El ciego
Aquellos que nos observan, desde allí,
son los ojos de la patria, Padres de la Nación.
Todos tienen un rostro en piedra dibujado.
Un monumento que nunca se añeja.
Y más que su nombre histórico, su esencia se aúpa
en las Constituciones. Más reales que el mármol,
o el bronce de sus bustos, son las heridas abiertas,
dolores que, en sangre, mancharon los campos y ciudades.
¡Hijos de América, recobren esa memoria
en este instante! Es necesaria. Es indispensable.
¡La memoria heroica del pasado!
Observen allá los héroes de Lexington y Concord.
La Revolución directamente desatada contra el Parlamento.
Jorge Washington que selló la Independencia y declaró
una verdad que ojalá y perdure para siempre.
Observen allá: el Congreso Continental adoptó
una bandera, seis estrellas y franjas solamente,
pero éste fue el comienzo de los Estados Libres
tras la batalla de Princeton.
La lucha en Saratoga dispuso el triunfo con la esperanza firme.
Aquellos rostros representan los héroes con que el mundo
vio la aurora libertaria, aquellos que junto a Washington
se reunieron en Filadelfia y New Hampshire.
Nómbralos, pueblo, conmigo.
Son la verdad del territorio que conoció
lesclavitud desventurada, guerras del colono
francés contra los indios, impuestos sobre el azúcar,
Actas Intolerables, ignominiosa presencia
del coloniaje británico y sus gendarmerías.
Nómbralos, nación, porque han admitido
que la Tierra de esta América ha sido abierta
para todos y será generosa. El territorio es inmenso
y el cuáquero, el judío, el católico, el creyente,
cualquiera sea su procedencia, son dignos
de inmigrar, cantar conmigo. Han de ser libres,
en ejercicio productivo, todos bienvenidos…
¡Hombres honrados, serviciales, semillas
de generaciones nuevas, con futuro,
canten con regocijo los nombres señalados:
Washington, Jefferson, Hamilton, Adams!
Graben la Carta de Derechos en sus corazones.
¡Puede que fuera de sus consciencias
no exista dicha Carta para siempre!
*
A merced de los artificios
Congregáos y meditad, oh nación
sin pudor: Sofonías: 2: 1
No dejen esta verdad a merced del artificio.
No lo permitan. Desde un túnel del oído, oigan
que vale mil razones hacer condena
de los males pasados y romper las cadenas coloniales
y el poder injustamente impuesto.
No dejen la verdad a merced del artificio.
Con el uso político de retórica amañada,
caminan en peligro los patriotas,
lgente de buena voluntad y su empresa de futuro.
No sean cómplices de los que trepidan en sombras,
cebados de hermetismo. Aquellos que, en 1776,
firmaron su Declaración de Hombres Libres
son los educadores; no los sabuesos
para el ultraje, el mordisco o el silencio.
Que haya fiesta hoy porque el Leviatán
se acerca, el mal tiempo, la Gran Tiniebla.
Fiesta en la consciencia, no en las calles.
¡Fiesta en medio del emergente luto!
Démos este recuerdo como meditación al mundo.
Abran el olfato grande, intensamente.
Y que el más ciego entienda
y traiga su perro bueno y finalmente diga:
Saquen de sus pechos el grito:
¡No seremos cómplices ni burguesía reaccionaria!
No dejaré esta verdad a merced del artificio.
Seamos otra vez los revolucionarios.
*
En realidad, era La Voz
Y el ciego, en pie, reunió a la gente
que lo conoció y vino oírlo. A variadas multitudes,
cuanto pudo, las reunió en la plaza.
En realidad, él era La Voz,
no las pupilas. En realidad, era el olfato,
no las narices y, en realidad, tenía en sí
todos los tiempos, arcaicos y arquetípicos,
tiempos de la sabiduría; en adición al presente.
Con toda la memoria y fuerza de su verbo,
leyó en su corazón la Gran Promesa,
el juramento firmado en Filadelfia
y principios consagrados en la Carta de Derechos.
