El poder británico empleó la legislación penal, la propaganda, e incluso la literatura popular, para vilipendiar a la piratería, mientras glorificaba
la ocupación imperial, el comercio colonial y la acción «civilizadora» del imperialismo: Ernesto Frers, Piratas y templarios, 2005
No quiero que el mal se pague con el mal.
Que a mejillas puestas sobreabunden los golpes
y suframos y quedemos callados. Tampoco
que se diga ‘resiste, vendrá el rescate’.
¿Ha de tener la ira su límite, padre mío,
y el soportar, su llave liberante como dices?
¿Un cuchillo se detendrá antes de estremecer
las manos de quien nació asesino, o será
que es necesario que lo claven de una vez
al pecho o las espaldas del prójimo?
He sufrido por ésto y he matado
con las manos frías y dolor en el pecho.
Ahora, ¿a qué vienes si tengo 30 años?
¿Te llevarás mi dolor en tus báules?
¿A qué vienes, padre mío?
¡No me lleves contigo! ¡No me rescates!
No sé si ya te pertenezco. Es tarde.
Soy del tropel de los violentos.
Mujer, con rostro dulce y blandas carnes,
ya no soy. Y lo que esperas, al dar tu encomium,
no es posible. No ocultará un vestido de mujer,
con sus tocados finos, la voluntad que empeñé
con mis delitos? Tu abandono lo ha cambiado todo.
2.
¿Qué queda de María?
Pregúnteselo usted, Mr. Read.
¡María no existe! ¡Soy Magadalena sin Cristo!
Llámame Mark, marco de mancha y de bellaquería!
No está aledaño a lo bueno, mi cuerpo que fue hermoso.
No es placer eterno, la belleza vestida, oculta
en andrajos de viles forajidos, en rincones
donde abunda la sal y hedor de vomitados.
Hija de tu adulterio, adúltera porque lo he aprendido
desde adolescente. Cerraste una puerta, ¿te olvidaste?
María, la verdadera, no existe. Arcadicus juvenis,
soy tu sombra. Un dragón, grumete, lugartenencia
de tabernas de vicio, proxoneta, hecatombe,
aquella a quien La Horca jamaiquina la pesigue,
el desliz de la dama inglesa que perdió su paz
entre Las Horas y, parte de ese Orden de Eunomía,
que no tiene justicia ni me bendijo en nada.
3.
Este niño sin hiel es mi hijo.
Nadie le ha dicho bastardo todavía.
Que no lo infame la memoria que ninguna
cosa digna sobre mí ventila.
Perdí toda ternura y, ¿qué es él?
… mi única ofrenda al Agnus Castus
y, ¿qué tal si te lo doy y lo conviertes
en un pedazo oscuro tu nombre?
En un hediente estorbo de tu historia.
4.
No le digas que su madre fue mala mujer,
padre mío. Ni su abuela una dama que,
por su herencia, mintió y se hizo la zorra.
No le digas que no me buscaste suficientemente.
O que examinas mis puños y lloras.
Quedó grabada en mí
la experiencia de la viripotencia.
Me vestíste de justillo y calzón, crecí hombruna,
con actitud de hiena, y soy tan caprichosa
como tú, cuando a veces no quiero o no puedo
detenerme; manos duras y secas
las que tengo como las del fogonero
en buque, manos golpeadoras aquellas suaves
manos de mujer sustituyeron.
¡Hasta el pudor he perdido, padre mío!
Y a otra mujer entregué mis pechos,
que habían sido virginales y prohibidos.
«Mordisqueálos, puta, que ya tengo el deseo
de penetrarte y la vagina nos arde».
Nada a vergüenza lo convocó hasta entonces.
Ni aquella advertencia de Calico Jack,
su marido, mi amante: «Te falta ser un hombre».
Y avanzó sobre mis posaderas. De mí lo quiso
todo: boca, útero, el ano, axilas, en todo hueco
del ser he sangrado, padre mío. El se metía
en mi sol oscuro y me golpeaba, pero,
fue mutuo gozo. A la postre, nos quiso,
nos compartió a los dos su noche y su lascivia.
Ana Bonny, zorra como yo, también pudo ser mía.
5.
En muchos años, nadie me preguntó
¿cómo te llamas? Yo era Mark, tu marco de mentira,
marco de tu apellido. Y me jacté de haber sido
grumete de la Real Armada y dije que, como dragón,
combatí a España y que me gusta el fuego.
Poder de vida tiene el fuego aunque no purifique
y sólo tizne el rostro; la ropa es tan externa
que no es nada; la autoexpresión va tan adentro
que duele al sacarla y vestirse la oculta.
Una no sabe qué le pasa a la cara.
«Vengan a verme en la playa, hijos de puta».
Grité muchas veces a la tropa.
Fui la voz chillante en la coberta, mi eco callaba
el bramido de los vientos en la popa.
Ningún viejo, por más robusto y rijoso,
me besó en el cuello, la boca, ni me echó
sus suspiros en la nuca, ¿te dije?
A golpes, o a capricho mío, yo sí mostré
mis pezones a los ebrios, me quité
mis justillos y las bragas las he lavado
ante los ojos zarrientos, sorprendidos.
Mis senos siguen muy lindos todavía.
Hoy me sorprendo mujer por causa de mi crío.
Voy a lactar al hijo de mi amante,
a ese sodomita de mi barco. Después de todo,
él me conoció del animus al alma, el profundo
gato que chilla cuando sube a los árboles,
a los ramoncillos, padre mío. A sus pies, iba
mi gato que lo quiso. A él dí todas mis leches
y me besó muchas veces el llanto.
De El hombre extendido
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