a doña Dolores Prat, mi bisabuela
Nos tenemos que marchar!
¿Por qué? hoy nos preguntamos;
¡piensa! por qué abandonamos
esta cuna, este lugar!
¿Por qué este peregrinar?
¡Pepino es nuestro bohío!:
Juan Roure Marrero (pepiniano adoptivo)
Con los curas, por ejemplo, el Padre Hilarión Gallardo, los vecinos y políticos de las villas coloniales consultaban los rumbos de la política en España y sus impactos locales. ¡Era tan difícil y cambiante! La amistad de los Prat con los Cabrero y Arocena permitía que éstos, el remanente de los Prat-Vélez y él, se politizaran y, estando ya Dominga Prat en España y ante la negativa de Eulalia a dejar al barrio que amaba, ese mundillo fantasmal de Mirabales, al sur de Calabazas, acorralado por Guacio y Perchas #2, la familia insistía en que Eulalia se educara fina y conservadoramente, «de modo que te cases con alguno, que venga y quiera tierras aquí, o que vea cómo sacarte a otros rumbos. Aprende política, hija. Está bien».
... mi abuelo (Manuel) todavía se jactaba de que llevó una vida peleonera. No fue afecto al machete, como se pelearía en Mirabales, mucho después... Lo elocuente y verbal no le quitaba rabia, adrenalina feroz. Le gustaron los duelos a puño y pistola; sí dio sus buenos golpes a Guillermo y a Tomás Nuñez, también se peleó con los abusadores dominicanos, los hijos del Alers, excepto Eugenio el afrancesado. ¡Los otros eran amigos del trago, el juego y el batuque! Un campesino le pedía prestado a Monsiú y él pedía su hija en garantía... Manuel se estuvo peleando con Pedro, otro negro que había adquirido para reproducir sus esclavas en la hacienda y que terminó bajo las patas del caballo Canelo... El abuelo peleaba por política. O hacía bilis con ella. Creyó en algunos principios y fue difícil para él ponerse una etiqueta, decir: «Tengo un partido».
De 1858 a 1863, España vivió el descrédito del gobierno progresista de Espartero y el nacimiento de la Unión Liberal, partido intermedio entre el liberal y el progresista. Francisco de Paula Montemar representó la orientación del Partido Progresista y formó parte de la Junta de Gobierno de Badajoz en el movimiento revolucionario de 1854. Francisco de P. Montemar abogaba por la instauración de Amadeo de Saboya en el trono español. El unionismo monárquico se impulsaba, bajo el liderazgo del General Leopoldo O'Donnell. Este y el General Narváez fueron los más firmes puntales del reinado de Isabel II.
Un día llegó a oídos de Manuel y su familia que advino al poder de Puerto Rico el General Juan Prim y Prat y él le confería una mayor estimación que a muchos otros gobernadores que se supo porque lo pensaba hasta pariente y, en alguna ocasión, protector de Josefa, parienta de su mujer, cuando quiso introducirse en las sociedades madrileña y barcelonesa. Entonces, ella también tuvo la colaboración y amistad de Gabriel Baldrich y Paláu.
Dominga seguía enviando cartas. «Y mi mare escribiéndole. Lala amaba a Dominga con todo el dolor de su soledad y sus malos ratos en este Mirabales de barrancos y de intenso olor a ñame y negros. Dominga siempre animaba a mi mare a casarse, a su padre a que la enviara a Barcelona». Eulalia escribía pidiendo que le contara acerca de todo, poetas, políticos y modas. E influenciada por su esposo, Dominga en sus respuesta, decía que se identificaba con el gacetillero Castelar.
