Monday, June 21, 2010

Como si nada hubiera ocurrido / cuento


Cuando creyó que la noche había pasado sin incidentes, el policía, adormilado en su carro de patrullaje, se desperezó y observó varios zigzags en la marcha de un automóvil a lo lejos. Al verlo aproximarse, el patrullero le echó las luces y unas ruidosas alarmas. Iría por el conductor ebrio.

En medio de la oscuridad de aquella noche, a las 2:00 de la madrugada y para su asombro, descubrió que eran dos 'putasos simpáticos' y una adolescente, al parecer, ebria o dormida. El policía revisó el área con la rutina debida. Tomó datos. Hizo salir del auto a los varones. Alumbró el coche con una linterna, sin perder de vista a los sujetos a los que pidió calma y manos a la cabeza. Los retiró a 30 o más pies de distancia, donde detuvo su carro-patrullero. Y les agregó: «De rodillas».

Cuando ya, a solas, iluminó el interior del vehículo, se le fue el aliento. Allí encontró una hermosura. Una muchacha que dormía en despatarre, con una faldita tan corta que le miraba un alma azul como cielo de seda, y le movió la quijada para que despertara, o saber que no estaba muerta. Con una mano, sobaba aquellos muslos, sintiéndolos deliciosamente suaves a su tacto. La delicia se transmitía hasta los cojones y su verga crecía. No. El no quiere despertarla, sólo ponerla en una posición adecuada.

Allá, a 40 pies del auto detenido, al pie del carro de policíaco, con manos en sus cabezas, la pareja espera. Oyen las comunicaciones en clave entre detectives y policías. Aburrido asunto. Los detenidos se preguntan por qué tarda el guardia en su indagatoria. «¿No es mejor que comience por ellos y deje a la niña dormida?»

El policía fue visto cuando se pasó al asiento trasero. Es claro, pese a la distancia. «¿Y qué realmente buscará?» La niña está dormida. Los otros siguen allí. Los dos vestidos de mujer, con las manos en la cabeza.

«¿Y esta chamaquita dormida?», piensa alumbrándola en su rostro esta vez. Es linda. Viene dormida y su dedo examinador le indicó que ha sido lubricada. No es virgen. Ha de ser aprendiz de putilla.

Se ha despojado del cinto, con banqueta y revólver de reglamento, porque cree que tendrá su presita de pollo en estas oscuras y desérticas noches, rumbo a Las Vegas.

Ha tenido que reasomar la cabeza fuera del coche intervenido. Y gritar: «¡Manos a la cabeza! ¡Quietos y de rodillas, porque, si no disparo!» Les echó luz de su lámpara de mano. Allá, a cuarenta pie de distancia. ellos se preguntan: «¿Qué hablará con la muchacha?» No sabe que el patrullero, en realidad, habla a su agujero peludito. Ella duerme aún su zorra.

Allá, a cuarenta pies de distancia, no se puede ver que él tiene las nalgas al aire, y que, en espacio reducido, tras el asiento delantero, es un experto. Es un hombre alto, más corpulento que delgado; más panzón que ágil, mas sabe cómo se agita. Tiene alguna práctica, subiéndose mujeres a los güevos. Y él concluye que debe ser como el gallo, apresurar el brete, no perder de vista a los fulanos. Disimulo y deber que sean uno.

Los detenidos no querrán dar cuenta sobre el dinero que traen en sus bolsos. «Ojalá que la niña no hable lo que no debe y se ponga nerviosa!» No estaban en el Casino. Entregaron droga y les pagaron. Pueden registrar, si es lo que él hace, cada pulgada de escondite, cada espacio en el auto y no hallarán la mota, droga de ningún tipo. Los putos son afortunados, pero meditan: «¡Ese sospecha algo!

Reflexionan, si la niña es capaz de soltar indiscresiones, que ha sido pervertida desde los 15 años, por ejemplo, «ahora sí que nos refunden en la cárcel».

