Saturday, August 01, 2009

Anotaciones después de la Misa


World War One was like no other war before in history: the first mass global war of the industrialised age,a demonstration of the incredible power of modern states, the story of the birth of 'total war': Dr Stephen Badsey

En honor de Sinforoso Arocho, primer boricua selecto
para el servicio militar en la Primera Guerra Mundial


La tarde. Son las 6:00 y la luz quiere evadirse
como si llegara un puñal de lo oscuro
con su luna menguante.

El sacerdote viene festejado del Imperio.
Comenzará el Eulogio de la tropa.
Sin esa sangre derramada no habría Progreso.
A los enemigos, con sus manos armadas,
Dios los atacará. Cuando haya que serruchar al adversario,
mejor es anegarlos con el exterminio, y viene a tí,
Pueblo, a sacar sus sinforosos de las urnas.
Carne de cañón para la muerte. Dioses son quienes reclutan
para que hagas este trabajo sucio, cuando bien que pueden ellos.
Dios te da el Teniente a Guerra, pepiniano,
desde el inicio de los tiempos y entre los tuyos
saca a los sinforosos.

Y es lo que se hizo en este primer ciclo,
en Grandes Guerras. Que la democracia
(haya sido lo que sea y costado lo que cueste)
triunfe sobre las expansiones imperiales.
Que los pueblos digan: «Guerra Total.
Esta es mi guerra. Guerra del Pueblo».


Y lo admitiste y en Corea y en Vietnam
lo Total inició sus bifurcados corolarios;
que son inclusive acabar con las Camisas Negras
y los líderes pardos como Albizu, tu hermano;
pacificar a comunistas, en las selvas, a nacionalistas
a pedradas, en los ghetos, todo cuanto sea
enemigo del Imperio, que se reniega a llamarse
como tal, merecerá guerra total,toda la ira.
Toda la sangre. Y los dioses quieren que hagas
el trabajo sucio porque Dios es amor.

El Sacerdote viene como una Fiera Santa.
Con un bolso de ajos que espanta a las izquierdas.
Con la voz de Pantaleón Chiviricuí gritando rimas
como si fuera De Diego, o aquel amigo local,
Moncho La Lira, al que Rodríguez Cabrero
el ex-Alcalde, despreciara como al diablo.

Se hablará acerca de valientes que ya no están
presentes. Son parte de obitorios y cámaras mortuorias
que en refrigerados pedazos aguardan ser
cenizas, porque ya no son cuerpos.

Se hablará de que en Pepino Dios tuvo un héroe
el jovenzuelo Font, cadete y capitán
que se murió en la Francia.

Se hablará de Arcadio Estrada, aquel más feo
que el hambre, que para evitarse los roces
con Tite, el legislador, edificó el Paralelo 38
y en las parcelas hizo elogios furibundos a la victoria
contra el Japón agresor, traicionero y canalla.

Allá, en medio de la loma del talabartero,
el Maestro Ponce, yergue el Jacho
y habla, abanderado en rojo vivo
de esperanza a quien le quiera escuchar en Pueblo Nuevo,
pero lo saben Felino y Nito, el hombre bueno,
la Eulogía, quiérase o no, viene del Imperio,
y la familia se va quedando sola y rota
y en luto. La base de la historia viene renca,
viciosa, amarga, y la sociología es este dolor sobrante:
misas para estas cajas de cemento que llaman
urbanizaciones, misas para estos prados secos
porque nadie los siembra, misas para estos cines
con películas de espionaje y mata-indios
y putas-endemoniadas, que jamás se cansan del sexo.

Los muertos los encomienda a tu Seno Abraham
(pero, ¿quién que sepa si Abram allí los quiere?)
¿Y qué sabe el Cura de Abraham si es un nalga
de cabra, suplefaltas, entre acólitos tapachines
y embusteros, qué sabe de conducir a difuntos
al descanso de un Más Allá, si el toda la inmanencia bruta,
el aferrarse al opio de la vida cañonera, todo artificio?

Al paraíso de Santa Teresa él también les conjura,
una vez que depongan las armas, a la eidética
de lo que urge unas formas, color, visiones,
cuando falta sustancia, ojalá que le ahorrasen
las palabras, cansada ya está la muerte,
pero hay que enterrarlos y allá los encomienda
aunque no sepa lo que dice.

Allá, a la senda sobrenatural de los muertos,
caídos en batalla, pero duda que exista el Valhalla;
seguramente, por bombardeos y memorias de ira,
lo que existe por seguro es el valle de brasas,
donde todo se deforma y alarga como si fuera
el humo etéreo, oscurecido, del pincel de El Greco.

Pero, finalmente, se ha sentido feliz.
Amén sea por todo lo jodido.
Amén sea por todos los misántropos.

El celebrante es un ministro de duelo.
Y tendrá que decir adiós a todos, adiós a lo total,
adiós al pueblo perdido.

05-07-2006

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A Rey el Loco

al dulcero Reynaldo Castro


Los que adoran su Yo, jactanciosos
de ancestro y de razones, ¡qué tristes cosas
cuentan y me dicen! Con razón no les creo
y la declarada verdad de sus alegaciones
vale menos que la risa o la histeria,
de tu franqueza, Loco Castro. Tu humildad
que vale más que el mundo, Rey el Loco...

Cuando te cunde pánico, Tcdo / Todo / se quiebra
por entero. Eres el necio veraz que en el pecho
lleva el desafío, la amenaza y la rechaza, a gritos.
Asustas toda la calle. Lloras con la energía
de un niño. En tu cara colorada y desafeitada
se asoma la paz hecha pedazos y de tu boca sale
la palabra que expulsa, con llanto y condena.

Tus miedos son como abejas. Les huyes
y saltas y sacudes su imaginaria presencia;
sabes de la ingratitud de cada picadura,
el dolor y el engaño del ventajero
y del que alega que avispones avanzan
contra tí para picarte
y robarte los dulces.

Estos, con doble lengua, te presentan
como a débil majadero; tú eres el punto
de su burla, su risa, pero más complicados
son que tú... por sus comportamientos.

Para decir las cosas, necesitan un momento oficioso,
calculado, una cara mendaz de hipocresía
y su víctima, claro. Te necesitan, Reynaldo.

Carente de ese Yo que se jacta en la sombra,
tu experiencia es más pura. Tú vas al punto.
Gritas, acusas. Defiendes tus dulces
y rutinas, poco o mucho, de tu idiotez sincera.

No te entretienes con falsos vaniloquios.
Dulcero eres de lacónico trato
pero se adivina que sabes
la verdadera importancia
de la abeja, la flaqueza, los miedos,
el valor objetivo y subjetivo de las cosas.

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/ Epica de San Sebastián

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Instrucciones de Katyan / Tantralia

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