A la edad de 33 años, Castelar tenía fama del más feroz de los periodistas y oradores republicanos y, a los 27 años, había publicado su impresionante obra histórico-filosófica, La civilización en los cinco primeros siglos del cristianismo (1859). En las cartas de Dominga, Topete importaba menos; pues, advertía que «si abandonó a Josefa, persona malandruca sería, ya que Josefa fue encantadora»
«Y ahora quiero saber quiién es Topete», preguntó Lala en carta que enviara. Dominga envió una décima que había inspirado otras al estilo de las que se cantaron en los tiempos de Arocena-Ozores. Un ex-alcade de 1893 y juez de paz de 1898, que arrastró a don Lino, el masón, de la cola de un caballo.
cit rima
Por sus cartas y por las veladas defensas de Dominga a Castelar y a los revoltosos que el General Narváez sofocara durante la llamada Noche de San Daniel, Manuel Prat temió que el Dr. Fermín Alicea se hubiese desviado hacia el radicalismo liberal. Por eso, jamás comunicó a su hija lo que supo sobre el Dr. Betances, es decir, satisfacer la curiosidad de su marido por este médico que tanta impresionaba a Fermín. Esposo de Dominga.
Manuel Prat imaginaba, por su cuenta, que Emilio Castelar y el Dr. Letamendi serían tipejos de la misma prosapia zafia de Betances. ¡Hebertianos contemporáneos, juaristas! —como dijo el maestro Coll, tan conservador como Prat. Ahora Doña Dolores entendía por qué su abuelo se estaba haciendo cada vez más incomprensible para su madre. Aquel maestro Coll, que fue tan distinto a Lino Guzmán, el masoncito arrastra'o.
Peor aún, para el maestro Coll, de Los Velez, el mismo Prim fue republicano, unitario y anticlerical. En el nombre del partido al que se adhirió, tuvo el sello por mote: ¡radicales! ¡Toda esta información sobre el médico caborrojeño que el Maestro Coll recaudó y explicó con tanta brillantez a don Manuel quedó grabada en la mente del abuelo, como si presintiera algo! De hechio, renació su miedo al Napoleón haitiano: ¿quién sería esta vez? ¿Quiénes son los nuevos maquiavelos de las antillas? ¿No es el anexionismo yankee otra amenaza? ¿Quién será peor, James K. Polk, presidente del Partido Democrático, que amenaza con anexar Cuba y el sur de México, o Lincoln, el republicano, que lucharía por capturar a Jefferson Davis, jefe de la Confederación sureña, esclavista ardiente? Antes de la guerra civil, cuando fue Secretario de Guerra del Presidente Pierce (1853-57), Davis favoreció los planes expansionistas en Cuba y Nicaragua.
... hermanita mía, tú sabes tanto. Tú si sabes decir las cosas. Aquí en Pepino se vive en un barranco. Hablé con Mercedita Cores para ofrezca el recado de tu esposo a Miguel Rodríguez Cancio... Y con papá no se puede hablar. Dice que me va a dejar sola porque yo no le hago caso por pensar en musaranas... me siento tan sola en verdad, si no fuera por Guillo, quien me da una amistad desde lejos, porque a mi padre no le levantaría la mano como hizo a Nuñez... Dice él que se quiere ir a Cuba y tú me dices que Cuba es batey de una guerra que nunca se acaba...
2.
«¿Cómo que irse a Cuba? ¡Has trabajado duramente! ¿Dejar todo por miedo a ese tajalán que fuñe en las trastiendas? ¡Esos agitadores sueñan con Jauja! Mire, don Manuel, ese Betances terminará como aquellos que son como él. ¡Guillotinados! ¡O en el Morro!» , explicaba Coll, oriundo de Arecibo, pero catalanista como Prat. Añadió: «Durante la revolución en Francia, a los pleiteros como Betances se los llamó jacobinos. ¡Pedían sufragio universal, confiscación de propiedades a la nobleza y a la clase pudiente en general, justicia social! ¡Qué va, mentiras!»....
