Thursday, July 02, 2009

Parte III / Canto al hermetismo

Parte III: Las ideologías subjetivistas


El hada de la fantasía

El hada me vio en marcha hasta esta hermita
y me alcanzó en un cruce de camino.
Yo venía a América. «Voy hasta el templo»,
dije, mirándola. La admiré cuanto pude.
¡Qué bellas son las hadas de la fantasía!
Nunca ví una criatura más hermosa.

¡Era el hada como oasis visual para mi ruta,
como detalle de encanto en el paisaje!
«Yo no soy la fantasía. No se engañe»,
me dijo aquel demonio. Soy precisamente
el dolor más descarnado, la realidad
del pueblo, su Voluntad General
una vez depositada y corrompida.

A mi vista, con sucesiva tanda de torsiones,
se transformó en lo horrendo: la vieja fea,
prácticamente desdentada,
con la nariz del cuervo, sacacorchos,
con la tez aceituna, con la risa macabra.

Con oscuro y magro envoltorio de su propia carne
se cubría y aquella flaca aparición
levitaba en los aires, sin atemorizarme.

«¡No importa, forastero, quién tü seas!
Yo te integro. Esta es América, la Libre.
Esta es América, la Hermosa.

Alójate en una orilla de camino y escucha la epopeya
de la heroica Revolución Burguesa Americana».
Lo mejor de la epopeya está conmigo.
Causas colectivistas, progresivismo,
capitalismo industrial, el Banco Nacional,
caro anhelo de Hamilton, proteccionismo,
estado federalista, centralismo organizado.

Nacionalismo. Soluciones
no en las faldas del imperio británico
ni en potencias centrífugas, foráneas, enemigas;
no mientras yo pueda evitarlo, forastero.

*

Las hadas ideológicas

Soy el nacionalismo, raíz de la mayoría.
El individualismo americano está conmigo.
Los Whigs de 1863 tercos han sido
porque yo doy el ánimo de no doblegar
sus voluntades a los desmembradores
y los monarcas británicos. Son enemigos
que sirven de espías a los confederados.

Cien mil negros, junto a Washington,
pelearon esta Revolución y millones de indígenas
han sido masacrados: ¿quién si no yo
invocaré sus nombres?

Yo, que nunca los maldigo…
¿Quién, sino el espíritu de Hada,
amiga es de los injustamente despreciados?

Martin Van Buren no recordó sus nombres,
August Belmond no recordó sus nombres.
James Polk, Pierce, Buchanan y McClellen,
olvidadores de nombres han sido.
No, ninguno los recordará como yo los recuerdo…

*

El rostro envilecido de la Mayoría

La comunicación implica una reciprocidad,
que no puede romperse:
Pablo Freire

Ha visto usted el verdadero rostro de la mayoría.
Hermosa, empero, parece la mentira del que invoca
el Bienestar General y lo traiciona.

La mayoría es como la miseria palpable
de mis huesos: la fealdad del rostro
que lo espanta: la Voluntad de la Mayoría
es ofensiva bancarrota, rememorante envidia;
porque muy viles son los intereses dominantes
y los mercenarios que han tomado esta Revolución
para navegar con sus dobles banderas
de patriotas, demócratas, anticolonialistas…

Quienes no saben en qué consiste la comunidad
de los principios son como madrastras zurronas,
matricidas, exhibicionistas como Flappers
que bailan en los puertos y, en sumisión cobarde,
su decencia entregan a los marineros
y no importa quiénes sean, a dónde irán,
de qué parte han venido,
cuáles sean los motivos de su envidia,
si al final van a quitarnos las banderas,
nos venderán novelerías post-industriales,
letargos, nichos de seguridades espurias.

Van a autocorrompernos y destruirnos al final,
a tí que sufres, a mí que oficio por tus causas,
tus curaciones, tus remedios, Pueblo mío.

*

Viudas y herederas

Las matricidas no dan a la nación sus nombres.
No confiesan sus adulterios. No informan
su peculio verdadero; se llaman viudas,
herederas, damas, sufridas despojadas,
aún hermosas, altruístas incomprendidas,
engañadas, en riesgo por la masas violentas,
que las ultrajarán al ver que a solas mienten,
sin protección de soberanos, o príncipes
de antiguos apellidos. Sin una Mano Fuerte,
sin un aparato defensivo.

