Sunday, August 16, 2009

Análisis de mundo

… el conflicto ideológico resultante… desemboca en terror militar, discriminación social de las minorías, tecnificación de la vida cotidiana, destrucción de la naturaleza e intolerancia política… pero lo que se perdió en Latinoamérica no es mensurable solamente en términos cuantitativos (decrecimiento de la renta per cápita, del producto social bruto, de las exportaciones, etc.), sino que incluye también un desencanto ideológico que permea el tejido entero de nuestras sociedades: Santiago Castro Gómez

Casualmente, entré al comedor de la empresa y me hallé a la Vendedora Estrella, al Merolico Estrella, al Empresario Estrella y al Soñador Estrella, reunidos con alardes de sabiduría. Bebían café y devoraban donas. En el fondo de ese cielo de ilusiones, estos cuerpos celestes rutilaban sin una sombra opaca que surgiera.

Cuando entré se acabó la algarabía del breik, y se lamentaron:

«¡Te perdíste el foro! ¡La cumbre!»

«No. Quedan unos cinco minutos. Házle la pregunta. El siempre trae un punto de vista nuevo. Verán que él sí me entiende», dijo la Vendedora Estrella.

¿Quién se atrevería a ser el primero? Confesar el temario y decir Dije ésto, ¿y usted qué cree?» ¿Quién tan audaz para ir al grano y resumirlo todo? Dijeron que hablaron, por casi media hora, sin llegar al acuerdo final. A punto estuvieron de lograrlo como un Documento Preliminar. (Claro, hasta que este fulano, el aguafiestas, llegó). Estrellas son del mismo polvo sideral.

«¿Y usted que cree?» Se ríen entre ellos porque ya tengo mi fama formulada: El Aguafiesta Estrella.

Siempre, en aras de concierto y de orden, decía yo: Una cosa a la vez, síntesis y método, en fin, tesis: ¿cuál es la pregunta básica? El tema... La Vendedora Estrella se hizo bolas y harapos en el empeño de forjarla. Ahora sería pues como empezar de nuevo.

La esposición previa se hizo a lo pendejo; pero, el Empresario Estrella estuvo muy picado. Es el Gran Jefe. Fue el que inició la mengambrea al decir que, en Iraq y el Oriente Medio, Bush y Cheney saben lo que hacen.

Contrario a lo sucedido en Chile, la política estadounidense es la correcta. Ellos, los gringos, son los listos del mundo, inventaron el how-to-do-it. No están arriba por tontos. América Latina carece de líderes brillantes, próceres de emancipación mental; todo es protesta anti-gubernamental, anti-sistema, se sigue traumado por la marca de la colonización, la opresión, élites alienadas, vendidas al interés extranjerizador; pero, ¡qué desencanto! al decir de la Vendedora Estrella, no quieren al país que más conocimiento tiene para ayudarlos. ¡Por supuesto, los Estados Unidos de América!

El Gran Jefe dio su venia al Soñador Disparatero, quise decir, Estrella, para que volviera a plantear lo que había dicho que, absurdo como pudiera parecer, es el tema central en el proceso del mundo moderno.

«Los EE.UU. es, no quepa ya duda, la mayor potencia del mundo. Lo que decida EE.UU. se hace porque se hace. Un ataque con misiles de EE.UU. y se les acabó el jueguito a los que creen que serán líderes más chingones que Mr. Bush… No hay Saddam, Kadaffi, Hussein, o diga cualquier nombre, a quien los EE.UU. ponga el dedo y tenga, uno entre ellos o todos juntos, la fuerza para resistirse e imponerse. ¡A Bush, en bola o en solitario, ellos les vienen guangos! ¿De acuerdo, CarLitros?»

«Más o menos. Mas las victorias inmediatas no son garantías de triunfos y consensos a largo plazo».

«¡Ya comenzaste con tus chingaderas!»

«Prosigue. Quiero ver a dónde llegas».