En diecisiete años de silencio conspiracional, las Colonias americanas invirtieron lucrativamente en Cuba. La alianza de intereses cubanos y extranjeros fomentó las fábricas de azúcar, ranchos de ganado, ferrocarriles, muelles, bancos, sociedades anónimas y oficinas bancarias, empresas pesqueras y navieras y explotación minera. En estos años, precisamente, lucró don Nepo «La Pasca» Ortíz y quería compartir con Manuel Prat su renacimiento. Ambos supieron alentarse en tiempos de pobreza y orfandad en España.
«Quizás yo tenga la misma suerte, si me voy a Cuba», decía Manuel Prat a Eulalia, sólo por hacerse importante y hacerla sufrir. «En lo que el abuelo no se fija es en que ya está solo, más solo que yo, con una vieja enferma, nuestra pobre mare, no son hijos que trabajen un fundo y él no es mozuelo ya, o más, aunque se crea uno, por sus morrillos duros. Quiere ser aventurero; se cree Quijote y soñador», escribe Eulalia en su carta.
Se han sentado en el batey, frente al balcón, los vecinos de siempre que visitan a Manuel. Este día se quedó Coll y está comunicativo. Tiene una racha de nostalgia por su padre desde la mañana. Eulalia es observadora y paciente. Lo escuchó y todavía lo oye. Está obsesionado por los recuerdos que su padre tuvo de la Revolución Francesa, a la que llama un fracaso.
«Mi padre me contó sobre Luis de Saint Just, enemigo de Dantón», oyó Eulalia que Coll dijo a don Manuel. Arocena escucha con una teoría de que él ha nacido para ser héroe. La gente del Valle de Oronoz.
«Había apoyado el ataque de Robespierre a Jacques-René Hébert... Las ideas hebertistas son como el moriviví. Renacen, se multiplican como moscas. Vea: México se despedaza... Son gente airada, enragés, calvatruenos, endemoniados. Son herejías anti-cristianas... Quieren venganzas, el endurecimiento del Terror. De ahí que hizo bien Robespierre. Mandó a guillotinar a Hébert... pero se matan entre ellos mismos, porque sin Dios uno se hace criminal... Ahora que en México se han metido los hebertistas para impulsar ideas ateas y atacar a Nuestra Santa Madre Iglesia, hay que rezar mucho, don Manuel, porque, como en tiempos de Robespierre, son intereses extranjeros los que se barajan. Conspiran, pervierten y animan a la plebe a atacar a los amos... ¡Son alemanes y franceses! Unos traen el socialismo alemán, otros el anarquismo francés y otros la masonería inglesa... Haití y Santo Domingo están como perro y gato... México, pura matazón, ejércitos de España, Inglaterra y Francia, muchos perros y una sola presa—, de este modo el Maestro Coll parecía más convincente que el ex-alcalde Cabrero Escobedo y el Dr. Rabell Rivas.
«Entonces, Cabrero me dice mentiras. Me dijo que ya España no quiere maltratar a México. Que fue por eso que Juan Prim fue querido en Puerto Rico».
«¿Querido? Tu pariente Prim i Prat, si es que es de los Prat bueno, es un calvatrueno, republicano», acotó Arocena.
«Ese peor que Betances que le dice a los negros que son iguales a los blancos. No quieren una sociedad de trabajo. Quieren guerra, regímenes de generales. No quiere que trabaje ninguno, ni blanco ni mulato. Eso es anarquía», intensificó con su ataque el maestro.
Y porque España vivía en pobreza, según la pintura ofrecida en las cartas de Dominga, la misma Eulalia sufría más que Manuel Prat, su padre. Ni modo que deseara acompañarlo en su búsqueda estúpida de un paraíso para que ella se case. «Alguno que no esté muerto de hambre, ni ande en la gresca, debe haber en alguna parte. Alguno de limpia sangre y gran saber que llegue a redimir a Eulalia de su soltería».
«A lo que mi padre dijo, Lolita yo dije: ¡ay, tu abuelo, tras viejo, está chocho, paíto» (Dolores Prat).
