Thursday, September 11, 2008

Don Lion el Levitante


a Leoncio Bourdón Jiménez


Quienes anduvieron a la husma, creyentes de que existen los temenoi, es decir, altares ocultos y demónicos a los que se va por caminos subterráneos, no se sorprendieron de que, a principios de los ’80, muriera Don Lion, el Levitante, del que se alegó que fue brujo, nativo de Guayama. O con parentela de los Bourdón de Moca, si no miente la gente.

No le hicieron unas exequias cristianas en El Pueblo, ¿cómo hacerla si aquel negro, con estatura de 6 pies, 6 pulgadas, tenía los ojos medio verduzcos, pero con una mirada fiera y roja? Decían que, en vida, se encerraba por más de 15 días a conversar con espíritus en su bunker soterrado en Hoyamala y que el mismo Demonio se hospedaba con él. De modo que ninguno que lo conociera y supiera de sus hábitos, quiso enterarse de si una tumba se le hizo o si se trasladó a camposanto o enterarse siquiera de cuáles apellidos se pondría en su lápida. Se especulaba si uno de sus apellidos vincularía una cepa de Jiménez, o Bourdón y no alguna de Pepino…

Cuando murió tenía el pelo canoso y más de cien años de edad. Asomados al féretro, allá en Hoyamala, vieron en su lugar la apariencia de un jovenzuelo. Se dijo en pueblo urbano y campo que murió el hombre que curaba a los tullidos y que navegaba bajo la tierra, inmerso en ríos de olvido, o que flotaría como un fantasma entre cavernas, quizás cavadas por él mismo con ayuda de demonios infernales. Eso será precisamente un témeno.

Se calculó que se quedó en la edad de los 40 años, siendo más viejo y pasado el siglo. Algunos se acuerdan que Don Lion fue guitarrista fino. Y había que admirar a la mosca inmensa en un vaso de leche, trajeado en gabardina blanca, con ojos enternecidos al tocar el laúd o la guitarra. Tenía la cara y cuello grandes, cuerpo fornido y musculoso.

En los años Cincuenta, periodo en que subsistía en Pepino, determinándolo todo, la dinámica elitista y clasista de los Rodríguez Rabell, los Franco, las Damas Católicas, el Cura Aponte, los Oronoces, los Font y uno que otro Cabrero, se toleró a otro músico que competía con él, Millín Scharrón al rasgar la guitarra con destreza. A Scharrón preguntaron: «¿Quién es mejor, tú o ese demonio?»

Calladamente, lo comparaban, queriendo o no queriendo, con un ángel de ébano que entretiene al Olimpo. Y las damas zuzurronas, entre sí confesaban, desde el casino o las verbenas, después de leer sus libros de oraciones y misales de vaderécum: «A riesgo mío, escuchamos su música y, a meo penículo, yo misma lo observo. Con su mirada enervante y sus enormes cojones encubiertos. Es peligroso. Cocolo malnacido, símbolo de traición y de lujuria. ¡Líbranos, Dios Padre, de verlo y escucharlo cuanto puedas, oh Dios mío, Jehová de los Ejércitos!».

Y, tener que vérsele tan inocente e inocuo en apariencia, refugiado en la música, como un Apolo con su lira en las manos; tener que vérsele, con los dos nenes de una mujer hermosa, nenes de Ramey Field, dignos de ojos azules y la energía de los campos de Kansas… Mrs. Simpson seguramente se abrió a la proceptividad porque el brujo desataría su estrum con ojos distintos, ojos fieros, y esa construcción de reflejos espinales que Don Lion controla con la pituitaria vibrante o con la ingeniería de las axonas del cerebro. Es peligroso el brujo de Hoyamala.

Ya había durado veinte años cingándola, amándola, protegiéndola. Y ella, Mrs. Simpson, lo quería. Lo querrá siempre. Eso es lo incomprensible. Eso es lo misterioso. Meditaban otras viejas Leonas y Rotarias el por qué habría de quererse al negro venido de Guayama, esa versión reciente de Guilimbo que aún desdijo al Cura Aponte y a las damitas catequistas de la Iglesia del Pepino.

