Monday, August 17, 2009

El Loro Guillé

Guillé es el clarín andante de mi pueblo. Juglar de la broza con rima, la poesía predecible, el pensamiento débil. ¡Ya es un joven viejo por lo mucho que sabe! y ha sido, por cuatro décadas, el cronista oral de la pasión y el bochinche. Uno que todo lo sabe y, con ingenio de palabras y gestos, lo dice. Repite como loro las novedades y el misterio, el escándalo y el ensueño, lo procaz y lo sublime. Dicen que lee y lee y come poco. El Quijote hizo lo mismo y terminó loquincho.

Sobre Guillé se dijo que se cayó del coy. Que fue un niño-promesa, sabio malogrado por el hambre, la miseria de los '20 le marcó la infancia. La Depresión del '30 lo embrolló en dares y tomares, reventándolo en Pueblo Nuevo y, años más tarde, como parto de los montes, nació el filósofo de la guerra, la que observó desde lejos, leyéndola en la prensa, poco a poco, día con día.

También es teórico, a puñetas, por la soltería. Con las niñas, se vuelve un caramelo. Solía rimar versos propios, o decir los ajenos. Aprendió a estar solo, a leer a oscuras, con el quinqué por testigo, a soportar burlas y aguantar el miedo.

Guillé nació para algunas proezas que jamás se cuajaron. Y es que una tuerca floja le vibró en la mollera, lo mismo que al Quijote y no se educó para otro arte que el que produjo a hombres buenos, gente pobre, abrumada, mas noble...

El periódico de ayer le da su alimento. Es su Arbol de la Ciencia y del Conocimiento. De sus frutos, con sus lecturas, muerde el Mal y peca. Y si del Bien muerde, nada sucede. Y él cae, vegeta, desespera muchas veces, pero se levanta y anda para un lado y para el otro. Baja a los bares de Millán; se mete a conversar con las mujeres, borrachos y vecinos. Conversar únicamente. No bebe. Se le ve en el Guayabal, en Norzagaray, en los rumbos del Caserío Méndez Liciaga. Siempre va y viene.

El quiso ser alguien, hallar su auditorio y su respeto. Y no pudo. No ha sido culpa suya. Lo entendió, lo presiente. En el fondo, sabe que habla solo. Que el círculo que lo rodea, a sus espaldas, se ríe, pocos son los que oyen. Muchos son los que miran, sin oírlo, pero que con él se divierten.

Dentro de sí, como sangre, circula la tinta. Fluye en sus venas desesperadamente. Cada dato que lo obsede y lo nutre baja por su gaznate como bolo digestivo. Guillé defeca en la letrina un mojón de palabras, excrementos editoriales de argumentos incomprensibles. Es una crónica orgánica, el Pepino viviente.

Guillé desayuna sus noticias. Las masca y traga, a veces con el corazón vacío. Y sale a la calle con virtud enunciativa, va y lo declara todo. Su misión es sumar su voz a la vocinglería.

¿Qué otro remedio le queda?

No es que Pepino sea un pueblo palesiano, donde nada ocurra en términos empíricos. Al menos, nada trascendente es común en ningún lado. Vivir, sobreviviendo, es desgastarse cotidiano en la Nada. El lo sabe. Algo, si profundo, ser-epocal adviniente, lo tiene clavado a sí como su puñalada. Todo su pueblo, él incluído y cada pueblo, como dice Muñoz en su campañas, quiere comer más que lo come, dormir con menos estrés, soñar con menos tropiezo. Y aún así, tal victoria no se gana tan fácilmente. No ha sido posible todavía.

Guillé, quien sueña muy en grande con justicia, porque él vive la guerra de sus días, aún con más enormes fieras que las fieras del mundo que se matan, ha desarrollado su sentimiento anti-nazi, solidario, pacifista y, como socialista primitivo, su lógica no tiene parangón con los ideologemas que desinforman al pueblo. El va más lejos que esos socialistas de Padró Quiles y Don Nito, Alcalde de La Mogolla, que a punto está de ir preso.