Y, en realidad él era más antiguo que Vermont y la Unión;
en realidad, él era más que un ciego en la América del Norte;
en realidad, él era la Voz y la Conciencia del Mundo…
*
El Ciego salió de la penumbra
Porque su rostro envejeció y no respetaban
sus ojos, el Ciego salió de la penumbra.
Se presentó con el valor de su entera autopresencia.
Y alegó: «¡Aquí me tienen!»
Con coraje que desafía las ausencias,
con dolor que a las peñas conmueve.
¡Vean! ¡Es necesario que confronten las cuencas
de mis ojos; vean mi boca que, si tiembla es por ira!
¡Vean mis pupilas que, no viendo comprenden!
¡Estoy en rabia y desilusionado! ¡Pero estoy
a la voz con el futuro!».
«Si yo dijera lo que escuché
desde que en mi sector de células me vieron,
si yo acusara a los que en mi camino
me palparon y me desconocieron, si yo acusara
a los que me sacaron los ojos,
de seguro que ya, sin gozo, temblarían;
y yo, que he temblado a solas,
ya no tiemblo; no es la hora de temblar
si me queda La Voz, el Oído, el Tacto
y el Noble Olfato. A veces un poco de lujuria
que a mis ansiedades calme o satisfagan».
«He visto a muchos cobardes y traidores:
Basta que diga uno: Benedict Arnold»
y supe, no por verlo que era él,
no sabría describirlo. Sólo consta su delito.
El me dijo: No voy a matarte.
Eres un ciego de mierda
y vio mis gestos en vibración sutil,
huyó tranquilo.
Habría querido verlo en el espectro
después de lo que dijo
pues yo dejé la caverna de los mudos,
me quise dar lo que soy, en realidad, no las pupilas.
Yo soy La Voz, el olfato engrandecido
desde los tiempos de la sorda, fría caverna,
el rescoldo afótico de lo súbito, rumbo a ninguna parte
y, sin embargo, existo y cada vez más poderoso…
porque sueño, protejo, me apiado, me educo»…
*
Estoy buscando un parlamento bueno
… aviva tu obra en medio de los tiempos
en medio de los tiempos házla conocer;
en la ira acuérdate de la misericordia.
Habacuc: 3:2
«Estoy buscando un Parlamento bueno.
Un congreso que escuche, un pueblo santo.
Un amigo del Hombre. Y véme:
mi vestido está raído y mi vara
es mi único objeto de sustento.
Una bruja en carne y hueso me persigue.
Me ha cegado desde tiempos milenarios.
No puede matar el hombre que hay en mí.
También tendrían que enfrentarse
al ángel bravo de mi perro.
O a un hada iluminadora, pero horrible:
la realidad que sangra en los cruces de camino.
No pueden; pero me acosan y me roban
cuanto quieren. Voy a Providencia.
Sólo entonces me llevo mi mascota.
Esta vez daré mis razones en Rhode Island
porque allí, conocí a Roger Williams,
allí alabé su nombre, allí supe de sus méritos.
Muchos callan que existo y me vieron
y no me llamaron a su mundo… Yo desafié
el azar sin estructura y el eco de la mímesis …
Williams me dijo: «Eso es bueno».
Necesité otras solidaridades, datos acaso
de ajenos retos y me han abandonado,
siglo a siglo, me han dejado
con las manos vacías; aún más ignoto y solo…
por eso no me gustan los herméticos.
Y les odio, porque a mi soledad y desamparo
no han aportado nada, más aporta mi perro,
que ha sido fiel amigo, mi guardián…
¿Pero los demás para qué sirven, cínicos,
para qué, protagorianos, si en vano
en su justicia confío?
*
El que me acompañará
Para que haya uno, uno solo,
a quien oiga y sea él que conmigo cante,
doy razones en medio de las plazas
sobre lo mucho que me hieden los herméticos,
los que no oyen cómo aún pido
movimientos a metonimias y metáforas,
a la verdad oculta que al asomarse sufre,
a la que han escondido con el empeño
que no broten las palabras de redención
para el hombre o las palabras que embellezcan
cualitativamente con sus transformaciones.
