Friday, September 19, 2008

Los tiempos del Amo Paché


Con tu sabor a jengibre
ponte más linda que nunca.
Todavía no está trunca
la esperanza de ser libre.
Deja que en el aire vibre
la trompa libertadora
que cuando llegue la hora
de dar bala y no saúco
en el lazo de un bejuco
morirás si eres traidora:

César G. Torres Rodríguez (1912-1994), Novia de mi pueblo



El recuerda el día en que la esclava más vieja de Francisco José, el Amo, le dijo: «Nunca el esclavo es feliz. Es una falsa idea que tiene el amo bueno: Que nos puede hacer felices, sólo porque nos da un techo y un trabajo, en ocasiones hasta su apellido». Cuando él oyó esa idea, aunque le diesen azotes, simuló que hizo labores, pero ninguna hizo

Aprendería a engañar a quien no lo valorara como un ser libre. El dijo a la negra: «Pensé que eras muda. ¡Ay, carajo, has hablado! Y los patrones que la llamaron Muda y no lo es». El no supo ni quien fue su madre. Le dijeron: «Murió y es mejor que aprendas que, peor fue la vida de quienes te trajeron al mundo y antes de Josep Velez Güemes de Feliú y Codina (1730-1812), quien murió en Mirabales y era Amo Malo. Y es mejor que aprendas que después que Bernardino López de Victoria, escribiente de Cuartel, fue el testigo, con vecinos de la Villa del Pepino, incluyendo al cura Delgado Nicasia Vélez se casó con su primo Manuel Prat Ayats, peninsular, en fecha de 1820, dándose aprobación a su cédula de vecino, fue llamado Amo de reconciliaciones»

Ella decía que vio, con ojos los ojos en blanco, a Manuel Prat huir de la Invasión Francesa a España para que se ablandara la maldad de los suyos, hombres blancos y violentos. El P de Prat se hizo agricultor y artesano; porque el pudo ser P de pirata, guerrero de los que pelean desde barcos; pero aquí vino a comer tierra de la mano los López de Segura y de los González de la Cruz… Ella decía que no se lo comió el carlismo en la zona de Reus porque las oraciones de mi corazón lo trajo… yo quería que él criara cabras e hiciera carrales porque nos quedabamos hambrientos con los hijos maltratantes de Vélez Güemes de Feliú y Codina y no queríamos decir nombres tan largos y todos se fueron haciendo una sílaba, una letra, cada vez más maldita… y todos los blancos son P, perversos, pendejos, prevaricadores…

Al amo bueno que realmente no existe, ella lo designó con la frase «antes y después». Después de Manuel Prat, el entonces recién llegado, comenzó una cierta tolerancia, se trabajaba más, pero el castigo fue menos y antes de Paché, el hijo de Josep Vélez, se trabajó muy poco, y la tarea de castigar se hizo en bruto. Antes de Paché y su padre, el negro venía libre o con algún amo de Saint Domingue o Guarico. Mas la creación de la primera república independiente de población negra en América ocasionó un profundo miedo, o desconcierto y temor en el continente, que pasó a Europa y a España y, entonces, los amos desde los primeros acontecimientos, en 1791 y a lo largo del siglo XIX, temieron el fantasma de Haití, «porque llegamos de allá, prácticamente todos los que huímos o caímos en el cimarronaje, los que fuimos a Cuba y los que avanzamos hacia Puerto Rico

Había un Amo Malo que era Paché. El fue hombre cruel, más que su padre. Desde que ella lo conoció desarrolló la idea de que seres como él no merecen ni sus nombres ni sus apellidos. Uno no debe hablar siquiera con ellos. Es mejor no tener lengua visible para darles razones. Así que aprendió a llamarlo de la forma más breve posible.

