Friday, September 12, 2008

La bacinilla de porcelana / 20


... Así empezó a tejerse de lleno una madeja de intrigas, chacotas y falsas acusaciones en su contra, sin que él ni nadie imaginaran la magnitud de los sañosos impulsos que finalmente habrían de dejarlo en la ruina y olvidado para siempre… […} el clima y la hora pepiniana congregaba a una ciudadanía domesticada y débil que se tiraba de pecho a la españolería servil y palaciega que dominaba y domaba la vida de cada quien como un puño de hierro y fuete de campanas… […[ después de llegar a un pueblo como éste, cagao con mierda de caballo por las cuatro esquinas, y donde enfrentarse a don Narciso era lo mismo que echarse la soga al cuello, o morir aplastado como una cucaracha, … podía ver con claridad… la enigmática perversidad de un grupo sin credos espirituales resintiendo la caída de un imperialismo bárbaro e inmisericorde como el régimen español en nuestro suelo: Joaquín Torres Feliciano, en Las dimensiones trágicas de Don Victor Primo Martinez



Donde ya existen a montones los deslumbrados con el progreso americano como antes el deslumbramiento fue con los privilegios del feudalismo colonial y la Cédula de España para traficar con esclavos («y Pepino participó de ello Y ha sido, un pueblo como ése»), la penumbra se lo comerá todo. «Eso es lo que sucede al final», se quejó don Victor Primo.

Estuvo pensando en Monsiú Alers, el prestamista, el viudo de Monserrate Beauchamp.

La causa es la gratitud malentendida y el cómplice fermento de la seguridad. Su padre, como él, creen que la Cédula de Gracias cegó al país. «Y, desde entonces no se sabe quién es quién».

Ese afán por falsear la Madre Patria, reduciéndola a la conformidad con opresiones; pero ni Madre ni Patria. Los hipócritas mesológicos y patológicos son tales. Un ejército de jácaros y rufianes. Y decía, aquí no se sabe quién es el absolutista Borbón ni el Don Pepe, míster democratikus, con chistera y levita; aquí lo mismo vale La Titina de trapo que el negrito, de amarillo y colorao

Para desafiarlos los llamará astutos, serviles, zurcidores de voluntades, alcahuetes, zuzurrones, a quienes él desearía ajar sus vanidades. Es testarudo. Inquieto. Audaz. Inconforme. Acusa a algunos de colonialistas y, de veras tiembla la gante, porque tiene a San Ciríaco ventolero y tormentoso en la boca. Habla un lenguaje que no es Forest Vélez echando machetazos en la manigua; pero recuerda a Goyco, Vizcarrondo y Padial en las Cortes.

Ha llegado, en el peor momento, cuando supo que sus antiguos vecinos de Pepino festejaron en ausencia la muerte del desterrado Ruiz Zorrilla, quien en camino a Burgos enfebreció, enfermó a muerte y terminó siendo enterrado en su finca La Tablada (de Alicante). Festejaron, con hablares de volatería, el fracaso del movimiento republicano que Manuel Ruiz ayudara a organizar, la caída del presidente Nicolás Salmerón; aplaudieron el ‘golpe de estado’ de Pavía y la llegada del rey Alfonso XII. Empezaron, en su ausencia, a darse fiesta con los sacristanes del Amén, los represores canovistas y los oportunistas sagastinos. Esa fue la hora en que González Martínez llegó, lleno de entusiasmo, a este pueblo de penumbras.

Llegó, de regreso a Pepino, en 1892, y ocupó la casa que había sido de su padre, la misma en que nació el 9 de junio de 1854. Una casa que, por senda paradoja, fue la sede de la antigua Casa del Rey, sobre la Calle Hostos y frente a la Plaza de Recreo. Una casa que estuvo en la esquina misma en que cayeron los heroicos forajidos de la Revolución de Lares cuando, escasamente. tenía la edad de 5 años.

