La torre del Templo de Afrodita, a las orillas de Helesponto, en Sesto, se puede divisar desde tierras de la otra banda, donde unos pocos varones crían cerdos y cabras en medio de la hianda y son famosos por sus corrales de mulas. En el templo una enseñanza es ley general y dogma. Lo que alcanza la vista, sumida en eudemonía, es sagrado. Quien mira buscando límites, una orilla con fantasmas de árboles, pierde la bendición de ese río.
Hay que mirar sin mirar. Lo Uno se observa en el corazón, no con los ojos. Es de ahí que provendrá la virtud de la alegría y la derrota de las soledades. Hero se siente sola hasta la muerte. Quiere un hombre de la banda de allá.
Ya llaman al lugar la Torre de Leandro. Otros la Torre de la Virgen.
En la otra banda, algunos ya dejaron de mirar. Se cansaron. Muertos en vida, creen que las sacerdotisas fallecieron. Que ellas se han convertido en carcundas demoníacas y pálidas, en deidades retrógradas que conspiran contra la Diosa Felicidad. Leandro no. El cree en Kiz Kulessi, la Torre de la Virgen, que fue construída sobre una zona rocosa en medio del mar a unos 200 metros de la orilla, justo al frente del barrio de Salack de Usküdar. Un poderoso la construyó. Quizás el padre de Hero.
«¿Qué eudemonía y qué alegría? Inútilmente conversamos acerca de estos goces, sus virtudes y adoramos a Afrodita... ¡Estoy harta!», decía Hero, quien era una de las vírgenes.
A Leandro es ella la que precisamente le gusta. La vio un día y la quiere. Abrió sus ojos con el furor de sus pupilas.
Ocurre que, en el templo, desde hace años, la sacerdotisa mayor es una megarita, quien estuvo en contacto con Euclídes, cuyo Dios es explicado aburridamente por causa de sus muchos decretos razonativos y moraloides, y Hero quiere romper sus votos y volver a su tierra natal, aunque, en el propósito de esa escapada que plantea, dé en el bajío. Se muera naufragando. Y es que tiene un cómplice varón de quien se ha enamorado. Ya dije: Leandro.
La bachata del bajío, con esos cabreros y criadores de cerdos, es más vida que el encierro. Viven en bajareques y chozas miserables, pero sí pueden hablar sobre alegría. La que se funda por de pronto en la carne. Se han unido unos y otros, se han escapado y van a los ríos, se gozan. Se acercan unos y otros a la carne. Ellos miran, como si fuesen las ninfas, a las vírgenes hermosas a las se han aproximado. Como fue Hero desde Etruria, quien como otras fue apartada por sus padres poderosos para el sacerdocio de Afrodita, y las coronarían con guirnaldas de hiedras, por amor a Dioniso.
El mancebo es hermoso y ardiente. Cruza casi cada semana el Bósforo.
«No puedo vivir ya sin tí», le dice el enamorado en algún patiecillo del Templo, uno que bordea el río, ya protegido por un malecón o puente desde el cual se presiente un arrecife, o un abismo.
En el patio hay un pozo, en cuyas paredes los hongos, con formas fálicas, se adhieren a los tejones por miedo a no tener una humedad que los abrigue, ni un fundamento que les impida pertenencia, su ahí y su ahora.
Dicen que un Emperador bizantino encerró a Hero, su hija, en esa Torre a la que Leandro ha observado y alegan que son ambos los que se quieren proteger de los males, incluyendo el mundo existencial donde no hay valores absolutos, sino desafíos de las responsabilidades.
Las mujeres son tan tontas que temen cualquier serpiente avieza las corrompa y las haga entregar el trasero o lo que está más abajo del canal de los orines.
Leandro no cree en estas pamplinas. El ha observado a los cerdos. A las cabras. Y aún los animales tienen su sabiduría. ¿Qué no será una mujer con la hermosura y afectos con que se comunica Hero / Eros?
Mas unas viejas, sin otra vida que la tristeza especulativa y nociones de empirismo, se refugian en este templo. Influyen a la muchacha. Es la más pequeña, la ingenua.
Recién llegada, a contragusto de sus deseos, ella no oculta la decepción. Quiere irse. La belleza de su cuerpo se está deteriorando y vio a Leandro y le gustó. No cree en lo que le dicen: Una cesta de uvas que una bruja le lleva oculta un pene de varón y la picará, cerca del pozo y va a morir. Ella ya no lo cree.
Leandro ya se la ha picado con el juego de sus dedos y una simpática red de sus testículos que será una serpiente, como las que insinúan. Sólo que él no ha podido llevársela hasta la banda allá. Le dijo que está, casi por terminar una barcaza idónea. El viene a nado. Sí. Es muy caliente, temerario. La quiere. Con el resplandor de una antorcha va a comunicarse cuando termine su barca.
Hoy es el día. Mirará a la distancia. Es cierto que hay una tormenta. Ella está llena de miedo. Dice que vio la luz. Una antorcha encendida. El la provee.
Por eso se lanzó a las aguas del estrecho. Ambos encendieron sus teas. Y la de ella se apagó. Un viento se urdió para deseorientarlos
Alguien tuvo que morir y no fue ella. Y, por no serlo, se tiró por la ventana de la torre al arrecife.
05-07-1986 / Irvine / California Indice / Leyendas históricas y cuentos coloraos
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Cuaderno de amor a Haití: Indice / Mi araña predilecta / Indice: El pueblo en sombras /
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