Era yo, era yo.
No fue Novalis con sus flores azules.
No fue adelanto en llanto o dulce profecía;
no fue la reverencia a las noches románticas
de bohemia y tragos y poemas;
era yo, echándote la biga,
recordándote que el rebaño es invención
de los canallas y adaptarse, manipulación
de John Locke y doctrinas bestialistas,
alimañas thomas hobbeanas,
ácaros inmundos de sensorial certeza...
... pero estabas tú,
gozosamente entretenido con la angustia,
atento al gargajo que te tiran,
aún idealistas del descreimiento
y junto a tí el coro
de tuberculosos de la fe perdida.
Un funeral propusieron
con rito de congojas
y amor friolento
y volví a pedir: reacciona, Manuel,
acuña la alegría, tú amaste a Lola,
«bella, cariñosa, anhelante»,
amaste a Elvira, a Laura, a Rosario,
a Merced adorada, Manuel, poeta de nocturnos.
¿Valdrán ellas un poco más de vida?
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