Friday, July 31, 2009

El chantaje o traición a la reina


Selena fue más que lo que soñara. ¡Una belleza! ¡Una benjamita!

La otra, poca cosa. Cada vez más gordilla, tetuda, chaparrudamente infeliz por su ambiciosa y contradictoria modestia. Su voz emitía su quejosa pachorra y desde una cara de pendeja, sumados a sus gestos oscuros de alimaña. Se crecía, amenazadora sordamente por la vía de la exigencia, o el mátalas callando.

¡Ella no quiere ser así! Por eso admira a Selena.

Llegó un día, empero, en que la reina dejó de ser perfecta, en su opinión, y la gloria ya no pudo ser gloria, sino por la muerte. Hurtó su diario y se quedó con maletas y vestidos que no que tenía por qué guardarse o llevar consigo a los moteles donde citaba a la artista. Olía a solas la ropa del cuerpo hermoso del ídolo. Mañas tuvo por guardar como fetiche alguna prenda íntima.

Y, si bien Selena acudía a las citas, a petición de Yolanda, le molestaba referirse a intimidades que, al final de cuentas, no concernían a esa pretendida confidente. ¡Qué entrometida! ¡Que ardid desesperada, o chantaje premeditado, exigir que le diera rangos más íntimos en su vida!

«Thank you for coming!»

«It's okay. I care for you!»,
contestaba Selena a la empleada.

Mujer opaca, sin luces, mustia, está celosa desde hace varios años. La ama y odia, sin saber qué priorizar de tales sentmientos. Admira a las gusanitas de Jacob: ¡hurrah, por las que cantan a esa Eva que tiene que florecer como las rosas! Y Selena es la que canta para cada mujer que anhela crecer hermosamente como una flor.

Para la que dobló la cerviz, ella canta y exhorta... sé orgullosa, levántate y a la que piscó en basurales, dio su ejemplo. Miró hacia lo más alto, pero también fue sencilla, humilde con los humildes... y la otra, por saberlo, dijo: «¡Ay, si yo fuera así de fiel! Ay, si me naciera voz para cantar a Jerusalén, ay si tuviera selénicos pechos, ay, si se forjara en mi lo que eres, hijita... quiero ser imagen y semejanza tuya, salvarte de la quinta de Abraham».

«¡Si yo fuera como Selena!», se sorprendía repitiéndolo en voz alta, ya no sólo lo piensa.

Y la obrera infiel, aún con su admiración, la robaba, amparándose en el objeto y sentido de su amor, con deseo obsesivo de serla y fundirse en algunas ranuras de sus imágenes, propiedades y sustancias.

La última vez que pudo verla, su ídolo vestía sus pantoncitos cortos con el color de los prados iluminados por la alborada y ante sus muslos, sus piernas, su vientre... sintió que la visión de su piel, firme y gloriosamente deseada, la sumía en arrobamiento. La besaría del talón a la cabeza si pudiera.

¡Aleluya, hossana! por la reina del Tex-mex.

Las pochas, como Yolanda, tenían al fin una criatura modélica con quien soñar, queriendo serla. Su felicidad y orgullo fue identificarse con esa anatomía mestiza, encarnada, que naciera en la grey de Abraham.

Bendiciéndola con triunfos y una que otra tristeza, Jehová proveyó salmistas para el Quinto Sol, ella-Selena y Los Dinos.

¡Ay, la chamaca con cachucha, ay, a la reina de la cumbia, ay, la chavita del ombliguito al aire, ay, a la novia que sube a la ranfla del boyfriend, ay, la que no menosprecia «the ultimate scapegoat, the Latin boy».


... y aunque tenga una carcacha /
lo que importa es que estoy con él. /
Tampoco será el más guapo /
pero es mi novio fiel...


2.

«Chris, no es fiel y tampoco tú», dijo al fin.

«¿Qué dices?»

«Tengo tu diario. Sé tus secretos».

Pero, aunque Selena levantara la chavalada de entre los muertos y reconciliaría con su espíritu y su orgullo al que anduvo coco por el crack, sin respeto por la niña de su devoción, a la que dejó la escuela, a la que fue abandonada, a la que esperara por su añorado amor, para Yolanda ésto no sería suficiente...