Cuando están con las feromonas vaginales, en alto grado humedecidas en sus loquios, por acción de axonas noradrenálgicas, ellas huelen hasta los pedos de los ángeles y el olor de Don Lion les impregna como si volara por los aires, levitando, próximo a las casas suyas y sus habitaciones. Y, de veras, hay quien lo observa cuando se va o se esconde en sus sótanos sagrados de La Chula y después sale en forma de ángel por ventanas cósmicas. Los bulbos olfatorios lo detectan como feromonas. Es él que hiede en las propias vaginas. Las niñas, con activísimos órganos vomeronasales, lo descubren, no en residuos volátiles, vahos de sus movimientos en los aires, sino en la densidad no disuelta de su presencia en las orinas.

«¡Son las adolescentes a las que él prepara sortilegios! ¡Recen, niñas, pubertarias inexpertas, que Don Lion induce a malos pensamientos!», alertaría como si diera el último consejo, Martina La Jorobaíta, vecina espírita de la Escuela Blanca, a quien él echó un fufú y la neutralizó como médium para siempre.

En los balcones, o en los patios de sus atacados con magia, dejaba una sendas cagarrutas de mierda de bruja. Las dejaba caer desde los aires en los días de cielos encapotados.

Malos pensamientos, demasiados malos pensamientos, azotaría a ese grupo de mujeres que ya han sabido lo que él hizo con ese bulto enorme de sus entrepiernas: ha corneado al Ingeniero Mr. Simpson, de Kansas. Le robó la esposa al buen americano. Trapeó con su prestigio por los suelos. Se la trajo consigo, raptándola hasta los temenoi… Hombre de tal catadura no será bueno. Macharrazo así que induce a que las quinceañeras más lindas se orinen en sus bragas, por el gusto del orgasmo imaginario, ha de ser malo.

La receptividad erótica, ovárica de estrum, es pecaminosa. Don Lion ha de tener un vergajo imponderable. Una macana grande y rica, con la cual hechizó a Dorothy Simpson. Veinte años han durado, él y la gringota de Kansas. Además, otra cosa se supo. Al fin, ella se llevó los hijos que cuidaran. Y regresó a kansas con ellos. El sólo dijo: «Está bien, mujer. Véte», y no titubió, ni fue por error que lo dijo. El brujo hablaba el inglés perfectamente, con un acento que parecía de Cambridge y ésto sumaba a la capacidad de enamorarla.

Ahora se recordará cómo fue que volvió a las andanzas y cómo obtuvo lo que obtuvo: otra niña adolescente lista para comerse, ya en su lecho. Fue la más dulce y bondadosa de las hijas de Juanito.

2.

Quien se asomó a la caja para confirmar el milagro del elíxir de la eterna juventud fue la parentela de Juanito Ponce de León, un tendero de La Chula, en las cercanías de Aibonito Guerrero. Al lado de la viuda, su madre Doña Matilde y otras de las hijas (Lala, Sofía, Ana, Gloria, Pilar, Araceli y Tinita), todavía protegidas y disciplinadas por la tía, llamada Catín La Coja.

A más iba a mirarlo, con la protesta y el recelo de Doña Matilde, Pedro Güimo, el bizco, no podía creerlo. En el interior del ataúd, parecía que Don Lion se habría transfigurado. Ni siquiera tenía el pelo canoso. Habría rejuvenecido. Y Don Pedro, otrora enamorado de una de las hijas de Juanito y por ella misma rechazado y por Catín mandado a volar porque era un gambáo, de mala pinta y ojos extraviados, un Don Nadie, mal hecho y desafortunado, testificó ante todos:

«¿Cómo no voy a defender a Don Lion? El me enderezó el cuerpo, me mejoró las piernas; yo era feo y nadie me quería. ¡Mírenme ahora! Casado, con una mujer que no se queja ni me devalúa y no veo doble…»

El que pensara robar algo de las fincas de Don Lion, o se asomara a las barracas para entrar a los temenoi, sin un permiso del Levitante, ¡cuidado! A pistola lo velaría Pedro el Bizco. ¡Por Don Lion daría la vida!

Fue congraciarse con Palomita y su familia de cinco niños lo que lo trajo a dar su duelo. «A ver qué saca vino», chisma Catín. El dice que no. Es un vigía leal, peón sin paga del muerto. Que no se atreva, nadie y jamás a portarse irrespetuosamente porque así como él odia, Pedro el Bizco agradece para siempre. Antes odiaba a Juanito Ponce y a Catín La Coja, la jamona con pata de gato, ahora les bendice. No queda una sola (entre la prole de esos cricales de Juanito y Matilde) para quienes nos tenga sus rezos y parabienes, sólida y emocionalmente guardados.

