La belleza es el bien de otros:
Diógenes de Laercio, Bion, lib.IV, 48
Alguien, yo me ofrezco,
deberá seducirla, entrar a su cueva, sacarla,
convencerla, robar si es necesario
lo que oculte bajo su chador.
Ella es la bestia rica
y su casa está llena de esplendores.
¡Su caverna es muy secreta
y está transfigurada a pesar del acoso!
En lo profundo es tierna,
comprensiva, jamás mezquina
como somos. Ella es fértil, luminosa.
¡como la esperanza! ¡la felicidad!
Su verdad estructurada es arisca.
Los animalitos se parecen
a las niñas, dulces siempre
y, sin embargo, acorraladas
por dialécticas causales
de la rivalidad.
Bajo el chador a quien ama lo verá
y lo echará como su manto de sí
para quedar visible cuando su corazón
se evada en escapada
y quiera unirse al hombre que merezca,
sin el gesto obligatorio de la vil sharía.
Por eso es que, con ella,
sin mañas agresoras, celoso soy
en la tarea de quererla y buscar
(porque no es un fantasma
por tules negros cubierta)
su virtud, su alegría.
Es la necesidad viviente
del gozo y la raíz, su magia.
Sin embargo, tras el luto
de una cueva indeseable
del Oriente, cautiva está.
De El hombre extendido
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