Saturday, June 05, 2010

Dice Gustavo, el maestro / Frag. 35 y 36


35. Por un poquito de digndad, no quiso la etiqueta para sí

Han abierto una carpeta del archivo personal de Fa Boulon. Todavía los funcionarios (que no han dedicado ni diez minutos a platicar con este maravilloso adolescente de Laos) utilizan las notas que se escribieron mucho antes de que llegara a la prepa. Desde garabatos en hojas y minutas, intentan descrifrar su vida y la de su familia. «¿De qué han vivido desde que se mudaron al condado? ¿Por qué están en los EE.UU? ¿Hablaban o no el dialecto de Hmong Der?»

Gustavo dice que se está perdiendo tiempo en una nimiedad. Basta hablar cinco minutos con Fa Boulon para quitar de alrededor de sí esa ola de conspiratividad delincuencial con que lo asocian, sólo por la sospecha de que tiró un rollo de papel a los aires; sin ningún deseo de pegar a nadie? Quiso verlo solamente desenrollarse en el aire.

Pero, entre el 2003–2004, fecha en que murió la madre de Fa Boulon, los legisladores del Distrito 31 de Fresno, pusieron en las agendas gubernamentales y de escuelas públicas el asunto de la validez de utilizar el dialecto de Hmong Der para dar servicios a esa comunidades como en las que Fa Boulon nació. Y, ante la posibilidad de cambiarse de escuela, en momentos en que su madre ya no estaría con él (ha muerto) y con su padre pensaba mudarse a Westmnster o Garden Grove, preferiblemente Santa Ana, la misma burocracia «o estos círculos de mierda que hacemos desde papeles, o experientes para perder el tiempo, creyendo ser inteligentes y acuciosos», se le enfrentó.

El niño comenzó a deprimirse. Tenían que reclasificarlo. Saber si es un Hmong Der para que le ofrezcan beneficios y servicios en las oficinas condales. Si entre los Hmong de Laos, sus padres fueron víctimas, venga y ofrezca explicaciones. Hágalo otra vez. A sus padres no les gustaba que se les contara entre aquellos dos grupos Hmong Der y Hmong Leng, ni que se le grabara para una futura historia oral las memorias de sus cautividades durante la Guerra Secreta. Una vez se lo dijeron a la misma legisladora Sarah Reyes, de Fresno, ante Doua Vu, que colaboraba en un proyecto de ley en pro de beneficios para los laosianos.

Sucedió que el padre de Fa Boulon también sufría depresiones. No podía ocultar que odiaba con toda su alma al General Vang PaoIn, quien desde los inicios de 1960s, trabajaba para una División de Actividades Especiales de la CIA norteamericana. Reclutaba, entrenaba y dirigía a los vecinos del Sur de Laos, que son como esas comunidades que en las oficinas locales piden servicios porque ya están en los EE.UU., sólo que bajo la etiqueta de Hmong. El no quiere esa etiqueta para sí; pero, cuando él tuvo la desgracias de toparse con la gente de Vang PaoIn, era un estudiante de medicina. La guerra de Vietnam lo tenía como enfermero, aunque siempre fue civil y se ha negado a aprender el uso de armas. Una vez ante Vang Paoln que quiso verlo disparar una ametralladora, le dijo: «Prepare usted el arma. Dispáreme con ella. Yo soy médico. No soldado».

Tenía fama de valiente, corajudo, pero, con la palabra y sus manos de enfemero. Era un pacifista y decía que era demócrata, republicano y nacionalista. «Un día Laos será libre y una monarquía vendida a la lealtad a Francia». El padre de Fa, pese a su mala suerte, la violencia en que siempre se enmarcó su vida, era un varón indispensable. Era culto, útil por lo que sabe. Sabía lo que saben los médicos cirujanos y tenía un manejo de varios idiomas europeos, además del laosiano. Gente de distintas ideologías, izquierdas o derechas, lo recomendaban para todo. «Boulon es el hombre. El sabe lo que hace».