Todos los esclavos tendían a llamarlo Paché, abreviando el Pancho Francisco y el Cheo / José de su nombre. Ella, la esclava vieja, lo llamó «P», no de Persona. No. P de pendejo. En su estupidez, esos blancos gachupines como P creen que es, por cariño que lo llamas Paché. De su P, él pensó que por Patrón. Es por causa de que aún, la vieja esclava, inasimilada, habla su lenguaje africano y no articula bien como si tuviese una afasia de lenguaje, o una tartamudez innata. Pero no. Ella no es muda. Es una sacerdotisa con el alma muy antigua. Ella dice que su familia se asociaba a una sociedad secreta, con un conocimientos originados hace 6,000 años en Dahomey. Un sabio, posiblemente llamado desde el Cielo-Serpiente la puso en contacto con Loa de Voudoun y con altera de Ayida Wedo.

El cree todo lo que ha aprendido de ella. Ella tenía niños instruídos con sus consejos. Y eran silenciosos como ella. Obedecían al amo; pero también a ella. Pedro ha sido el niño rebelde. No siempre le hizo caso a ella. Su naturaleza masculina es intensa. Viene de Petro, Loas violento. En Dahomey, él representaría el rito Rada, la carencia de un discurso humano articulado, la afinidad con el agua o las bebidas blancas.

«Tú no les des información. Dáles silencio. Ellos no son dignos de oír palabras».

Ella ha visto a varoncitos amarrados al cepo del candombe. Los castigan con cuarenta azotes de látigo. En ocasiones el delito ha sido tentativa de ultraje o enamorar a las negritas. En la hacienda Los Velez de ese barrio perdido del Sur, Mirabales, la sexualidad fue un privilegio como lo decretó «P» [Francisco José, el Amo].

La esclava más antigua vio los migrantes que llegaron de Venezuela por un edicto de Gracias. De los Arvelo, vino Higinio. Y los Ps lo utilizaban para que contara voz en cuello los foetazos que verdugo negro diera azotara a otro negro. ¡Nunca se supo quién fue más cruel, si el blanco o el negro con los suyos! Pero quien se salpicara de sangre con el látigo fue siempre un cobarde, a su modo, y se le daba un jornal extra por aplicar el castigo, según la costumbre.

El, a quien ella, llamó «hijo de Petro, Loas violento» ha sido muy paciente, estoico y diligente, con sus propias carrañas y miserias. Fue adolescente grande, musculoso, hermoso y los que lo vieron en faenas, lo aconsejaron bien para que no sufriera candombe, porque fue precoz y miró con lascivia a cada negra que hallara en su camino y aún a las mujeres casadas del peonaje.

El no atentaba contra la cafrería. No hurtaba ni ultrajó. Justificó su holgachonería y labró de la tierra la mayor parte del fruto que come. En Navidad, se le dijo: «Sé cristiano» y lo fue. La única crítica que aqueja su temperamento es que es jaquetón y narcisista. Es como el blanco. Los negros que le conversan, amistosamente, pican su cresta. Echan de menos los tiempos aquellos cuando la peonada blanca temía que sus hijas fueran llevadas a su lecho, o vérselo en sus paseos, ayuntándose en pleno matorral con alguna becerrita en celo. Si mete la verga en animal, ¿cómo que no lo hará en una hembra blanca, en hijas de su amo?

En las parcelas de P (el Paché) y el P(endejo) Emilio, él fue leyenda desde los quince años de edad. Tenía una enorme pinga y las mujeres se echan suertes para que él en ellas diera algún fruto, especialmente para enriquecer a Manuel… Y fue que tuvo suerte que no fuese con P de Paché con que hallara gracia y dio más de una decena de hijos a la hacienda para que Manuel Prat no gasta en comprar en esclavos y presumiera tener los suficientes.

Adolescente aún, uno de los P / patrones, lo sorprendió atorándose una marrana de las que se haría como guisado en Navidad. Y era muy temprano en la mañana y él buscaba, por braguetero y gustoso de los cancos, las becerrillas, a veces las cerdas como su recurso extremo y maníaco, y tenía miseria sexual en su vida adolescente a contragusto porque el casquete y la exuberancia sensorial estaban prohibidas por Los Vélez, aquella timocracia rural, para la cual ya el muchacho tenía secretos de odio en el buche.

