Thursday, January 28, 2010

Para sentir soledad y la miseria


Skid Row / Los Angeles, California / El desamparo

a Gustavo, al Feo y los putos

No. Uno no necesita que le pongan mala cara
aunque se sienta miserable si la ponen.
Con su amable sonrisa alguien puede decir
«lárgate, no es tuyo el lugar que pisas,
házme el favor y véte pa'l carajo».


Para sentir soledad hay que comprender
que a veces no se tiene un espacio mínimo
en el mundo, que no sea la tumba,
porque nada es tuyo; lo que has tenido
lo debes. Rentas y el día que no pagas
el prójimo casi se torna el puño que amenaza,
eco de voces que te dicen: «Véte. A la calle».

Un día la soledad depende, por desgracia,
de lo que no controlas, lo ajeno. Otras
de alguna maldita hormona, o la diabetes,
o depresiones por desprecios acumulados
o de verte al espejo y querer ya morirte.

La soledad no es algo que se busca
cuando se está jodido. Es una distancia
que te asalta, te muerde, va robando tus pasos
y te mete al callejón y allá te mata
como dolor nefando y quita tu sonrisa,
si alguna vez la tuvíste.
Es el último atraco, chingaquedito.
La perfección de un arte desalentador
que está determinado por todo lo vulnerable
que es el hombre, su ignorancia,
su egoísmo, sus caprichos,
sus insolidaridades.

Si no tienes empleo, comienzas a saber
que vales nada, que todo es provisional,
condicionado, no hay nada gratis.
Cada acto hay que pasarlo por la angustia.
Caer, caer y levantarse; pero el caído
no se levanta contento, ilusionado.
No brinca de alegría, primero ha de doler
el hueso, ha de sangrar el alma.
y ahí se define el dolor preciso
(la soledad duele y, cuando duele,
es cuando menos el prójimo la entiende).

A veces por una misericordia
que no dura por siempre, que te echa en la cara
ser desafortunado, o estar tullido, o baldado,
o no ser ciudadano, o no ser heredero,
o no ser suficiente para dar solución mágica
o inmediata, a corto o largo plazo,
a tu inopia, a tu desamparo, a tus limitaciones
(no diga usted, mala suerte... porque uno hace
el destino y le da un color y no lo entiende)
la soledad parece que dura más que lo que dura,
máxime si no has sido gregario, extrovertido,
apto ingénitamente para pedir aunque no necesites.

Porque hay gente así, caridura, parasitaria,
cínica, indecente, o como ellos, se nombran
gente lista, no boba. Otra que no.
Hay quien sólo quiere dar, o ser
autosuficiente, y no recibir nunca
ni lo que, por gentileza, se merece.

Pero hay soledades discretas,
que aman el sacrificio y sus clamores de piedad
no los buscan hasta el último momento
y yo no sé, si el mundo o Dios,
a los dueños, o portadores de tales soledades
las castiga más intensamente,
porque el dolor las visita moralmente
hasta el último rincón de las collejas
y se sienten malditas, desventuradas
en medio del pedazo de pan que se les tira,
o la frazada pordiosera del frío de su noche.
Y no saben si llorar o maldecir. No saben.

Para sentir la soledad, se escuchan
muchos «lo siento, no puedo, no tengo, ve allí,
ve allá»
y, a final de cuentas, en vano.
Se vive el ritornello de indiferencia y visitas inútiles.
Tocas en las puertas de nadie.
Te rompen las narices con ellas
y empiezas a crear tus propios NOES.

El desaliento te ayuda y Dios te aprieta,
si es que en El crees, y prefieres absolutamente
que te ahogue... ¡Qué horrible es la soledad
si no la esperas, qué triste es la fe en un bote
de basura, qué cerca se está de las ganas
de matarse, aunque Dios no te asfixie!

Uno tiene que ser triunfador al instante
o buscarse un fiador que enseñe a ser salvaje,
cínico, vividor, si has sido bueno... y qué paradoja,
a veces te da un pan quien menos tiene.
A veces el pan te lo da un mendigo
y el pudiente que conocíste te pasa por el lado
y no te reconoce, vira la cara para no verte.
El te crea la soledad que más duele...

Para sentir soledad basta que veas
uno tras otro, a quienes llamaste 'mi esperanza'.
Basta que no hayas aprendido que hay gente
a quienes no se debe dar ni la confianza mínima.
Basta que encuentres un perverso
que te pida el culo, o que te vendas, o que vayas
y delincas por un par de pesos y, si eres mujer,
mejor, más fácil es que se te prostituya
y él se sienta tu dueño.

Uno puede sentirse en soledad por demasiado orgullo,
o porque fue vanidoso y hoy tiene que aceptar
que si come un bocado se lo da un parejero,
un presuntoso, un hipócrita, que se siente
al rato el autor de tu vida, porque te quita el hambre
(aunque no sea con lo suyo) y mañana a volar,
a buscar por tu cuenta, a rascarle...

El gobierno te da ayuda, caridad institucional,
legislada por condicionado humanitarismo, y claro...
se comprende. Usted, en cambio, tiene que probarle
que no es un ladrón, un buscón indolente,
dar sus historiales, «qué hicíste con la mitad
de un peso, cuánto fue su último salario, llegó usted
una hora tarde, debió madrugar y estar en fila,
no es ya elegible, no cumplió esa estúpida norma»

y cuando pasa de burócrata a burócrata
emplazado, suplicando por lo que supone un derecho,
ya le humillaron, cupones de soledad es lo que le dieron.
Le sangraron el alma antes de aprobar servicios,
beneficencia, ese sasqueroso embeleco.

A elllos, sí... hay que verlos cómo se sienten
aupados sobre el culo de su cargo,
señores de su oficina con aire acondicionado
custodiada de guardias, porque a quien suele
dársele ayuda se le juzga no ya un necesitado.
El pobre equivale a un demente, malcriado, terrorista,
criminal siquitrillado y todo lo que se presupone
lo dicta una jerarquía de funcionarios
con su salario seguro, con diplomas
de servicios humanos.

Por eso, bendigo a los que sufren soledad
y la han conocido desde el fondo estructural
de la angustia y la necesidad, bendigo
los que la sobreviven y no pierden la fe
a pesar de tanta humillación
y deseos de morirse.

Yo creo en esos héroes ignorados
para los que nunca habrá premio ni aplauso.


11-09-2006 / El libro de anarquistas

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