«Tenemos la fuerza, ¿cierto? Fuerza para aplastarlos, si queremos. Con un botón que hunda, o manipule, el Pentágono desde acá, ¡sopas, tripas! Los hacemos cacahuates… La nación yankee, o como quieras decir, no tiene enemigos de talla… Este país es el centro de la democracia y el progreso. El país donde toda la gente del mundo quisiera estar y vivir al estilo de la vida americana. El país de mayor tecnología. Inderrotable en la guerra. En ningún país se vive mejor que aquí».

«¿Y?»

«Lo que yo pienso y creo que los compañeros aquí, casi estuvimos de acuerdo, es que siendo los EE.UU. el que tiene el control, ¿por qué no permitir de una vez que se acaben las fronteras, los nacionalismos, las peleas por poder allá, en nuestros paisitos tercermundistas, por qué no permitir que se agarren a todos esos lidercitos, que son unos corruptos, ladrones del país, hipócritas bocones, demagogos agarrapendejos, y pasarlos por las armas, o callarlos con una buena lana en $$$ (que ya ni las necesitan porque se han robado hasta los clavos de la mesa), y aprovecharnos así de las materias primas? ¿Por qué no mandamos a los gringos y sus ejércitos allá, y decimos, con júbilo y victoria: Nau dis contri is part ov de iunaites esteis ov América? Estaites nomber 51, 52, 54, y así etcétera».

«Entiendo. Quieres que los EE.UU. no sólo ejerza su penetración cultural y económica, sino que volvamos a la etapa del Estado colonialista, metropolítico e imperial, como la Gran Bretaña en el Africa y la India». Fue mi acotación a lo oído.

«¡Pero escucha! Aquí viene el beneficio. Quien sabe si, una vez logrado ésto, nosotros los que vivimos acá, podamos vivir de güevones, sin tener que rompernos la madre trabajando. Al tener más petróleo, más materias primas de esos países, mejorará la calidad de vida de todos. Subirán los pinchis salarios y sobrarán el dinero y los alimentos para todos, adiós miserias», concluyó el Soñador Disparatero.

Obviamente, estaba eufórico ante tal posibilidad.

«¡Ah! Se repartieron el mundo como botín. Por supuesto, incluyeron a México en el reparto, ¿o no? ¿Completaron el trabajo del General Santa Anna en el siglo pasado?»

«Si ya la mitad de los mexicanos vivimos acá, ¿qué más da que los EE.UU. recorra la frontera hacia el Sur y Baja California, Chihuahua, Monterrey, que todo México sea parte de los EE.UU.? Lo importante es que gocemos de los beneficios de esa relación… Así nos dan la ciudadanía a todos, y los federales gabachos tendrían el derecho de agarrar a todos esos narcos, políticos criminales y policías chuecos, y matarlos o meterlos en chirola para siempre, hasta que se pudran», agregó la Vendedora Estrella. «¿Acaso el mundo no estaría mejor así, ¿usted que cree, Carlitos? Usted que lee, usted que lo sabe todo».

Pensé en mis adentros: Hoy me quedo sin trabajo, porque un ciego y sordo se han confabulado. El soñador que no ve, si no aquello donde está su capricho y el empresario que no oye, si no la versión que a él conviene. Estos son los héroes de este cuento.

«De veras, ¿quieren saber lo que yo pienso?… Eso no va a suceder. ¡Nunca!»

«Tenemos las armas. Este es el país más inteligente del mundo. Es invencible. El mundo pobre, que no tiene elecciones, que no opina, que vive en hambre y en esclavitud, agradecerá que venga la Nación Americana a salvarlo, a inducirlos a la nueva vida», agregó con desencanto por lo que me había oído. Ví en la cara de la pobre mujer la angustia. «Al menos en México que lo haga; yo le doy mi voto, mi consentimiento».

