Thursday, June 24, 2010

Tomasito y el Panegírico de la trunca amistad


a Thomas Fuller (1608-1661), clérigo inglés
y Capellán Extraordinario del rey Carlos II

Tomasito, quien se jacta de sus ocurrencias embarazosas, a un nieto de Lucas Cranach, el Viejo, lo llama el verdadero Anticristo. Mas Lucas, el hereje, borrachín, narizon y casi de su misma edad, no pierde su oportunidad de ser el tentador y echarle puyas. Siempre Lucas ha sido un ateo que quiere creer, mientras Tomasito Fuller nació creyente y dogmático. Ambos se han mortificado desde que se conocieron. Como Lucas se cree zorro, Tomasito dice: «Con los zorros hay que ser un poco zorro». Y se burla del narizón. No por algo, cuando comenzó a escribir, anotó la frase: «El que tiene una nariz muy larga cree que todo el mundo habla de ella». No se da cuenta que Lucas lo olfatea. Le tiene puesta la punta de la nariz en la nuca, porque son muy distintos.

En rigor, Lucas piensa que ese gordito de Fuller es más ruido que pandereta. Ha sido un privilegiado toda su puta existencia. Lo envidia, quizás; pero no se lo calla. Si fuera amigo, sería de los sinceros. Con esfuerzos, con mañas y sacrificios de su padre, ha entrado al Queen's College, en Cambridge. Lo busca y sigue porque el Diablo lo proteje. El quiere ser esa piedra en el zapato de Tomasito, hijo del rector de Aldwinkle St Peter's, en Northamptonshire. Tampoco Lucas tiene por fortuna ser sobrino de un Obispo, como el Dr. John Davenant, de Salisbury. Como él mismo dice: «Mi único padrino, mi mejor tutor, es el mismísimo Diablo que me puso en tu camino, Tomás Fuller».

Nunca Tomás pudo advinar que hay antecedentes protestantes en la familia de este Lucas, que no utiliza el apellido Cranach. Se evita así la cárcel y el rechazo; pero si Tomasito se hace sacerdote y vva a colegios como Sidney Sussex y Corpus Christi, mientras sea en Cambrige, Lucas procurará cumplir la misión escarnecedora de estar siempre a su lado. Que vea el santurrón Tomás que Lucas también las puede y no le pierde la pista. Va a mostrar que uno de ellos, cualquiera de los dos, es un hipócrita, uno de esos conservadores que no se atreve a nada, porque como él mismo dice: «A conservative believes nothing should be done for the first time».

Sacan su tiempo para estarse juntos. Repasan las lecciones académicas porque son estudiosos. «Quiero ser el primer cura ateo», dice Lucas, «tú, con un poco de suerte e influencia de tu padre, o tus mentores, será las encarnación del Anticristo». No le queda otro remedio que reir a Tomasito. «¡Qué mucho daño te hizo Martín Lutero!», le dice Fuller. «¡Mira que llamar Prostituta de Babilonia a la Iglesia!»

No es que Lucas sea anti-católico. Ni que crea en la Reforma en Inglaterra, ordenada por Enrique VIII. Es que él es ateo y, además, un rebelde antimonárquico, pasado de cáscara amarga, al punto que valora que el Acta de Supremacía de 1534 es una mierda. Para él, la corona británica ni es la «única cabeza suprema de la Iglesia en Inglaterra», como tampoco lo es el Papa, sino que en el país no hay cabeza. Inglaterra es una muchedumbre de canallas que ha venido tirando las cabezas de unos y otros, en guerras inútiles y caprichos. Si un inglés, o escocés, o cualquiera sea la isla o región del imperio, hilvana un acto de alianza con el Papa, Inglaterra tira la cabeza del inconforme y considera que alguna traición se ha cometido. «Hay que ser hombre primero y pueblo después y después, si acasa queda gracia, como dijera San Pablo, comenzar a creernos dioses, al lado de Dios o del Diablo».

«Estás loco, Lucas», se espanta Tomás al oírlo.

En conversaciones de este tono, crecieron los dos muchachos. Cada uno hablando en favor de su fanatismo. La religión ha sido lo que es: un partido político.

2.

