A Siva, el Bienhechor y Señor del Tiempo
Tú, alumno caído en el pozo y la echada
ante la gracia amorosa del polo masculino,
siendo yo el Niño y Anciano de los Días,
recibíste mi secreto. El que da y quita soy
y doy lo más indispensable, el Ser y la Energía.
Tú eres mi flor, mi corazón es uno de tus pétalos.
Tu mente es uno de mis tesoros. El alma,
uno de tus encantos. Tú, alumno mío,
no naufragarás en estanques perennes.
Me dividí en dos mitades para quererte más.
Sacrifiqué mi inocencia; te enseñé el lingan-yoni.
Dejé mi casa del Más Allá de Todas las Cosas
y me puse, rumbo al pozo, densificado por tus zozobras.
Fui a sacarte. Te sequé con mis besos. Acudí a tu lado
para enseñarte mi danza, mi erotismo. El misterio.
Te dí a mi amante, Parvati; mis aguas en la visible turbulencia
de las formas feroces. Te mostré mi lengua azul y mis tres ojos.
Te instruí con las potencias fecundantes de la vida, sol y luna.
Que nadie vuelva a decir que no soy visible. Te ofrezco
el Ajna-Chacra, mi tercer ojo y mis manos que todo
lo escarban desde lo más remoto y lo inmanifestado.
Que no vuelvan a decirte que soy amorfo e inextenso.
Formé el espacio de Sadasiva para que habites, la tierra
de Mahadeva, el agua en Uma y el fuego de Bhairava.
Que no vuelva la mentira a reinar como avellanas
en lugar de mi sospecha, que es mi almendro duro.
Hay un deseo que admito como el más precioso:
Que tengas Atman, que intuyas mi Unidad, lo mismo
que a la Madre de las Formas, que sepas
lo que es posible por Bitul autoanulante
y por misericordia. Mi contenido te rebosa.
¡Qué generosa es la Vida que te doy!
En tu seidad, puse la corona de mi dicha,
Kether de mi reposo. Te entregué la danza,
el erotismo, la energía, el calor de mi Aliento.
No digas, no vuelvas a insinuarlo jamás,
que el placer obstaculiza que veas mi rostro
y que la vasija que eres y yo lleno se tapó.
Un día, cualquiera entre mis eternidades,
eché mi respiro de contento y el prana dio vida
a las cosas, y te entregué, con mi desfogue,
la posibilidad de mis muchos caminos,
el Saktipat, entre ellos.
Un día, cualquiera fue entre mis años y edades,
madrugué y aún vencí la noche, amándolas
a todas, sin renunciar a ninguna: mía fue Kali,
la negra más pura, Durga, la guerrera más lúbrica,
mía Laksami, Saraswita, pues todas las vírgenes
son mías, y no hay castidad ni orgullo que no sepan
de mi orgasmo ni lo quieran desde el fondo de sus almas.
Sus pensamientos son los ritmos contractivos de mi perineo.
No hay tristeza postcoital que no muera en mis éxtasis;
no hay mundo humano que no admita mis pulsiones instintivas.
Pequeño crío, alumno del estanque, dos enseñanzas te expongo:
Toda la vida-creación-externo mundo, tu pene y tus timbales son divinos.
Desoye a los que siembran culpas y vergüenzas, oradores
de recato y mojigaterías, fornicarios autodegradados, caprichudos.
Quien niega la continuidad natural del mundo y el placer posible,
me ofende. No lo buscaré en el estaque. Lo dejaré en el pozo
por largo rato. No diré el trecho más seguro para verme, Bodhichitta.
No lo pasearé por los mundos que transitan los bardos tras la muerte.
5-16-1991 / Del libro Tantralia
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