«¡Ya no eres perfecta, Selena!»

Admiraba que, entre la pochada, gracias a la Reina del Tex-Mex, se redujo la vergüenza de comprar discos en español y que, entre las revistas del mainstream, se citara la existencia de la cumbia, el chile y el comal. ¡Pero esta mujer que la había cautivado por su cálida voz y sus muslos, sus ágiles rutinas al girar el nalgatorio de su fascinación, tenía su lado oscuro! No todo es honor.

La diva sub-divo vio que había cosecha y abundancia para todo lo que pudiera desear, hasta un nuevo amor. Como su padre, Selena tenía ambición. Epica y heroica, soñaba con el afán de cavar sus pozos en la Tierra de Gerar, y los amorreos que los taparon por envidia y xenofobia serían avergonzados por su causa. Selena planeó la conquista de la frontera del Sur en dos frentes: con negocios de ropa y discos y, para la frontera norte, propuso el crossover.

Y en la vida privada de la reina, el guitarrista, que fue llamado Chris, se personó a la pisca de mieses, que son por los frutos del espíritu, cuando el equinoccio primaveral anunció que digno es el obrero de su salario y no hay que poner bozal al buey que trilla. Y ella improvisó la chuppah cuando Abraham, por pensar en grande para los hijos de su casa, aún no olvidaba que escrito está que si alguno no proveyera para los suyos y, mayormente para los de su casa, ha negado la fe. Y fue la boda de Chris y la cordera, según la Tradición.

El patriarca se tragó los escrúpulos y amó al muchacho del mismo modo con que Selena quiso apartarlo de su vida.

Después de todo, Abraham amaba a la hija que dio buena harina para el pan.


3.


El 31 de marzo, a dos días del despido de Yolanda, para evitar dar a Chris detalles de su encuentro, Selena pidió el diario.

«Quédate con mi ropa, pero dáme el diario».

«No..., ya tu secreto es mío».

Ahora la vieja decía que los hombres son sicópatas, bullies de nacimiento, arrogantes, cazadores de autosatisfacción y que había malicia adrenalítica en el padre. Y lo odiaba mucho más que a Chris.

Yolanda, hija del Edom, habló contra los hombres de los postreros días como traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios. En adición, platicó sobre el Altísimo como si éste fuera el invisible tirano, rey de los siglos al que habría que profesar más que cantos, en su lugar, el sacrificio: Dichoso aquel que tomare y estallare tus niños contra la peña.

Y con la metáfora espacial del Seno de Abraham, la sierva alquilada dibujó un infierno de codicia alrededor de Selena, dominado por las formas de las relaciones sociales de la humanidad y el lenguaje de Canaam y, sub-divo, en la Tierra (Eretz), ella misma trazaba los actos externos y formales, rituales del how-to-do-it. Y fueron muchas las disputas necias al plantear que la raíz de todos los males es el amor al dinero y que el dinero no iba a borrar la complicidad que ella y su padre tenían y el secreto que su mano escribió con dolor y vergüenza.

La hija obediente ya se sentía hasta el gollete con la mujer que administraba su boutique y daba cuentas de su club de admiradores porque ésta pintaba a su padre como a un sátrapa explotador, extraviado de la fe, y vendido al mundo secular del big business y pecaba en su hija con infamia peor que el dinero porque su amor fue impuro.

Sin caminar en rectitud en la vida privada, la vida pública no reflejará el esplendor de los valores; sin organización real del orgullo, falsa es la creatividad de los benjamitas, así reflexionaba la vieja de Edom.

«Ya eres cosa muerta, fe sin obras, acomodo pasivo en el limbo», decía a Selena desde el día que ella tomó varón, porque juzgó que, impulsada por ese compromiso, se rebelaría contra el don que había en ella y del que mucho habían platicado.

Sobre las valvas de ciprina y los corales, Selena cultivó el fuego de su juventud y materializó a la diosa Tierra nombrada como Cihuacoatl. Yolanda creó miles de nombres para ella y dijo que la serpiente del espíritu se volcó como rayo en el abismo para hacer espacio sólido a la gloria shekinah. Y la Venus mestiza representó de este modo el testimonio de purificar la voluntad de varones y hembras. Yolanda le habló de hijos redimidos, ajenos a la primera transgresión.

