Monday, August 17, 2009

Justicia de tercera clase




La unidad entre la libertad individual y la totalidad social ha sido aplastada por un todo social represivo uy deshumanizante. Por tanto, la unidad entre lo subjetivo y lo objetivo solamente es una ilusión, un caparazón vacío: Ektor Humbert Henriquez

En la ciudad de los ángeles caídos, nació Evaristo. Edad: 20 años exactos aunque aparenta más. Pandillero, su oficio. El vio la placa rival de Aholiba Gang pintarrajeada en su calle y se llenó de ira. En una pared, cerca de su casa, dibujaron las imágenes de caldeos, graffitis de color subido con figuras de varones ceñidos por sus lomos con talabartes y tiaras ostentosas en sus cabezas. Peor aún, alusiones de tales figurones tan matracos en exhibición presuntuosa de objetos itifálicos, seres de chorra peludona, ayuntándose a las madres de unos y de otros, mientras ellas, con ojos de gozo, otras veces de llanto, reaccionaban con mudras pandilleriles.

Entre estas tribus, la ira fue como el pan nuestro de cada día, aunque no se dio hoy ni aún en el breve mañana como chufa; pero, por los signos del enemigo, garranchas filosas de hoja ancha, ahora está grabada en los patios del Tabernáculo, oxidándose por ese motivo los hígados de Evaristo. En reacción, fue a la tierra bermeja de Neftalí a echar bronca y pidió cuenta de la blasfemia. Con mi madre no se metan, cabrones, dijo con pleno quórum de pichiruches y mandillones, en la briba. Al poco rato salieron, en medio de una niebla meona, de sus mugreros y escondites, como una palomilla confraternalizada desde sus cimientos.

Y nada había más parecido a la placa de Aholiba que la de Adama.

Evaristo se puso como loco y echó tiros a diestra y siniestra en Adama y dos niños, gemelitos, murieron con sus balasos, proyectiles ciegamente perdidos en el espacio y reboteantes en las penumbras. Ninguno, en Adama, se atrevería a acusar a Evaristo directamente ni a sus asociados, porque sobre él se decía que era feroz para las venganzas y todo lo sagrado y lo mundano, cuando es menos malo, acaba por reducirlo a mierda; pero su madre, quien después de largas jornadas de trabajo, dormía temprano por costumbre y cansancio, descansaba el día del dolor y lo dejaba a menudo a sus anchas.

El dice que ella es santa, sólo porque no lo molesta, ni le pelea ni grita. El creó su símbolo reverencial: Tabernáculo tengo en Ella.

No que él filosofara eidéticamente o que estara dispuesto a poner la directa por la causa o su cabeza en el asador por las bondades de esa madre que me importa madre. Para efigiar alguna cosa importante, utilizó el término Tabernáculo, creyendo que se trataba de una palabra compuesta, Taberna y Culo, reducida ¿a poco, Pepe? ... lo que implique un beneficio, aprovechable y deseable, a tabernáculo.

Evaristo siempre está en búsqueda de ídolos al estilo de Acaz, el agarrado, el hijo de Jotán, el más abusivo; pero pomposado jerarca de todas las greyes habidas y por haber en esta zona del mundo bueyero. El éforo sin magistratura, esto es, Evaristo, alega para su palomilla que toda la raza de su barrio se forjó por causa de los caídos y burlados desde los tiempos del Sleepy Lagoon Trial cuando su madre llegó, abriéndose paso entre nopales y creyó ver a Los Angeles y la Vírgen de Guadalupe en cada chamaca morena.

Ahora lo que se lamenta son las dos vidas inocentes ultimadas a tiros. En rigor, nadie sabe si Evaristo fue quien los mató; pero es improbable que ese marrón él se lo coma. O que él lo sepa y se inculpe. Lanzó tiros al aire, lanzó balasos en lo oscuro, a lo que se moviera entonces aunque no se distinguiese. Tiros de rabieta a lo incierto, porque fue a las zonas prohibidas e impenetrables de Adama, como ladrón en la noche, con los compinches armados de su pandilla. Otros pueden haber sido los asesinos.

Al Tabernáculo en Ella regresó muy noche. Cenó sus cosillas de refín refrigeradas y se acostó como todos los días, sin la bendición de su madre. Rito que ya no extrañaba.

Mas Acaz, rey de la Placa de Judá, dijo: Este asesinato de los mellizos de Adama no quedará impune. E instruyó a los vecinos con su discurso público-demagógico. Palabras que se supo al dedillo para cada vez que fuese necesaria la convocación de alcaldes, concejales, agentes del Sheriffato y capitanes de agencias burocrático-judiciales, oportunidad en que convergen con fuerzas especiales de acción antipandilleril.

