¡Cómo me duele, cómo me duele,
cómo me duele que te vayan a tocar!
Corrido norteño
… pues, búscala,
con más prisa que corriendo, Joseph de Maistre.
Haz que venga como pordiosera de rabo largo
y felino mimo porque soy el amador dispuesto.
Seduciré a la amada, la quiero para mí.
¡Acierta a ver su paso por el mundo, vincula
su dulce positivismo radical a mis postulados
hic et nunc, a mi etrusco-bálano imperial!
Que me quemo de celos si otro la tocara
y no yo. Que un lombardo en Londres la compre
o me la entregue, con las nalgas suaves
pero sangradas como el pain-moufflet.
Persíguela, tiéntala entre martinistas de Lyon.
Jeremy Bentham, localízala hasta en Cloud-Cuckoo.
En los entresijos del Imperio, en cavernas
de brujas repulsivas y epigardos ocultos en wookey holes.
Traéla de una oreja si resiste, no importa
que te difunda la noción de que su alma es
siempre libre y no será para mí, no importa
que te diga que la muerte escapa
a mi potestad que es mía o la que es suya,
o no es de Nadie. Amar es un objeto de fascinación
y, ¿quién hay tan libre que se consuma por entero?
No. Escucha, Sir Palmerson. Yavana me dio
la autoridad: John Locke, Quesnay, Adam Smith,
Enmanuel Kant, y firmé la Gran Convocación.
Ya van a preparar la Cruz, la segunda cruz
y las túnicas blancas y el vestido de púrpura violenta
confeccionado ha sido: ya van a cumplirse decretos
que el Cíclope exaltado animó:
echad la Linga al fuego y encended
el horno, Yoni en tracia ofrenda,
a la Gran Bestia de Tamas.
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