Ahora es cuando medita en la noche de la podredumbre e imagina que ha sido tan larga como cuando, a la edad de 13, se fue a San Juan a estudiar con sacerdotes jesuítas. En los tiempos en que otro pepiniano (Hernández Arbizu) gobernaba Tarragona, don Víctor Primo hizo estudios secundarios. Ingresó a un instituto barcelonés; más tarde, a la Universidad de Santiago, graduándose en Galicia de Derecho. Se regresó a Pepino de inmediato y vio a los hombres de penumbras, que son los que no escarmientan, pues se van por la finta de los fantasmas de lo nuevo, sin conservar nada que sea realmente valioso.

Víctor Primo preguntó por qué ríen cuando el ambiente está cargado de zurrapas y las calles siguen, como las dejara, ahítas de mierda de caballo. Se han quedado sin faroles las noches de su pueblo. La colonia es hambre y mil padecimientos. San Ciríaco atacó. Se originaron incendios. Este hedor de pueblo viejo tiene a todos muy lelos y aturdidos y pintando transitoriedades en el vaho. Los vecinos son como camaleones, productores de apatía. Beben de las conformidades y, en ebriead de café y alcoholes, avanzan las largas y hedientes mentiras.

«Es vida de escorpiones, aunque no lo admitan…Sólo que no saben dónde es el sumidero a dónde van a parar», dice Martínez González.

Fluyen por los cañocales y son preferidos ahora por causa de las bastardías del poder. Aunque son hombres a oscuras, sabios a la violeta, fiestan a la luz del sol. En la noche son aún más hedientes que por el día, porque nunca están perfeccionados, maduros, adecuadamente cocidos. Llegan a la noche más fláccidos, ectoplásmicos, fantasmales. Corren a buscar donde echar un poco de la propia excresencia ctónico-muscular que les formara los cuerpos. No entienden y a él lo ven como a un monstruo. Un alzao en las cortes. Un picapleitos.

Estas claques que lo han visto, reinserto en el Pepino, lo escuchan y no entienden. Son «ultra hostiles, envidiosas, vengativas». Harán de él … árbol caído, porque lo han visto tal cual es: heroico, tenaz, dispuesto a ir contra la corriente. Tener un linaje como el suyo no lo ha colocado en la tradición de usurpadores. Es un kraucista nato y aplaudió, con Salmerón, que fuesen separadas la Iglesia y el Estado, y abogó por la República Federal como cuando Ruiz Zorrilla, progresista y democrático, presidió el Consejo de Gobierno de la República española que viviera por escasos tres meses.

Fueron menos de tres veces, es cierto. Pero, en este Pepino de los timoratos, el jovencito Martínez está encendiendo una furia como no se ha visto en años. Está uno más radical en razonamientos que Pascasio Moreno Larraizar, Lino Guzmán o el extinto Pancho Méndez.

Lo escuchan muchos en el pueblacho ultramarino y no acaba de gustarles lo que ha estado diciendo: Que Ruiz Zorrilla tuvo razón cuando ésto hizo: suprimir la Teología en las universidades; ordenar a las diputaciones y los ayuntamientos de formar escuelas laicas, kraucistas, para ricos y pobres, sin discrimenes de sexo; abolir la esclavitud en Ultramar y fue él precisamente, Ruiz Zorrilla, antimonárquico, quien sacó la esclavitud de Puerto Rico… Después elogiaría a Nicolás Salmerón y Alonso, el presidente de aquella precaria república (1873) que se murió en septiembre, casi mordida por el cantonalismo y los moderados religiosos, de malas tripas, que gritaban Cristo y el Rey, muerte a los republicanos…

«¿De quiénes han sido las voluntades de establecer en España y este pueblo el juicio por jurado, el fin de las mordazas, el matrimonio civil y la organización de los desposeídos y los trabajadores?… No. No de Práxedes Sagasta ni de los canovistas. Ellos desarticulan el país, conspiran contra el obrero organizado, sus Internacionales, oponen la espada y el fuego a la causa de Cuba y de sus próceres; eternos promotores han sido de las guerras extranjeras y el carlismo».