A Guillé le dijeron visionario, pero utilizaron la palabra más idiota y cochina al decirlo:

«Mijito, tú estás loco, bendito».

La rutina de Guillé es simpre la misma. Sale de la botica La Central. En la mañana, se lee todos los diarios hasta que siente el hambre que cruje como bestia depredante y se lanza en pos de su bocado. La agonía comienza al mediodía y sus tripas la declaran como un editorial de los instintos. Se llena de harina hasta los ojos como si fuera un molino. Esconde sus chistecitos en su camisa de remiendos grises, tan raída. Y al fin, nervioso, discreto, sale con el periódico más viejo, El Imparcial, bajo el brazo.

A veces, se siente temeroso de que Luis Vélez irrumpa en su camino, cagándose en Dios y echando sus garatas, sólo porque se fue a Nueva York, se hizo gánster y se llenó de billetes para jactarse en grande, a su regreso, frente a gente humilde como Guillé, o los bodeguitas Adames y tantos otros. Gente buena de los ventorrillos y el campo.

A Guillé, Luis Vélez lo pondría como chupa si lo viera, jactancioso, le compraría las hambres atrasadas y el bostezo. Le daría un precio a su vida de gran disparatero, o soñador, cagón, palurdo. Así es uno y el otro, tan distintos.

«¿Cuánto vale que cierres ese pico, Toño Loro? ¿Cuánto dices tú que vale tu silencio, o cuánto recoges en limonsas al día cuando echas tus embustes a la calle?»

Sólo a él el juglar teme. El sí, poniéndolo de espaldas a la pared, es capaz de humillarlo hasta lo indecible. La alternativa es tan simple. Hacer que él responda, con el pueblo por testigo, si es un mataperro o un cobarde, un hablantín, idiota embustero o un ser auténtico y valiente.

Ahora tendrá que compartir con el mundo lo que extrajo al clavar sus ojos sobre las páginas y fotografías. Ha mordido con dientes filosos una que otra noticia intrigante del diario y, aunque ya ha pasado el fragor de la política, en su Pepino violento, apasionado, ganó la Pava, la esperanza del pobre, y él es feliz, aunque está triste en el alma. La injusticia sigue como voraz incendio. No hay ninguno que la apague.

«¡Nito no mató a nadie! Fue su hermano Felino», dijo. «Cállate, Loro. No te metas en líos».

Nito Cortés había sido el primero y único alcalde socialista del Pueblo. Fue irónico. Para ganar, su partido, el Socialista, se alió a la burguesía republicana, no ya la barbosista, sino la de García Méndez que, siendo del Pepino, era como un demonio infernal, según él dijo. Aquella absurda caldera, La Mogolla, hambreaba al pueblo, al obreraje de los cañaverales y fue como fiambrera de espejismos, oasis fantasmales en la arena. Una olla podrida de lamentos que, al llegar Fey al poder después de Cayo Estrada, dijo: «Hay que olvidarla. Exorcizarla. Hay que crear un nuevo mundo, así como Rabell, el unionista, creó su Pueblo Nuevo».

Para dar continuidad a banquetes de su novelería, Toño Guillé formó su pailita de curiosos frente a La Popular de Jalisco. ¡Qué difícil tarea: hallar las gentes ávidas y sensibles al conocimiento! ¡Gentes con quienes él discutiera, al explorar sus méritos, la propuesta soviética, la creación de las Naciones Unidas, después que la Liga de Naciones se fue a jurtas!

Guillé se pronunció por la paz y el socialismo fabiano del tipo que discernía Nemesio R. Canales y una vieja puta que llamaron Clementina Urrutia, o La Zorra, y que anduvo con Gerardo Forest cuando vivía en Pepino, y regresó sin él por el 1900.

Que, en diálogo multilateral, se evitaran otras guerras mundiales, ¡eso sí que él lo diría con alarde, a boca llena, corazón en plenitud! ¡Algún día será tal la noticia, la primera nueva de sus gozos! Eso sí que lo divulgará en Pueblo Nuevo, más ahora que a su barriada la llaman Stalingrado.

