Está clavado en la internet. Escribe sus datos más o menos honestos en un portal de amistad y de romance, según me dijo. El se llama Miguel. Lo conozco. Es de esa gente que, gratuitamente, observa de reojo. Me teme. Hoy ha tenido un gesto amable conmigo. Me trajo a la Biblioteca, donde yo consultaría un par de documentos en lo que se compone mi coche. No tomó mucho tiempo que adquiera mi información. Hice, por igual, un par de fotocopias y entregué unos libros.
Sin pretenderlo, estábamos plenos de tiempo. En la sección de computadores, él se metió en la red. Me pidió la paciencia de esperarlo y hasta me alegré que él se entretuviera en esta sala tecnológica del campus. Aproveché para consultar mis archivos, siempre pendiente a no quitar de él su tiempo.
«No hay problema», le dije. «No tengo prisa».
Me senté ante un computador conectado a la red, a su lado, tan pronto terminé mis gestiones. Abrí mis archivos en el administrador de Geocities. Le dije: «¿Sabes que soy 'webmaster'? Manejo sitios muy visitados», presumí. Se lo dije al verlo ya menos interesado en lo suyo que en lo mío.
«Poesía, literatura, filosofía», reaccionó al observar mi pantalla. «Ya sabía yo, estás reloco. La gente no lee», añadió, pero yo le mostré que sí leen. Muchos me escriben, me comentan y son varios centenares de millares. Lo familiaricé con las estadísticas de mi sitios, mis blogsites y mis cartas.
«Al menos el estudiante motivado lee. Esa es mi labor».
Comenzó a hacer cálculos. «Un billete por persona y ya no tendrías que trabajar», se entusiasma. No entiende lo que digo, sí, es tonto. Todo lo reduce a negocios y gallinitas de huevos de oro. Me pregunta cómo un 'tipo con tu talento, con todo lo que sabes, no está millonetas'. Un maestro es un muerto de hambre, según él.
Hoy es el listo el que hace dinero. Obviamente, puntualizó: «Tú y yo estamos jodidos. Un poeta y un chistoso». Se incluyó, entre las personas honestas, sin reparar en el millón de cosas chuecas e inconsistencias en que se fundamenta su vida. O que tiene por ideales. O que ya me dijo.
A él lo llaman El Señor Blá blá. Escribe con los pies sus columnas de chistes y humor en uno que otro periódico. No hay consistencia ni periodicidad ni en sus esfuerzos ni en sus escritos. Siempre garabatea lo mismo. Trabaja de ganas. Además, no hay en lo que aporta algo nuevo. Uno ya ha leído lo que escribe en otros sitios. El sólo ha refraseado o refritado lo de otros. Nada suyo es original ni soprendente.
Le recordé que una vez escribí sobre él un artículo, advirtiéndole que se cuide de éso, que lea y se eduque, que haga historia; pero, entonces, él sí fue muñequero y tuvo una revista ilustrada por él mismo. Le dije que, en los EE.UU., los muñequeros hispanos tienen el campo vírgen y promisorio.
«Sí, yo lo sé. Eres un intelectual. Me pegaste una cagada. Con bonitas palabras, me díste la arrastrada; pero bien, me dijíste que yo tenía talento. Soy buen dibujante».
«¿Y que pasó con la revista al fin? ¿Volvíste a sacarla al regresarte a San Diego?»
«No. Cosas de mercado, broncas con clientes, o anunciantes. Es una chinga, sea donde sea y no da ni pa' tragar... y tú queriéndome poner a estudiar, a quemarme las pestañas. ¡No la jodas!»
Ese es el lenguaje y actitud suyas. Vulgar, confianzudo, irreverente, populachero; él siempre quiere ser chistoso a expensas de otro. Quiere vender un chiste y hacerse rico. Es ingenuo. Es güevón. Espera maná del cielo.
Desde siempre, me puso la etiqueta de intelectual sólo porque siempre estoy leyendo. ¿Qué? ¿Le parece un delito? Dijo que siempre estoy serio. Que no sé reir. ¡Ni que viviera conmigo las 24 horas para saberlo! A un tipo que, como yo, él casi no ha visto, le espeta todo lo que se le ocurre. Ha dicho que estoy hasta loco, porque una vez leyó de mí unos versos que sólo pueden ocurrírsele a 'uno que se las truena'... Todo lo que no entiende, o con lo que no está familiarizado, es una mafufada.
Ah, bien, si ése es el tipo de su humor, que con su pan se lo coma.
Un intelectual es, para él, no quien utiliza el cerebro y desconstruye filosofemas, porque se educa y aplica metodologías, si no uno que se complica la vida. Un maestro de un colegio comunitario, a tiempo parcial, es un wannabe. Tiene un pie en la calle.
Sinceramente, su intromisión en la vida mía, tan ajena a la suya en todos los aspectos, no es ofensiva. A él lo que le falta es sustancia. Su educación es pobre. Nuestros estilos de vida son muy distintos. No es necesariamente maldad que no me entienda. O que tomara a mal mi consejo. Su ideal es el del listo, pícaros con suerte, de los que hemos conocido a muchos. Yo creo en el ser, él en el tener y el aparentar.