Para que haya uno, uno solo,
a quien oiga y sea él, uno que conmigo cante,
advertiré, en los predios del clandestinaje
o en los fueros de donde me sea posible,
que no todo lo finito y el infinito
es tosco e intranquilo
y el buen jugador a otros auxilia y requiere
porque hay dicha en avanzarse-juntos
en el fondo dionisíaco de los mundos
aparentemente esquilmados
por el artificio, la traición del perverso,
las locuras apolíneas de los poderosos.
*
El verbalismo de la vanidad
Un congreso que escuche, un pueblo santo.
Un amigo del Hombre. Y véme:
mi vestido está raído y mi vara
es mi único objeto de sustento.
Una bruja en carne y hueso me persigue.
Me ha cegado desde tiempos milenarios.
No puede matar el hombre que hay en mí.
También tendrían que enfrentarse
al ángel bravo de mi perro.
O a un hada iluminadora, pero horrible:
la realidad que sangra en los cruces de camino.
No pueden; pero me acosan y me roban
cuanto quieren. Voy a Providencia.
Sólo entonces me llevo mi mascota.
Esta vez daré mis razones en Rhode Island
porque allí, conocí a Roger Williams,
allí alabé su nombre, allí supe de sus méritos.
Muchos callan que existo y me vieron
y no me llamaron a su mundo… Yo desafié
el azar sin estructura y el eco de la mímesis …
Williams me dijo: «Eso es bueno».
Necesité otras solidaridades, datos acaso
de ajenos retos y me han abandonado,
siglo a siglo, me han dejado
con las manos vacías; aún más ignoto y solo…
por eso no me gustan los herméticos.
Y les odio, porque a mi soledad y desamparo
no han aportado nada, más aporta mi perro,
que ha sido fiel amigo, mi guardián…
¿Pero los demás para qué sirven, cínicos,
para qué, protagorianos, si en vano
en su justicia confío?
*
El que me acompañará
Para que haya uno, uno solo,
a quien oiga y sea él que conmigo cante,
doy razones en medio de las plazas
sobre lo mucho que me hieden los herméticos,
los que no oyen cómo aún pido
movimientos a metonimias y metáforas,
a la verdad oculta que al asomarse sufre,
a la que han escondido con el empeño
que no broten las palabras de redención
para el hombre o las palabras que embellezcan
cualitativamente con sus transformaciones.
Para que haya uno, uno solo,
a quien oiga y sea él, uno que conmigo cante,
advertiré, en los predios del clandestinaje
o en los fueros de donde me sea posible,
que no todo lo finito y el infinito
es tosco e intranquilo
y el buen jugador a otros auxilia y requiere
porque hay dicha en avanzarse-juntos
en el fondo dionisíaco de los mundos
aparentemente esquilmados
por el artificio, la traición del perverso,
las locuras apolíneas de los poderosos.
*
El verbalismo de la vanidad
A La Cenicienta del cuento de Charles Perrault
… pero ésto es evidente.
Vano es construir un verbalismo puro
y volcarse en lo cerrado, impenetrable.
La vanidad sí habla, sí que habla demasiado
y la verdad se esconde. A gusto se reposa
debajo de la escoria. Premeditamente
se trinchera en lo oculto y lo parco.
Se afana en la cocina de las cosas,
trapea el piso y saca el hollín del mundo.
Triste lastre que se edifique una trampa metafísica
cuando la verdad abre el secularismo y presenta
su rostro lleno de sucios moretones, o sus cuitas
de criada en primer plano… Cenicienta,
sabiduría extrañada: pocas son las fiestas de tu gozo.
Ocasionales son los regocijos
(¡tus regocijos, Cenicienta!)
Las voces prácticas del pueblo la convidan:
Baila conmigo, vínculo colectivamente amado
en despiadada comparsa. Baila conmigo, díme
quién eres, hoy que no he conocido tus harapos.
Educador que bailas con la visitante, verdad
es el misterio de ese ser apresurado
en el reloj de la herencia yacente de nostalgia.
La mentira no puede contra el hada
y apenas ha surgido un anfitrión en premura
que la quiera, momento dialéctico de cambio.
