Te hallaré una vulva, pequeño mío.
Ahora que el Hacha se cayó de mi mano
y soy dueño de todas las delicias
otrora negadas por la sombra
y los cinco custodios digitales del Manotas.
Te juro por este negocio, amado crío:
¡Eres dueño del coño y de la pija!
La casa de tu ser, nuestro ser,
prójimo mío, necesitará
una vulva compañera,
el Pozo del Viviente que nos ve.
Te hallaré vulva, porque es
la tierna morronga, tu capullo
(templo nuestro en el proceso de la vida)
y el pétalo contemplará el rocío
y el beso del sol escapó de la sombra.
Una vulva, con vellos abundantes
bajo su ombligo y vientre,
que sea valle de tersura, ella tiene.
La niña, quien vírgen permanece, será tuya.
Son sus apretados labios intravulvares,
hazaña deliciosa y es su vagina
aún más dulce que su boca,
y te espera con los poros
excitados y la esperanza pura.
Una flor en calpelos es en la alta rama.
Con sonrisa de mujer, allá en la fuente,
te dará a oler su aroma grato,
te dará el agua, te abrigará en su casa.
Y su clítoris, a tus dedos será sensitivo,
a tu tacto, duro; a tu sexo,
impregnación aceitosa.
Untará a tu cuerpo jalea de su alegría.
Cubiertos de mantilla están sus hombros
y el rostro, con un velo, se cuida de codicia.
Bajo las bragas, está empero
un cántaro que gime, hijo mío...
Del libro Estéticas mostrencas y vitales
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