Después que pregunté qué derecho tiene tan pequeño grupito de inmigrantes, como son ellos, a tomar la decisión de autorizar un acto de anexionismo universal, en beneficio de una potencia extranjera, alegaron que la mayor parte del mundo piensa como ellos. ¿Y cómo saben? ¿Cuándo midieron ese anhelo mayoritario, con qué métodos? Al final, dijeron que no hay que medir nada, es cosa de que ‘se haga o no se haga’ por el bien de mucha gente que no estará de acuerdo, pero será la primera beneficiada.

«Sólo los Estados Unidos ha perfeccionado los métodos de administración y de inversión. Este país sabrá cómo multiplicar lo que saque de nuestras economías»: Esto lo dijo el Empresario Estrella. Treinta y cinco años en el periodismo comunitario y, me consta, que apenas sabe redactar un calce fotográfico. A más asiste a seminarios de organizaciones nacionales para aprender a vender su publicidad, su imagen de periódico exitoso, más tonto y rídiculo regresa. Oye y no entiende; crece su ego, pero no su discernimiento.

«Ustedes hablan sobre intervenciones militares en el mundo sin entender la verdadera naturaleza de la guerra, cuántos sacrificios humanos, vidas, culturas e infraestructuras, costarán esos caprichitos de vivir en Norteamérica bien comidos y cómodos bajo las alas del Imperio Americano y su Estado Mundial, sin rivales… Ustedes no entienden que los Estados-nacionales soberanos son necesarios y que un país es más que una etiqueta de ‘democracia’, ‘republiquita’ o ‘dictadura socialista’… Cada uno de ustedes, ¿cuánta gente estaría dispuesta a matar, encarcelar, torturar o dejar herida, hambreada, tullida, traumatizada, por lograr ese sueñito de ‘Toda la Tierra Unida y Bendecida bajo Mr. Bush’?», pregunté.

Un silencio se impuso. Antes de otros planteamientos como ése, les dije, es imprescindible que se examine el costo humano y sacrificial de toda esa aritmética de la historia, es decir, el exterminio.

«No somos nosotros los que vamos a hacer ese trabajo. Para eso está el ejército. Ellos van a tratar de evitar que se les destruya. Si se rinden, o no, es su problema. Y, de seguro, van a matar a soldados de los nuestros. Así la justicia se compensa», explicó La Vendedora Estrella.

«¿Cuántos soldados norteamericanos han caído ya, muertos en combate, cuántos heridos en Iraq? ¿Y acaso no esperaba el Presidente Bush que el operativo durara unas semanas ya que tendría a un país, rendido a su pies, y echándole bendiciones? ¿Te importa, o te duele, el número de personas, niños, ancianos, adultos, soldados y civiles, que nuestras tropas han tenido que asesinar en Iraq? … a mí, sí. No me halaga que un país cimente su modelo de democracia y progreso al dejar millones de personas muertas, sean mis conciudadanos locales o rivales extranjeros. Una democracia hecha de asesinatos y sangre, o un capitalismo hecho de explotación y robo de materias primas, a costa de millones de asesinados, es una inmoralidad, barbarie imperdonable… Cuando se hable de ‘nuestras tropas’ y ‘nuestra democracia’ no cuenten conmigo. No apoyaré una América que vive de sus viles y crminales espejismos».

«Te dije: valió gorro con este CarLitros. Tenía que ser poeta e intelectual», se quejó el Soñador Disparatero.

«Okay, okay… entiendo tu punto. Hay un costo humano. La guerra y la política no son un pirulí que se da gratis. Las transiciones no son pacíficas ni fáciles. ¿Qué me dices de los beneficios para ellos y para nosotros?», inquirió el Empresario Estrella.

«No creo en la globalización; no creo en las totalizaciones del mercado; pero creo en los proyectos de progreso y de intercambio pacífico de información, tecnologías y comercio; creer que la guerra sirve para ‘ablandar el terreno’ es un error. Además de injusticia para los civiles y destrucción de infraestructura en el país agredido, la guerra crearía un mayor distanciamiento, rencores, penurias, corrupción y problemas futuros que beneficios», explico.

«Las guerras son costosas, pero han existido siempre y, a la larga, crean beneficios», dijo el Soñador Disparatero.