Escapó del palacio. La verdad
se largó a la lealtad con su trabajo.
Ya no sabe ninguno a quién se busca,
si a tí, verdad esquiva, o a tí,
criada necesaria de las certidumbres.
*
Una zapatilla de cristal
Del rastro de una Verdad que estuvo allí
sólo quedó una zapatilla de cristal
y alguno muy atormentado con su encuentro.
La había estrechado a sí; se había enternecido
con un cuerpo tan amado, tan puro
y un reloj saltó con su mandato.
Véte a la casa, le dijo: Que se rompe
el sortilegio con la desobediencia.
Sé precisa, no tardes. No es hora de que sepa
el mundo lo que eres, tú eres la verdad hermosa
y el mundo, una mentira entronizada,
una perversa urna de obsesiones.
No se han dado las condiciones necesarias
para que te manifiestes, la historicidad cotidiana
que te encuentre, la circunstancia concreta
que te explique. Espera con paciencia,
Cenicienta. Te rodea la enjundia
de los vaniloquios; poseedores de obsesión,
hijos de saberes reservados.
*
Los examinadores
Se turnaron a examinar aquel fenómeno
los esteticistas de hueso colorado,
los comecandelas de virtud, los que apañan
la apariencia de lo hermoso.
Y los herméticos también fueron citados
con sus primos hermanos, los sofistas,
con sus padres putativos, los estoicos.
Todo por una zapatilla de cristal,
por una parcial remembranza del aroma
y unos silfos en forma de sonrisa.
Como volátil agente con esencia, se fue Ella
que parecía un ángel salamándrico de fuego,
un nuevo contacto con las zarzas ardientes.
Y la añora el que la vio y asegura que es
dulce y cristalina como el agua de un arrollo
Dijo que purifica toda la tierra, incluyendo
el palacio de los dioses y, en los ojos,
se transuntó su alma poderosa
y un movimiento más sublime que la ondina.
Ha dicho que la busquen. Que, por ella.
despojen la lámpara de Diógenes.
Levanten todas piedras y las tapias,
suban a muros. Asalten fortalezas de su reino.
Quiere que la zapatilla vuelva
a quien justamente pertenece.
En efecto, en el Palacio, todos hablan y opinan
porque el rey está triste; los Tribunales en luto,
las agencias sin descanso. Ya es sabido:
le duele un capricho al poderoso.
*
El templo de la libertad
A temple of liberty and beacon of hope:
Marquis de Lafayette
Encontré el templo de la libertad.
Y lo hallé lleno de mercaderes y de fieras.
Allí estaba la esperanza: andrajosa,
cubierta de gargajos, apaleada
por adoradores de insignificancias.
Aquel fue el templo, altar que tú, Pueblo,
propusíste para el mundo como regocijo futuro
de naciones. Y me preguntaron quién soy
(¿cómo que el pueblo no me reconoce?
¿Por qué pregunta quién yo soy?
¿Qué no seré yo sino uno de ellos?
El que más ha caminado y entró
por las puertas estrechas?)
Cientos las naciones hasta hoy…
yo era uno del pueblo, ahora sin pueblo,
de repente… quizás porque estuve asombrado,
más incrédulo que hoy, y quise
un vasito de agua refrescante
después de mi jornada, vasito del que
nunca bebí. Agüita que jamás me dieran.
Mis pies se desgastaron. Caminé muchos años
como un monje sin hermita para entrar a ese templo.
Aún lo llamé Libertad y Esperanza. Ahí llegué:
a ese basural de basurales y me afligí
frente a un monumento de Boston.
*
El forastero menospreciado
¿Cómo preguntan que quién soy?
¿Cómo alegan? «¿A qué has venido, forastero?»
¿Cómo dan estas falsas referencias?
Escuché que se me dijo:
«¡No te has equivocado! ¡No estés triste!
Llegaste a América, la Hermosa,
la tierra liberada de las moralidades severas
de los mundos viejos, tertulianos, llegaste
a donde no hay Fin del Mundo ni craso pesimismo».