La viuda, joven aún, no llora a un anciano, sino al amante insaciable, amoroso, ente de sus gozos, devoción de su bondad absoluta. Ha callado por ahora. A todos oye y pide un buen comportamiento de silencio a los cinco hijos que con Don Lion procreó.

«No digan nada», les dijo, «pero sirvan el café a los que llegan».

En la casa, con Don Lion mientan el excitante mundo de los túneles, muchos secretos que tuvo guardados en su casona y, a oídas sordas, el olor de sus orines, el hormón griego, aguas soterradas en su cuerpo, el olor de la tierra y las calderas y los temascales. Secretos para los esoteristas y los sabios. Secretos de los temenoi, catacumbas del centro espírita que compiten con la Casa de las Almas y la Pirámide.

«¡Fue un enterrazo! Así se dirá por muchos años, así predije», dijo Magalo el Ciego, tío de la [Palomita] viuda. Se abrió paso, bastón en mano, metiéndolo entre las piernas que encontrara. A éste lo llamaban Galo.

«Echate a’cá, Galo», dijeron al Ciego que empezó a cariciar con los dedos suavemente, así como tientan la carne los invidentes, el rostro del cadáver.

«¡Ay Dios, Don Lion está tibio en la caja como si viviera!»

Al decirlo provocó las lloraderas. Sabido es que llegaron unas plañideras profesionales. Venían de toda la isla. Conocían al difunto como a las palmas de sus manos. Le cocinaban en las barracas como si fueran criadas en sus andurriales.

Y Catín, siempre cascarrabias, arrastró con premura la pata flaca, y dijo: «¡Por siete demonios, vamos a dejar al muerto en paz y cerrar ese ataúd!».

Don Tino Vargas, el abogado, se apiadó diligentemente del asunto y se abrazó a Catín La Coja y le dio unos chinitos repegones en la cola, porque, ¡qué hembrota fue Catín, desde los tiempos en que criaba a las hijas de Matilde y don Juanito! Las bañó durante la niñez. Regañó a todas, amenazó con duras tundas y les enseñó, con disciplina, quehaceres de la costura y el bordado.

Fue cuando cerraron el féretro y recondujeron a Magalo el Ciego a un rincón, con la dulce y prudente invitación a que no estorbe ni manosée a la gente. Que no se atreva a rascar con el bastón el culo de nadie.

«Echáte a’cá, Galo, y dínos cómo fue que murió este santo. ¿Qué víste tú en el éter. Dínos cosas desde tus santos ojos, visionario», propuso como moción el licenciado.

«Un día dije a Don Lion, desde la lomita de La Chula, ‘no te sorprenda que te diga que soy profeta, y no por ser ciego como Elías'. Para que yo fuese medio vidente en el espíritu, aunque no lo pedí como merced y gracia, 'no me curaste. No quisiste curarme’. Medítalo».

Para que se creyera en Magalo, transcurrieron muchos años. Don Lion estaba en planes de ir a Nueva York, a una reunión de ingenieros, de algunos, entre ellos, que él conoció en Chicago, Detroit, ingenieros de ferrocarriles… y aquí juro que dije lo que el mismo Lion le dijo a Jaunarena, cuando anunció que se iría a Barcelona, ‘no vayas”. Suspende el viaje; pero se embarcó y murió a mitad de su rumbo… ¡Don Lion no me hizo caso! Jaunarena tampoco a él. ¡Dios lo bendiga!»

A Teodoro [Choro] Ponce la misma viudita le encargó que hiciera que Magalo se callara. Sí. Desentona. Hay muchos allí cuyos testimonios son más adecuados y abonan sobre la bondad del difunto, aunque en El pueblo se había llamado al buen marido un brujo negro, temible y fiero. Satánico.