Y lo que se entendió fue que habría que cercar con tanques y lanzallamas a Samaria, donde Ahola tenía su juventud organizada, alimentándola con la soledad de la pobreza y el ocio de las criminalidades. Y Acaz fue más lejos porque era un político de oficio, con muchos recursos, y aseguró que habría que asediar a los hijos del Tabernáculo en Ella, con ejércitos en ropas de civil, vigilar el MacDonald, infiltrar los chotas en WallMart, despedir a los indocumentados, echándoles los patrulleros migratorios, en complicidad con las policías estatales y citadinas, con ropas de civil, o más bien, vestidos de guangos pantalones, con cadenas, cachuchas y camisetas blancas, de los que hay muchos dispuestos, llegados de Pecod y Soa.

Y dijo más, si hay que aludir al terrorismo, que se haga y se reclute para hacer simulacros a los bomberos de Egipto y de Siria, a las Guardias Nacionales y se declare el Annus Luctus en la región de Adama, tierra de ángeles caídos, en fin, que sean llevados los sospechosos al Valle de Siddim.

«¿Acaso no fueron los caldeos los que profanaron las placas e iniciaron la violencia?», dijo Evaristo al rememorar la invasión, por otras voces informantes, que vieron las imágenes de color, las tiaras en las cabezas, los talabartes ceñidos en los lomos de los aholibanenses.

«¡Fue una provocación imperdonable!», decía Evaristo a uno que otro que desafiaba lo que dijo su raza.

¿Por qué tendrán los evaristos de la tierra que cargar con todas las culpas, si en fornicaciones y agresión, están todas las tribus de la tierra? También matan y roban, se drogan y ultrajan, los caldeos, los egipcios, y los occidentales, sólo que vestidos de ropas y armas excelentes?

Los tribunos de poder, autoridades de la Corcordia, llamaron a Ahola y Aholiba a citarse en reuniones públicas, unificarse masivamente en los congresos, ante los poderosos de la ortodoxia; pero, en las audiencias preliminares, les llamaron las Rameras por causa de la fama de Samaria, ciudad de pechos marchitos, chupados en demasía por «chulos de la pobreza» y buscones de dádivas estatales.

Desde aquel infructuoso congreso, para Evaristo sólo quedó como proyecto la noción de no tener nada que perder. Supo que fue parido, pero no sabe por quién; pero tuvo al Tabernáculo, a Ella que se metió, poco a poco, en su vida y él, casi adorándola estuvo sin conocerla. En realidad, su hogar ha sido la calle, en particular, ese shabatt que es su cita con otros jovenzuelos, sin otra célula identitiva que la placa, donde entre los batos más locos, él es el único que no es wannabe. El se la rifa. Da la cara. Dispara sin temblar su mano.

Claro que la mayor parte, ya son ladrones y raterillos consumados; pero él se aloca más con el crack y se habla de tú a tú con la muerte.

Tuvo una esperanza con Gloria, la Molinera, la gorda que se parece a su madre postiza. Vio cómo se robó la venia del Concilio de la Paz y la Reconciliación. Las leyes buenas tienen su origen en las malas costumbres, comenzó ella a decir: ¿Quiénes hay en la zona del qualia que tenga unas buenas costumbres? ¡Nadie! Vean menos telenovelas, madres compugidas, vayan menos al fútbol, padres nalgones; digan YA BASTA a tanta basura publicitaria. Beban menos cervezas. Velen por sus hijos. ‘Niñas, abran menos las piernas. ¡Cuidad el virgo, que se lo deflequen de volada! ¡Ay, las puras chamaquitas del barrio, teen-moms, embarazadas!

Con esa defensa, mejor es que Gloria se callara. Su tesis fue tan predecible: Me opongo a legitimar las pobrezas morales de estas comunidades, aunque sea más fácil darse a las legalizaciones.

La Molinera se abrazó con dos funcionarios edilicios del Sur: Miguel que iba puliéndose la jaba para que nadie lo acusara de ser samaritano y John, que a costa de sacrificios, dijo siendo un indio nopalero que, por ser ispaño no hay que cambiar las leyes, sino cambiar a los hombres. Y Estéban, cacarizo, volvió y dijo lo mismo; pero bajando de este Van del grito colectivo: Al asesino, vamos a aplicar el máximo del ponche; three straights & out y pa' dentro.

Acaz estaba, pues, muy feliz. Hubo consenso.


El corazón del monstruo

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