Para mermar el gozo con que Selena le oía, Yolanda agregó que Adán no fue engañado, sino que Eva lo fue primero y, aprendió las mañas de su engañador... y aún más, decía que, en los hombres no hay piedad ni contentamiento, miran con deseo, rara vez con ternura. Dominan y usurpan y no aman como la mujer ama. Y el gran engañador, quien la enseñó a mentir fue Abraham mismo y lo llamaba la gran serpiente que vive en la bragueta del corazón de todo varón, sin excepción.

«No te amará nadie como yo, hijita».

En el corazón, extrañamente caótico y en su tormenta de celos, Selena comprendió el vicio de los edomitas y deseo de raptarla para sí, que ella fraguaba. Y a este capricho de la vieja, se había sumado el deseo de aislarla de su público o su grey. Desde meses la sintió extraña, casi conspirativa.

Poco antes de la última cita, Selena alertó a Abraham sobre el asunto y de las raras cosas que la sirva decía, llenándola de miedo: Dichoso aquel que tomare y estallare sus hijos contra la peña antes que la masas quiten toda su vida privada y su tiempo de amar a quien les ama. Dichosa serás si dejas a la Serpiente gigante que te mancha y a la serpiente pequeña que impide que me quieras y compartas conmigo tu vida, ya que te engañas con meras apariencias, la fama.
Así lo decía la obrera infiel, la puerca pitonisa.

Con días de secreta vela, la familia descubrió a Saldívar en fraude, en espionaje y se le despidió. Y la hija fiel no se opuso a la decisión del padre Abraham porque los celos de ésta y las amenzas de declarar los secretos de sus fornicaciones, sus ataduras a los Demonios, la tenían hasta el gollete. Y dejó de gustarle su mirada y la proximidad de ella. Yolanda creyó (« as something politically correct») sacar del escondite su lesbianismo.

Viéndola como la diosa Cihuacoátl, serpentina como una raíz de tentación, suave como grama fresca de los jardines de reyes, adorándola en su punto más alto de intensidad, clamó:

«Desnúdate para mí o te mato».

Hoy forzaría su callado anhelo con su ídolo. Caiga maná de los cielos. Consumaría, como tirana del antojo, sus plegarias y placeres secretos.

«Yo te comprendo más que nadie, hijita», le dijo.

Había fisgoneado y conocido, con algún rigor, cómo Selena se sentía en ocasiones, atada a la tradición sin la habilidad creativa para romper el asedio de multitudes y el entrampamiento de las demandas de su propio éxito. A veces, por igual, Selena se desilusionaba de las expectativas de las edades, con necesidad de ir más allá de reconocidos sistemas de creencias y organización racional del mundo.

Habría querido vivir más para el amor, sin el peso de su creciente responsabilidad como reina. Sin este forcejeo interno, no habría sido la artista que es: pero ella no sabía verbalizar sus propias nociones del Bien supremo y la dicha, como sí Yolanda, puso su atención en la chispa de su energía innata, su alma y en la posibilidad de un mundo nuevo, al que apostar toda su certidumbre. Y fue dándose más al mundo, menos a ella misma.

«Vas a destruir el don que hay en tí si sigues en el Seno de la Serpiente, embraguetada en la cercanía del Mal, la ambición y la mentira», pensaba la acusadora. Obrera infiel señalaba, pellizcando los diálogos triviales, hacia túneles de egoísmos, estímulos de la carne, según es instinto de las hijas del Edom.

«Si no eres mía, al menos una vez, declararé a la prensa lo que guardas en el diario».

«¿Pero qué me pides?», dijo Selena, decepcionada de la mujer por la que muchas vece sacó la cara delante de su padre Abraham.

«Que no me dejes, hijita», le dijo, mirándola con su cara triste, de mujer que se masturba a solas a falta de su participación gozosa y apasionada en el mundarro de la objetividad.

«Si me quisieras, no me chantajearías».

«Gracias a tí muchos aprendieron a soñar».

«¿Y por qué me pides más?»