«Miren, miren, no fue que fuera del campo no lo hubieran querido. Habrá un par de malagradecidos, adláteres del Cura Aponte; pero les aseguro que a don Lion lo respeta todo el mundo», dijo Tinito Vargas y recordó a quienes curó. Gente de alcurnia: Pepe Cabanillas (a quien salvó su próstata sin cuchillo ni dolores), a Bienvenido Acevedo, dueño de Rancho Grande en Guacio, al Juez Veray Torregrosa, a Pedro Pomales y, aunque no son de Pepino, si no ricos poderosos de Guayama, a Víctor Anglade lo libró de sus males cardíacos, a don Angel Fuentes, el de las caballerizas, lo levantó de la muerte, a don José Capella Alvarez, la voz radial del «Clarín», al Cojo Añeses, aguadillanos… y según, se dio la lista hubo que mencionar sus muchas amonestaciones. Don Lion dijo a Jaunarena: No viajes todavía, no viajes…
E irrumpió otra vez Magalo el Ciego y dijo que vio claramente en su mente, desde sus santos ojos, antes de que sucediera, que unos hombres, de quienes cree que serían judíos o italianos, preparaban un embarque desde Farenga Bros, de Manhattan, y se enviaría a Pepino y se materializó con el trámite el traslado de un cadáver a Pepino. ¡Don Lion!

«Y dormía yo, por esos días, muy inquieto siendo que amonesté a Don Lion y le propuse que pospusiera el viaje».

En la funeraria de «Macana», aquí en Pepino, llegó un sendo cargamento y llamaron a la Palomita al San Sebastián Memorial, propiedad del ex-sargento [Rauli] Méndez. Y Matilde, viuda de Don Juanito, dijo a la viuda de Don Lion, su hija: Que vaya contigo Catín, mi hermana y antes vaya y consulte con Tinito, Tres Patitas, porque él es abogado e hijo de Aguedo Vargas (que supo de ataúdes y precios para las cajas del pobre). Eso le viene de familia…

Entonces, Choro dijo: Pues yo iré también y llevaré conmigo a Polo Prieto, por si hay que cargar la caja y resulta pesada por el tamaño de Don Lion.

3.

Quien vestía de blanco, con gabán y pantalón de las mejores telas, irá a la tumba igualmente vestido de blanco, al corte inglés. Lo han enterrado con un «Governor Suit», confeccionado por Santos Ruiz. Y está siendo bien llorado.

Sobre don Lion, después de ser velado en la casona, a Doña Matilde preguntaron cómo y dónde conoció su esposo a quien es, por voz del pueblo, un engendro negro y trashumante y, por igual, curiosean sobre si algo de cierto hay, entiéndase absolutamente cierto, respecto a túneles que vinculan su finca de Hoyamala y la Base Aérea norteamericana, Ramey Fields. Que si la ruta conduce a cavernas de fuego o si hay riachuelos que llevan al mar de Aguadilla. Los curiosos preguntan por los datos del acceso y permisos para consultar estos secretos, revelaciones. Son los que hoy y todavía andan a la husma y han creído verlo levitando bajo el cielo.

Y el hombre que antes fue Juanito el cojo, seis años clavado a un sillón de ruedas, ya viejo, contaba la historia de su curación con pelos y señales; pero murió primero. Puede que hoy sea su viuda la que cuente a gusto acerca de estas cosas, pero siempre agradecida con Don Lion por lo que hizo con Juanito:

«Claro, claro, que hay riachuelos bajo la casa de Don Lion… claro, claro que mi esposo fue el primero en ver sus maravillas… Lo levantó de los amarres del dolor en esta edad de quebrantamientos. Lo consolidó y le dio calma…»

Como quien despide un duelo, el panegírico le sale de la boca sobre «el hombre bien vestido, desde que regresó del Ejército». Don Lion, como él, en la Guerra del 14, pasaron las pruebas de valor que la violencia impone. Cumplió los karmas / avatares del Desmembramiento del mundo.

A Don Lion lo mataron 3 veces en la Guerra del ’14, no le calaban las balas. Sinforoso Arocho, cuando vino a Pepino, antes que él, vio los combates. Dijo que lo vio a veces muerto, al rato vivo.

«Y ésto nos lo dijo para que tuviéramos fe en que Juanito se levantaría de la silla de sus lamentos».

«Han de verse milagros en este pueblo y el mundo», añadió Magalo el Ciego.

Al decirlo así, se aludía a las guerras mundiales, pero también al Viejo Saturno de los temenoi que lo mismo se ríe en los carnavales del mundo y pone a los ricos a danzar, lo mismo que a sufrir y temer. Es la edad de armonizar los poderosos con los pobres, edad de quemar los malhumores, libertar las parejas oprimidas y dejarlas fugarse con los desconocidos, en las carnestolendas. Como en las Saturnalias romanas.