Los soldados Hmong artriesgaron sus vidas en las líneas de batalla para cerrar la Ruta de Ho Chi Min y rescatar pilotos estadounidenses cuyos bombarderos fueron derribados. Entre 1967 a 1971, vio cómo muchos soldados Hmong murieron; sentía pena por ellos, especilamente cuando quedan inhalitados y tenía que cortar piernas o brazos, y dejarlos en los caminos. Desde 1962 al1975, a él le dijeron que unos 12,000 Hmong murieron luchando contra el Pathet Lao y meditó: «¡Qué bueno que haya sido así! porque son invasores! Ellos están en contra de los mejores intereses de mi país. Los yankees utilizan mi país, así como utilizan a los extranjeros Hmong, que son nuestros vecinos, y nos meten en sus conflictos para atacar a Vietnam. Esta fue una guerra que no quisimos ni necesitamos». Lo ha explicado a Fa. «No odiamos a los Hmong. Odié a Vang y, si no odié al gringo, es porque fue el fue padre de tu madre. Son tan diversos odios los que intento sacar de mí, Fa. Sácalo tú, a veces no puedo».

Con un militar estadounidense, asesor de Vang PaoIn, este inmigrante con odio podía desahogarse. Las tropas hablaban sus dialectos. Boulon y él, en francés, porque el estadounidense era el verdadero entrenador, aún por encima del General Vang Paoln. Y el inmigrante Boulon, padre de Fa, desde esos días, odia cada vez más a estos grupos, al que prefiere designar como los «infames chinos, los traidores». A todo odiaba, por todo sentía asco, a excepción de una niña de ocho años de edad que el militar estadounidense siempre tenía su lado. Su hija, parida por una franco-vietnamita.

«¿Por qué no dejó a esa niña en alguna villa con su madre?», le preguntó al asesor de Van Paoln.

«Porque es mi hija. Murió su madre en Saigón. Yo no la puedo dejar sola. A donde quiera que voy la llevo conmigo. Pronto regresaré a los EE.UU. y quiero que sea reconocida como mi polvo. Mi simiente».

Fue la primera vez que Boulan entró en contacto con este misterio. El «Bui Doi». El Polvo viviente. El miilitar se recuperaba de una herida en el pecho que se inflamó, en gran modo, casi inmolivizándole ambos brazos. El se mantenía recostado con los brazos al costado, caídos al lado de sus caderas. Evitar el dolor de moverlos. La niña, a la que solía llamarla Polvito, lo alimentaba. Recibía con obediencia muchas órdenes. Solía ser muy silenciosa; pero hablaba una mezcla de francés y vietnamita. Tenía un tono seductor de dulzura.

Boulon nunca había visto a una niña tan hermosa. Era saludable, grande y desarrollada para su edad. Posiblemente, por la genética del militar tan enorme, bien alimentado, que era el asesor de Van Paoln; pero, al mismo tiempo, esta niña era asiática. Los ojos oblicuos la delataban; pero, al fin, ojos azules que le heredara el agente de la CIA. Quizás, por ésta presencia casi invisible de la niña y la fascinación de verla, semiescondida, siempre en la cercanía de su padre, Boulan se mantuvo asociado a la Unidad.

Pero él ante ellos puso siempre las cartas sobre la mesa. «Yo no soy Hmong. Soy de Laos». Nunca le pudieron arrancar la confesión de si tenía simpatías por los comunistas, o si fue desafecto al régimen monárquico. «Nunca digas todo lo que piensas», es un consejo sabio de su padre. Dijo que, como joven, su meta fue ser médico y que estaba agradecido de que se le enviara, por algunos años, a estudiar medicina a París. El ambiente político en el Sudeste asiático hizo que no se le reconsidera su salida de Laos después que regresó y enterró a sus padres. «Tan poco le faltaba para ser médico», lamentó.

