Wednesday, November 03, 2010

Las juderías / novela / 42


Juderías / Indice

42. ¡Olé por Sevilla!

Hoy mis paredes son, en rigor, ruinas, / hacienda devaluada. / Ortigas, hórreos en musgo, patios / del abandono. Cubierta está la citanía / del templo que ésta fue, el castillo existencial / de sus vidas guardadas, mi tesoro. / Lo sé, objetivamente / y si me quejara / faltaría a la promesa que le hice: / ¡llevarla conmigo a la aventura, / mimarla, restaurar su belleza / y su esplendor, / reabrir los expedientes que su pasión / levantó como pilares / y su orgullo, su líbido, sus gracias sutiles / que son el cimiento profundo. [Carlos López Dzur, La casa]

Sara se puso de acuerdo con Tío Andrés para planificar a dónde iríamos y cuando. Salimos a finales de 1965. La condición de ciudadanos estadounidenses, la amistad trabada con Rodríguez y la invocación de que el Dr. Abram es empleado de la Base de Guantánamo facilitó los viajes de asilo. Que se le haya quemado dos casas y golpeado brutalmente hizo que Andrés fuese admitido en uno de los Vuelos de la Libertad. El pudo haber elegido un bote de la Operación Camarioca, pero, esperó que Mamá y yo nos fuéramos primero, rumbo a España. Se conmovió de cómo me despedazaba interiormente que dejara La Bodega. El fingió que se quedaría para cuidar todas mis cosas. Sólo podríamos llevar alguna muda de ropa. Nada de peces, o hamacas, o embelcos. Sería como salir desnudos.

Mas no era un viaje con garantía de regreso, como él me dijo. Tal vez sería un viaje para salvar nuestras vidas. Mas a un niño de diez se le dicen mentirillas piadosas. «Tu papá sabe que nos vamos a Sevilla, donde nos casamos, ¿te dije? Allá está la casa de tu abuelito, mi casa, y no es necesario que lleves libros de los que te he regalado. Con Ismaelillo, basta. Allá, en Sevilla, tengo todos mis libros de cuando fui estudiante; tengo una biblioteca, con baúles, más baúles con libros que los que aquí tenemos. Todos los libros de Anselmo Lorenzo, libros de Mañé y la otra Teresita... Puede que no puedas llevar las pinturas de Malká, pero mandaremos a pedirlas, o las recuperaremos cuando volvamos».

El malecón es testigo. / Treparon por bejucales, las hormigas, / avanzaron como ortiga entre uverillos. / Y eran besos del musgo / por la espalda de mi casa. / Harían su historia, urgieron tiempo, / se inventaron horas y trucos / y abajo están todavía, porque me fui / sin bendecirlas con palabras, / sólo con vainilla / y nostalgia de mar que adoro.

¡Pobre de mi rata! / No pudo irse conmigo, / triste araña, que no baja de su tristeza / alta de exilio y escupido, telaraña! / Pobre viudas y negras sabandijas / que quedaron del sótano, prendadas, / en una vieja casa de La Habana. [05-01-2000: La casa]

La verdad es que no regresamos. Nunca. Y que, contrario a lo que esperé, a poco de irnos, Andrés se fue a Miami. Los mismos que lo golpearon invadieron la casa donde él vivía y la nuestra. Robaron, tiraron cosas, ultrajaron los menorás. Vendieron muchas cosas que tomaron como botines. Todas estas noticias tristes las supe por mi padre cuando volví a verlo, muy marcado por las desgracias y el desprecio de la Cuba revolucionaria, por él.

En algún momento, en Sevilla, ví la primera foto del Ché Guevara. Salió en todos los periódicos. Fue el 8 de octobre de 1967, tras haberlo capturado el ejército boliviano, en operación coordinada por la CIA. Hubo coordinación entre Washington DC y La Paz para darle muerte. Se hizo legendaria una frase que el Ché pronunció delante de los agentes de Washington y el militar boliviano asignado a ejecutarlo: «Sé que ha venido a matarme. Dispare, usted solamente está matando un hombre». Los símbolos no mueren y yo lo sé, porque cuando me despedí de La Bodega, también supe que todos sus símbolos van conmigo. Cuando me pidieron La Ceiba Mocha, el símbolo del Bartolo generoso iba conmigo. Escuché la voz de mi Abuelita Malká, cuando le oraba, y algo así me dijo: No soy Basir, ya no soy carne, ni soy lápida. Soy espíritu. Y la cara del Ché, aunque está muerto, me dice como dijo a Fidel en una carta de despedida: «Hasta la victoria siempre».

Ni aún en España el campo de batalla de la Guerra Fría ha terminado. Cuba fue uno de esos campos, el primero que conocí. En ese campo, había dos particularmente frondosos entre muchos Arboles de la Revolución. Murió uno. El Ché. Queda Fidel, de quienes muchos malos leñadores y gusanos quieren hacer mella y leña. Fidel es más duro y, cuando muera, será otro símbolo, tan digno como el Ché.

A la casa que hemos ido y que Mamá recordó que era suya, no la acabo de querer con el mismo amor que quise La Bodega. Después de una semana en ella, ví que está llena de ratas humanas. En La Bodega, yo descubrí roederes y cucarachas, pero las sabandijas de esta casa, herencia del Abuelo Joachim para mi madre, es peor que las más abominable de las sabandijas. Hallé un niño de mi edad, hijo de los moradores, que me escupía al verme y me decía: «Judío» y pensar que su padre, también fue de la cepa de Joachim, aunque ahora su padrastro es un católico, un mediocre parásito, que ni siquiera sabe que es la Torá y los viejos candeleros de Joachim los tiró a la basura.

