Sunday, August 16, 2009

Kim, clin clin


Un hombre bueno, ¿quién hay que diga lo contrario? Dio veinte años de su vida a la empresa con la que trabajara, años fieles de clin-clin, mas, justa y cuidadosamente compensables, aderezados, en atención al nuevo jefe y taller del semanario.

«Kim está malo, el buen Kim», fue el lamento.

Después de otros quince años previos, como reportero deportivo y, aún como reportero de noticias sociales en Tijuana, B.C., México, él se mudó de Tijuana al Norte.

Reubicado en el Condado de Orange, al Sur de California, continuó en el ramo periodístico. Acerca de él es que hablamos. De él porque se echa de menos su flaca presencia en los parques de pelota y canchas de fútbol…

En verdad, como nadie es perfecto, en torno a él y su legado, hay sus versiones. Con sus notas, Kim fue desvergonzado. Además del salario, cada notilla suya escondía su clin-clin. Alguna sutileza él tendría para hilar en su tema futbolístico como parte de la urdimbre de una deuda pendiente que dejara el director / dueño de equipo / sin pagar. Al final de cada articulejo, como si fuera esencial a sus descripciones del partido y el informe de sus resultados, envíaba el recordatorio.

El cobro de la nota publicada, haya sido el propósito el de inflar la victoria o la actuación del entrenador del equipo, podía ser un six-pack de chelas. «Y tú sabes: ¡No bebo Coors; por si acaso te acuerdas!» Una foto incluída cuesta tanto. Una foto innecesaria, el doble.

Kim es negocio puro. Hacer que él sonriera a su enemigo es cuestión de responder a un ‘¿de a cómo no? y vámonos recio’. Nada es FREE, decía este sabio chino, FuManChú con guaraches y más flaco que el hambre.

«Que se nos va el buen Kim», me dijeron.

«No se va. De seguro que hace alguna transa con la Muerte».

Probablemente. El vicio del cigarro lo convirtió en un chacuaco empedernido. Fumaba de tabacos fuertes y apestosos. «De algo me voy a morir», porfiaba él y, para que no se equivocara, vino el preaviso de La Calaca. Lo estremecieron dos embolias contínuas y quedó trunco del lado derecho de su cuerpo.

Un día después no llegó el trabajo. Amaneció en el hospital y, en cierto modo, casi pidiendo cacao ante La Bribona huesuda.

En las empresas para las que trabajó, dijeron:

«¡Apenas ni te conozco, pinchi Kim!» El viejo resultó, al fin y a la postre, inmigrante indocumentado. En la tierra de ilusiones, la Tierra del Mito, aquí donde su mujer lo abandonara, tuvo tres o cuatros críos.

Al final, quedó cuasi inválido, tartamudo a los 60 y pico de años y, peor aún, con sus cuentonones por gastos médico-hospitalarios. Quienes fueron sus jefes-patrones no querrán su parte en los adeudos.

«¿A quién se pagó el dinero que se descontó por concepto del Seguro Social? ¿A quién el descuento anual por razón de sus State & federal taxes?» Al parecer, tiene tres o cinco nombres, que sea Kim quien resuelva el asunto, dijo el jefe por no echarse la bronca y el mito.

¡Cómo sacan al parche los que, a final del partido, no quieren las cercanías con esos duendes de las ocasiones disruptivas que llevan en sí su propio impulso de disloque! Este coreano es de esos duendes traviesos e impensables.

«¡Pobre Kim!», se decía sobre él porque fue un tipo bonachón, más popular que simpático.

«¡Pobre si no tuviera pa’l entierro!»

«Quedará con una pata chueca y un brazo muerto», dijo el hijo.

Era amigo de quien quería, casi ternurosamente; pero, a quien no le agradaba, lo distanciaba de sí rotundamente. Negaba hasta el saludo. Lo miraba como un ser inexistente. No dirigía a él ni la palabra. Si no entrabas en el imperio de su gracia, hablar a Kim sería como hablar a la pared.

No era chismoso. Simplemente, ignorador. También tuvo sus detalles de viejo rabo verde, enamoradizo. Obsequiaba un chicle, un dulce, algún detalle, que no hubiese costado a su cartera. Era, para joderla más, feo y cursi. Codo, miserable, aprovechado. Una mujer de buen culo, con trasero curvo, ya sería, para él, la hermosura andante y, si tuviera menos lengua vulgar que una cultura narcisista, ya era su ‘musa’. Entraría en la iconografía de sus placeres y pretensiosidades.

En éste, su último empleo, ha sido descrito como un chueco.

Como en regla con el PRIsauriato, se legitima. «Nada tuvo que cumpliera con las normas del 'This is America': su tarjeta de Seguro Social, sus trámites de residencia, su licencia de manejo, todo tenía sus marcos fraudulentos… Hasta la credencial de elector mexicana fue resultado de un trámite chueco, sabe Dios cuándo…

«Nada se pudo hacer por ayudarlo», explicaría el jefe a sus compañeros de trabajo que aún preguntan por el Viejo Kim, el reportero al que llamaban «El Chino».

«Aún está recluído; la terapia será larga».

«Pobre chino», dijeron.

«No. Coreano», aclararon.

Un coreano, nativo de Veracruz, que no hablaría ni pizca de sus idiomas ancestrales, tan sólo ese español tan turbio característico del snobismo y la Tijuana fronteriza, Spanglish con chilli sauce, internacionalizado e impuro.

No se sabía cuando tenía los ojos abiertos por oblicuos. El silencio desubica. «Lo uso con la chota y la migra. Con el pico callado, no me incrimino». A no ser que abriera la boca, uno que otro policía gringo, se engañaba. Se imaginaba que hablaría el inglés, bueno o malo y no fue cierto. El español de Kim no sería del todo malo.

