Alguien tiene que amar
y llevar esa bandera al territorio
de su sobrevivencia, al clamor
de sus huidizas formas de contacto
más allá de las definiciones.
Aún triste, soy tan lúcido.
No. Lúcido porque sobrevivo, asomado
a la curiosidad como alimento.
Imito al niño que espera, o al viejo hambriento
que se confió a los juegos de las probabilidades
desde una urgencia, o una quieta invalidez.
O una limosna grata.
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