Tanta gente en este pueblo de Pepino, del Cura a los Amell, Arteaga-Echeandía, Alers y Cabrero, se dedican a pensar que las colonias del Norte se naufragarían con Lincoln y que la esclavitud es y será indispensable para el progreso. Dice que los estados esclavistas de Norteamérica miran a Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, con codicia. «Pero es codicia benévola: el yankee no es malo. Malo es el francés, el holandés, el inglés pirata. En este tema, lo que se define como el anexionismo en Cuba, tengo sentimientos ambivalentes», medita Coll.
Eulalia les ha llevado un tazón de café a Arocena y al pasar ante Coll piensa: «Hasta hoy te conozco» Su padre prefirió un vinillo que tenía en reserva. Por más que lo ofreció, se prefirió el café que cuela la muchacha.
«Este vino lo mandó Dominga desde Barcelona», presumió.
«Mamá se tendió en su cama. La tienen mareada de tanto que hablan de poner mares por medio y acabar con las revoluciones del mundo».
«Tú eres una soñadora. Véte al guiso y déjate de bayú», la regañó el padre, orgulloso de que se vea tan hermosa. Arocena, había notado él, al tenerla ante sí, se derretía como una manteca.
3.
Para el año 1860, cuando el alcalde era Antonio Firpo, escucharon a don Manuel contar sus sueños guajiros. Era un deseo de hallarse con su amigo de juventud, desde la infancia. Nepomucerno La Pasca. Se escribieron por haberse redescubierto en parientes de Prat que emigraron a Cuba. Y fue en los años en que, durante la Guerra Civil en los EE.UU. (1861-65), Cuba se volvió punto estratégico para ambos grupos en lucha, la Unión Federal y la Confederación. Los puertos cubanos fueron la base de trasbordos, adquisición de armas, puestos de observación y fuente de suministros, para cualquiera de los bandos. Los esclavistas del Sur, al igual que España, protegían la prevalecencia de la esclavitud. Y yo estaba orgullosa de papá porque él se llenaba a boca con emoción, no defendiendo la esclavitud, defendiendo una libertad que la quitan los que la prometen. Decía sobre la libertad cosas extrañas; pero ciertas. Le hubiera gustado, no ser niño en los tiempos en que los franceses invadieron a España. Atreverse a ser un héroe, antinapoleónico. Un héroe como Prim, que combatió la monarquía de los Borbones y de Isabel II y que se habría comido vivo a Napoleón, lo mismo que a Pepe Botella.
«La Pasca me dice en una carta: Sea por mí que vendan o se vayan, manumitidos, todos los esclavos a Norteamérica; para mí que se pelean allá es negocio. El negro oprimido en Cuba es motivo para guerra. Que se vaya el esclavo y se acaba el motivo. La guerra es beneficiosa; pero lejos del país en que uno vive... fíjate que tiene razón, hijita. La Pasca siempre fue listo», me dijo mi padre.
Y yo estaba orgulloso de él porque le dijo a Cangara, la paridora: Véte ya de aquí. No quiero más esclavos. El contacto con La Pasca te habría dado algunas ideas que no fueran las del mollejón de Coll y de Cardona, gente blanda, sin la energía tuya, sin amor a la tierra y al campo, porque es gente que estudia números y finanzas para robar, o hacer usura como los Amell y los Alers, ¿no te lo dijo Pedro Echeandía?
La administración colonial no tenía la mismas simpatías que los cubanos cultos, los escritores, profesionales y empresarios, que se confiaban en la fórmula: «Norteamérica sin esclavitud, Cuba sin esclavitud». En territorios rebeldes, la administración del Presidente Abraham Lincoln había declarado, en enero de 1863, la libertad para todos los negros sujetos a esclavitud. Sin embargo, sería hasta el año 1865 que la Abolición se confirmaría con la Decimotercera Enmienda de la Constitución y el gobierno de ocupación del Sur. La Era de la Reconstrucción
Debió ser La Pasca lo que hizo que Don Manuel cambiara tanto. Perdonó a Pedro, a quien odió profundamente. «No es Coll ni Cardona quien lo educa a usted. Ahora que lo pienso detenidamente, desde 1860, ha cambiado mucho. Maduramos ambos y recuerdo a Pedro y las ganas que tuvo de matarme, junto a Edelmiro. Y, de veras, hubiera podido hacerlo y no lo hizo».
