... ya no puedo más, / pero no logras hacerme llorar /
y esta noche no aguanto más... / hoy me hieres./
me está doliendo la espalda, / a ver quien me abraza, /
a ver quien me alcanza: Gloria Trevi
Hoy fue su gran oportunidad. La mejor de todas las ocasiones. Ella vino a su ciudad. ¿Se imaginan lo alborotado que se puso? Aquí abajo, en este predio, a dos cuadras de su casa, bajaría ese ángel que ella es (claro que, a veces, la llamaría mi genio, como si de veras saliera de las lámparas del capricho y de la idolatría, llena de anhelos, en celebración de los imposibles sueños, que se atesoran despiertos), aunque siempre sujetos al azar. Ella es loquilla y adorable, así la describe. Son muchos los que piensan como él.
Evaristo es celoso. Quitó los carteles de algunas paredes públicas. La propaganda la avisaba, en grandes letras, reproduciéndola con imágenes de su almanaque como la fruta prohibida y un nalgatorio zarriento. Esto le concierne porque ella no ha de ser la manzana de discordia y no quiere que nadie la mordisquée como si fuese una Eva afrodisíaca y demónica, la rechiflada harlot, la inveterada flapper del desgarbo nopalero, gustosa de bacanalias, con movimientos de hipster punky-funky... A distancia, la realidad de Televisa será su qualia, es decir, horizonte lejano, precario, subjetivo, desechable y un mercado condicionado por ambiciosos, lugar donde él no puede estar por razón de que es un imbécil, tan mediocre y oscuro, soñador y miserable; pero, cuando él vive este mundarro de conspiraciones farandúlicas y lo interioriza, lo consume como su única porción de lo que Dios prodiga y la sociedad controla como pedazo de utopía y fábrica de sueños, es distinto.
Lo fantástico se vuelve real y él, como hampón de lo intersubjetivo, se pilotea con mañas. No como un pobre. Cree que va sobre la alfombra voladora y mágica y que, con sus más amadas estrellas, se vuelve el libertador de genios y, sobre todo, el pedidor de deseos. Dice que tiene la lámpara de Aladino y que La Trevi salió de una botella, o de una lámpara divina que, al frontarla, es la ternura viva y la incondicionalidad mágica de la artista con su público y con su admirador más prendido. ¡El, él! ¡Evaristo!
Cabizbajo está, así nació. Vulnerable. Loser, como le han llamado. Su nombre es Evaristo. Se irá derechito a la mismísima trastienda de la glorificación. Salta el muro. Transmuta lo hostil con magia del qualia y será, de este modo, el más feliz de los chavos del vecindario. Dice que La Trevi lo recibirá en un mundo aparte, íntimo, de ambos. Un mundo real de imaginación.
Esto ocurrirá, como casi siempre, cuando ella finalice el show. El asegura que se le dedicará una de las rockerísimas extravanganzas, que no faltan en los conciertos de La Trevi y que ella improvisará, según supone en su delirio, con la voz ronquilla que tiene y el recuerdo de él que ella guarda, teniéndole más presente que un petardo, o un repentino juego de luces de bengala, una dedicatoria ante chorrocientos mil espectadores. «Para mi fan más especial, para Evaristo, que no pudo estar aquí, conmigo esta noche.. para Evaristo... para Evaristo».
Acabado el espectáculo, ella llegará donde quiera que él urda la cita. Mentira que sea para juntarse con Sergio Andrade. Viene a verlo a él, el pendejete. Y él se quejará de lo sucedido. Ella sabrá que él hizo todo lo posible por estar allí. «No importa, Evaristo». Y esa frase lo compensará todo. Se trascenderá la burla y el menosprecio. A las miserias suyas, le saldrán contextos de complacencia y de tranquilidad. Para él, será fácil creer que ambos han buscado, cada cual a su manera, los mejores ideales, la fe más tibia y la reciprocidad de este amor exagerado. ¡Y este obsesivo deseo de estar allí, pese a que le obstruyen la entrada!
Hay mucha miseria en la vida de Evaristo, pero la verja de la esquina, allí donde es la cita, lleva a la casa ajena. Es cierto que hay unos muros, altos y alambrados. Y él, los brinca con palabras, cuyos significados se le escapan a veces. El salta al jardín de La Trevi y utiliza los adjetivos que son flores. Se trata de un jardín intempestivo. Confía que los verbos han de tomarse por sus acciones heroicas. Es tan palaciego lo que a ella concierne que sobra hasta la beatitud y la belleza, dice el bobo, en sospecha del ídolo. Con ella, no hay egoísmo ni oprobio, ni penuria ni desvergüenza.
