La que silva por la casa
a Madelyn Ortiz Vélez
Mamá, virgen que me heredara
mis costillas, las que pega con saliva de seda
de otros mundos, a las puertas de mi ser
en este cosmos, mamá la sideral,
la spinoziana que calcula el panteísmo
con los ojos y a eso le llaman buen cubero
y matemáticas, madrugó silva que silva
y yo, molido, con mis piernas
que no quieran erguirse
[ayer caminaron mucho, junto a ella].
Se metió en cuanta tienda existe.
Le dio rienda, suelta rienda,
a esa sospechosa acusación que Papá hace:
«Mujer, hay que ser ahorrativa.
Tú me pareces que eres gastadora.
Que piensas que el dinero brota
como si fuera agua de bajo de las piedras»].
Mas Mamá no hace caso.
Sale y me toma de la mano.
La noche nos sorprende en negocios.
A mí ... es la mañana la que se vuelve siglos.
Son tantas diligencias las que hace,
visita aquí, visita allá, a todo el mundo.
Ninguno la para y quieren saludarla cuando sale
a la calle, o la ven rumbo a la tienda,
a la barda vecina. Y la llaman y se entusiasman
porque va con uno de sus nenes
y salió de sus nidos y telares
como un trombo.
La ardillita recaudará sus nueces.
En eso anda hoy la esposa del maestro.
Es siempre la mujer que está teje que teje
y haciendo que bellotas de amor y de contento
se cuelguen en los árboles, han de ser
las futuras avellanas. O el sustento.
Sale, como ayer que no estuvo silvando
y tenía carita seria de abejita, atareada,
hasta que dijo: «Vamos a las cerialias,
por pan para el invierno»; y ella sí que sabe
sobre mediaciones, sobre pasión creativa
y simultaneidad con lo Eterno.
Utiliza materias de su espíritu, signos
que saca de sus huellas dactilares,
palabras hierofánticas que transmuta
del momento más duro del asma,
cuando parece que se va sin aire en los pulmones
a sus viajes extáticos, a cercanías kratofánticas
a orillas de la muerte.
En sus itinerarios, se detine en La Trapera
de Leopoldo Nieves que son la misma parentela
de mi padre; sube más allá del Cementerio Viejo
donde está Luis Cantántora como un polo inmantado
de negrura, Vigilante, y saluda a Polo El Prieto.
Entra a la Cinco y Diez de Doña Chefa Jiménez,
una jamona del Pueblo; seguro Las Delicias
será el último paro... antes, porque puede que no conozca
la palabra ágape, visitará a poderosos,
a las familias ricas que tuvieron
algo ver con los nuestros.
Ella bien que se sabe en forma y contenido,
en identidad conceptualizadora lo que es justicia,
pasión ante el prójimo, buena voluntad;
herir el irracionalismo puro de kantianos,
hijos de puta del imperativo categórico,
exorcisar a esos anglófilos, rooseveltianos,
de la Vieja Colchoneta,
chupasangres antes de La Pava.
Por eso se va donde Mochei, la esposa
de Sagardía Sánchez y de la cepa Torréns
que eran los buenos; ahora él es diputado
en la Legislatura, Puerta de Tierra.
Puede que ella no conozca, en rigor, de gobiernos
ni de agendas prioritarias, ni de sofistas de la nueva
y la vieja demagogia, pera ella sabe hablar
y no decir pendejadas como María Culito subida a las tribunas.
Mamita habla de tal modo que el Estado parece
que dependa de universalidades de Hilandera del Cosmos,
de la vieja urdimbre aracnológica a la que la Virgen Atenea
le sacó los ojos, le tapó la boca, le dio el asma en la soga
de la asfixia, en el innoble cadalso de la ahorcada.
Ahora es ella, la que sale a la calle,
en forma de Mamita, ardilla lidiadora,
vecina próxima al Caserío Mández Liciaga,
y porque Doña Bisa representó la Casa de la burguesía
señorial y aristocrática que ella comprendiera
por sus viejas intenciones, con ella va,
con María Luisa Rodríguez Rabell,
viuda del Juez Negrón, y es otra araña,
hilandera, tejedora de justicia, ambas creyentes
en los Eternos Tapices que cuentan la historia
de los dioses curioseanndo entre humanos,
amores posibles de dioses, sus andanzas,
sus buenas o malos engañifas.
O mentiras piadosas.
No es mofa de Aracné ante la diosa Atenea
(es cosa donde hilar se concibe, la idea
que lo Divino se mezcla con lo humano
y la historia divina y la profana se coinciden).