Quizás descuidó su propio don y quiso vivir, proyectándose en la vida de su ídolo. Ahora parece una sombra nerviosa y apagada porque Selena, la benjamita, la escrutaba con sus ojos, reprendiéndola.

«No he soñado sufcientemente. No me has cumplido».

Esto es claro. El único placer que Selena daría como gozo a varones y hembras, sub-divo, bajo el cielo, en tierra ajena, sería su voz hecha canción y giros de Su Cuerpo, en danza, agasajo visual. De la manifestación concreta de tales frutos, baile y canción, se compuso su porción en la bendición entre los benjamitas y su regalo para quienes la amaran en verdad.

E insistía la otra en reclamar su porción en la herencia, K'nesset Yisrael que no le correspondía, justificándose en el hecho de que nadie la amaría más, tan intensamente y por tan poco... La Vieja del Edom quería su boca y raspar y llevar a la Venus a sus propias vedijas. La tentadora / culebrona del Edom / quiso leche del corpiño ctónico y ataduras de piel y abrazos con la benjamina que Jehová separó para honra de corpus christi.

Y no daba tregua. Seguía con el reclamo. Definía el supremo bien, su amor incondicional por ella y, su opuesto, la condena. No vivir a su lado sería guerra y muerte.

Entendido el chantaje, Selena la juzgó con dureza por primera vez, así como Abram hizo con las hijas de Edom, en la Antiguedad, ya que se asociaron a fornicación con falsos elilims, esto es, valores idolizados, escándalos de lascivia, poder, seguridad financiera, en suma, las exuberancia del materialismo y la vanagloria.

«No quiero verte más, Yolanda».

«Salvaré entonces tu mito de la deshonra», dijo la obrera infiel y sacó una pistola de un bolso de cuero.

Pero se hablaría de Selena y su alegría que se expresa en forma de chamaca. Que se esparce por el mundo. Eros en sustancia de pan y de pizza. Impulsion primitiva, esqueleto con lenguaje de ritmo, mensaje de algo más alto, rico e intenso que ella misma que después de todo, fue hasta ese día una guitarra o silueta del ser, cuerpo que cantaba a solas, afinada en la gloria de la Naturaleza, intérprete del salmo que vive en todo hombre y mujer.

En la carne, la aventura pionera de vivir, su riesgo, su posibilidad, energía amorosa. Lo que todo ser humano descubre dentro de sí. Sería la chava asustada de engordar; la niña que no se tatúa con la Vírgen de Guadalupe para creer, a fin de honrar the mediator of the courage to be.

No necesitaría de los linderos de la Razón Universal ni sufrir por la inmortalidad, o la salvación de su alma, para integrar símbolos de pasión y amor a la vida, a sus metas, al gesto humano de querer y triunfar.

Se oyó el primer disparoo del revólver calibre 38.

A punto de salir de la habitación 158 del Days Inn, una bala atravesó su espalda; pero prefirió absorber el dolor y caminar, puerta afuera. ¿Por qué quedarse a escuchar a quien no la conoce, ni ama, ni entiende?

Y, mientras caminaba, a pasos lentos, antes de alcanzar el lobby, balbució: «Help me!» Después... los eventos fueron dulces y lentamente gratos. Todo objeto que había sido tocado por sus manos, vino ante su cuerpo transparente, ante su esencia más pura.

Cada cosa dijo adiós, vibrándole al oído, bailándole ante sus ojos una danza de naturaleza angelical. Se acercaron a mirar su corazón hasta viejas cachuchas de colores, faldas de cuero, brassieres blancos, aretes grandes... Volaron por los aires sus alfombras que mágicas serían porque Selena pisó sobre ellas. Sus labios, antes acariciados por rojos delineadores, sus ojos ya orientalizados por querer sonreir con la misma plenitud de su boca, sus piernas que se cubrieron con botas vaqueras, coincidieron en complicidad.

A la 1:05 de la tarde, el Dr. Lloyd White, dijo profanamente. Murió. Sin embargo, Selena vivía, cantaba para las pequeñas cosas, en la habitación de Sión, la canción que más le gustaba y que había escrito:
«I'll Never Fall Again».

Indice: Leyendas históricas y cuentos coloraos

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