Y, por supuesto, que los vecinos lo entendían, porque, de momento (y sería en 1943), Don Lion compró una cuerda de terreno y, en breve tiempo, obtuvo otras 6 cuerdas. No se sabe cómo le vino este regalo. Y sembró con esmero. Como hortelano se vio que era capaz de dedicar entre 18 y 24 horas contínuas a la labranza. Cuando sembraba sus granos, su maiz, sus batatales yautiales, no se daba descanso. Sus cosechas eran esplendorosas. Una calidad de producto como no se conocía en el mercado. Y nadie se atrevía a robarle por razones de una geopatía entre el sembrador y sus terrenos.

Desde que arrendó sus primeras vacas y cabrillas, todo se lo entregaba para su protección a la esfera de las ánimas. Ni las lluvias torrenciales, ni los comegenes ni los vientos, nada podían contra su casa tremenda, de amplio balcón, techada a 4 aguas…

Una vez terminada, sucedió lo que le dio fama en El Pueblo y sus barrios. Se trajo a la hermosa potranca, Dorothy Simpson, con los dos hijos que ella tuvo del marido. Era la mujer del ingeniero Simpson a quien le gustaban las mujeres de la costa, quemadas de sol y bullangueras. Y era también que, solapándose gustos y secretos, a la mujer del ingeniero, blanca y rosadita como algunos de los trajes de Don Lion, le gustaba la apolínea negrez del obrero favorito y la ternura de Don Lion cuando dormía los nenes del hombre anglocaucásico.

Casi arrobada por ese encanto, cuando él con su laúd, hecho en Canarias y traído de Cuba, interpretaba canciones para los días de invierno, motivos de luna y tristezas de la Isis osiriana, Mrs. Simpson se le echaba a los brazos. Y el Gringo, sabiendo o no sabiendo, andaba en sus andadas con putitas y engañifas. Y la mujer de Kansas, a solas en su alma, sufriendo, pero con Don Lion al lado.

Bien que se dijo, ella estaba consolada. Bien que se dijo. Un día dijo: «Me voy a Kansas, con los nenes. Desaparezco. No me busques. Sigue cingando».

Don Lion había finalizado un túnel.

«¡Si quieres alejarte de él, tienes la opción de irte conmigo!»

«¡Sí! Acepto».

Caminaron cada uno con un niño en los brazos. También otra casa que Don Lion hizo con sus propias manos la esperaba y allí se arranó con ella y le exploró todo el cuerpo y la fructificó, cuidándola y amándola como ella quiso ser amada, atravesada con riejo de carne roja y fiera. Fue una Luna que espera sol y cálido balance.

«Seré tu balance, amada», le dijo Don Lion.

Juanito Ponce en vida contó a toda la familia que la casona fue como un palacio, con todos los útiles domésticos y servicios, que no se conocieron entonces en el campo. Y que, en el batey, Dorothy le preparaba bocadillos que él devoraba con «high ball».

En Aguadilla, los mejores filé-mignon se le aderezaban en el Tony’s Bar Restaurant y, casi siempre, sin cobrársele un centavo.

Los que con mala leche acusaron a Don Lion el Levitante alegan que a Dorothy la embrujó con un talismán que ella colocó en un caro collar que le obsequió el marido. Mas el talismán preparado previamente por el brujo la prendó. «Póngase eso», dijo a ella en vísperas de que cumpliera 34 años de edad. Al año siguiente, se juntaron y vivieron 20 años de amores intensos.

El tiempo ató las cosas. Y del mismo modo, desata. Disuelta la pareja, cuando supo que su marido murió, Dorothy se fue con sus niños a Kansas. Los educaría propiamente. Después del Armisticio de la Segunda Guerra, sería el tiempo se irse.

«No es que te dejo para siempre», dijo a Don Lion, pero añoraba sus tierras blancas y nevadas. «Allá no serás feliz».
El se quedó. Ella se fue. Y había tristeza en los cielos noctívagos de Hoyamala.

«Fue cuando lo conocí», recordó Matilde, viuda de Juanito Ponce, y añadió que Don Lion pudo haberse ido con ella. No se fue. Habría podido enriquecerse como un joncho, lleno de plenas abundancias o partícipe de jugosos salarios, porque Don Lion aprendió mecánica Diesel. No se fue. Oyó el consejo, «allá en el Norte es que hay futuro; tú ya conoces el Este, el Sur y el Norte».