Visualizó esa utopía, con clamor profundo, como si fuera un marxista estalinista declarado. Y no lo era.

También, en la Navidad de 1944, por las esquinas de la plaza, maduró su tema sobre el posible Reino de Dios en la Tierra, el reino de la paz concertada por las Naciones Unidas, aún cuando la disolución de la Liga de Naciones parecía desmentirlo. Un año después se conoció el discurso de Churchill sobre la Cortina de Hierro. ¡Como a mierdas trataron a los comunistas que dieron diez millones de vidas en la Guerra recién acabada!

De pronto, tras las sentencias de Nuremberg, las ejecuciones de nazis asesinos y el Plan Marshall (que costaría 11 billones de dólares en aquellos tiempos de bostezos enormes), los rusos se transformaron, por juegos de sucia propaganda, en enemigos, y Guillé meditaba en estas cosas, noche y día. Sin embargo, en Pepino, en su desfavor, como si ésto lo desautorizara para dar opiniones, se le dijo:

«¡Cállate; tú no sabes un coño de la guerra!»

Ciertamente, él no era veterano, jamás cursó la elemental. Guillé no debía lanzarse a esos abismos, donde se viste en camisa de once varas aún aquel que es educado y ducho en el debate.

«¿Qué tanto dices, Loro?», le preguntó Cucán Oronoz. Supo él, Comisionado del Servicio de Reclutamiento Militar en esos años, que Guillé no decía ser patriota y buen americano; tirar la bomba atómica fue como bombardear a San Juan en el '98. Agresión desproporcionada. Abuso.

En adición, Truman propuso una doctrina contra la expansión del comunismo. ¡Ya está buscando pleitos, ya está en plan de condena y aspavientos! Paralelamente, el miedo a la bombas atómicas, como aquellas lanzadas sobre el Japón, se esparcía como el fantasma más horrífico, aún más que el mismo comunismo. Guillé fue el terco que dijo: las pasiones son más terribles que las bombas; la muchas prohibiciones son las formas de regir de los tiranos.

A juicio de Guillé, las élites británicas son las promotoras de las rebeliones del mundo. Es la nación bélica y colonialista, por antonomasia y no hay dos de su talla. Ella, la Nueva Albión, Babilonia de Occidente, todo lo corrompe y prostituye. Orden y Ley han alegado para imperar por la fuerza y quedarse con el Africa y Oriente. A la civilización, si es que la han representado, dieron su precio de esclavitud y sangre; ¿pero quién, sí, quién se atreverá a cavilar sobre estas cosas con El Loro, ese loco desbraguetado de las calles?

A él sí inspira terror el Holocausto. Impugna las colonias inglesas en el Africa y los planes de forjar un nuevo rumbo armamentista, el arsenal atómico. Si no hay que temer a estas cosas es necesario que lo expliquen. Que se aproxime un sabio y lo persuada. Que se inicie un debate sobre el asunto de inmediato.

Es bueno que lo sepan. El no es Don Simplicio, el tonto.

Sin embargo.... no fue tomado en serio ni aún siendo niño. Cuando aprendió a leer, como milagro, solo, nadie hubo que le dijera: ¡Hay madera en tí, eres prodigioso, me sorprendes, Toño!

Todavía no se comprenden sus miedos ni sus desesperanzas; pero él ni se casó, se morirá solo, medio admirado, a medias querido...

Cuando Cucán dictó que 'Guillé está loco' fue como si hablara el Papa ex-cathedra, se repitió: el Loco loro, memoria tiene de elefante, criterio de mosquito y lengua de loro.

El Dr. Franco lo miraba con ternura, casi incrédulamente, cuando lo oyera discutir cada artículo del Armisticio. Otros lo fisgonearon hasta exponer sus hurtos en La Central. Guillé creyó que nadie lo había visto cuando se llevaba los diarios de la botica de Manolo, sin permiso; pero, eso sí, los diarios viejos, los que ya habrían de parar al cesto de basura.