Ella es una reina y, si acaso le informaran, que él es tartamudo, tarado, minusválido, ¿qué importa? Con ojos, como los que ella tiene, ¿qué puede mirar que no sea transformado al punto, siendo ella su mismísimo ángel transfigurador, con su plexo de potestades que hollan a los escorpiones? Cuando es la salud dispensada, toda juventud encantadora, toda ensueño compensador, en forma de chavala atrabancada, y cuando es una redentora femínea que brinca y despotrica, ¿qué lamento ha de tener quien tiene los ojos bizcos, una pierna más corta que la otra, una inteligencia que pide su mirada compasiva, precisamente, por él y ante él, que es de lo que aman, de los que saben sus límites ingénitos?
Entonces, se confía de que es, por igual, como la abuela que lo cuida, una mujer que inventa una y mil milagros guadalupanos. ¡Ay, Santa Trevi, gloria santa! De cierto que, en virtud de tal fe, Dios llora en las grietas de la pared, y La Sagrada Lupita se reproduce en los techos, o el fantasma de una luz llena la casa del bobo y su abuela. Y es La Trevi como Lupe, o La Lupita con las greñas de la regiomontana, y cualquiera podrá ser la deidad que traiga a las gentes de los noticiarios televisivos a ver lo que el Altísimo forma con sombras, con tenues trazos de humedad, con despóticas e inefables junturas de texturas y matices. La casa se les está cayendo encima a ambos y La Trevi, ¿qué sabe?
La fe como este amor no es fácil. Evaristo lo comprende y sufre, porque le han llenado la cabeza de mentiras. Los incrédulos escriben mil pamplinas, conspiran el desaliento, chisman en el lavadero, con su farándula en bruto y él los lee y se quema de celos, con ansias de saber quién es su rival, por qué la atacan, por qué la pintan de cruel siendo inocente y amorosa!
Otros se ligan a Gloria Trevi, le hablan bonito, le pellizcan su traserito, le avientan groseras palabras, si ella no se retrae de las cochambres! «¡No me mires más las piernas, no!», dijo ella en su canción... Y él quiere saberlo todo, ¡todo! y lee lo que se diga sobre ella. Enciende el televisor... y sufre y calla...
Evaristo planeó ir a verla. Quiso protegerla más de cerca, estar allí, como su ángel de la guarda. Donde él vecindario la aplauda con ahinco, o la carcoma con lujuria, ahí estaría como un guarura.
II.
Y, por querer ir a verla, por enésima vez, supo que es el más pobre de los pobres y que los espectáculos pagados no son para él. Entonces, tuvo que imaginar que él tendría que volverse el más audaz e imaginativo aprovechador de los espacios libres, alguien capaz de bucear entre sombras y prohibiciones, y filtrarse como quien se desplaza en el interior de una botella, de encierro y asfixia.
¡Ah, cuando burle a los security guards, será como el genio embotellado, experto espíritu de tránsfuga! A fin de lograrlo, bajaría las escaleras con el sigilo de un gato, se colocaría tras las bambalinas como un rayito de luz, se llegaría hasta su camerino. Vaticina que, desde allí, sabría meterse tras alguna cortina. Entonces, espiar el momento cuando se desnude, o tenga un cambio de ropa y se vista un calzón agujereado y unas medias de vívidos colores y bolitas... Y él, desde el improvisado rincón, cohibido de silencio, se gozaría.
Miraría sus pechos y, con mucho amor, los besaría con el rabito de los ojos; se tragaría los pezones suyos que ya conoció de un calendario y, con señales de lengua, diría adiós, sin querer despedirse; pero, con su relamerse, él inventaría la sonrisa y la gratitud y después a soñarla, al regresar a casa.
Cuando él suspire, con algún triunfo del alma, será por causa del autógrafo. Ella firmará su nombre en un papel que él traería doblado en el bolsillo, donde a veces está su corazón en lamento, y recordará que no ha pagado, que se coló como un cínico de mierda, que ni siquiera ante su ídolo valora el precio del boleto. Entró de gratis, aunque no de oquis. Fue a verla, pasó por listo, se arrechó a su lado. Le extendió la mano, se tomó una foto, con la niña de sus ojos.