¡Pero, por aquella pinga enorme, a los quince años, él se vanagloriaba con negros y blancos, libres y esclavos, de su edad! Tenía la jaquetonería de los P.

Sin consultar a su padre, el hijo de P ordenó que se le amarrara al cepo, tan desnudo como se lo halló. Hubo que surtirlo a puños para dominarlo y Emilio, hijo de P, tuvo suerte porque anduvo con cinco de sus fieles peones. «Si no, tú lo matas».

«¡Si pegas al hijo del amo, él P te mata!», lo amenazaron.

Lo azotarían con chicote de cáñamo y baracoas trenzadas. Para confusión del esclavo, el amo Francisco José detuvo el bayú que se organizó, poco a poco, para su tormento. Un ruido de tambor avanzó como brisa por las jaldas. Alguien vería que llevaban amarrado al pobre muchacho esclavo. Con un ritmo de batá se informaba sobre el batuque y el candombe. Sólo la negrada de 1830 sabía el significado de esos tambores quejumbrosos. De ese aviso. Y la tristeza ya tenía una velocidad de invocaciones y velatorios en altares. Esta mañana ya dolía a sombra y sangre.

«Azotes no, Emilio», dijo el padre.

Al contrario, ordenó que se preparara la marrana de inmediato, haciéndose de ella un manjar. Reunió al peonaje alrededor del rufián, ya atado y desnudo y, tres o cuatro horas, ya había cocimiento y olor grato de carne.

«Suéltalo. Que venga y coma», dijo P. Y todo el manjar sería para él y tendría que comer lo guisado delante de todos, sin dejar las mínimas caspucias del pailón.

«Que coma hasta que del atracón se reviente».

Y, por tanto comer, ya echaba eructos; pero sabía comer sabrosamente sin pensar que tras ese hartazgo pudiera provenir la muerte. Estaba ya candoncho y le era vergüenza estar desnudo y ver que lo mirara todo el mundo. Y pidió agua, pero le dieron mejor unos buches de pitorro. A un par de horas de comer, se echó un primer viento y dijo:
«Cágome».

Desde ese día, el Amo Paché dijo que cada vez que le produjera un nuevo esclavo para la hacienda, satisfacería su naturaleza de tragantón innato y, en vez de permitir que se ayuntara con las marranas y soquetearse a solas, lo premiaría con mujer.

«¿Querrás hembra ahora que estás harto?», preguntó P y soltó unas risotadas.

Potro, el galopín, hizo un gesto aprobativo.

«¿Negra o marrana?»

«Negra».

Una decena de negras, de todas la edades, solteras y casadas, con parejas e hijos, se reunió a verlo, porque así lo quiso P y el hijo. Y no daba al adolescente, pena alguna por estar desnudo, si no las afrentas se le hacían. La burla.

El devoró el pailón de carne de marrana. Unas con asombro, risas, lágrimas y temores, apenas se atrevían a preguntar qué hizo el muchacho que ha comido en abundancia y por qué se le tiene desnudo, o fue amarrado al cepo y después obsequiado por el amo. Obvio fue para todos que estaba bien dotado.

El Amo P, sin quitar la vista de sus genitales, lo llamó potro por sus grandes cojones y semental por sus apetitos venéreos. Lo envidió por la morronga porque él, podenco y muy viril en sus mejores años, ya temía su decadencia. Y las negras lo sofocaban y no podía satisfacerlas él mismo.

El comió a dos carrillos, con gula indecorosa, y ahora decir a todos cuál fue su delito se lo exigió el Amo como condición de dar a él una hembra de su color y gusto.
Con muy burdas palabras, afortunadamente breves, lo dijo. Necesitaba hembra y, no hallando una, tomó una cerda y derramó su semen en su útero.