«¿De veras lees tú? ¿O es que repites lo que oyes de Pepe Franco o Geñito, el maestro?», preguntaron.

Se le había visto que devoraba El Mundo, sentado en un banco de la Plaza Baldorioty, pero, eso no es malo... él es Toño, loritonto, pazguato, moscamuerta, boquirroto... hoy casi pordiosero, porque no conoció realmente un trabajo, a no ser su pensamiento filosófico, sus lecturas y, aún versos y memorias de gentes de otros tiempos. Ser un juglar ya es algo.

«¿Sabes mucho, Guillé?»

Es la enciclopedia viviente de lo inútil, de lo histórico y errátil, de los siglos utópicos y los sueños paganos.

«No. Nada. Es mejor no saber que estar triste».

Lo observan de arriba a abajo, como a valepoco de alma. Hay días cuando, a falta de baño, bocado y sueño, a Toñito Guillé se le ve más macilento que de costumbre. ¡Da hasta lástima verlo!

Es vecino de ese noble Pueblo Nuevo, lleno de locos, putarracas, borrachines, ex-alzados e incendiarios de principios de siglo. No es que todos sean así; pero ese barrio ha sufrido. «Es uno de los nuestros».

Entre los pocos interesados en oírle, siempre prevalecía la misma preocupación:

«¿A quién del pueblo se menciona en la gacetas?»

Hoy es uno de los días en que sonará su clarín a los cuatro vientos. Y puede que su estómago vacío conozca una serenata de sabores y aromas de cocina. Le van a dar de comer hasta que engorde como puerco. Le van a dar monedas y hartar los bolsillos como nunca. Lo van a festejar y agradecerle. En la prensa, se menciona a muchos pepinianos. Se menciona a Juncal y Culebrinas. Pepino está en el mapa social, en las burundangas del evento comentado.

¡Coño, en la prensa nacional está Pepino!

Diez años le dieron al Alcalde. El va a cumplir como si fuera el asesino y autor intelectual de las conspiraciones.

Los nombres saltaron ya de las galeras. Fueron impresos en tinta, a fin de que se perpetúen en la historia, sin olvido. En la pista de una página, bailaron orgiásticamente los ojitos pequeños de Guillé y se asomaran a su boca, apurados, los nombres esperados. Los dijo. Una página de El Imparcial nombró a los pepinianos. Sí. Joaquín Oronoz, el ex-Alcalde republicano, dijo: «Con Nito se ha cometido una injusticia sin nombre... Tan pronto se instale Piñero en Fortaleza voy a verlo. Vamos a pelear contra la Pava».

Es periódico de ayer. No importa. Al fin, se dice: «Han condenado a Juan Evangelista Cortés. La Pava se ha salido con la suya. El nuevo Alcalde, Cayo Estrada, tiene el apoyo de Muñoz y dijo: ¡Hundan a esos hijodeputas de La Mogolla! Que ya el pobre de los campos no está solo. ¡Que sirva esa condena de escarmiento!»

En la mañana irá por otros ejemplares, leerá de ese articulazo que dice La Crisis del Pepino y la Violencia. Se agrega que «continuará». Es una serie. Guillé se agenciará la edición sabatina de El Mundo que, por igual, promete más detalles sobre lo que Norteamérica y Rusia han propuesto para el mundo, siendo que ya se comprende que Alemania es el monstruo más perverso de la tierra y esconde sus crímenes. Niega que haya tenido campos de exterminio, pero como moscas se cuentan los cadáveres de gitanos, eslovacos y judíos.

Dos días después Guillé el Loro diserta. Se enfermó por no hallar los periódicos del sábado. No salió a la calle por no haberse alimentado. No quería fallar a la pailita que ya por él preguntaban:

«¿Qué es lo nuevo sobre la guerra con los nazis, Guillé?»

«¿A quién del Pepino se menciona en El Mundo?»

«¿A quién mataron hoy que no sabemos?»