Y Mamá dialoga ésto, no sé qué vende, que no sean
palabras: Mamita es una ardillla charlatana,
oradora, con boca limpia como sus manos.
No han de ser Causas Perdidas las que ella
promociona; sabe que de estos viajes
al Pueblo, a pasito lento de camino,
porque, en mi caso, cansan, fatigan,
depende nuestro invierno cuando se vaya
ese Sol tropicaloso...
Ayer fue al Pueblo, regresamos.
Y Mamá, dulce Abeja, hembra de estrella
que se vuelve avellana, ardillita traviesa,
juguetona, hoy silva, brinca como mosquita loca
de pared a pared, y en cada flor de la casa
deja sus besos de mariposa. Y, como un ruiseñor
o sabe diós que avecilla, tiene una canción en los labios,
una melodía sin letra, pero sonora,
obsesivamente contagiosa y agradable como miel.
Lo sé. Es que ayer visitó enfermos,
tristes, desconsolados, compró cosas, miró lo uno y lo otro,
se trajo mercancías a plazos, en lay-away, a fiado.
Yo vine cargado de paquetes, yo tan sudoso
que hoy casi ni me levanto; pero, ella quedó dura,
cantarina, resistente, madrugó silvando,
silvando, silvando.
Y ésto durará meses y meses; posiblemente,
antes que el invierno llegue, me dirá lo mismo:
«Esta vez será el campo», visitar a la Abuela,
a Cidral, a Mirabales, a El Guacio,
a ver los viejos Alicea,
los Prat, los Arce, los Luiggi,
los Brignoni, los Vélez,
los Ortices y Arocena, y «claro, Carlitos,
tus animalitos, y la nena que te gusta
de la escuela, a esa que escribes
en secreto, tu prima de ojos azules
sí, la de versos al campamento
de El Guacio».
08-12-1976 /
<>
El ultraje de los paradigmas unitarios
La Abejita me dijo: «El que quiera Templo
tenga útero y aprenda a defenderlo;
el templo es la vagina buenamente templada del carácter.
Aprenda bien los ritos que lo adoran,
la soga que se ata al pie y a las mandíbulas,
el pan que come, el vino que consagra».
Ella que fue hormiga, casi ignorada
en el reino de la Vida, hoy es dueña de Axis Mundo.
Tiene árboles que signifcan el hombre / la mujer
con los pies en un fondo secreto,
nutrición de raíces, la fe de la abundancia,
corrientes ocultas de Arquetipo,
alquimias de ser, en las kratofanías,
clave de ser en lo Sagrado
y por eso me dice cuando charla como ardilla
y juega sacando piojos a mi cabeza soñadora:
lo que ha de designarse Ser Madre Tierra
es Tu Acompañante Subterránea,
la que sólo, en apariencia, te abandona,
la que ausente da un cobijo en lo secreto
para que llenes tu vasija vacía.
La que hará tu corazón una tierra encantada,
la que orienta sobre estímulos
a tu ontogénesis cuando vengan a atraparte
a encerrarte, carapachos de intriga,
bestias de mucho caracol
con mierda adentro.
Cuida esta unidad, hijito mío.
Tén útero, tén templo
y no que dejes que nadie te cambie
el paradigma, porque de esa manera
es que ultraja la cultura y nos nace
el Estado / paranoico.
08-12-1976
<>
Las vírgenes de ayer a Doña Dolores Prat, mi bisabuela, a doña Eulalia,
Ellas no eran lánguidas, mosquitas muertas.
mi taratara abuela, reina de los Prat-Cadafalch,
y tal como mi abuela Laura lo contaba a Mamá...
Eran duras como las nueces y las avellanas
aunque tuviesen la rosadez de un salmón,
rayos de transparencias de las resolanas.
Ellas eran hacendosas, a veces pequeñas
como las hormiguitas, a veces frágiles
como alas de mariposas, pero, en lo profundo,
tenían misterios de matamorfosis,
mediaciones simbólicas. Mucha alma.
Contactos con el misterio,
aunque todo lo lamieran de gusanos,
o de un grano de carbón de piedra,
o un pedruzquillo del azúcar.
Tenían antenas, o eran como formícidos,
insectillos sociales. Fueron quintaesencia
del Cretáceo, ángeles en apoyo de colonias,
lo más dulce al quehacer productivo
de la vida y el control biológico
de los cielos de abajo:
eran vírgenes de la Tierra.