*

El sacerdote miserable

No, descanse usted, sacerdote miserable,
agitador de consciencias, yo lo comprendo.
Soy el hada inclusiva. En mi caldero
hay lumbre de consuelo,
material mágico del pueblo.

Con mi varita encantadora despierto
a los que duermen en la insignificacia
de su consciencia pobre, su anemia moral,
su intelecto corrupto. ¡Animo, hago
que vean belleza y rumbos los valientes,
los más tercos que obedecen al mandato:
¡Regresa, justamente, a la hora que te diga!
¡Todavía no es el tiempo de los cambios!

*

Los ilustres embusteroas

… porque el mundo de los virtuosos embusteros
es un puñal filoso; si les tientas, indiscretamente,
te matarán, a mí contigo.
Cuídate, Cenicienta,
expectadora del mundo:
pueblo que de sujeto
te vuelves una cosa en las manos de extraños
y de las propagandas extensivas, dizque auxiliadoras.
La libertad existe, pero sólo en el fondo secreto
de las almas, sólo donde el amor comienza.

*

El Templo Patético

Es patético lo que usted verá si llega al templo.
¡El poderío adventicio lo ha tomado todo,
no el poder de mis facultaciones,
no mi poder de Hada gentil y compasiva!

¡El poder de los agentes interventores es distinto!
Son las envidias de los más temerosos,
que, por temor a tus iras, pastorean
a tus mayorías hacia pequeños círculos
antes que seas tú quien los tengas
con tu poder cautivos de la muerte!

Cada Revolución dice a los parásitos:
¡la hora ha llegado! Tiemblen ya, tiemblen.
¡Mis enemigos son también tus enemigos!


*

Dicen que no soy mágica en verdad

Me tienen entre ojos, me aborrecen.
¡Pueblo-ganado, reses de vicio, rebaño
de lo acondicionado, eres en potencia
y no lo sabes bien:
la materia bruta de sus apropiaciones,
el objeto permanente de sus robos y codicias!

Y el sistema como tal es la matriz funcional
con que te escinde para que no haya
momentos distintos al proceso…

Han reprobado mis métodos.
Mis formas diferenciadas de reacción.
Malhablan acreca de mis consolaciones.
Esquivan las problematizaciones.
Dicen que soy quien les robo; les desinformo
cuando asumo que he de ser oposición crítica,
tu defensa como Hada, tu consejera invisible.

Que al Pueblo soy yo quien induzco a las sombras,
argumentan, a la subjetividad, el delito y la locura:
que soy la bruja y no la verdad, la envidia sin el bien,
la mujer sin belleza, ajena al placer real del consuelo.

*

La que no quiere pesimismo

¡El Hada! La que no quiero pesimismo
ni estampida ni pastoreo bajo engaño.
Yo, que digo que hay dominios abióticos
por encima de todo lo viviente y que existe el alma
por encima y por debajo de la desgracia
del ente fugitivo, existencialmente vapuleado.

Recuerda que lo dije: En sí contiene el miedo y la alegría.
El potencial de aprender y de asombrarse lo tiene
en un cobijo junto al odio y su masivo estallido de violencia.

Mas dáme tu angustia, descansa en mí
todas las amenazas; sáludame con paz;
yo soy neutral, no te recargaré con motivos
del odio que destruye; porque el enemigo común
tiene tecnologías de guerra, fácilmente te extermina,
o te oprime; al manipular tu débil comprensión
de lo que existe, te haria piedra, te molería,
te neutralizaría en tristeza para siempre.

Recuerda que lo dije: Detén la palabra de sangre
Que, sin mí, crearía la ocasión de la hecatombe.
No digas ¡Revolución, revolución! No te sueltes
como león rugiente en los motienes; aún sin hacerlo,
las conciencias culpables tiemblan, tiemblan…

*

La madrastra

¡Cree en mí, hijo de los ancestros ulcerados,
cree en mí, víctima pobre del aporreo inmisericorde!
Yo soy la madre verdadera que te guarda en su regazo.
No la madrastra bajo el zambombazo del fide perdiforum.