Ahora pidieron que Martínez se desdiga porque habló como un espíritu contrariado y con ideas oscuras, como hijo de maldad, hereje incapaz de respetar los sacramentos. Laurnaga le ha salido al paso con la insistencia de que es rudo y necio. Y ha preguntado si son esos los valores aprendidos de su casa, misma que ha sido como un santuario benéfico por el catolicismo piadoso que se respira en ella. «¿Y qué contestaría si los ateos, de la calaña de Ruiz Zorrilla, Salmerón y los anarcos de la Internacional, hacen burla y escante con los sacramentos? En el sistema que propone, ¿se negará el bautismo, las confirmaciones, las penitencias, el respeto al cura y su grey, el honrar a las niñas con el matrimonio? ¿Qué es lo que sucederá si el pueblo pierde el orden y el respeto moral, el don de gente cuando ya no se respeta ni a los muertos?»

El que vino a regañar al Pueblo, por juzgar el blanquitaje y los falsos cimientos de su metafísica y su poder, ha salido regañado por de pronto. Manuel García Mantilla y doña Isidopra Corchado Ruiz, su esposa, cuando le pasan por el lado se persignan.

«¿A dónde fuíste a buscar otros amigos?», le preguntan cuando lo encuentran en pláticas con un masón de marras, Lino Guzmán, maestrillo de Guajataca, a quien no lo admitieron ni el Círculo de Amigos de Justo López. Pedro J. Arocena y Francisco Laurnaga dijeron: «El que no crea en Nuestro Dios tampoco venga al Casino».

«Ni falta que me hará», ha dicho. «Mira que son escorpiones estas almas de zurrapa». Piensa, para sí, que él ha estado hasta en los bailes de galas de las cortes madrileñas, «¿y me vienen con esa mierda a mí?».

Con Don Manuel Durand, el letrado presbítero de la Iglesia, si podía el joven discutir sus creencias, aunque evitara ir a la misa y las fiestas de precepto. «Es triste entrar al templo y verse amenazado. Es como estar sobre un volcán. El mismo pueblo es un volcán de fuego fatuo y una carbonera de odio; pero soy creyente, don Manuel. A veces que me muerden los bribones con unas malas miradas. Veo las lenguas de esa víboras».

Posiblemente, es un romántico entre Hegel y Fichte, con un poco de Giordano Bruno. Admite, como Durand, la existencia de un principio natural y divino de las cosas. Ambos saben los paralelismos entre Jesús y Nietszche; ambos han sido, se comentan, los incomprendidos. Pero Victor Primo, con pocos puede hablar de sus lecturas: lee a Julián Sanz del Río, a Salmerón y Azcárate. La jurisprudencia y los 15 volúmenes de la Colección de Instituciones Políticas y Jurídicas de los pueblos modernos (1885-1904) del republicano radical Vicente Romero Girón, están en sus anaqueles de libros, así como esos recuerdos de España tan queridos, con jóvenes liberales como él, gozosos de evaluar el anarquismo, la crítica anticapitalista, la necesidad de ciencia innovadora y mayor respeto por los derechos del hombre y del pueblo miserioso y explotado.

España y Europa le dio mucho. Lo reconoce. Dice con orgullo que, desde niño, habría querido ser un médico; pero ya que estudió leyes, será el mejor de los abogados, como Romero Girón. Ese es su ídolo. Si hubiese sido educador, sería como Giner de los Ríos. A éste lo recuerda porque él se ha casado con Milagros de los Ríos y Avila, natural de Cádiz, quien es prima de Fernando de los Ríos. Son glorias de España. Y el se trajo una gloria en forma de mujer.

De veras, dice Victor Primo, si alguien tiene linaje en este pueblo: «Ese soy yo, así que dejaré que hable contra mí ese cultivo de escorpiones, hijos de penumbras; pero sea yo el terco que los juzgue».

No fue un chico de letrina ni se bañó en una charca. El tuvo criados. Un niño rico, español. Creció privilegiadamente; pero, queriendo ser un Quijote en la aventura de su más clara realidad, su propio país en cadenas. Es la diferencia. Será como quiere ser, testarudo. Una vez terminó en la Universidad de Santiago conoció Madrid e hizo brevemente una vida cortesana, con su mujer gaditana, y viajó por Francia y Europa, hasta que dijo: «Tengo que volver. Allá tengo a mi padre y mis raíces. ¿Te dije, Milagros, que yo soy pepiniano?».