El agente de la CIA expertó en deducir secretos, aunque no se puedan arrancar con la violencia, le dijo uno. «Has tenido oportunidad de escapar e irte con el Parthet Lao y ya sé por qué no lo has hecho». Ese día Boulon sintió mucho terror. Sabía que lo podían desollar vivo.


36. En el terror de una micronación

Había visto cómo se condujo la defensa , a través de agresión, en la Region II (MR2); cómo se hacen las cosas en los cuarteles de Long Cheng, también llamados en los lenguaje de claves Lima Site 20 Alternate (LS 20A).

A Long Cheng, la segunda ciudad más grande Laos, la CIA la convirtió en una micro-nación, donde todo quedó atrapado para beneficio el yankee y esta Guerra Secreta, donde el General Vang Paoln hace lo que quiere.

Ahora todo estaría bajo control del Gringo de la CIA, su general y la niña: todo significa el banco, el sistema escolar, el aeropuerto, el hospital... antes de la llegada de los Hmong de Vang Paoln, allí en el hospital Boulon no negaba servicios a camaradas del Pathet Lao. Los comunistas decían que ese médico es uno de eloos, un simpatizante, o por lo menos, se puede contar con él. Le decían: «Boulon, el Mejor», mejor médico y ciudadano. Siempre por dar un servicio, se arriesga y va. Se juega la vida por dar vida.

Un día fue el General Vang Paoln quien tomó el control en Long Cheng. No se había acabado la guerra secreta. Arribó victoriosamentye y preguntó por el mejor médico: «¿Quién el mejor en Lon Cheng?» Tenía una herida infectada, muchos hombres heridos, y los médicos de su batallón exhaustos, y dijeron que el mejor médico, aunque sin el diploma de Francia, es Boulon. Desde ese día, lo sacaron del hospital público. Se lo llevaron a la zona de los mercenarios, ahí donde está el Alto Mando de la CIA en Laos y la frontera con Hmong.

«Has podido salir. Escaparte y tú no lo has hecho. Hemos fabricado hasta la oportunidad de que lo hagas y te vayas con el Parthet Lao; así te disparamos por la espalda... y ya sé por qué no lo has hecho».

«¿Por qué?», preguntó casi Inaudiblemente, como si le costara enterarse por otra boca que no fuese la suya. Se sentía en las manos del enemigo.

Pero el gringo no contestó nada. Ni siquiera lo miró a los ojos. Se veía tan cansado, aburrido. Tenía al alcance de su mano a su hija. Extendió el brazo, a cuyo dolor se acostumbró, como si una gangrena avanzara por el lado derecho del pecho, y descorrió con su mano la falda sobre el muslo de ella. Quiso tal vez contestar de esa manera. Acariciaba una porción desnuda de piel para que Boulon la introyectara en su apetito. Y les mirara porque había dejado por días de mirarlo y de hablarle. No hacerlo dejaba al descubierto, según lo analiza el asesor del mercenario, el odio que Boulan tenía. «El odio se acumula silenciosamente; así combaten los comunistas en Laos; así miran a las tropas que la CIA moviliza, cualquiera sea el lugar que la sacamos, Burma, Thailandia, Camboya».

Aquella mañana el agente de la CIA le conversó como si sospechara que moriría más pronto que lo deseado y que su victoria mayor, o personal, tendía que cifrarse en otra cosa que no compartiría con el General Vang Paoln. Siguió subiéndole la falda. Sabía que su hija aún dormía, casi arrimándole, como siempre, una rodilla a sus cojones. Ella cubría las piernas de los dos con una manta, una de cuyas puntas ella apretaba a la altura del cinturón de él. Sentía que él tenía la pistola, siempre a la derecha. El le instruyó sobre su manejo. «No juegues con el arma; pero, cuando estés conmigo, tócala. Siempre que duermas, aseguráte que tiene la oportunidad de saberla en mi cintura, que está a tu alcance, convenientemente para tu mano y, si yo duermo y temes por tu vida, desbaquétala y mata a quien sea».

