Saturday, January 30, 2010

Bloody Sunday / Domingo Sangriento, 1972

Human kindness has never weakened the stamina or softened the fiber of a free people. A nation does not have to be cruel to be tough: Franklin D. Roosevelt

Queremos evitar la destrucción y la pérdida innecesaria de vidas humanas. ´No queremos mitigar su debilidad a través de la acción más allá de lo necesario. Pero si los Republicanos no aceptan estos términos, la sangre derramada a partir de hora caerá sobre sus ellos: Diario personal de Michael Collins

Un día la tercera isla más grande de Europa
quiso ser libre, en el sentido en que es libre,
o puede ser, un Estado. Pertenecía al Reino Unido,
pero allí quedaron las fuerzas militares reales de Irlanda,
aliadas a los británicos, quedaron sus tanques,
sus fuerzas e instituciones represoras.

Aquella victoria irlandesa que pidió autonomía
(algunos irlandeses, mucho más, independencia)
no fue reconocida y el Estado Libre Irlandés del '22
fue como una burla y se alimentó la guerra
y Michael Collins, de la Asamblea de Irlanda,
a la postre fue asesinado. Tenía sólo 31 años
cuando en 1922 lo llenaron de tiros.

Como Rory O'Connor, Rey Supremo de Irlanda,
muchos siglos antes, desde la Edad Media,
él no quiso ser vasallo, él no quería
un pueblo sometido, menospreciado,
nación de segunda clase dentro del Reino Unido.

El querer ser libre, en la tercera isla más grande
de Europa, el querer ser libre de Londres,
tiene una historia larga. No es un capricho.
Son muchos quienes han dado sus vidas.
Ha provocado guerras desde aquel Alzamiento
de Pascua,
en 1916, por decir alguno,
y no ir mucho atrás con la historia de siglos.

Un día en 1949, en la tercera isla más grande
de Europa, hubo fiesta. El Estado de Irlanda
se convirtió en República Irlandesa
y hubo fiestas en las calles. Inglaterra, al fin,
la reconoce, pero no fue que la llamara
Hermana, mi Igual... allí quedó,
en medio del 90% de católicos
con que cuenta la República,
el saldo protestante.

Y quedó la segunda versión de la IRA
y el mal sabor de boca de un ejército británico
al que siempre han llamado
«an an occupying British Army forces».

2.

Estoy frente al monumento del Jardín del Recuerdo
en Dublín y un irlandés se me acerca y susurra:
«Los forajidos de ayer son los héroes de mañana»
y me cuenta que el 30 de enero de 1972,
un domingo sangriento se advino para curar
una herida y es una cura amarga.

Ser libre tiene un precio que sangra externamente.
En la consciencia duele. Con el Jardín del Recuerdo
se conmemora el Alzamiento de Pascua.
Me dijo que caminaRA con él a lo que fue
la Embajada Británica en Dublin
que ese año fue LA externa huella de lo que se destruye
para pagar el precio del aquel domingo de sangre.

Allí dijeron los británicos, como si fueran dueños
de cada espacio de Irlanda, «Queda prohibida
la marcha a Londonderry»,
en el Norte de Irlanda.
Allí quería, el Ministro de Educación, Martin McGuinness,
comunicar a los jóvenes católicos, que hay
que seguir combatiendo las tropas invasoras.
El se había unido al ejército de IRA.

Y pasó lo que pasó. El anhelo de libertad
tendría un precio. La República se vuelve una ficción
cuando Londres es quien aprueba, a través de sus ministros
de gobierno, dónde vas, qué tendrás que creer,
cómo vistes, cómo te comportas, y decide, además
sin consulta de nadie, quién es, o puede ser,
o está bajo sospecha de ser un terrorista
y, entonces, decreta «no-go areas»
como el Bogside de Derry.

Por consiguiente, armaron el Regimiento
de los Paracaidistas. Los derechos humanos
son para pisotearlos, se blasfeman, se toman
como delitos y disparan. A todo lo que se mueva
y así, por saldo, el precio fueron 13 civiles desarmados.

Esta es la historia de una marcha por Derechos Civiles
en Londonderry, en el Norte de Irlanda,
la tercera isla más grande Europa.

3.

Después no quieren que la Embajada Británica
en Merrion Square, Dublín, sea destruída
por turbas enardecidas; no querrán 30,000 manifestantes
cerca del Parlamento; gente que no se irá
en tres días, a menos que comiencen los disparos
y una matanza mayor que en Londonderry.

Aquellos 13 jóvenes estaban indefensos,
definieron que iban a una marcha pacífica;
ahora, otra gente, ya predefinida como turba,
sacarán bombas incendiarias de las mangas,
improvisarán sus luchas in situ de la IRA.
Lanzarán pedradas, quemarán llantas,
gritarán improperios y consignas.
Romperán ventanas e incendiarán monigotes.
Union Jacks colgarán frente a las escalinatas.
Exhibirán ataúdes simbólicos de cada líder
que Londres asesina y no valdrán los acordonados
con que el Ejército diga: «Estamos en control».

El Embajador inglés, toda su gente,
tendrá que irse, evacuarse a las ventas del infierno
porque el edificio se quema porque se quema
y en el sur de Dublín otros funcionarios y empresarios
de Inglaterra conocerán el miedo:
se queman sus negocios en el Puerto de Dun Laoghaire.

Después de todo, ventilarán sus mentiras milenarias.
Que el irlándes es, por naturaleza, cátaro violento,
borracho, inmoral, brujo, católico anárquico,
y lamentarán que hagam esfigies y carteles con fotos
del Primer Ministro Edward Heath, y las quemen
junto al Primer Ministro de Irlanda, Brian Faulkner.

Gente que no sabe comportarse no debe exigir
independencia ni república
y Westminster debe tener los controles.
El irlandés es desobediente y anárquico,
sangre rancia y bandolera. No saben de ley ni de orden.
Son como niños chiquitos, aunque en Stormont
se diga lo contrario. Lo nieguen.

En fin, ésta es la historia del Domingo Sangriento,
30 de enero de 1972, en la tercera isla más grande
de Europa... ¿Ahora qué dirá el presidente
Eamonn de Valera y su Primer Ministro, Jack Lynch?
Nada. Sólo ir a la Iglesia y escuchar a los Conservadores,
como Ted Heath cuando pide como solución
un gobierno directo en sus manos, caminar hacia atrás,
quitar a Irlanda todo, porque son incompetentes.
4.

Seis años después de la matanza, estoy
ante el Monumento del Jardín del Recuerdo
y un irlandés se acerca y me susurra:
«Los forajidos de ayer son los héroes de mañana»
y me cuenta que, aún hoy, después del Domingo Sangriento,
el informe investigativo del Tribunal sobre estos hechos
se expera. No sabe poner el dedo acusador
sobre los responsables del plan macabro
que desató la matanza. Aún no dan el veredicto.

Hablan ante el Tribunal de Lord Saville
sobre irresueltos hilos ante cuestiones éticas y legales
que son sólo cobardía, ganas de echar
todo al olvido. «Es que son irlandeses las víctimas.
Si hubieran sido ingleses, otro gallo cantara».


08-12-1982 / Dublin. Irlanda

Indice: Libro de anarquistas

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