Como un regalo a su pueblo y el patrón, trajo el nicho de imágenes artesanales, en maderas labradas, que se colocó en el Altar Mayor de la Iglesia de San Sebastián del Pepino. El es creyente, pero no dogmático. A él no lo ha formado la santurronería. El es un crítico socarrón, ya predicho en las sátiras de Persio. Uno que dice que la verdadera libertad es de naturaleza espiritual, pero sin opresiones.

En su habitación, ya de regreso a Pepino, aún su bacinica, con un cintillo de oro, lo esperaba. Y volvió a bañarse en un íntimo salón con latones de agua. Hubo veces que necesitó siete garrafones, de uno en fila porque. Gusta que el agua bese y penetre sus poros hasta en la menos aparente esfera de la carne.
Limpio, inmaculadamente vestido, más que caballero, se imagina un rey-filósofo. «No… No es el calificativo que preciso. Un Libertador me define». Y, tristemente, no hay varones de su talla. Lo que anda y desanda por las calles de la Isla son hombres y mujeres de penumbras. Un linaje de escorpiones. Y se atreve, decirlo de ese modo, porque el mismo José de Diego está en su mira, por representar los intereses privados de los azucareros y reducir la patria a un lenguaje del ateneísmo, sin compromiso con los hijos más humildes y pobres de los pueblos. De Muñoz Rivera piensa igual: un mojigato en apariencia, un lince del acomodo y del arribismo.

Recuerda aquel año en que llegaron los yankees. 1898.

«¡Tan malagradecidos con España, tan cobardes con los Estados Unidos!», dijo enfatizando las zetas que se perdieron en otros que nacieron en España y, él quien nació en Pepino, ha conservado. Desde la garganta al pie, se siente un español, un señorazo y, en apariencia, lo es. Se asomó a hablar con el Capitán Brackford, el invasor extranjero del poblado. Será él quien deba asesorarlo porque los conservadores de ayer, fementidos leales e incondicionalistas, se han replegado con temor. Otros se acercan a los gringos a mendigar venganza, a chotear a los tiznados. Se han escondido en cañocales y debajo de sus propias bacinillas. Unos pocos se han regresado a España a tiempo, por si acaso, el gringo es tan cruel como lo dicen en Filipinas..

«Ni siquiera ese gesto mío me han agradecido; yo dí la cara para que se dijera del Pepino, aquí si hay pueblo y cultura y no una mera tropelía de atorrantes hambrientos. Este pueblo tiene gente valiente que dialoga. Quiere, por lo menos, el orden, no anarquía. Este no es un pueblo suplicante y miedoso», rememoró.

Lo acusaron de urdir, con Juan Tomás Cabán Rosa y Lino Guzmán, la ola de terror de las partidas, las quemas, robos y ultrajes. No fue cierto.

«Dicen que de seguro, querrás como regalo el pueblo entero», le dijeron. Fue Cheo Font, padre de los anexionistas. «Que vas a alzarte con el santo y la limosna».

«¿De qué habláis, desgraciao?»


Por eso, por mentiras de ese tipo, no ha querido a esos ricos majaderos que reencontró a su regreso.

«Yo no necesito nada; no robaría a mi pueblo».

Victor Primo había nacido rico desde la cuna. Utilizaba unos bastones labrados, con empuñadura de marfil, como gesto de su aristocracia transhumante. Había salido de un hogar inmenso. Era el heredero de su padre hacendatario. Mas, desde 1900, empezaron a asomarse nuevos ricos: ¡herencias millonarias que desataron reacomodos e irreconciliaciones!

Con su esposa de España, procreó sus tres primeras hijas. Y a ninguna la pondría en vergüenza por causa de sus actos. Quienes lo visitaron en su casa han admirado cuadros muy valiosos, arte que colecciona, porque como abogado es el más brillante del pueblo, el lector más enterado, un ser universalista, versado en todo, o casi todo, pese a que Pepino no lo quiere. Se recela a un hombre de su sabiduría, su elegancia y buen gusto. Francisco Pino y Bello fue el primero que le dijo caballero ilustre, aunque sabe que, cuando recién llegado, era algo más que autonomista. Manuel y Martín Corchado aseguran que don Víctor es un separatista, con vetas de Mano Negra jerezana. Demetrio Hernández, autonomista ambivalente que todo lo exagera, va con ese chisme a donde Cheo Font, el primer anexionista declarado.