Cursi, casi mamón, sí, estaba lleno de modismos.

Como mexicano, lo delataba su gusto por usar los guaraches, la cachucha de L. A. Angels o el uniforme de árbitro de béisbol. Arbitraba, a razón de $30 por hora de juego. Para que no hubiese duda de él que arbitra los juegos de las temporadas amateur de las Ligas y obtiene su dinero extra los fines de semana, se calzaba sus tennis shoes al menos cada lunes.

Desde joven hasta la edad que tiene hoy, sobre el señor Kim, el jarocho, se especuló si sería tan feo como es. ¿Tendría de muchacho el pleno de sus dientes? Por fortuna, sus hijos heredaron la genética materna. De él, al padre bueno que se fajaría por sacarlos adelante. Crió una familia ejemplar. Son chicos decentes, jaladores. Ante ésto, habría que perdonar sus defectos. Kim cumplió con su prole hasta el final. Fue padre y madre.

Cuando quedó solo, pues se casaron sus hijos, la única compañía que se buscó fue su enorme perro, a quien quiso más que a su madre. Dicen que rentó su garage en ciertos periodos de penuria; pero el perro, ese enorme perro, fue demasiado celoso de la casa y echó esos negocios a perder.

¿Kim como un tipo gordo y con dientes? Primero muerto que cadáver… «Chino corrupto y mellado», «pinchi chino clinclinero», a menudo fueron las frases con la que se le describiera. Casi siempre andaba en fachas, con la misma ropa y el hediondo tufo de cigarro. Le gustaba, al parecer, que los amigos de su círculo verbalizaran su cruda estampa. Lo acusaran de ser lo que es y había sido, según recuerdo haberlo oído: la perfección del que muerde, del corrupto. Sólo así se auparía para decir: La corrupción somos todos.

Alguna vez, por los ingratos tratos maritales de la señora que le abandonara, a falta de sus atenciones más sutiles y deudas más dignas y macizas de macho, empinó el codo, se pegó sus chupes. Desde que las chelas le gustaron, con calculada moderación pues tuvo hijos y quiso dar buen ejemplo, él fabricó sus frases de despecho. Evitó el desconsuelo: «¡Ay, Amalia, cómo me has ponido!» Parece que la quiso, más no lo suficiente, para entregar a ella la casa que ambos compraron. El la demandó por infiel y le quitó los hijos. No se avergonzaría, en lo inmediato ni más tarde, al decirlo. No le dio ni para tacos de tinga. Menos la casa que había comprado en Tijuana. «Que la mantenga y la teche su amante o su marido. Cornudo, pero no pendejo».

De sus casas, sentía orgullo. Son ejemplos de que poco a poco, de poquito a poquito, se va formando el charquito. Dos veces logró el Sueño Americano. «A clin clin fue, pero lo conseguí».

Se jactó de la heredad que dará a sus hijos. Casas pagadas con sus muchos kim-clines.

Clin-clin-clin, onomatopeya de monedas constantes y sonantes. «De cacahuate pa'rriba lo que caiga», decía.

Hay que aprender a vivir ciertamente, pero no de ideales; indispensable es ser práctico. Tenía sus facetas de filósofo pragmático.

Por mí, creo yo, sentía odium theologicum; representé su opuesto, el estilo idealista de la vida; la conciencia aún no alcanzada por el cinismo.

«No sabes vivir aún de las patadas; tal vez no has vivido jamás en la pobreza», me decía.

Justificó el dicho 'la corrupción somos todos' y su convicción de que todo ha de ser compensado. El PRI fue su escuela ideológica y él es agradecido en cuanto aprendió cómo se habría de manejar en la vida. «Cayendo el muerto y soltando el llanto», frase favorita a la que añadía: «Sobre el muerto las coronas» y «callitos, ¿crees que mi perro no come?»

Un favor no está exento. «¿De a cómo no?» y el favor se cumple. Por tal razón, ni un aventón a la casa era capaz de ofrecer al que lo solicitara como acto de confianza y amistad, yendo por la misma ruta. Antes diría: «Bueno, aún no veo claro». La claridad del billete verde, la claridad de la paga, favor adeudado.

Le encantaba jugar el dominó. Se conocía todos los trucos de baraja. Con la gente más viciosa, casi lumpenizada, pero, ya rehabilitada de sus derrumbes morales, hizo buenas migas. Tenía dos oficinas, una en la redacción del periódico; otra, en un club de ex-alcohólicos, donde podía fumar a gusto, beber café a todas horas y jugar a la baraja, billar o dominó, hasta altas horas de la noche.

Cuando se murió Don Chava, el amigo más querido que tuvo, conoció a quien llamaba 'mi hijo', un joven gentil que iniciaría su propia empresa, se sintió solo. El club de ex-alcohólicos cerró y el 'hijo' dejó de visitar al viejo cariñoso, casi chocho por sentimentalidad tardía. Una noche en su casa lo sorprendió un dolor en el pecho. Le dio hasta un derrame cerebral. Alcanzó a subir a la cama para esperar la muerte.

Se vio solo. Adolorido y postrado, ni pudo telefonear por auxilio en su emergencia. Su 'hijo postizo', el Gordo, llegó a visitarlo, por casualidad, la otra mañana. Lo llevó al hospital porque, aunque débil y paralizado, estaba vivo. Se dio a entender en señas. El Gordo lo cargó en brazos. Kim no era el mismo; pero, todos los que rieron sus gracias, o pagaron sus clinclines, lo dieron por muerto.

Mas sobrevivió. Con La Calaca también practica sus kim-clines.


4-8-2002 /
El corazón del monstruo

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