Ahora, casi por primera vez, estábamos sentados a solas, uno al lado del otro; a nadie tenía para sacar raja, pretendiéndose el chistoso y tomar como punto a quien parece más serio. Estaba, sin escapatoria, ante quien lo puso parejito por necio, por desperdiciar su talento como muñequero y caricaturista. Dios le da pelos y trencitas a quien no tiene cabeza.
Supe que anduvo en estos días, en cierto modo, desesperado. Su empleo pende de un hilo y me lo dijo su empleador. Que es irresponsable. Que llega tarde de Tijuana. Viene a trabajar sólo cuando quiere. Creyó que la confianza del jefe se compraría con pleitesías y chistecitos. O menciones serviles en su columnilla de marras.
Mas lo que a Miguel preocupa, en este instante, es que él no se sabe evaluar. En vez de redactar un resumé para enviarlo a otros prospectivos empleadores, está llenado un cuestionario para ver si consigue una mujer. Lo cantó claro a mis incrédulos oídos: Busco vieja, con casa propia, profesional si es posible, que sea caliente, cogelona y me mantenga. Creí que era uno de sus chistes; pero, hasta juró por su madre, que estaba hablando en serio. Coño, 40 años, y no ha puesto sus pies en tierra.
Un carro bueno, casi del año, al que subí, el que maneja, no es suyo. Es de una maestra de escuelas de San Diego. Pero se lo va a quitar. Ella le pidió las llaves.
«Estoy parchándomela», me confesó. «Llevo con ella cinco meses».
«¿Tienes otro carro?»
«Ni máiz. Estoy jodido».
Ahora ni casa tiene. La gringa ya quiere que él se vaya. El no le conviene. Está fallando. No aporta nada. No se entienden. Miguel habla muy poco inglés. Ella se fastidia. El quiere sueldo, casa, carro, ropa, viáticos y, más jóvenes que él hay de sobra cabrones para que ella los elija por amantes, si cierto que ella no quiere casarse, sólo divertirse con los hombres.
«Bueno, ¿y qué querías? ¿Que te durara para siempre? ¿Por qué no la conquistaste? Esa relación ha sido bastante cara para ella. Te dio bastante. Mutua aventura. ¿O están sus bienes mancomunados, o firmaron contrato?»
«¡No jodas! Ayúdame a llenar ésto. ¿Cómo decir finamente a las cabronas que yo seré el macizo, que soy talentoso, pero ahora necesito quien me eche una mano?»
«¿No sabes hablar de amor? ¿Tú que dices que, por ser serio, se espantan las chamacas? ¿Que la vida es más sabrosa con un chiste a flor de labios?»
«No quiero esposa. Quiero un cuero de vieja que me mantenga».
«Todo tiene un precio. Hasta eso, ¿no me dijiste?... ¿Ni a mentir a ellas aprendíste?
Buena cosa es aprender a hablar sobre sí mismo. Queriendo aparentar que es listo, se duplicó como tonto. El mismo se sospecha un fracasado. No puede hablar a nadie de sus hijos. De familia. De valores. Platica del modo que aprendió de sus precarias e infelices fornicaciones. De putas y lujurias ha de saber un chingo. Por eso siempre, entre él y yo, se produjo poco diálogo; uno pone la voz y los oídos donde tiene su alma. Esta amistad es distante, casi inexistente; él sí me tutea y argumenta que me conoce, que podemos ser íntimos. Mas es una apariencia que brinda a otros.
Adivina que, desde hoy, lo tomaré menos en cuenta.
«¿Qué? ¿Tienes o no riquezas físicas o espirituales que alegar en tu defensa? Sé rotundo», le pregunté.
«Soy caliente. No me aguanto. Necesito más de una vieja a la semana. Una distinta cada vez».
«¿Estás seguro?»
El chistoso se puso colorado. No resistió que lo mirara. Cerró el archivo de solicitudes de romances. Dijo que ya habíamos perdido mucho tiempo.
«¿Te enojaste?»
Acabo de retirar el usted y el señor Miguel por primera vez a su persona. ¡Y ha dolido a ambos!
¿De qué ha valido vivir 40 años con esa mentalidad? A mi juicio, es un mediocre consumado. Una de esas bestias primates que pasan por sapiens. Y, me sospecho que estoy ante un embustero en la cama y en la vida. Me llevó al taller a recoger mi auto. Veinte minutos sin pronunciar una palabra.
No me gustaría ser un chistoso de esa laya ni aún teniendo la mayor destreza del mundo para hacer mi propio muñeco. Uno que pretenda ser listo, no siéndolo.
Sin embargo, toda mi tristeza fue haberlo tuteado. Bajé a su nivel. Al menos me hizo un favor.
11-9-2000 / De libro El corazón del monstruo
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