«Y esa es la marrana que comíste», se burló Emilio.

«Pero sacrificamos el animal. Lo hizo infame. Su acto es sacrilegio. Dimos su carne aderezada al que llenó de impureza un animal. Aún así, no quise que se le latigara... Ahora tendrá que comer carne otra vez y comerá de mis conejas. Todos los cerdos que manche se lo daré a cambio a que tenga hijos, fuertes y bien nutridos, para mi hacienda, y no serán sus hijos. Para mí, los engendra... En una jaula tengo una coneja que no pare y tal vez él pueda preñarla, que transmita su semen a las bestias», advertía.

Y escuchar con la seriedad que el criollo, cepa de los Cadafalch de Vinarós, decía estas cosas ofendía a todos, incluyendo al muchacho esclavo.

El amo P mandó a buscar al animal estéril que parecía una inmensa y redonda rata, con ojos asustados. Pesaba muchas libras que arrastraron la jaula, en vez de sacar al animal.

«Esta será tu primera hembra. Adelante, semental, exhíbete en el arte que te hace digno de las bestias... Ya que te gusta la carne, cómete la coneja viva porque viva te comíste una marrana».

Sabía lo que el amo pedía. No había cuje. Quería ver actos de zoolatría. ¿Quién es más perverso?

«Házla que gima y se escuche el llanto de esa conejuela nulípara por los cerros», decía el viejo.

«No puedo hacer lo que me pide, amo».

«¿Prefieres cuarenta azotes y quedarte sin negrita esta noche? Te creí más listo, negro».

La tentación fue grande una vez hizo que se acerca una esclavita de la misma edad adolescente que Pedro y en cuya belleza él ya había reparado. El se la acercó, jalonéndola en el trayecto y plantándosela a su lado. E hizo más. Rasgó a la altura de la axila la tela de muletón y del jubón que ella vestía. E hizo salieron dos senos hermosos con pezones oscuros y vírgenes. Ella se tapó, llena de lloros y fugándose.

«¡Te la pierdes! Eres una parte de esta ralea de infelices, sin méritos».

«No la pierdo».

Se agarró la pinga para que el calor de su fuerte mano pudiera comenzar a excitarla.

«¡Venga, puñetero! sea por la negrita que prometo esta misma noche».

Fue directo a la jaula, abriéndola con violencia. Jaló al animal por una pata. La conejaza estaba nerviosa; pero él era hábil con los animales. Sabía sujetarlos y someterlos. Los ímpetus de fuga fueron en vano y la pelambre de la bestia fue suficiente estímulo a sus testículos y glande. La gente vio la dureza gloriosa de aquella polla, color del ébano y él apostándose a las mañas iría a penetrarla de un solo pujazo, acertando no metersela en el culo, sino en la vagina. Entonces, hizo dedos al fijar la garganta del animalito a tierra y dominar con el muslo su lomo, hasta aquietarla; cuando agarró la pata de la coneja, levantándola, se supo colocar y antes que el animalito echara su gemido por sentir la picha caliente del intruso, las niñas y mujeres echaron sus gritos, viraron la cara, buscaron algún rumbo. Querían irse y no y no oir, pero el P / amo / echó dos balazos al aire.

«De aquí nadie se va hasta que yo lo diga».

Se detuvo las que creyeron que iban a eludir la escena deL ultraje.

Habría unas que cerraron los ojos, pero, aún tapándose los oídos, aún con leves chillidos conejiles, el suspiro orgiástico del negro, su respiración intensa en aras de vaciarse, fueron como coro amplificado. Y él eyaculó y gritó: «¡Ya!»

Y se levantó, de repente, dejando que escapara la coneja como liebre que persiguen las fieras más atroces. Y la pinga babeante del semental estaba entera, chorriándose con abundancia sobre sus propios muslos, mezclando sangre y semen entre los dedos, porque aún queriendola bajar y ocultar ya no podía. Su nombre de potro quedó en la memoria de esa gente para siempre.


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