A Douglas Christopher Thomas (1973-2000)
(Ejecutado con una inyección letal
el 10 de enero del 2000 en Virginia)
«(He) was both victimizer and victim, friendless and befriended»: Todd C. Peppers, profesor en Roanoke College y conferencista en Washington y Lee University School of Law
El no nació asesino, ¿quién se atreve asegurarlo
y apuntar con el dedo que debe imponérsele la muerte?
¿Quién lanzará la primera pedrada?
Pero es cierto: Tiene 17 años de edad y pesan
contra él dos homicidios. Mató a solicitud
de su amiga de 14 años. Entrampado por otra más ignorante,
o cuando no, perversa.
Será el tercer adolescente que se ejecute
este año; será el primero que se ejecute en Virginia.
La Octava Enmienda declara que es castigo
cruel e inusual fulminar con la muerte a un jovencito
especialmente vulnerable por su falta de control
ante externas inmediateces y presiones
sofocantes de su mente temprana,
inmadura, atribulada, que agiganta las malas influencias
hasta decir: «No tengo escape; ya no tengo remedio».
No es que él o ellos arteramente digan:
«Vamos a joder, haciendo todo el daño posible
antes de cumplir los 18, vamos a dar candela.
Que sea ahora, o no será nunca ni otro día
porque ya no hay futuro».
No es que sepan quién es la sociedad
que legisla, que restrinje o impone, quiénes hacen
la Ley, qué es lo que el sistema quiere.
Quién es su acusador después de todo,
quién es quien decide poner la soga al cuello.
El no lo sabe. Ni Jessica ni ellos saben nada.
El juicio que el mundo les inspira
es tan cerrado, tan malsanamente íntimo,
casi asocial, que no comprenden... pero,
en lo inmediato, en lo institucional, casi invisible,
se descubre... tan tarde, tan tarde...
«Hay que matarlos porque muerto el perro,
la rabia se acaba».
En el mundo lo que existe es encono,
sed de venganza. Falta de misericordia
y de esfuerzo, abandono, indiferencia...
... aquí está él como el ejemplo.
Y otros 22 ofensores juveniles ya han sido muertos
en los Estados del Sur, con la pena capital
y Douglas Christopher es sólo el prototipo:
El simplemente nació de un accidente coital.
No conoció a su padre; su madre no fue eficaz.
Lo abandonaba. En su temprana infancia murieron
los abuelos amorosos que le dieron un aire
de respiro y, con la muerte de ellos, quedó
seria y emocionalmente desastrado.
Y vino el alcohol, con su mucha propaganda
en los canales, los carteles, los mercados,
y le dijeron: «Bebe» y vino la pobreza,
sin orientaciones, porque hay pobreza que envilece,
aunque siente, y le dijo: roba, entra por las ventanas,
sé un ratero, y tén tu cigarrito, tu «smoling pot»,
no vayas a la escuela, goza, muchacho,
en la escuela está aburrido y soñoliento,
tú eres bruto, no sacas buenos grados,
no se te mira con respeto, no se te da cariño
y Laura Trevvett Anderson, tu maestra en Clover Hill H.S.
se cansará de tí, tú das problemas, Douglas,
tú eres ya la vergüenza de Midlothian,
eres un vago, hueles a mota, no te bañas,
nadie te quiere, ni esa morra Jessica Wiseman
(¿qué puedes esperar de ese noviazgo tuyo
si ella y su hermano James, quieren matar
sus propios padres?) ¿Qué ejemplo dan para tí,
qué confianza realmente con ellos adquieres?
Te van a joder, Douglas.
Van a implicarte, no te creerán si dices
que una niña de 14 no es una blanca paloma
y tú tampoco lo eres, robas, te embriagas,
eres sucio y torpe... y mira lo que ya te dijeron
en la cárcel: que has participado en un plan de asesinato
(que ni siquiera fue tuyo), pero lo hicíste
«por elección racional», lo que te hace
moral responsable por el acto.
Aquí están los desmentidores de tu pena
y de tu arrepentimiento. Se están burlando
de quienes han venido a tu rescate, incluyendo
a Laura Trevvett Anderson. Te llaman
el desalmado asesino de Kathy y de J.B. Wiseman.
A nadie le importa que, por ocho años, hayas sido
víctima de crueldad, depresiones, del caos emocional
de tu vida, sin sentido, ya se reestableció
la pena de muerte.
El Estado de Virginia espera
que seas el 74.
Que con ella se ejecute lo que eres.
Cifra que aplaudirán los que creen en Mano Dura,
en que un niño nunca será un niño y que criarse
en la calle sin amor es un cuento sentimental
de perversos.
Tú eres el perverso-adulto en cuerpo de niño,
Douglas Christopher. Eres el 601 en la nación,
74 en Virginia; uno entre 3,200 reos
que han de ejecutarse y Jessica
nunca más estará contigo.
Escúchala, imagina cuando tenía 14, y te imploraba:
«Diapara, dispara» y era su propia madre.
Llévate ese recuerdo cuando te toque el turno.
Te van a matar y no has sacado nada
que valga de tu vida. Se olvidarán que alguna vez
fuíste humano; entonces, en la silla de ejecución,
no seas sentimental, apresúralos, implora a tus verdugos:
«Dispara, dispara» e imagina que besas
a Jessica y que será la última vez.
La vida es sólo eso...
Entrampamiento.
03-10-2000 / De El Libro de anarquistas
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