Imágenes alcahuetas de amoríos,
perfectas serenatas de bohemios
para el viajero que pernocta, entre tus sombras,
pinceladas que de amor los dejan ebrios...
Así son tus noches, mi Pepino...
donde duermen nocturnas mariposas,
donde cantan coquíes enamorados
olvidando sus horas quejumbrosas.
Así son tus noches, mi Pepino,
de radiantes perfiles, guapas mozas:
Carmelo (Melaneo) Cruz Santiago
poeta y artesano, Noches de mi Pepino
«Ji ji ji ji». Es la risa de Catín. Bordadora de mano de oro. Como ella en los quehaceres de festones no hay otra. Para transmitir su arte en el bordado, ha levantado desde las 5:00 de la madrugada, a las siete hijas de Juanito Ponce. Ella sabe que la construcción social de alguna marginalización en el trabajo es posible en la industria de la confección de la ropa; «pero es una suerte ésto de trabajar, podamos cumplirlo desde casita», consuela a las muchachas. Ella sabe que el trabajo libera u oprime. Ha leído que el Gobernador, al que llama Moncho Reyes, apoya a Milagros Benet, mujer que pide la aprobación del voto femenino, organizó una liga sufragista y defiende a la mujer trabajadora frente a otras formas aristocráticas de trabajo. Le ha gustado esa frase de Milagros Benet que se la copió a Luisa Capetillo y a Ana Roque de Duprey.
Catín quiere que antes que se concentre en la prensa, pues a eso de las 12:00 del mediodía sale por El Imparcial y El Mundo y de paso ve a Tinito, las niñas muestren lo aprendido. Vendrá a supervisar, a valorar, a ver si le hacieron caso. Por algo, aleccionadoramente, saca de su tiempo y les conversa. A las nenas de Matilde, las informa sobre la vida rutinaria y sobre los posibles desafíos. «Parece un sargento detrás de ellas», dice Ponce, quien bien que conoce los gritos y la obediencia porque fue veterano.
Catín es disciplinadora, pero tiene buena fe. También es una mujer vivida. «Ji ji ji ji», se ríe. Que no les quepa duda. La pata de gato que tiene no le ha quitado astucia ni gozo de vivir. Ella se crece ante las insuficiencias. Tiene sabiduría, dizque parda, como la gramática en que aplica los ojos y lee. Aprendió solita. Es cierto. Es jamona. Y lo jamona no le quita que se sienta una hembrota. Es hermosa, con el pelo negro todavía, suelto y lacio. Su piel tiene una rosadez, firmeza con tersura blanquecina. Es hermana de Matilde, la señora de Ponce, campesina que también posee lo suyo.
… pero, «ji ji ji hi», Matilde es la matrona en el campo, desde esos años del ’20, durante los cuales se ha iniciado el Needleworker & Garment Center en Mayagüez y Aguadilla. Sé siente digna de que en Pepino la oigan hablando de la mujer en los talleres. «Yo, por mi parte, soy la verdadera bruja». El permanente numen donde quiera que se para. Cuando va al Pueblo y deja el campo, Catín La Coja es seguida por Tres Patitas, el licenciado Tino Vargas. Y es él quien le dice: «Catín, eres la crica más sabrosa del barrio». Ella le suelta su poco de cultura. «En Pepino hay mucho que hacer por las mujeres; no sólo el arrimarle el bicho grande».
No es que el Pueblo no tenga moral. Como una de sus riquezas, El Pepino tiene mucha vida libidinal. El erotismo fluye como huellas vegetales y minerales en las aguas porque la gente se baña en charcas —«diga usted, El Peñón, La Mina, Las Orfilas, Las Tres Piedras, charcas por donde quiera, aguas cristalinas y embrujantes»— y éste hábito es legendario, desde los tiempos de Peroalonso y González de la Cruz, los Mirabales pobladores de 1700, que vieron taínos en Babumamey y el Salto de Guacio. El Culebrinas es un espíritu acuoso que riega los cricales.
Y la casa de Matilde y Juanito está inmantada con brujerías naturales, con ninfalías taínas y, para hacerla más fértil, con la esencia del negro levitante, don Lion. Ese fue quien levantó de su parálisis a Juanito, cuando se pasaba maldiciendo y contagiando de tristeza a todos. Fue entonces que Catín llegó, cuando después del Gobernador Arthur Yager, antes de cumplirse el año, se puso a un boricua de gobernador interino, José E. Benedicto. Duró lo que el salto o el brinco de Montgomery Reily. Ha sacado sus cuentas con su aritmética de risitas, JI JI JI, y calcula que fue en 1921. De hecho, la fecha en que Milagros Benet dijo: «Mire, Moncho Reyes, va siendo hora de que nos concedan el voto, porque las mujeres dejan los ojos en la costura y bordan muy lindo. Están hambrientas y cegatas, cose y cose, hincándose los dedos con la aguja desde 1900».
