Hari-vikrama-utthita-bandha
Siempre que vino a mí, trajo su compañía de lluvia,
oleajes de mar, olor de marisma y menstruo. Y se metía
bajo mi sombrilla. Buscaba mis caricias. Protecciones.
Nos escondíamos debajo de los altos balcones.
O en zaguanes desde los cuales podíamos ver la lluvia,
Y la calle desierta. Y la sombrilla, escurriéndose.
En su curiosa periodicidad, había una obediencia dulce.
En una esquina, eché mi mochila y la suya; dos colegiales
éramos; ella, Lourdes que olía a Luna, a ritos
de siega de los campos. ¿Y yo a qué olía?
Yo, a lo que busca Ser, no siendo todavía.
A Indra, dios del relámpago, mi voz y mi mirada.
Cuando Indra abre el cielo con el trueno
o raja el firmamento con sus luces, saca de lo oculto
los ojos de las cosas, esclarece lo que vibra
debajo de las faldas: el púbis de la niña,
mi pene alborotado, los ojos buenos sin bizquez
de los soles, la noche dulce, el beso de la vida
y, sobre todo, ella que se abre, y deja que la toque.
La escondo un poco en mí, pretexto que afuera llueve
a cántaros; pero más llueven mis dedos curiosos en sus senos.
Llueve más la faena que comienzo en su clotis.
Está muerta de pena, esta pequeña luna,
que oye el OM OM de mi Brahma.
«Levanta tu piernita», susurré en su orejita.
«Te sacaré la braga».
Y nos frotamos así, yo chivo inspirado de Savitri;
ella, luz del alma, Hécate en la puerta de mi gloria.
Estábamos de pie; levanté una de sus piernas.
Sólo una le serviría de apoyo,
me gustaba su muslo terso en mi mano,
su afán de hundirse en mi cogida,
su cerrarse, estando en pie,
su enrosque, su ritmo, su jadeo.
7-13-1980 / Tantralia
No comments:
Post a Comment