Era experto en calderas. Aprendió, todo cuanto se pudiese, sobre el trabajo de calefacción en trenes, edificios, fábricas. Entendía las matemáticas de la ingeniería. Leía sofisticados planos, alteraba lo conveniente y, por eso, con el mismo Pentágono, hizo migas y con militares y civiles de fama, dirigió los operativos de contratos grandes y fue de ese modo que llegó a la Base Ramey, donde ganó la confianza del ingeniero blanco… Era el Maestro de Obras, ayudante principal, eficaz en todo, poderoso entre centenares de empleados. Pero... «no se fue». Y con esas mismas palabras, calló la viuda de Juanito Ponce, preanunciando que el demonio es santo, o que a Don Lion lo usaría la mano de Dios para bendecir a los Ponce de León.

Dio otro mensaje de duelo, el tendero Santos Vázquez, del sector La Trece, entrada para La Chula: «¿Cómo que no se quiso cubierto su ataúd con una bandera americana? ¿Cómo que no quiso el sargento Macana que se velara por más de un día en el Sector Pueblo ni que saliera la procesión espírita rumbo al Viejo Cementario? … Yo ví el primer auscultamiento de Don Lion, en aquellas fechas tristes en que Juanito cerraba el ventorrillo por ese dolor que tendría en las coyunturas y le dije: ¡Animos, Juanito, que te está hablando uno que sabe! ‘Usted tiene cura’, le dijo, ‘y lo voy a poner a brincar’… Eso lo ví yo ese día que (don) Lion entró y se dio un roncito aquí. Un domingo que vino tocando la guitarra y preguntó por Millín Scharrón».

«Yo recuerdo a Juanito paralítico», recordó el tendero de La Trece. «No servía pa’ ná a los 44 años, sino fuera por la hija con la que Dios lo bendijo», recordó que dijo y señaló a la viuda como si fuera Juanito Ponce en vida.

«Ella me empujó la silla de ruedas durante cuatro años», había dicho Juanito. «Fue entonces que lo conocí. ¡Era Don Lion!»

Se dijo que él maldijo su vida ante el negro que entró a la tienda y lo vio, haciéndose subir a un sillastro por mi hija. Estuvo maldiciendo y lamentando. y él se aproximó a ayudarla… Juanito protestó y le dijo: ‘Ella puede’. No lo creyó, pero, en fin, dio las gracias…

«También hizo ante mí el mismo juramento: Daría lo que sea por dejar este sillón de ruedas», dijo el tendero.

«El miró a la palomita». Es la hoy viudita que pedía lástima por Juanito, y recuerdo que Don Lion dijo: ‘Hay que medir las palabras, después honrarlas, señor. Pero si usted me da lo que yo pida, lo curo en 3 meses’…

Ocho días más tarde, don Juanito lo vio escribir en su ventorillo, al costado del mostrador, unas instrucciones, un listado de ingredientes. ‘Búsquese ésto, hágalo, que yo vengo el mes que viene’…

Santos Vázquez, Catín La Coja, Tino Vargas y Teodoro Choro, se sumaron a los oradores visitantes para contar aquel milagro y otros milagros. Una médium de Guayama, quien representó a Vicente Géigel Polanco, se posesionó de la Santa Difunta del político, para comunicar el alma de Juanito. Y las dos viudas, madre e hija, Matilde y la paloma, se desmayaron y hubo que abanicarlas, empapar con alcanfor sus naricitas, para que oyeran el mensaje, con la supuesta voz de Juanito Ponce y otras potencias.

Y bebí lo que él recomendaba y cada vez me sentía más fuerte, menos cansado y con unas ganas de echarme a correr por selva y monte como cuando serví en la guerra del ‘14… Contaba los días que faltaban para ver aquel señor que no dio ni su nombre… [ah, sí Don Lion] y, exactamente, al mes y bien entrada la tarde, corrió mi hijita a mí y dijo: ‘El yerbero viene, papá’.

Yo había perdido la fe de que llegara y cerré la tiendita antes de tiempo, porque el mes se me hizo doblemente largo…’Quizás tendré que llevarlo a mi casa, Juanito; pero antes, voy a preguntarle por el trato. ¿Me dará lo que yo le pida, porque usted me dijo: Lo daría todo, cualquier cosa… y, porque vino y sus yerbas me habían dado fuerza, alegría y optimismo, grité de histeria:

‘Levántame de esta postración. Quiero envejecer, a todo trote. Esta tapia tan pesada que soy esclaviza a la niña de mis ojos’.