Al avanzar el show, ya él estará sentado en cualquier banca que sobre en el teatro y, si hay un acierto del destino, por designio de Dios y de Lupita, cuando La Trevi seleccione al elegido para echar de sí los pantalones abajo al machista, él será el muy refistolero, la imagen de este símbolo oportuno... y se dejará desnudar para que el show siga, con la escena de él y ella, en la cachonda osadía de este a-TREVI-miento.
Ella es la que agita su manita en su bragueta. Antes abrirá su camisa, luego, según se dice, ella bajará la cremallera y él tendrá la sensación de su fierro duro. En privacía, muchas veces, un espejismo de erotismo lo derrama, se chaquetea con la gloria de su nombre y se frota en la botella del instinto para que ella salga, como pulsátil serpiente tentadora, a cumplir sus deseos de niñajo imbécil. ¿Cómo será esta vez, si le tiemblan las piernas con sólo imaginar lo que ella hace con él, ante los mil chorrocientos ojos de esta turba, que la aclaman?
Según calcula al cotejar el cartel con el horario, el show ya finaliza. En realidad, no fue. ¿Con qué ojos, divino tuerto? ¿Con qué dinero? Sus camisas están sucias, con el cuello pintado en mugre. Sus zapatos rotos, «Trevi, como los tuyos», sus calzoncillos hilachentos, por tantas lavadas. ¿Con qué orgullo lanzarse como el blanco a la afrenta del choteo y darse ese quemón con sus miserias?
Y si ella, después de desabrochar su camisa o pantalones de él, viera ese pecho lampiño, enjuto y macilento, ¿con qué estímulo inaugural ella vendría a quererlo o con qué dignidad sabría él insistir en que siga, exhibiéndole en plenitud como varón de honra? ¿Cómo mirar a su boca coqueta, a su lengua de irónico frenesí, a sus manos tibias y apasionadas, que alguna compensación buscan con el acto? ¿Qué tal si le dijera: «¡Pinche canijo, mejor te bañas!?»
Aquí, en la tirria de lo trunco, en la desazón de su inútil propósito, se mira en el espejo, con calzoncillos rotos y descalzo, con la boca jadeante por la falta de besos, con las orejas caídas como chucho piojoso. Y, en el fondo del espejo, ella se ubica de pronto. Es un cartel lleno de promesas y alguien parece que sonríe. Evaristo se imagina que sonríe para él, que le susurra sus mimos y que la imagen de ella cobra vida.
Y, a la faldica escocesa con que ella viste, un abanico viejo la aventola y él palpa una papaya jugosa, como la que aparece en su primer calendario: Gloria Trevi sentada consumiendo tal fruta... pero ésta, la papaya que él mira, faldita abajo está, tras la tela verdosa de un braguero. En su consciencia de piel erotizada, se insinúa un montículo de pelos, el más pleno desmadre de su gozo: su vulva como subliminal objetivo.
Evaristo es un vecino agradecido. Ahora se jacta que ella lo ha llamado desde su inmensa colección de recortes de prensa, carteles y memorabilia. Para él, sus calendarios son el tesoro más valioso. Tiene su música grabada, joyas de la piratería y hasta cintas en video de sus shows... ¡Qué lástima que carezca de un equipo de video para su pequeña cajita de TV, o que no pueda comprar tantas revistas a colores, o las cosas que venden con ella como fetiche!
Pero, mira cómo sale. Ella es el escándalo para las publicaciones y él brinca de entusiasmo cuando algo consigue que la tenga en despatarre y pataratas... Ahora nadie sabe a dónde va... dicen que se mete a donde no le llaman, que se abanica en una histeria hebefrénica cuando se pule, bien prendido y de pilón... que va a cualquier lugar hasta que le cuentan, fans de los que han ido a mirarla, que fue la apoteosis, auditorio lleno.
Evaristo necesita de esta dicha, que es su vivirse en calma, su único vivirse. En el consumo del detalle más mínimo que a la Gloria mencione en sus conciertos, vive. Esta artista vive en él y por ella él vive, sin la vida que le corresponde. Sin ella viviéndolo, le falta vida... y ahora él va a su encuentro. Es cuestión de vida o muerte...
19 de julio de 1992. California
Publicado en «El Repotero Gráfico» (Orange County)
Leyendas históricas y cuentos coloraos / 2.
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Indice / El pueblo en sombras / Indice: Cuarderno de amor a Haití /
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