Catín dijo cosas a Matilde, su hermana, poquito antes de eso. «Tenga fe. Sométase a don Lion. Llévelo al brujo. Esta familia no está muerta porque don Juan esté baldao de sus espaldas y con las patas mongas; mírame a mí, La Coja, y yo como cascabelito. Le voy a enseñar a las nenas todo lo que sé, porque, en la prensa se dijo que si esta industria sigue como va, aún bordando desde la casa, el país originará diez millones en dólares en menos que el decenio acabe y que Puerto Rico se irá pa’arriba y nosotras, con él». Y ya que, según se dijo en las noticias, «hay que formar generaciones, es bueno que se sigan mis consejos».
Entre los que saca de allí y los que saca de allá, añade de su cosecha y les habla a las muchachas, hasta que las ruboriza.
«Ji ji ji ji», dijeron al oírla, imitándole su rita boba. Es que parece que lee a Luisa Capetillo, la dirigente de Arecibo, que habla de amor y sexo, al tiempo que se víste como un hombre y desafía la moral del Establecimiento.
«Eso que ustedes traen entre las patas no es engaño. Es una riqueza y es un recurso útil para el epitalamio». Ji Ji Ji, se ríen como si hablara en guasa en la minga y con gente charlatana de un cotarro; pero no. Catín La Coja habla en serio. Todo lo real es para ella racional. No es posible hacer metafísica con lo objetivo. Los a priori los determina la necesidad y cuando se vea un Ente, no se venga a engaño, no se vio un fantasma. Se está ante lo que tiene sustancia. La gente no se casa por amor, entendiendo por amor un a priori, o una enlequia, o una pócima mágica.
«El hombre se casa por eso que sabe que está bajo sus faldas, tapadito. De eso que tienen entre las patas no se averguencen nunca, aunque hubiesen sido cojas como yo… Yo les bañé desde chiquitas. Les cambié de trapos cuando se cagaban encima. Yo sé que son cricúas y, si su mamá no les habla sobre estas cosas, por pudor, yo sí. Lo hago porque hay hombres que no son buenos partidos, dicen palabras dulces y se comen de lo que le das, si es que das y se van… pero si se quieren casar bien, no con el valepaná como Magalo, si quieren hacer felices a los esposos y que nunca les falte lo que ellos también traen, además de su trabajo pa’ los hijos, aprendan desde ahora».
«¿Qué cosas, Catín?», las interesa.
«¡No den poquito! Sean generosas. Si das un vaso de agua, que sea la más fresca y lléneles el vaso. La mujer que ofrece un jugo de naranja y trae un chispito en la tacita da malos indicios. El hombre se fija y dice, ‘miserable’, ‘así tendrá su boquete de chiquito’, una raja escondía y seca, ¿me entendieron?»
«Sí», y la imitan: Ji Ji Ji.
«Si le piden un jugo, una taza de leche, o un vaso de refresco, llenen el vaso, que sea vea el Ente, la Cosa, la única sustancia, porque el ser de la cosa debe verse. Es materia. No es engaño. Sean prácticas, mijitas».
«Ji ji ji ji», se ríe Catín La Coja. Y ya, en la confianza de sus sabrosos consejos, repetían la risita las hijas de Juanito.
Indice / El pueblo en sombras / Sabidurías de Catín La Coja / 36.
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Puerto Rico / Historia / Don Lion el Levitante / Don Agudo fue lavapotes / Pepino 1 / Fechas sobresalientes del Pepino / Pepino 2 / Pepino / Wikipedia
Catín quiere que antes que se concentre en la prensa, pues a eso de las 12:00 del mediodía sale por El Imparcial y El Mundo y de paso ve a Tinito, las niñas muestren lo aprendido. Vendrá a supervisar, a valorar, a ver si le hacieron caso. Por algo, aleccionadoramente, saca de su tiempo y les conversa. A las nenas de Matilde, las informa sobre la vida rutinaria y sobre los posibles desafíos. «Parece un sargento detrás de ellas», dice Ponce, quien bien que conoce los gritos y la obediencia porque fue veterano.
Catín es disciplinadora, pero tiene buena fe. También es una mujer vivida. «Ji ji ji ji», se ríe. Que no les quepa duda. La pata de gato que tiene no le ha quitado astucia ni gozo de vivir. Ella se crece ante las insuficiencias. Tiene sabiduría, dizque parda, como la gramática en que aplica los ojos y lee. Aprendió solita. Es cierto. Es jamona. Y lo jamona no le quita que se sienta una hembrota. Es hermosa, con el pelo negro todavía, suelto y lacio. Su piel tiene una rosadez, firmeza con tersura blanquecina. Es hermana de Matilde, la señora de Ponce, campesina que también posee lo suyo.
… pero, «ji ji ji hi», Matilde es la matrona en el campo, desde esos años del ’20, durante los cuales se ha iniciado el Needleworker & Garment Center en Mayagüez y Aguadilla. Sé siente digna de que en Pepino la oigan hablando de la mujer en los talleres. «Yo, por mi parte, soy la verdadera bruja». El permanente numen donde quiera que se para. Cuando va al Pueblo y deja el campo, Catín La Coja es seguida por Tres Patitas, el licenciado Tino Vargas. Y es él quien le dice: «Catín, eres la crica más sabrosa del barrio». Ella le suelta su poco de cultura. «En Pepino hay mucho que hacer por las mujeres; no sólo el arrimarle el bicho grande».