Dijeron que don Victor o Don Primo, como también le dicen, siempre ha pedido muchas peras al olmo. El no supo lo que es un villorio sin ejército eficiente. Y ese pobre autonomista de Rodríguez Cabrero, rodeado de mambses, odiosos de España en el fondo, traidores como Soto Villanueva o el telegrafista gallego, no puede hacer nada., aunque quisiera. No sabe cómo los bascaranes se trafican en las sombras, o los Arocena lo mandan al carajo. «¡Ay, pobre don Manuel, el alcalde autonomista de Pepino! ¡Ay, y de ese bizco de Muñoz Rivera y esos pitiyankis juyilones!» Todo se lo fueron contando, año tras año, a don Primo porque el pueblo vivía en el miedo y creyendo más a los brujos que en el Progreso y, a final de cuentas, mucho menos en el gobierno americano, que sólo funciona para Oronoz y Echeandía.

Lo que supo muy bien el licenciado es que, cuando el hambre cunde y se desgracia el pueblo, hay que darlo todo. Olvidarse de la herencia y el capital del egoísmo. En 1906, dio su ejemplo porque Pepino ardió con los incendios. Y había que dar nueva casa al que había perdido, aunque fuese con las maderas de la finca de su padre. Fue diciendo: «¡Reconstruyan! Organicémonos como verdaderos anarquistas. No se trata de comevacas y tiznados. Se trata de hermanarnos». Recordó otros fuegos y agresiones criminales que hubo en 1898.

Recordó la vulgaridad de los actos de fuerza. Las décimas de los tiznaos y comevacas. En 1914 todavía recordó el 1898. El Desastre. El USS Maine. Y dieciseis años antes, estableció un paralelo. Con este mismo Wilson que está en la presidencia, una flota estadounidense arribó a Tampico. A los pocos meses, ya ocupada Veracruz por los Marinos, exigía al presidente mexicano Huerta una salva de 21 cañonazos a la bandera americana. Un modo de imponer a Carranza, porque, a Huerta tan orgulloso, con el poder de los cañones, lo tendría doblegado. El se rehusó. Puso en una plato de lata un excremento por él mismo cagado, «mi homenaje a su bandera», dijo e que lo enviaran al general mayor de los marinos en Veracruz y que le dijera: «Lo cagó él mismo, mi General Huerta».

En 1915, en esos años, se murió su mujer, Milagros de los Ríos, su esposa amada, quien nunca fue como este pueblo en colectivo a bañarse como parvadas de ninfas en las aguas; ni corrió a defecar tras los árboles. Ella fue como él. La alcurnia da el derecho a tener una bacinica de porcelana fina y a mandar a traer latones de agua.

Es humano. Ella supo el olor del excremento y los orines; pero lo comprendía. Se caga en la casa. No en el monte. «¡Por más riqueza que se tenga, esposo mío, somos humanos!» Don Victor Primo lo entendía. «Y no es merengüe el excremento. ¡Qué bueno sería! ¡Qué mágico que sea a rosa y clavelillos como huela! Trágico mundo. Pútrido sistema. Mal que bien olería a ángeles podridos la mirringa y la caca. Es que antes había una deferencia, ya no. Hoy cualquiera vigila cuando cagas y lo ofrece como un recurso político de escarnio. La lucha de clases ha fundamentado la política sucia y hay ricos que creen que no cagan. Que no hieden sus actos. Eso es lo que molesta este día al explosivo y testarudo de Victor Primo. Alguien se ha atrevido a mencionar su mierda, lo que nunca hizo su mujer bendita. La finada Milagros.