Ella te lleva al hedonismo crudo y al nuevo paradigma:
la podredumbre nihilista, la apatía, el hermetismo
que oculta la violencia y el odio del hombre
contra el hombre, la explotación
sin la mínima esperanza.

Ella es la que dice: «Yo te doy de lo que tengo,
si me esperas, si me obedeces, si te adhieres
con paciencia, aunque yo esté ausente».
Todo el tiempo está diciéndote: «Tú no sirves.
En la inacción fatalista nacíste. En los limbos
de la marginalia, tendrás algo, pero, espera…

Desde un objetivismo mecanicista
te enviará a los migajeros, con un par de zapatos
y un manifiesto de esperanzas huecas».
¿Vas a creer a esos educadores verbalistas,
a esos emisarios de la burocracias
que sólo te ayudan cuando admiten el temor
a tu odio, o tu violencia, a tu amenaza?

¿Creerás a la Madrastra que al darte
unos zapatos creyó haberte dado todo?
¿Toda la atención que necesitas,
todo el proceso de comunicación
para que seas, en común y en acuerdo universal,
parte del Sueño Americano?


*

El Hada de lo Noético.

No hay un ‘pienso’, sino un ‘pensamos’:
Pablo Freire

Tengo el polvo de las misericordias,
además del ungüento del dolor neutralizado,
la grasa de las bendiciones, el talismán
para el hueso restaurado; yo doy la noética
de los cielos abióticos. La bestia venzo,
la maldad destruyo. Ato la voraz demencia
de los dominadores. Acabo las doctrinas
de los ultramontanos. Desangro el imperialismo
de oligarquías financieras venecianas.

Me cago en la Donación de Constantino
y los normandos… Yo soy el Hada, lo Noético.
Mi palabra es Yo Pienso, aunque tú me corrijas
y me digas:
«Pensamos».

*

El Ciego ante las consoladoras

Y el Ciego, a quien llegaron las consoladoras,
los agentes migajeros, los interrogadores,
en medio de una calle bostoniana,
sintió que quien decía «Curaré tus pies».

Una mujer acercó una ollaza con senda cobertaza
y se convirtió de pronto en otra bruja.
De pronto se vistió con un manto de hermosura.
Se había predicho: sería como dama,
deliciosamente perfumada, elocuente y serena.

Y ella advirtió: ¡No escuches lo que te diga una Hada!
Todo su mundo es falso. Su fondo es la inconsciencia
colectiva, el depósito de la perversidad milenaria,
caldero del asco del viviente, historial del pánico
que va arrastrando un pueblo que no quiere aprendizaje,
ni justicia ni lavado de sus pies en justa palangana…

Ellas son brujas. El sucio lo acumulan, lo guardan
y lo devuelven cuando pides la dicha, menos esfuerzo
en el oficio de sobrevivirte. Ellas siempre hablan
acerca del trabajo, sacrificios, seres torturados.
Modelos de la intemporallidad: lo ido.

Te dan el atavío lujuriante de un optimismo ingenuo:
Te prestan un vestido y las sandalias por un rato,
pero deben correr a devolverlo todo
antes que sean las 12:00 de la noche.

No yo, así las brujas que se llaman
Madrinas /
seudosocias / Comadres
/ protectoras del ente
Ceniciento, fatalista, embrutecido.
Soy distinta. Vengo y curo tus pies
y me voy, con el consejo:
¡No confíes en las hadas!
¡Son las brujas de Walpurgis,
las mismas que devoran la existencia,
perpetuando el dolor en camuflaje!


*

La emisaria del Karma

«¿Por qué has de ser tú quien me laves
y cures mis pies llagados, por qué tú?»,
preguntó el ciego. Apenas si podía creerlo.

Nunca la vio tan cerca como ahora
ni ella se había pasado a su calle como hoy.
Siempre lo miró desde el alto de sus pupilas
y no acudía al martirio de ninguno.

«No fue que me dejara de querer.
Fue que nunca me quiso» y,
¿por qué lo hará hoy y se inclinó,
casi en rodillas, con empeño de lavar
sus pies hinchados, lacerados
con el dolor de siglos».