Ya está frente al Café Plaza. El llama la atención a la clientela que, de las traperas de Ney Hernández, se desplaza a los comercios contiguos de Andrés Velázquez y Jovito Hernández. Al fondo, se distingue Laurnaga & Sucesores y, en los altos, Vasconia. «¿Qué tanto dices?», le preguntó Luis Hernández, el piragüero.

Leyó que los Nazis esconden la evidencia de sus campos de exterminio. Que casi medio millón de judíos húngaros fueron trasladados a Auschwitz y que los rusos, proponentes de la Unión de Naciones, una vez que la Liga se termine, han liberado a Maidanek. Es que, Guillé con sus cuentos, creyó que Don Nito se consuela con la sugerencia de llamar a unas parcelas Stalingrado en el seno del mismo Pueblo Nuevo.

«Pero, Loro, ¿a quién le importa eso?»

En los cálculos que maneja, por cientos de artículos que ya ha leído, Guillé afirmó que las matanzas judías en Odessa, Kiev, Riga y Vilna, suman 128,000 vidas. Están matando a gitanos y polacos, van a seguir los negros y los puertorriqueños: es lo que piensa; y luego, echarán la roña al feo, al pobre y al enfermo.

«Pero, Loro, ¿a quién importa eso? Muerto el perro, se acaba la rabia».

Durante la mañana, Guillé leyó del periódico de ayer, abandonado sobre el taburete en la botica (y precisamente lo escuchó, en exclusiva, desde la noche misma, por labios de Geñito López y Don Manolo): A diez años de prisión se condenó a Don Nito. Se le rajó don Ernesto Ramos Antonini. El Alcalde ni mandó a matar ni lo ordenó a nadie, como han dicho; pero, por los incidentes de Juncal y Culebrinas, la muerte también se mudó al Pueblo del Pepino. Cayeron el 22 de octubre, de ese año de 1944, Efraín Sosa, Nicolás Quintana, Martin Ramírez Santiago, Eduviges Font y Miguel Polilla.

«Son las pasiones, son las pasiones», concluyó al referise a los motivos políticos. El pistolerismo es tan español que, por herencia, aún lo practican en Pepino. Entre correligionarios de La Mogolla y la Pava se madrugaron los tiros.

Guillé diserta sobre los asuntos internacionales:

De los acuerdos de la Conferencia de Bretton Woods, resultará el Fondo Monetario Internacional y un Banco Mundial. Europa en ruinas por la guerra será reconstruída. Hay esperanza, amigos míos. No hay tal cosa como el Fin del Mundo y el Apocalípsis.

¡Ya le perdieron el respeto!

No termina. Va para largo el discurso.

Guillé se volvió filósofo y no le gusta a esa gente que sólo da tiempo de su tiempo si se habla sobre los crímenes locales.

«Guillé, ya estás crecido, parejero; ya repites a Pepe».

«¡Yo creo que tú ni lees! Todo lo inventas, tonto».

Y lo dejaron solo y huyeron.

Tranquilo, amistoso, cordial, la atención del vecino requiere... ya han pasado otros veinte años y está viejo, tardo y lento, con el pelo canoso y barbas semi negruzcas. ¿Y qué costará a usted que él lo detenga brevemente y le obligue a dar su limosna de tiempo, su miguita en monedas? Seguramente si va con prisa, insistirá de todos modos. El andará sobre los pasos suyos. Le hará sombra. Será como un perro que olisquea su generosidad.

«¿Queda en usted, señor, un mínimo de curiosidad por el conocimiento?»

«¿Qué quieres, Guillé?»

... entonces, explicó que un día (y no lejano) habrá paz en la tierra. El temor, el hambre y la opresión, serán herencias del olvido. Asuntos del pasado. En San Francisco, se crearon las Naciones Unidas, una organización que será el comienzo de la paz y la comprensión entre los pueblos.

El buen Guillé lo había leído.

Tenía mucha hambre, pero estaba muy feliz ese día. Todo su corazón estaba en ese pensamiento.

Incluído en el libro de cuentos El corazón del monstruo [Outskirt Press, Denver, 2000], ps. 69-75

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