«¿Qué haré hoy que no la tengo a ella?», se preguntó en esos días porque estuvo defecándose en una bacinilla de pura porcelana, por primera vez sin nadie que entendiera lo que es ser un hombre solo, sin nadie que comprenda lo que es intimidad y costumbre. Y necesidades fisiológicas en ausencia de quien comprende y ama y clama como él por ese progreso necesario. A don Narciso Rabell, el alcalde que construyó la primera planta hidráulica, en los primeros años del '20, le hablaron de la mierda que caga el Caballero de la Reina de Castilla. Y estaban hablando de que hay que hacer algo por el pueblo, sacarlos ya de los ríos y las charcas, porque no somos taínos solamente.
«Pemita que discrepe, Don Narciso, porque sé que es usted hombre de fósiles y ciencias y que defiende la vida de los indios en su paraíso. Pero ya no somos indios. Los que se bañan en los ríos son nuestras señoras, nuestras hijas, nuestros hijos; y ellos no son indios. Ellos sacaron la espada y mataron a los taínos y violaron a las indias. Yo por eso, veo la sangre en las aguas y prefieron un acueducto, una bañera, un servicio de tratamiento hidráulico. ¿No lo había sugerido Pascasio Moreno, desde 1873, cuando fue Alcalde?»

«Sí, pero Sebastián del Valle y el alcalde anterior Angulo, cuando pudieron hacerlo, echaron tierra al proyecto. Cosa de alcaldes malos». Mencionó que hay una queja. Detrás de su casa, hay un fuerte olor a meados. Que está tirando orines contra un miuro y no hay desague.
«¡Rediez! ¿Quién se ha quejado?»
Seguro que fue la parentela de su esposa. Se acaba de casar con Pilar Cabrero Echeandía Y está hablando con su suegro y diciéndole: «Hay que hacer algo. Y el Alcalde es usted. A usted es a quien responsabilizo».
Después vino un chisme y luego otros. Y don Primo estaba perdiendo la paciencia.


«Vivimos en los tiempos de los peores braguetasos», dice él y, «aún con las lealtades, jugamos al braguetaso y los deshonores».
«¿A qué viene ese comentario?»

Con el ex-síndico Santoni, siempre sale discutiendo las intervenciones americanas en Tampico, en Santo Domingo (y cómo se quedaron hasta 1924, ni lo imaginaban), en 1916 compraron Islas Vírgenes por una bagatela de $25 millones.

Según cuenta Buenaventura Esteves, Juez de Pepino en 1918, su colega Licenciado Victor P. Martínez González ha salido a la calle, rumbo a la Corte porque citaron a quienes tengan más de lo que necesitan, la bendición de suficientes ingresos y herencias del ayer, a ser generosos durante una venta de «Bonos de la Libertad».

Son los tiempos del Presidente Woodrow Wilson, la Primera Guerra Mundial y los Catorce Puntos. Se habla sobre la «Campaña de la Libertad y la Democracia» y de una Conferencia de los Aliados que se efectuará en Versailles.


En cierto modo, él ha hecho lo mismo, sólo los que orines y feces que el ex-Capitán de Voluntarios en las Milicias Españolas, don Victor Primo Martínez González, los recoge en una bacinilla de porcelana fina.

Don Víctor Primo no es un correlón que vende sus lealtades al mejor postor. Caballero de la Orden de Isabel La Católica, es una persona que ama lo arcaico, el gesto ennoblecedor de su única y más cimentada tradición. Una catolicidad militante, aguerrida y unificadora. El que esté en contradicción con ese mundo que tiene internalizado desde sus días en Europa, pertenece al submundo de los estercoleros y las cañerías.


Un instructor aleman de la Universidad de Cornell, Erich Muenter, quieso plantar bomba para volar el salon de receopciones del Senado Federak, dispara sobre J. Pierpont Morgan Jr. y se suicidas tres dias despues un julio 6 de 1915

1917 -- se raciona el pan en Gran Bretaña
LA REALIZA NO QUIERE ALEMANES TITULOS DE NOBLEZA

1917 ejecutan a Mata Hari bailarina

requisitos de albatetismo parala ciudadania se aprueba contra el veto de Wilson
Cuba y USA declaran guerra a ALEMANA

No entiende que siempre extendieron la mano para quitar a su padre quien se llamó támbien Victor Martinez Martínez (n. 1826)



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