Pedro daba gritos de libertad y redención negra en los campos, especialmente, en la hacienda de MIrabales. Edelmiro lo manumitió para callar que dijera todas las cosas que había visto. «Aún liberto dijo todo lo que quiso; había perdido honor y vergüenza, que es lo que más vale. Libertad y pelotas son meras pendejadas, lindas en la boca, pero feas en la vida, si no tienes honor ni respeto por la gente» (D. Prat)
Descalzonándose, Pedro se jactaba de contar con pene más negro e imponent que la noche. Así como cada rasgo de su fisonomía. Grande, duro, musculoso, no quería que nadie dudara de su virilidad ni de sus reciedumbre.
Omitía a sus rivales, en este renglón, Emilio Avelino, en sus mejores tiempos, Manuel, el barquero y amo de Mirabales, y su hijo Edelmiro. ¡Ellos sí se midieron a golpes, sin temor a su musculatura, llevándose la mejor parte! Entre la peonada, empero, cara a cara, nadie lo mentaba como Quebrao más de una vez. Este fue su apodo, desde la vez que Canelo, caballo del patrón, bailó zapateao en sus verijas. Casi se muere. Don Manuel suspendió la rabia que le tuvo y lo llevó a curar, después de haberse peleado con él.
4.
En 1861, cuando se publicitó en la prensa el asunto de las Leyes de Reforma, dictadas durante el gobierno de Juárez, la Iglesia del Pepino llamó a una Fiesta de Precepto. Don Manuel dio el día libre a sus peones. «¡Idos a misa!», incitaba él. «¡Rezad por mis hijos Cielo y Dominga!»
La peonada salió a pie, desde la madrugada, hacia el pueblo. Fueron a las misas especiales por la paz entre confederados y unionistas en las Colonias americanas, paz en México y Santo Domingo. Se harían cantos y ofrendas por enfermos. ¡Limosnas pagadas por la protección divina a los enfermos de bubas, raquitismo y viruelas! Don Manuel hizo una donación para las misas. Supimos que el párroco criticaría, en homilía de ese noviembre, el mal precedente establecido en México. El gobierno de los liberales, modernistas y ateos. También se dijo que el gobierno liberal de Juárez declaró la nacionalización de los bienes del clero, la separación de la iglesia y el Estado, la creación del registro civil, la secularización de los cementerios y el amparo de nuevos cultos.
«¡Herejía, herejía, disfrazada de libertad de consciencia, expresión civil y culto!», preanunció el párroco. Vieron al mismo Joaquín Martorell y su alcalde segundo, Francisco Caparrós, persignándo y gritando: «¡Pobre México!».
El año de la absolución de la esclavitud en las Tierras Americanas, Pedro, el Quebrao, andaba feliz. Salió de sus parejes solitarios. «Un día la misma cosa sucederá en El Pepino», dijo. Su mundo era Mirabales; pero supo sobre Lincoln y el Norte... y que allá se mataban por un poco de justicia para el negrol Se mataban los mismos blancos del Sur y del Norte.
«¡Que sé yo, peleaban para que no haya esclavitud! ¡Se acabó la esclavitud!», Pedro el Quebrao, gritaría felizmente. «¡Pero arrecuelda que, si aquí en Pepino se acabara, tampoco habrán garañones a jolnal!», decía la gente para picar la cresta de aquel esclavo de los Prat, según un relato de Dolores.
«¿Y ya qué importa? Más vale la libertad que las pelotas», contestó.