Rodaron muchas cabezas para que ellos conversen así, con esa tranquilidad del status quo. Uno que no los persigue. Mas sí... cayó Tomás Moro y Juan Fisher, ejecutados. «Hoy son santos y mártires que reclama el catolicismo». El Acta de Supremacía quedó abolida en 1554 gracias a la Reina María I, hija de Enrique VIII, católica devota. Cinco años más, el ritornello. Vuelve el Acta y la persecución a los fieles del catolicismo. «Apostasía fue la palabra de moda». El Juramento de Supremacía fue obligartorio so riesgo de multas y penas físicas por recusación. Y si Tomás hallaba a Lucas le decía: «Acusar a la maldad de los tiempos sería excusarnos a nosotros mismos». Añadía que él sabe vivir en la luz y en las tinieblas. Cuando Dios desaparezca, hay que vivir de la audacia. Asociarse al que tiene, al que da, al que asume por moral la utilidad de los negocios. «La audacia en los negocios lo primero, lo segundo y lo tercero».

Tomás Fuller no saca su verdad a la calle. Su verdad está desnuda. La astucia, cuando se viste con muchos trajes vistosos, se acomoda... y así es que vive el sacerdote, aunque no parezca hombre honesto, su verdad no la pasea. La calla. Es que la verdad está desnuda en la intimidad del alma. O del cuarto.

«Tú no tienes pasión, Tomás».

«Lucas, tú no acometas obra alguna con la furia de la pasión; pues, equivale a hacerse a la mar en plena borrasca».

«Entonces, ¿Dios para que te sirve, si no te proteje, Fuller?»

Y el tentador que lo escarnece con sus razones pasionales, le dice que no es diferente al Lobo. Que no se disfrace de oveja si es que, de veras, cree que es locura hablar de paz cuando son los lobos aquellos que persiguen. «Eres cómodo y acomodaticio. Te limpiarías el ano con 'Ell libro de los mártires' de John Foxe. Te olvidas de las persecusones marianas. Te haces de la vista larga ante anglicanos, puritanos e inconformistas... Te ríes de Isabel y las persecusiones a las misiones jesuíticas y las muchas ejecuciones en Tyburn, contra aquellos que en algún tiempo fueron considerados traidores... Dices que hay que tener enemigos como señal de que no se les han olvidado; pero, tú... tan desapasionado, gentil con todos, tan gustoso de la tiniebla y la luz, sin tomar otro partido que el que ha vencido... Por eso no te quiero, Tomasito, zorro astuto. ¿Cómo puedes medrar con la mentira, no ser de aquí ni de allá?»

«Yo sólo evito el escándalo, Lucas, porque la mentira no molesta ni camna. Pero el escándalo tiene alas. Y tú me juzgas muy duro. Y a veces para ser maestro, hay que ser ciego y para ser servidor, a veces sordo».

3.

Tomasito era un gran orador. Su carrera eclesiástica subía como la espuma. Cuando su tío muere, vivirá de una prebenda en Salisbury. Sostiene, en adición, un cargo de canonje. Lo elevan al rectorado en Broadwindsor y a la diócesis en Bristol. Es electo el proctor en la memorable convocatoria de Canterbury. Todo lo suyo partía de un decreto, quiera él o no. Nació para ser afortunado. Tenía para pagar las multas ocasionadas por uno que otro ex-abrupto apasionado. Dios le llueve las bendiciones del cielo de las instituciones.

A Lucas, no. Su casa fue saqueada cuando comenzó la guerra civil. Para 1641, cuando Tomás fue destituído de las finanzas que le daba su prebenda, tras el triunfo del partido presbiteriano, su amigo el escarmentador boqueaba por pobreza. Mendigaba en la calle. A veces ni comía. Nadie lo llamaba a predicar ni en el rincón de los pordioseros mugrientos. A Fuller sí lo llamó el maestro de Saboya, Walter Balcanqual, y lo instalaron en las fraternidades, aún haciéndosele el lector de la Capilla saboyana de St Mary. No le faltaba para vocear su prédica los Inns of Court, o los patios de las capillas. Muy conviencieramente, urgía a los parroquianos a tenerle lástima, a pedir al Rey en Oxford en cartas y peticiones de firnas que lo encumbrasen y distinguieran por que él es el Dr. Fuller y su «Inocencia (está) Herida» y demanda apelaciones.

Sir Edward Wardour y otros cinco «Grandes» lo oyen y claman ante la Casa de los Lores y, si algunos se quejaron de dos de sus libros, juzgados como escandalosos, si alguno hubo que conspirara en medio de la guerra para tenerlo arrestado tres meses o semanas, todo se volvía tan breve en el castigo y expedito en las soluciones en pro del Dr. Fuller. Y su petición de justicia en Westmintswer llegaba, al fin, a las manos del rey.

A la postre, se le verá sermonendo en la Abadía de Westminster. Fue el 27 marzo de 1643, durante el aniversarrio de la ascenso de Carlos I: «Yea, let him take all, so my Lord the King return in peace», gritaría él con regocijo. El, que no le llega a las rodillas a Lucas, el herejético apasionado. «Narizón y boca sucia de la iglesia», le burla.