«¿Qué sabes tú de guerras si no has peleado ninguna? ¿Qué? ¿Alguno de ustedes es veterano, o héroe de mil batallas?»

«Yo soy globalista. A mí me vale. CarLitros es nacionalista, lero lero. ¿Quieres que haya pobres y paisitos de mierda? Ese es tu pedo. Mientras yo viva en los Estados Unidos y sea éste el país que me ofrezca de tragar y que me haga ciudadano, ya sé a quién doy, o daré, mi lealtad. Si los güeros dicen, ‘vamos recio y a quedarnos con Etiopía, o Sudán, con toda el Africa, vamos a echar una bomba a Cuba y que se joda el barbón de Castro’, sí, yo digo ‘sale y vámonos recio’… Carlos, el socialismo ya no tiene futuro. Ya se acabó, ahora lo que rifa no son los ideales ni sentimentalismos. ¡Las patrioterías! In God, in Dollar-God, uí tros. No hay vuelta de hoja», insiste el soñador.

«Contigo habría que hacer un trabajo de reeducación moral y humana. Eres un sujeto muerto, centralizado en la alienación; eres como tus muñecos que no dicen nada, excepto repetir como un papagayo lo que oyes del discurso del amo, la propaganda, el capitalismo informatizado y consumista, que corroe los cimientos mismos de la racionalidad. Ya no piensas por tí mismo, ya no te identificas con nadie, a no ser con el muñequito de Uncle Sam… ¿Con qué cara vas a decir tú, ‘soy mexicano’; me identifico con la raza, mi pueblito natal, hago artículos y muñecos para la comunidad y que se pueda realmente creer y entender que eres legítimo y valioso en lo que haces? ... De hecho, aún en América o con la ciudadanía estadounidense, o sin ella, serás el mismo. Un colonizado. Un pretencioso. No perteneces a la clase dominante. Eres un asalariado, como todos; pero aquí, siendo como perros que sueñan con longanizas, aún podemos evitar meternos en camisas de once varas Lo otro, ¿para qué? ¿En qué realmente nos sirve que seamos expansionistas, imperialistas, ultraderechistas del exterminio y la barbarie? Nadie, entre los hegemónicos, saqueadores de naciones, vendrá a regarlarnos un pozo de petróleo. Vendrán, si acaso, a pedirte tus hijos como carne de cañón, héroes, ¿y después? ... a llorar nuestros muertos y flotar banderines. ¿Qué otra?»

«¡Bueno, vámonos a trabajar! Arreglamos el mundo otro día. Ahorita CarLitros se ‘va a encojonar’, ¿así es que dice? … y nos va a poner una bomba aquí».

«El último que lo haría sería yo, ¿eh? porque yo sí creo en el derecho del pobre a vivir, del árabe y del africano; cada país de Norte a Sur, de Oriente a Occidente, tiene una valía étnica-cultural, una razón de ser, destino y misión… y no sueño con acabar naciones y estados existentes sólo por cenar un taquito más o una sopa extra al día. O cambiar el coche, o estrenar saco, o pasear o consumir y aparenta... Olvídate. No creo en el terror, pero no confundo élite con pueblo, nación con gobierno ni sentido moral con propaganda; yo sé soñar, con los pies en la tierra, con la justicia que merecemos», dije.

«¿He dicho?... Pero aquí estás, con el Tío Sam, buscándotelas».

«Con honestidad y gratitud; pero sin complicidad».

«¡Ay, madre! ¡Vámomos, vámonos a trabajar! Nos está cagando y con bonitas palabras».

El Gran Jefe fue el primero que se fue del salón. Dijo que sintió el celular...

A las dos semanas, prescindió de mis servicios alegando ajustes de su presupuesto. Lo último que recuerdo fue una frase de la Vendedora Estrella:

«¡Ni modo, Carlitos!», dijo, al terminar la cumbre, con quejido de desencanto.



1-24-2004 / De El corazón del monstruo

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