La segunda fase de la curación se realizó otra vez en la casa de Juanito y allí le dio sobos con fuertes manos en las piernas y le dijo, delante a las 4 hijas que tenía y de su mujer, has estado muriendo con una espina de hierro atravesada que se oxida; pero, hay huesos dwe luz sacra y, sobre todo, un metal noble todavía en tu vida. (¡Fue cuando miró a La Paloma con dulzura!) Y llamó hueso indestructible a la misma luz sacra y al núcleo del tejido óseo. Núcleo de resurreción y dijo que enviaría de su luz a ese núcleo, después de masajearlo esa noche.

«Vendré en un mes», dijo.

En la casa dijeron, ya que en el curso de los días siguientes, Don Juanito se levantaba muy contento, más reconfortado y sin dolores, que Don Lion trabaja con metales de luna. Recordaron que dijo que más que la plata lunar, el más noble de los metales es el oro, que es fuente del Hueso Indestructible y la Luz Sacra. Y, en reuniones familiares, especulaban si él era capaz de quitarle la casa, o un pedazo de la finca productiva, sin la cual no se sostendría la Tienda de La Chula.

«¿Cuánto será lo que pida?», se preguntaban.

La comunicación del médium hizo enfática la voz de Juanito cuando dijo:

«Aquí en la casa, mando yo. Y si me pide, por levantarme de esta silla, la tienda o la casa, se la doy en pago. Aún tengo mis manos para trabajar. El me dará dos piernas, ¿no es cierto?».

Y lo esperó, otra vez felizmente, un mes y otro.

Volvió a contar los días de su regreso y, exactamente, al mes y bien entrada la tarde, se repitió el momento. Su hija dijo: ‘El yerbero viene, papá’.

Esa misma noche, junto con la niña de 13 años, lo internó en una barraca en Hoyamala y lo bajó por unas escaleras, internándose en túneles y pasaron ante habitaciones y salas de descanso. Lo condujo, semidesnudo, a una charco de aguas térmicas. Y le dio un bebedizo y, delante de él, hizo oraciones, le sumergió su cabeza bajo la superficie de las aguas. ‘Sóbese las piernas. Repita estas frases que le digo’». No supo cuantas horas después de la medianoche estuvo en los temenoi, túneles sagrados del Negro de Hoyamala.

Cuando salió Juanito Ponce vio la madrugada y caminaba, no creyéndolo, aún con miedo, o cierta incertidumbre a que durara pocas horas la sostención del milagro. Atrás iba la hija, a quien Don Lion llamó más de una vez, la «palomita». Lloraba con emociones extrañas. ¿La querrá su padre ahora que no necesita que ella empuje su sillín de paralítico?

«Pues, ¿qué le debo, Don Lion?», dijo la voz de Juanito.

Llegaron a la tienda de La Chula.

No viajaban en una carreta como antes. Esta vez sacó un automóvil que era con el que paseaba cuando andaba bien trajeado por El Pueblo y buscaba a Scharrón Rodríguez para serenatear, darse unos palos y tocar la guitarra o la mandolina como un mago.

Para contestar, sólo miró a La palomita.

A la niña que hermoseara, año con año, la quiso. La pidió sin temblarle los labios. Desde un ventanal de la barraca, la segunda casa que construyó en sus terrenos de Hoyamala, dijo él a Juanito, «salía yo e iba a verla. La observé desde antes que usted me conociera. Busqué la luz y la luna en sus ojos, ojos de metal noble y de misericordia».

De pronto, el curado y atónito Juanito calló.

«Déme la oportunidad de visitarla cada mes y, en un año más, la recibo y me paga».

Don Lion no esperó la respuesta. Dijo para así: «Que sea como he dicho».

Al cumplir justamenye sus 15 años de edad, Don Lion se casó con la muchacha. Don Juanito, su padre, se repuso del llanto y del tiempo que le dio para entregarla, pero le dijo: «Sí, el pago es justo».

La Palomita fue feliz porque Don Lion la paseaba por los temenoi y juntos se bañaban en las aguas termales, subterráneas. Se escapaban en la noche a los montes oscuros y no temían a nada.

Alguna gente sí decía que él es un brujo temible, que hizo mal don Juanito en dársela a tal negro, por más rico que sea… y ella, como él, sordos oídos, no temían a nada ni a nadie…


12-10-2007 / El pueblo en sombras / 11

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