No es igual la vida de él. Este que no es un reformero blando. Que nunca dirá refiriéndose a rey mortal ni autoridad profana: «Only the Supreme Power could initiate reforms». Es ateo. Este que nunca se reúne, aunque lo pida, con el rey en Oxford ni se le ofrece un alojo en el Lincoln College. Es que Lucas no es como Tomás, tan calmo y moderado. El sí ofende a la alta realeza de los censuradores. El inconformismo mordaz con que Lucas discursa es como el médico o la cerveza que Tomasito elogia cuando es más rancia y vieja. «Algo sabrás del beber, si dices eso, Tomás». Y vuelve y le endilga: «Los abogados, como el pan, son mejores cuando jóvenes y nuevos; y los médicos, como el vino, cuando viejos».

Pero ahí está el afortunado, con una «Historia de la Iglesia» publicada, con su réplica «Jacob's Vow», leída y releída por el Príncipe y rey Carlos. A Lucas le han quemado los libros. También escribe folletos y poemas blasfemos. Su obra se ha hurtado de sus tiliches cuando duerme en un rincón del arrabal citadino. ¡Es tan distinta la suerte de uno y otro! «Y en tu caso, Lucas, es que la oración no es la llave de tu día. No es la oración el cerrojo de tu noche».

«¡Es que Dios no existe, carajo!»

4.

Cuando Oliverio Cromwell murió en 1658, las oportunidades de Carlos para recuperar la Corona parecieron menguar. A Cromwell le sucedió su hijo, Richard Cromwell, como Lord Protector. Mas el hijo (para el mando) no era como el padre; así como parece que no es Lucas (para el mando de reforma) tan capaz como Fuller.

Por eso abdicó el hijo de Cromwell en 1659. y se abolió el electorado en favor de una Mancomunidad. La inestabilidad civil y militar proseguiría, y Escocia determinó la restauración de la monarquía. Hay amplio apoyo popular, se pide el fin del Parlamento Largo y unas elecciones generales. Un año después se elije una Cámara de los Comunes y se reúne el 25 de abril de 1660, como asambleas denominada Parlamento de la Convención.

La última vez que el PadreTomasito vio a Lucas lo supo partidario de Cromwell y enemigo de Carlos I. Todavía le dijo: «Amigo escarmentador, tú sí que eres radical y eso no es bueno; pero seas como seas, te digo amigo». Fue antes de la ejecución de Carlos I en 1649. Y, en 1660, sabida la Declaración de Breda (4 de abril), en la que Carlos acuerda, entre otras cosas, perdonar a muchos de los enemigos de su padre asesinado, siente que su amigo también ha triunfado, sólo que no se entera que está en prisión. Había sabido, sin embargo, que su vida había sido miserable. Que ya no tenía ni siquiera un alumno para enseñarte letras, latín o filosofía. Le habría gustado hallarlo porque, aunque Lucas no se lo crea, él es sincero cuando dijo: «Es amigo mío aquel que me socorre, no el que me compadece».

A Lucas lo capturaron en Londres al identificarlo en Tyburn, en los días en que se colgaron a diez: Thomas Harrison, John Jones, Adrian Scroope, John Carew, Thomas Scot y Gregory Clement, entre gente que firmó la orden de ejecución del rey y se ejecutó hasta al sacerdote Hugh Peters y los guardias del proceso. Y Lucas, aunque no era de los formales regicidas, se le tuvo por adláter rebelde. Habló mal de Carlos I. Blasfemar parecía su costumbre. Echaba loas a los quemados por María I y el clérigo católico, Obispo Bonner. A ella le llamaba Prostituta de Babilonia y al Obispo, hijo del Anticristo. No es extraño, no sorprende. También habló mal contra el reinado absolutista de Isabel I, última representante de la dinastía Tudor de Inglaterra. A ésta por la persecución del catolicismo y la consolidación del anglicanismo, religión estatal subordinada a la corona. «Es que yo, Tomás, soy un sacerdote ateo».

Carlos II, quien llegó a Londres el 29 de mayo en 1660, como Soberano legítimo, presentó un nuevo decreto: perdonará a los seguidores de Cromwell en el Acta de Inmunidad y Olvido, pero no a todos. Los regicidas que mueran y los cadáveres de Oliverio Cromwell, Henry Ireton y John Bradshaw, que se saquen de las tumbas y vuelvan a ejecutarse. A escupirse y revolcarse por las calles. Y, en el nombre del Rey Jesús, tomó su cargo oficialmente en 1661 y brindó por la Restauración en su trigésimo cumpleaños.