Ella todavía negó su nombre.
El lo preguntó una y mil veces,
en cientos de existencias
y momentos de ser-en-situaciones:
«Si apenas te reconozco, ¿quién eres que hoy,
al parecer, te postras a mis pies con ese alarde?»

Sí. El Ciego la había oído tantas veces,
pero ella a él jamás lo había mirado.

*

Te recuerdo, Karma

El sí la recordaba: ella gritándole desde balcones,
a los que son como él, con más miedo que odio,
hijos del limbo, flojos, sanpetardos, bravucones,
herejes, mentecatos, hijos brutos, envidiosos,
malagradecidos, perdedores: yo les maldigo:
como una viuda rusa que los observa en marcha
contra la Sede de los Saberes Extendidos de Occidente
en los tiempos de Pedro el Grande y la zarina.

*

De los odios del pasado

Odio y maldigo al que mata hessenios,
por igual, a los hijos de las brujas, a francmasones,
a peones renegados del «corvée», constructores
de puentes y caminos por orden de Jean Orry.
Odio al pobre, enemigo de mis intereses agrarios.
Odio al pobre, enemigos de mis intereses financieros.
Odio la imposible igualdad de todos los hombres.
Sí. El Ciego la había oído tantas veces,
pero ella a él jamás lo había mirado.

Ella decía: odio a los jesuístas, porque fui dama
de Francia y supe de las matanzas en el Campo de Marte.
A marineros que renieguen del imperio y digan:
«My country, right or wrong», los repruebo
porque yo fui una de las niñas consentidas de Inglaterra.

Odio el grito «No Popery» cuando se grita
en medio de motines; no me gusta el fin
del Sacro Imperio Romano.

Sí. El Ciego la había oído tantas veces,
pero ella a él jamás lo había mirado.
A los juicios de traición en la Asamblea de Virginia
no los aplaudo; a los indios embravecidos
en el Valley de Wyoming los quiero exterminados;
que supriman los derechos feudales y la trata
de esclavos me entristece; como dama de Francia,
la toma de la Bastilla, el gobierno de Mirabeau,
la huída del Rey Luis XVI y su corte, me trastornan.

¿Qué vendrá después? ¿Cuán profundo será el caos
ahora que los esclavos se rebelan contra el amo
y la soberanía popular clama sus razones
en el centro de las plazas y delante
de los viejos monumentos?

Sí. El Ciego la había oído tantas veces,
pero ella a él jamás lo había mirado.

*

La madrastra y el niño

Un sujeto, transformado en objeto, recibe
dócil y pacientemente, los contendos que otro
le da o le impone… aquel que es llenado por otro
de contenidos que contradicen su propia forma
de estar en el mundo, sin que sea desafiado,
no aprende:
Pablo Freire

Tú eres un niño ingenuo, dócil y desvalido.
No preguntes cuál haya sido mi nombre.
O cuál será, o qué partido tengo.
Dí que soy La Madrastra, externa madre
de los Contenidos Extendidos. Extiendo
mi mano, mi conocimiento.

Ofrezco lo que está en nuestro lenguaje,
en la estructura de nuestro saber
y nuestro comportamiento.

Tardé horas y días y siglos, si así lo entiendes,
en llegar a remediarte; pero escuché
finalmente tus lamentos.

¡Aquí están! Yo sí te doy unos zapatos.
Iría a cualquier parte de la tierra
por aquellos que sean de tu medida,
cuyo interior sea mullido para que tu pie
descanse; yo soy la que proveo, la apiadada
que no sólo promete. Cumple.

Tú no preguntes. Agradece.
Yo soy la que doy y me acerco a tí.
Tú no lo harías; no me buscaste
(acaso por resentimiento, ciego de odio)
y sé por qué te hallo tan postrado y muino.

Tu comprensión es ingenua todavía.
Tu madre es una Doxa, opinión insuficiente,
raíz desamparada, y ella se secó como una higuera
en medio de una lluvia de granizos y tu padre
se destroncó, antes del trueno, al golpe
de un relámpago. Eres el huérfano histórico.

Para tí mi piedad.
Acepta, por favor, estos zapatos;
agradece de mí, misericordia.


Indice: Canto al hermetismo
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Parte II / Estéticas mostrencas /

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