Por un poquito de coca que le ofrezcan a sus narices, la niña ha obedecido a su padre, el bujarrón de la esquina, quien le ha amañado. Su pareja trafica con kilos, con esa voz meliflua y gesto de tonteja que tiene. Están pensando sobre si conviene que se ofrezca una buena mordida, como se estila en México o «si éste yankee, gabacho al fin, resultará tan decente que no admita el soborno». Están cansados, soñolientos por un largo manejo y en la calle con ligeros vestidos, el frío se les cuela por debajo de las nalgas y es excesivo el pedido de tener las rodillas clavadas en un pizarral gravilloso.

«¡No aguanto más!», dijo uno que hizo carácter. Se puso en pie. Bajó las manos, apresuró el paso hacia el coche detenido, donde supone al policía aún al habla con la niña.

«¡Deténte!», alcanzó a verlo.

«Atiéndame. Estamos impacientes». Teme que haya revisado en su cartera que dejó, si bien recuerda, sobre el asiento trasero.

«¡Vuelva a la esquina!», ordena el policía.

«Salga a interrogarnos. Dénos la multa y acabemos con ésto».

«¡Vuelva a la esquina o le disparo!»

Insiste en que el patrullero salga. Lo correteé. Que haga algo. «Que deje de comer mierda con la nena». Se está orinando y tiene frío. Urge un cigarro y da señales que significan que lo pide.

Y, tan cercano es su asedio al policía, que lo observó pujando sus espasmos, semidesnudo y encima de la nena.

«¡Se cinga tu hija, amor!», gritó al marido.

La leche se le ha desbordado por el susto. Se derrama sobre sus grises pantalones del unforme.

«¡Vaya hasta mi patrulla! ¡Obedezca!», grita otra vez el policía, pero sus piernas parecen un flan. O mantequilla. La leche lo ha desbortando y es como un caballo caliente y tembloroso. Así le sale la voz, melindrosa y accidentada. Se ha corrido como un vil pendejo sobre sus rodillas y tiene que asumir que ha de levantarse, abotonarse los calzones, revestirse de abajo arriba, velozmente, y colocarse el cinto, la baqueta y el revólver. Y no olvidar la lámpara ni su libro de infracciones.

«Violaste una menor, policía! ¡Es mi hija!»

«Manos a la cabeza. ¡Los dos!»

Y sabe al fin del auto.

«¡Maldito criminal, policía delincuente!

Ahora camina a zancadas, de repente, con una mano en la pistola. Trae consigo el bolso de alguno. Ni siquiera rebuscó lo que contuvo. No ha indagado nada.

«Tenga su bolso. A lo mejor, un cigarro lo calma».

Comenzó anotar lo que juzgara la infracción. Que manejaban en estado de embriaguez. Puso la hora de su reloj en tal instante. Son tres los ebrios. Que la licencia está vencida y la foto no se parece a la persona para quien fue expedida. Que vio el auto zigzagueando.... y fue lo ultimo que les dijo al autorizar que tomaran sus documentos y pertenencias que puso sobre la tapa del motor de la patrulla.

«Eso no es todo. A nombre de quien me expida esa imfracción y multa, haré una demanda y querella explícita. Lo acusaré de violar a una niña», dijo un derenido.

«Y soy testigo. Ví lo que hizo».

«Menor que anda a estas horas, con dos homosexuales borrachos, con la boca olendo a alcohol y cigarro, no es vírgen».

«¡Pero se aprovechó!»

«Vayánse y no jodan porque los acabo a ti ros por resistencia al arresto y conspiración para agredirme y desacreditarme...»

«Se ha burlado de nosotros. Nos pide que nos vayamos para usted quedarse riendo».

«Rompa la infracción. Olvidemos todo. Desharé mi copia», dijo el policía como dando concesiones.

«Pero usted cometió un ultraje».

«Está intoxicada y, si es su hija, déjeme advertirle que su paternidad es irresponsable y que ambos le dan mal ejemplo». Para su mala suerte, como su hija, quien se queja es inmigrante indocumentado.

Y ante esta amenaza, se calmaron los ánimos. Antes de irse, la pareja corrió a revisar sus bolsos de mano. Se cercionaron que no tocó el dinero y el policía se dispuso a dejarlos ir como si nada hubiese ocurrido.

Y van cantando su buena suerte. «¡No nos robaron!»


22-09-2003
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