Cuando Tomasito fue su Capellán, supo que el nuevo rey dormía con una carta que listaba los nombres de todos los que hablaron contra su padre, el ex-rey Carlos, y se mordía de rabia los labios cuando decía: «A ninguno perdono; sé que muchos están aún libres. Otros en prisiones». Y el capellán vio en la lista el nombre de su amigo, Lucas, «el hereje, borrachín, narizon».

Era difíicil decir a este monarca, sensual y veleidoso que, si de veras quería entrar a la Iglesia Católica, debía perdonar generosamente y no guardar ese odio, que le provoca dolores de cabeza, vómitos y amargura. Estaba obsesionado con la enfermedad, su orina y la muerte y quería ser enterrado en la Abadía de Westminster, una vez se le sacara del Palacio de Whitehall.

«Tienes que hacerme una dádiva especial, amado rey. En la lista del rencor, está mi amigo Lucas. Está ya en una prisión de Londres».

«De esta lista no perdono a nnguno», le dijo.

«Mi rey, moriré antes que tú. Soy más viejo; pero no puedo ver que sufra un amigo que jamás he ayudado, aunque lo he querido... Dios me ha concendido, por su poder en la tierra, la seguridad de las prebendas, las canonjías, muchos patrocinadores, favores de los reyes, éxito de mis libros y mis publicaciones... A él, Dios no le ha dado nada, sólo la amargura... En los cinco primeros años de la guerra, yo escribía. El luchaba. Yo tenía miedo por mi seguridad daria; él era valiente. Después de la Derrota de Hopton en Cheriton Down, yo me escondí en un retiro y compuse un librito de oracones, «Buenos pensamientos para tiempos malos», que fueron los primeros frutos de Exeter Press y Lady Dalkeith, dama principal de la Infanta princesa, Henrietta Anne, me patrocinó y me acogió como su capellán... antes que se rindiera el Parlamento, yo escribí sobre 'El Miedo de Perder la Vida de la Vieja Luz', pero mi amigo Lucas escribió 'El valor de ganar la vida de la Nueva Luz' y él no fue admitido nunca al círculo de amigos de Exeter ni para dar un discurso y los suyos fueron mejores que los míos... yo satiricé a dirigentes revolucionarios en mi libro 'Andronicus, o El Político Desafortunado'... Empero estuve meditando mucho sobre él que, con más pasión que yo, reflexionaba sobre las calamidades de Inglaterra».

«Todo lo más profundo que expuse en mi libro 'Las Causas y Curas de una Consciencia Herida', él me lo dijo, con distintas palabras y yo hice sus mensajes más profundos los míos y nunca he podido hacer por él otra cosa que decirle narizón y el verdadero anticristo en la historia... Los impresores de libros y traductores me buscan y los censuradores a él lo persiguen y lo vedan... Háblele usted a Dios y a su consciencia, Rey y honorable Magestad, y perdone a mi amigo, como representante de Dios en la Tierra, a él a quien conspiraciones papales y angllicanas por igual han devorado... Hoy sé que sus acciones fueron el fruto de su conocimiento y porque me ha dicho que quiere usted ser un católico, el primero católico romano en Inglaterra, desde la muerte de María I... pues, conceda este perdón. Usted, a quien llamamos el Alegre Monarca, hábil al tratar con el Parlamento, el primero en tolerar a los Whigs (liberales), sin exasperar a los Tories del conservadorismo, usted, padre de catorce hijos... »

«Mire usted, mi Rey Carlos, he escrito un 'Panegírico A Su Majestad por su Feliz Retorno'; yo que no me jacto de poeta. No había escrito algo así, desde que perdí mi contacto con Lucas, en tiempos en que hablábamos de David y Bathsheba, la historia de las cruzadas y el Estado Sagrado que supera al Estado mundanal, que es la familia y la vida públca... Este panegírico es mi elogio a su nueva visión para Inglaterra, una que permitará la apertura de tolerancia al catolicismo, la justicia anhelada por mi amigo y que Cromwell, pese a todas sus luchas, no pudo cuajar».

A poco de entregar su poema y hacer este pedido, el sacerdote Tomasito murió. No supo que el rey pensaba perdonar a su amigo; pero, por desgracia, era tarde. El anticristo fue primero por Lucas. Se lo llevó a la muerte y los dos amigos no se volvieron a ver ni a dialogar y de la prisión el no amnistado fue a la tumba. Ambos murieron a par de días de diferencia en 1661.


18-02-2005 / Leyendas históricas y cuentos colora'os

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