Ellas podían ser el fuego, hay hormigas así,
ardientes, invasoras, que entran en conflicto
con el macho que las quiere pisadas
como si fueran la formica, o el linóleo
para sus propias plantas.
Entonces, son incendiarias.
Pero esta vírgenes, con el nombre del himen
dulces / o salobres / a las lenguas, van alborotadas
a sus ocultas grutas, vuelan, tienen sus propias alas,
se las sacuden cuando ya no les sirven
y nunca son lánguidas, pazguatas, pendejunas.
Hay vírgenes, sin embargo, que son avispas hembras
y son muy grandullonas y aterciopeladas.
Esas son meras termitas, aunque sean vírgenes,
pero son las de hoy, hembras sin alas.
En vez de ser omnívoras, comen vergas
y ni siquiera las degluten, lamen escrotos,
gritan mensadas, se sienten hasta piscianas,
dignas del mar de maravillas
y de falsos Acuarios, no quieren regresar a Gea
y su paradigma cultural es tener un Pitón
más grande que el del macho
y no dar un tajo, ni en defensa propia.
Ya no quieren ni tener antenas en codo,
como sus viejas hermanas. Con oírse a ellas mismas
les basta, con verse engrandecidas;
ya no quieren ni el tórax ni el abdomen,
sólo las cinturitas para el vestido
majuno y entallado; su Christian Dior de artificio
más que feromonas. A su ombliguito le llaman el peciolo
de moda, el torso tiene que ser de X medida,
perfecto, como se lee en la revista Cosmopolitan.
Las mandíbulas la quieren como raquítico emsamblaje.
Quieren ser lánguidas, fantasmales como si el exoesqueleto
pesara y los dejaran, en algún gavetero.
No. Ellas no anhelan el trabajo, sólo al buen proveedor,
o, aunque no las mantega, un macho
que le coma las nalgas y le haga citas
en discoteques, joyerías, cinemas.
Ellas no quieren más la madre que le diga:
«Toma la plancha. Vé y lávame esta ropa.
Ayúdame en la cocina. Carga ese grano
de azúcar, este pedacito de semilla».
No. Ya no cultivan jardines.
Compran flores de plástico, ya no diseñan nada.
Ya ni componen ni descomponen algo.
Antes hilvanaban el cosmos con sus hilos y sí,
sí sabían pelear y tender trampas de seda
y comerse al enemigo con dulzura, enredándolo en una telaraña.
Ahora hay que defenderlas, cada vez son más pendejas,
engreídas, creen que saben y no saben nada.
Las violan en medio de un hilo dental.
Las vulvas se las miran a distancia, les sacan
los clítoris, con todos sus aromas, y ellas se van
recontentas, triunfadoras, creyendo que danzaban.
Le basta que les digan: «Son lindas, deseadas,
me gustan, muñequitas», aunque virtudes no se detecten
en antenas, no se transmitan a sus almas.
Pero aquellas, las primeras, vírgenes fuertes,
las de dos mandíbulas, aquellas sí
que transportaban alimentos y sabían construir
nidos para defenderse, tenían bolsillos
para cuidarse, cámaras intrabucales
para guardar su pan, para amparar su honra.
Y su mundo, como hoy, estuvo llenos
de macharranes asqueros.
No es nada nuevo.
La de antes, las por mí queridas, sobre todo,
compartían, querían sus hijos, los celaba de perjuicio
en el cochino, tribal, puto mundo, y les pasaban amor
a otras hormigas, o larvas solidarias.
Tenían, sabe dios si seis patas ancladas,
para pisar en firme, no irse con el volátil peso
ante las saturnalias
y la tristeza de los días del Tiempo.
Tenían su garra ganchuda para escalar infinitos
o trepar superficies, como esas zonas rosas
en que las matan, las persiguen, las atemorizan.
Querían machos alados e iban con alas
a los vuelos nupciales y no eran lánguidas, no.
Nunca fueron vírgenes lánguidas.
Ojos poderosos, grandes, le sobraban.
Las llamaban Energía, las fuertes, viripotentes.
Con sus ojos sabían de coqueteo,
no de entregas sumisas
y eran dueñas de sí y de lo externo.
Tenían panales, albergues, agujeros
túneles bajo tierra, y salían a la luz.
Se mostraban sin bulimia ni tan mánicas;
el viento nos la barría contra los lodazales.
Ellas, sí, fueron vírgenes,
gozosas, seguras, orgullosas, del Trabajo.
17-12-1976
Del libro LAS ZONAS DEL CARACTER
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