De entre todas las cosas que instruye
El Corán la que más me conmueve
es el ayuno... No me importa que varón alguno,
diosecillos de marras, ángeles voladores,
entelequias de hueso o de trapo,
con alas o sin alas de mariposa,
lo hayan escuchado como dándose mandato
de Al-lha, por la boca de arcángeles.
Eso no me importa.
Cuando ayuno lo hago con la lógica sencilla
de que es bueno. Todo cansa. Hasta comer,
tener sexo, beber del vino. Uno necesita
abstenerse de rutinas, tener un día
o un mes, o cuánto sea, para purificarse.
En el mes de Ramadán, noveno de su calendario,
los árabes lo hacen. Es una vez al año y dicen
que obligación inexcusable, pues, ¡qué bueno!
Y me gusta ayunar porque, con ello,
vienen expiaciones de faltas.
Atrás hay que dejar esa palabrería vulgar, soez,
que es nuestro pan de todos los días.
No es el estómago el que ayuna simplemente.
Se ayuna de mentiras, rencillas, pendejadas
y deshonestidades que nutren la frecuencia de los actos.
Se descansa hasta los cinco sentidos
y, en rigor, no se está pidiendo que te mueras.
El Sunnah no te dice siquiera que no comas,
puedes tener un sojur antes de comenzarlo,
puedes comer un dátil y romper
con algo dulce como uva el iftar.
Lo más maravilloso de los primeros que ayunaron
cuando Al-lha lo propuso, si es que acaso
él fue y no nació, por razonamiento espontáneo,
no coactivo, de alguno de nosotros, es que se puede
ayunar de la injusticia que educa la jerarquía
de nuestras posesiones, o sistema productivo.
Nunca es tarde para liberar un esclavo
(ese esclavo puede ser uno mismo),
uno puede ayunar hasta dos meses seguidos,
si halla que su consciencia es culpable
por lo mucho que jode al prójimo y vira la cara
para no ver los hambrientos...
Me sospecho que Mahoma no debió ser
tan perverso, como dice Occidente,
cuando pide al desobediente que no cumple
el Santo Ayuno: da entonces de comer
a sesenta personas de escasos recursos.
Hártate, rico. Caga a gusto, no ayunes,
pero libera un esclavo y da de comer
a 70 hambrientos.
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03-02-2006 / «El libro de anarquistas»
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