Sobre el camagüeyano, José Agustín Quintero, también se habló en la Iglesia. Se supo que estaba en misión encargada por Jefferson Davis ante el Presidente Benito Juárez, en México. Peleó como mercenario al lado confederado y, aunque este ejemplo alegró a esclavistas como Amell, Orfila, Alers, Scharrón, o Arvelo, y yo estaba orgullosa de papá porque él se llenaba a boca con emoción, no defendiendo la esclavitud; esta vez mandaste a callar a Arvelo y Hermida Gavarres... Defendiendo una libertad que la quitan los que la prometen. Prat decía sobre la libertad cosas extrañas; pero ciertas. «Citaste a La Pasca: mira a José Agustín Quintero, con su inesperada unión con los juaristas mexicanos. Nos descorazonó».
En su juventud, Francisco Amell, de Pepino, conoció a Quintero. En las fiestas navideñas y tertulias, se le llamaría traidor. Amell mostraba su cultura política de tintes anti-abolicionistas e incondicionales. Escarnecedor del amigo de su juventud. «Y yo estaba orgullosa de tí, cuando dijíste ante el mismo Nuñez, antes de que se pelearan tanto: Luis Padial Vizcarrondo, de pronto abolicionista, con un nombre que se baraja para la diputación en Cortes, estuvo sofocando como militar a los que piden libertad en Santo Domingo. Quiero saber y no entiendo eso de liberal; liberales y matando a negros, por ser antimonárquicos. Estuve orgulloso de usted, Manuel».
Aquel día tras su pelea y el accidente, Manuel Prat y Ayats había dicho: «Es la mejor cosecha de café y viandas en muchos años y no permitiré que el duelo por la muerte o las heridas de algún peón ensombrezca la celebración»-. Y como siempre, se efectuó la Fiesta de la Cosecha.
El caballo de Don Manuel destrozó uno de sus testículos del que había sido una leyenda. El pasante médico vino y extirpó. «¡Una trompada del catalán fue lo que echó a Pedro al suelo! Al caballo Canelo le creció fama, sólo por brincarle encima de un güevo».
Y Pedro acumuló mucho rencor, a partir del accidente. Habría preferido morir a conciliarse con esta realidad: ¡un testículo menos! No dio otro hijo a la hacienda, aunque él dijera que sí. Sin embargo, ni Prat ni sus mayordomos exigieron las tareas de lechiga que antes tuvo. Sus días cachondeos terminaron. Quizás, por lástima o remordimiento, Manuel se hizo de la vista gorda. Pedro siguió de «ocioso, privilegiado tajalán» en Los Velez.
«Pero no me gusta verlo aquí, hijita. Que se vaya con todos los negros. Ya no quiero esclavitud, si me he quedado solo porque mis hijos se van».
«¿Quieres irte a Cuba? ¿Crees que no verás yankees allí?»
La mayor de las colonias del Caribe pagaba por los gastos de legación y sostenimiento de consulados españoles en Norteamérica. El contrabando de esclavos africanos, chinos y mexicanos, entraba al país debido al contubernio entre gobernadores y traficantes.
«Hay más yankees en Cuba que en cualquier otro país del mundo, con la excepción de Gran Bretaña».
Los yankees y los franceses fueron las únicas gentes que, colectivamente, don Manuel no tragó. Doña Eulalia aprendió a discernir que este escrúpulo de su padre era un germen, aún no maduro, de anticolonialismo y anti-imperialismo.
«¿Quieres irte a Cuba? ¿Crees que no verás yankees allí?»
La mayor de las colonias del Caribe pagaba por los gastos de legación y sostenimiento de consulados españoles en Norteamérica. El contrabando de esclavos africanos, chinos y mexicanos, entraba al país debido al contubernio entre gobernadores y traficantes.
«Hay más yankees en Cuba que en cualquier otro país del mundo, con la excepción de Gran Bretaña».
Los yankees y los franceses fueron las únicas gentes que, colectivamente, don Manuel no tragó. Doña Eulalia aprendió a discernir que este escrúpulo de su padre era un germen, aún no maduro, de anticolonialismo y anti-imperialismo.
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