Y la niña duerme con tales instrucciones. La rodilla en sus güevos; sus manos, fijando con el puño una manta en la parte izquierda del costado de su padre y la mano derecha, libre, ligeramente acaricianndo una pistola. «Nuestra pistola, Polvito».

La despertará. Es la primera vez que el agente despertará a la niña ante los ojos de un hombre al que ha llamado enemigo. El enfermero tiene que aprender una lección en confianza. Por eso éste militar completó un ritual que parecía íntimo, demasiado personal y lo hace cuando su enemigo pueda verlo.

Era muy temprano en la mañana como para que despertara a su hija y quisiera que ella y él lo ayudaran a erguirse y dar un paseo. El fue tan simple y a la vez tan sutil como contestar una pregunta que quedó en el aire: «¿No vino un relevo, doctor?»

«No».

«Creo que me quedé dormido y no terminé de decirte algo».

«¿Qué?»

«Que has podido escapar... y ya sé por qué no lo has hecho».

«¿Por qué?», ahora lo preguntó con mayor seguridad.

Y para despertar a su hija, que era la respuesta, le dejó su traserito al aire. Jaló con violencia la manta. Ahora el frío de las 4:00 de la mañana se posaría sobre el cuerpo de Bui doi, a quien él llamaba My Dusty Thing o Mi polvito. Ahora, cuando todavía ni despertaba, él metió toda la mano derecha bajo el bordillo de elástico de unas pantaletas amarillas, tensó el dedo del corazón, frotando su palma contra las nalgas antes de bajar el dedo que desapareció rumbo a lo que dijo es «fent des plaisirs» / «coquille juteux / utérus plaisant» / para esa cosa viviente que no se sabe lo que es... Boulon se ruborizó, cuando escuchó el primer gemido de la niña despertando. El padre le hacen cosquillas en el culo y le pregunta si le gusta. Ella que dice que sí. Que le gusta cómo el la despierta. En el interin, se hacen promesas de no abandonarse nunca. Cuidarse uno al otro en medio de la guerra. El asesino parece un niño que juega con una muñeca, o callejera criatura «Lai», sacada de la película Miss Saigón.

Indice
___

Indice / Novela de tesis / pedagógica / 1. Preámbulo / 2. El Estado Dorado y Exitoso / 3. ¿Cuál es «El divino tesoro»? / 4. La cazapremios que vive entre ratas / 5. La llaman Meteorito o La Gorda / 6. «Usted es un progresivista, no un trascendentalista» / 7. Dos papas podridas / 8. El certificado de defunción / 9. Un demonio vestido de santito / 11. El hijo de un guerrillero / 12. La exportación del miedo / 13. «Soy de donde mejor me convenga» / 14. «Y de mí, ¿qué va a decir?»: La Shakira / 15. En el submundo de la Rosa Salvaje / 16. «Los marcianos llegaron ya»: Miss Meteorito / 17. «Tras viciosos, malagradecidos»: Rosie / 18. Cruzarse de brazos / 19. Sobre conejas, premios y el Título X / 20. «Por amor a mi cantón»: El cholo / 21. «Naomi, ese hijo pudo haber sido el mío»/ 22. ¿De qué sueño americano estará hablando? / 23. El sabotaje y la historia / 24. El desaliento / 25. El toiletazo y los 'Homies' / 26. Se harán averiguaciones / 27. El robo y la palabra del día / 28. En defensa de Fa Boulon / 29. Gustavo y el padre de Fa Boulon / 30. El régimen de vigilancia / 31. El detalle de 2,000 caballos muertos / 32. «¿Lo expulsan por feo?»: Gustavo / 33. «Para despolitizar este asunto»: Frazier / 34. Vivencias del padre del alumno laosiano /

No comments: