La cochambre del canijo fue evidencia.

Esta es puta también, se abre, se derrama, así pensaría.

Como dios que trafica con culantro y forja yerbabuena con la ruda y, cuando hierve el llantén y siega el anamú, me vendería.

El androceo se quedó allí, viéndolo todo, borrachito de amor por causa de mi tala. Si me vio, no me conoce. Que me lleven a la múcara, a la muerte, a los herbarios. Habrá otra flor, sobre la cual saltar como una rana, cuando se reponga de haber seducido mi dulce y núbil silueta de azucena.

¡Mírame, androceo, arrebol en cada pétalo, vibrátil cada miguita de célula, mírame en deshonra de plenitud, putalizada para el corte final del que te imita!

Soy un cacalote de tenues tejidos, harapito hecho lisonja del diseño de siglos, Ceres que suelta el mirlo para hablar de la vida hecha jazmín y rosa y gardenia e hibisco rojo: lindas flores para el placer humano.

La mano que me arranca de la tierra es otra bruta mano. Y tiene su tiesto en la esquina.

Durante días cacrecos de ventana, en la casa de las cosas y las gentes, yo seré un adorno, objeto en calobiótica regularidad de porcelana. Seré lo único verde, vivo, oloroso y sencillo, como la puerca caída del polen, o las feces negruzcas de los pajaritos.

Me marchitaré a solas. Ya no soy niña. A los capullos, los devas, húmedos y oscuros diablillos del rocío, los protegen. ¿Y a mí?

¿Quién?... ¿quién cuando más bella soy para el que espía?

Por el contrario, a la luz de ojos ciegos, indiferentes y mezquinos, me sacaron... y, en despedida del jardín que me cuidara, el androceo, tú, maldito, me quitaste las querencias de mis ramas...

¡Estoy triste, violada de vida, como puta en su maceta de frazadas, cazada a tijerazos para enormes palacios!

Te recuerdo, androceo, y me das pena y siento odio. Me díste el primer tijerazo, sin tijera.

Entre los míos me humillaste. Te saludo. Escupo mi despedida con pánico...

¡Ojalá te seques o seas pisado como orujo y henazgo!

Pero yo sigo casta y silvestre hasta el periantío.

Hoy, a una lluvia de horas, reflorezco.

13-5-1987. Publicado el domingo, Noviembre 7, 2004
en la revista electrónica Opine
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