No es que el Pueblo no tenga moral. Como una de sus riquezas, El Pepino tiene mucha vida libidinal. El erotismo fluye como huellas vegetales y minerales en las aguas porque la gente se baña en charcas —«diga usted, El Peñón, La Mina, Las Orfilas, Las Tres Piedras, charcas por donde quiera, aguas cristalinas y embrujantes»— y éste hábito es legendario, desde los tiempos de Peroalonso y González de la Cruz, los Mirabales pobladores de 1700, que vieron taínos en Babumamey y el Salto de Guacio. El Culebrinas es un espíritu acuoso que riega los cricales.
Y la casa de Matilde y Juanito está inmantada con brujerías naturales, con ninfalías taínas y, para hacerla más fértil, con la esencia del negro levitante, don Lion. Ese fue quien levantó de su parálisis a Juanito, cuando se pasaba maldiciendo y contagiando de tristeza a todos. Fue entonces que Catín llegó, cuando después del Gobernador Arthur Yager, antes de cumplirse el año, se puso a un boricua de gobernador interino, José E. Benedicto. Duró lo que el salto o el brinco de Montgomery Reily. Ha sacado sus cuentas con su aritmética de risitas, JI JI JI, y calcula que fue en 1921. De hecho, la fecha en que Milagros Benet dijo: «Mire, Moncho Reyes, va siendo hora de que nos concedan el voto, porque las mujeres dejan los ojos en la costura y bordan muy lindo. Están hambrientas y cegatas, cose y cose, hincándose los dedos con la aguja desde 1900».
Catín dijo cosas a Matilde, su hermana, poquito antes de eso. «Tenga fe. Sométase a don Lion. Llévelo al brujo. Esta familia no está muerta porque don Juan esté baldao de sus espaldas y con las patas mongas; mírame a mí, La Coja, y yo como cascabelito. Le voy a enseñar a las nenas todo lo que sé, porque, en la prensa se dijo que si esta industria sigue como va, aún bordando desde la casa, el país originará diez millones en dólares en menos que el decenio acabe y que Puerto Rico se irá pa’arriba y nosotras, con él». Y ya que, según se dijo en las noticias, «hay que formar generaciones, es bueno que se sigan mis consejos».
Entre los que saca de allí y los que saca de allá, añade de su cosecha y les habla a las muchachas, hasta que las ruboriza.
«Ji ji ji ji», dijeron al oírla, imitándole su rita boba. Es que parece que lee a Luisa Capetillo, la dirigente de Arecibo, que habla de amor y sexo, al tiempo que se víste como un hombre y desafía la moral del Establecimiento.
«Eso que ustedes traen entre las patas no es engaño. Es una riqueza y es un recurso útil para el epitalamio». Ji Ji Ji, se ríen como si hablara en guasa en la minga y con gente charlatana de un cotarro; pero no. Catín La Coja habla en serio. Todo lo real es para ella racional. No es posible hacer metafísica con lo objetivo. Los a priori los determina la necesidad y cuando se vea un Ente, no se venga a engaño, no se vio un fantasma. Se está ante lo que tiene sustancia. La gente no se casa por amor, entendiendo por amor un a priori, o una enlequia, o una pócima mágica.
«El hombre se casa por eso que sabe que está bajo sus faldas, tapadito. De eso que tienen entre las patas no se averguencen nunca, aunque hubiesen sido cojas como yo… Yo les bañé desde chiquitas. Les cambié de trapos cuando se cagaban encima. Yo sé que son cricúas y, si su mamá no les habla sobre estas cosas, por pudor, yo sí. Lo hago porque hay hombres que no son buenos partidos, dicen palabras dulces y se comen de lo que le das, si es que das y se van… pero si se quieren casar bien, no con el valepaná como Magalo, si quieren hacer felices a los esposos y que nunca les falte lo que ellos también traen, además de su trabajo pa’ los hijos, aprendan desde ahora».
«¿Qué cosas, Catín?», las interesa.
«¡No den poquito! Sean generosas. Si das un vaso de agua, que sea la más fresca y lléneles el vaso. La mujer que ofrece un jugo de naranja y trae un chispito en la tacita da malos indicios. El hombre se fija y dice, ‘miserable’, ‘así tendrá su boquete de chiquito’, una raja escondía y seca, ¿me entendieron?»
«Sí», y la imitan: Ji Ji Ji.
«Si le piden un jugo, una taza de leche, o un vaso de refresco, llenen el vaso, que sea vea el Ente, la Cosa, la única sustancia, porque el ser de la cosa debe verse. Es materia. No es engaño. Sean prácticas, mijitas».
«Ji ji ji ji», se ríe Catín La Coja. Y ya, en la confianza de sus sabrosos consejos, repetían la risita las hijas de Juanito.
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