Del dicho al hecho hay mucho trecho:
refrán popular
Atardece la tarde y se muele la noche
y están mis compañeros, ansiosos, avergonzados.
Tanto cartel en vano, se repartieron volantes.
Se avisó por la radio: «va a llegar el poeta,
él nos leerá sus versos» y atardeció
la tarde y se molió la noche
y no ha llegado nadie. Ninguno.
«Esta sociedad es un muladar, Poeta»,
me dijeron. «Si el convivio lo reclamara un narco
con música de banda, si el temario fuera
el sexo compulsivo y el prurrito, si la historia
a contarse tratara sobre fútbol o goles o patadas,
del Cristo salvador, que nunca viene,
de cómo se hará dinero sin angustia,
como por arte de magia
este recital se habría cumplido,
lleno el salón hasta el fondo».
Habrían hecho malabares por darse
aquí presencia, no digo unos cuantos...
¡Todos! porque organizamos, hicimos
el trabajo para jalar audiencias
y no ha llegado nadie ni aquellos que dijeron:
«Estaremos allí. Lo prometimos».
Ni llegaron. Ni vendrán. Ni mañana
ni en futuro próximo. No me extraña, amigos míos.
Esta tarde, antes de que llegara, yo ví el Poema.
Me flotó ante los ojos, me habló privadamente
para que les explicara con palabras su sentido.
Era un árbol frondoso, altísimo, con verdes esplendores
y las ramas tan espesas con flores, que pesaban
sobre una banca en el parque. Un árbol era
que cargaba las esperas de alguien
que limpiara sus ojos de poeta
y se sentara allí, donde nadie
ahora puede, donde lo dejan solo.
El exceso de flor y capullos, hojarascas, frutillas
ya pudridas y caídas sobre el banco, ganchos de la arboleda
que pegan en ristra los espacios donde las bancas ubican,
marañosos ramajes ocupan el asiento todavía.
Este es el mensaje y ustedes, amigos,
como gallos presurosos a su canto, olvidaron
que a los poemas, al silencio sagrado, no los llama nadie.
Vienen solos. A los poemas llegan
quienes son humildes vigilantes,
los que limpian los caminos hacia la arboleda.
Los que buscan el Claror de cada espacio
y expresan la nitidez de la voz en solitario
como el gallo que anuncia el fin del día
con su canto cuando todo el mundo duerme
y el gallinero, tranquilo,
hasta que él vuelve y canta
el comienzo de otra madrugada.
La madrugada es segura. Algún día la será
la del Arbol-Poeta, la del árbol-Gallo,
la del vigilante de los parques
quIen es quien deja limpio el lugar y aderazado,
para que lleguen aquellos que quieren esa luz
que no la impone ninguna propaganda.
Vamos a sonreír, poetas organizadores,
despues de inútiles horas de vana expectativa.
No dejemos que nos lama la tristeza
porque en una banca del parque
ví mucha tristeza amontonada
y no era un muladar.
No era el calvario.
Hallé los árboles más hermosos,
dignos de cada sombra que su alta copa esparza.
Y la brisa es digna de las bancas vacías,
pero sólo era la tarde, no la noche aún
para el cantío, tampoco el punto
menos inadecuado de vigilia.
03-11-2003 / Estéticas mostrencas / Indice
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