Desde que llegamos de Barajas, el auropuerto, y fuimos en viaje hasta Sevilla, sentí la mirada torcida y poco amable de ese hombre. Su esposa tenía que pellizcarle un brazo, suavizar o refresear lo que decía, para que no fuera ofensivo o de mal gusto. «Te proveeremos alimento. No sé a qué nivel de comodidad estás acostumbrada; no cocinamos eso que llaman koshér». Insinuó que, con lo que nos dieran por alimento, estaremos más que servidos. «Porque estos on tiempos modernos, ¿no es cierto, mujer?», le decía a la esposa, pariente lejana de los Riga, tal vez prima segunda, o no sé... No quiero que me hablen sobre esa gente tan odiosa. «Entraron como arrimados y salieron como dueños», me llegó a decir Mamá cuando nos mudamos a una casita muchísimo más modesta.

A Mamá le dieron, por de pronto, un paguito de renta. Le aseguraron unos meses de alquiler y pretendía ser el pago completo de la vivienda enorme que dejara el Abuelo.

«Te guardé la casa, te esperamos. La hemos cuidado con celo, como si fuese nuestra, pero mira cuando vienes, viente años después. Compréndeme. Sé que fue la casa de tu padre, la que te dio de herencia, donde te casaste... pero, han pasado veinte años o más... Ahora tengo una familia con hijos, dos de mi nuevo matrimonio. Tengo un cariño enorme por esta propiedad. Un esposo que no me puede dar otra casa, e hizo de ésta, la suya. Aquí está su mundo... y él no es profesional, como tú y tu esposo. Siempre has sido rica, nosotros no. La ley, como te dijo mi esposo, lo proteje a él, en caso de que vengas, como extranjera, a querer echarnos», le dijo la mujer a Sara.

«¿Qué has pensado, prima? Tú la necesitas y yo, nosotros. Somos 8».

«Sólo sé que los símbolos, como los sentimientos, no se vende», dijo Mamá.

La casa es una hembra con amor, / social y humano, y tiene honra / en su piel de piedra, moralón y cedro. / Esta construcción está conmigo / y la quiero con celo. La añoro. / Son mis cuatro paredes favoritas, / el esqueleto de mi nostalgia humana / y, aunque mis palabras parezcan / vulgarmente exageradas / ya que no son juzgadas / como plausibles y objetivas / y no designo su costo de mercado, / diré que casa es mujer, / cuartel con buenos muros, / cocina y pozo del alma tan hambrienta, / sinceridad y gentileza de varones, / y no se vende como no se vende / a la madre y a la esposa, / ni a los hijos ni al amigo. /... No hay precio que pague / o que explique lo que esa casa es / ni lo que ha sido./ No. Si la vendiera, conmigo / iría la queja y la maldición / y mi derrumbe. [11-09-1988: La casa

Por su parte, el inquilino no transaría. Sacaba en cara que nos proveerá alimento. «Y lo haremos gusto. Sabemos que allá en Cuba la gente se muere de hambre, por el bloque económico, ¿no es cierto, mujer?» Y un pellizco de su señora al punto. «No sea boquirroto».

«Ya el viejo dicho es así: El que se va de Sevilla, pierde la silla». La carcajadita fue tan cínica que mamá se levantó de la mesa y escuchó una última defensa de una mujer, a quien si bien la remordía una culpabilidad, sabía que no se la podría ceder y le advetía al esposo:.

«Acuérdate que en la última carta, desde una Base americana, aquí en España, la prima Sarita nos dijo que el Dr. Abram traja con los americanos y que van a poner un dispensario, a todo lujo; está acostumbrado a dólares, a la buena vida».

«¿Te va a enviar plata de América? ¿Eres rica o ya no?»

«¡No seas indiscreto! Deja que disfrute en paz estos días, hombre de Dios».

«En una de éstas... viene tu esposo y te regresa con él a Baltimore, ¿no es allá donde hicíeron la carrera?... Eso es lo que sucederá. Es extraño que él no venga contigo, si no están peleados. ¿O están divorciados? Yo me casé con tu prima porque quedó viudilla», seguía el impertinente.

«¡Por amor a Dios, no la molestes!»

Cuando Sara se fue, sacaba cuentas de cómo gestionar una vivienda de alquiler barato. La vivienda escasea en Sevilla, pero hay algunas en La Rinconada (pueblo cercano a esta Ciudad), a la que se puede ir por ferrocarril y carretera. También, sabido que es de ancestro español y persona en necesidad por llegar como asilada con un hijo, el Cardenal Bueno Monreal podría ubicarla en un barrio de Sevilla que acababa de construir el Real Patronato de Casas Baratas, dependíente del Arzobispado de Sevilla.

«Mujer, lo que no entiendes tú es que puede que no traiga dinero. Vino y son dos bocas más que mantener, y víste el equipaje, tan pequeño, y porque las escrituras están en el nombre suyo y de su padre, nos descuidamos y nos mete en pleitos como usurpadores. Nos tira a la calle, ahora tenemos que consultar otra vez el abogado, ver si ya tenemos el derecho a poseer esta propiedad, como una abandonada por sus dueños por más de 20 años», se exaltaba.


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