Y contesté estas cosas: Mi presencia sigue
frente al templo y me duele esta pregunta
como a nadie: «¿De qué tierra vienes, forastero?»
y gente que paseaba por aceras hacia mercados,
escuelas, museos, cines, bares o hacia ninguna
parte, simplemente en paseo; sin embargo,
yo sí estuve buscando algún refugio,
entrar al templo, agradecer que existe
el territorio de la libertad y que mejor catedral
no hallará el mundo, sólo tú: América.
Temple of Liberty and Beacon of Hope.
Me arrastré a tu atrio, me abrí paso
hacia la Puerta. Inesperademente me detuvieron.
Un hálito de ignominioso aliento ordenó detenerme
y se armó con mayores pestilencias que avanzaron
desde adentro hasta la calle y abofetearon mi rostro.
Gritos y escarnios me empujaron.
Escuché más rumores, indicaciones
de que soy un sospechoso de ambiguos delitos,
por informuladas razones. ¡Estoy tan solo!
De lejos presentí otras plegarias.
¿Qué sería lo escuchado? ¡Tantas palabras
suciamente aromadas de hermetismo!
Como nuevas proclamas de improvisados proyectos.
Se estilaban como cantos de sirenas, urdidas
en altares escondidos. Repicaron campanadas,
demasiados estridentes como cañonazos.
No eran tañidos dulces ni gentiles.
Eran parte de ese adiós que me expulsaba diciendo:
¡Largo de aquí, véte, véte!
*
¿Quién me lavará los pies si ando extenuado?
¿Habrá un lugar donde pueda lavar mis pies?
He caminado mucho. Mis rodillas flaquearon.
Bajo mis plantas descalzas mis dedos sangran…
Han sufrido mis pies con las estepas frias
y los calientes desiertos… Climas me han postrado,
tierras me han tendido sobre yermos y charcos.
¡Si sólo supiera soñar con los zapatos
que protegen del frío y riscos de pedruzcos
y nevadas, contaminadas chumberas y espinajos,
residuos hirientes, ortigales, juncos
sobre arcillas hedientes!
¿Quién sabrá lo que vale el sostén, unos pies,
mis pies heridos, mi talón lastimado?
Se desgastaron los zapatos por causa de escasez
premeditada y por larga estrategia de conspiraciones.
¡Pies que son mi sostén, zapatos que han sido
la trinchera, relevo de armas, clamor de reposo!
El sostén de ramas y ganchos si los dilapida
el hacha, o la agenda sin control, emplazamiento,
son el exterminio del progreso, homicidio,
negación de mi abrigo, usanza del consuelo denegada.
Escuchen cómo un ciego bendice la suerte del zapato;
entiendan cómo llora lel pobre que lo ha perdido…
El pie que ha nacido para pisar en firme,
¿de qué vale el pie que no tiene zapato?
… cómo llora en las calles,
cómo lamenta y se duele…
La leña extraída para el fuego, ¿cómo arde
bajo la planta encallecida, cómo resiente
la candela de los torturadores,
el abrojo inevitable del camino?
¿Qué vale el geotropismo neutralizado si arde
por causa de resabios homicidas y las trampas tendidas
por cazadores de lo inerme, cultores del inmovilismo?
¿Qué saben los conspiradores del tiempo sin velocidades?
¿Qué valen los tiempos que no se polarizan en dirección
a lo eterno? ¿Qué valen los tiesos, hombres sin movimiento?
¿Qué saben los que detienen como relojes inocuos
la meditación del viajero para cegar su ritmo y longitudes?
¿De qué valen los talones cuando ya no existen pies ligeros?
¿Quién estorba la danza y el tambor, el corazón
de espíritu infinito y lo inmenso? ¿Quién nos detiene?
¿Quién censura a los pasos el hallazgo de sus direcciones?
¿Quién que ilumine a los ojos cuando si la ruta se entorpece?
¿Quién que a la llama añada chispas de alguna luz,
nuevos fotones? ¿Quién que aporte nuevas voces
a las vibraciones? ¿Quién dirá a los vacios en la tiniebla
‘hagan caminos’ y los llenará del alfa
del principio y el omega de las resoluciones?
*
Canto al hermetismo / Preámbulo
___
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