Sunday, September 21, 2008

Los ultrajes contra Eulalia



Van más de dos siglos de historia de vida,
Vida con historia, siempre florecida
De esperanzas nuevas, de anhelo y de afán...

Tenemos orgullo, forjamos cultura.
Labramos rencores, sentimos bravura.
Guardamos amores en el corazón:

Juan Avilés Medina (1904-1994),
Himno a San Sebastián


«¿Cuáles son los peligros que lamentáis en estos días?», preguntó una mujer que tuvo fama de ser ardiente, guapa, irreverente e informada. Su padre fue un anti-esparterista declarado. Espartero: regente de mano dura en España. Don Manuel juzgó que sería necesario lo que el Capitán General de Puerto Rico propuso en 1847: asentar nuevos colonos en la isla. «Hay mucho negro haragán que ya no trabaja el campo y sólo conspira».

Los peligros que su padre juzgara como reales, por el contrario, para la muchacha, son las cosas buenas que pasan en la isla. Que el esclavo ha tomado consciencia y se defiende de quien lo atropella. Su padre festejó, por primera vez, a uno de los gobernadores de la colonia. Lo llamaba Vizconde de Bruch, Conde de Reus, héroe de la Vicalvarada, Grande de España y Marqués de Castillejos. Ella no. Con secretivo pensamiento, le dio el nombre de hijo de la gran puta.

Ciertamente, Eulalia y don Manuel, su padre, aún si hablaban del mismo personaje, el ilustre prócer, lo refieren con aspectos distintos. La mujer ardiente y guapa, a la que Hilarión Gallardo llamó La Rabiza y la anti-isabelina, piensa que Prim i Prat es un fraude viviente. Un monárquico retrógrado, hijo de puta. Claro que no lo decía delante de su padre por respeto.

Se ha sabido que Prim estuvo en Cuba, en los días en que Josefa Prat, solía llamarlo «mi primo de Reus». Dicen que, por saber si ella estaba en Veracruz, sin órdenes de Madrid, Joan embarcó en San Juan de Ulúa y luego en Veracruz, y dijo «es cierto que un indio tiene a México en la ruina; pero yo odio el Imperio Napoleónico y los franceses no gobernarán el Caribe ni a México en el Norte».

«Si es cierto que eso dijo, yo lo aplaudo», dijo Eulalia.

Fue en los días del Convenio de La Soledad. Y se preguntaba, Josefa lo mismo que Eulalia, la maestrita cidraleña: «¿Por qué siempre se cobra lo que se debe en el momento en que el deudor más necesita? ¿Por qué tanta impaciencia tiene quien explota al prójimo y lo endeuda para una posterior cobranza con creces?» E Hilarión Gallardo, Cabrero Escobedo y Prat-Ayats, tan legalistas, concluyeron: «Lo que se toma prestado que se pague, cuanto antes. Y si México debe a los franceses que vayan y cobren, a punta de cañones».

«Prim hizo bien presionando a ese indio malapaga», dijo Prat. Tiene esa mentalidad usurera que a su hija disgusta.

«Al fin, te oigo hablar con cordura, don Manuel», le dijo Cabrero. Otro que cojea de la misma pata, piensa Eulalia, discreta para no ofender.

«Y, ¿qué pensáis, hija, que tan callada has quedado?»

«Que México necesita el dinero para armas. Que los franceses, a quedarse con ese país es que han ido, no a cobrar unos míseros empréstitos. Es la costumbre del imperio: velar que estás postrado y enfermo para ir a cobrar y no perdonar ni dar su tiempo. Es como funciona el imperio napoléonico: con coacción… ¿por qué no somos solidarios?»

«… porque se trata de un indio, hija, y los indios son salvajes y no pagan. No saben de riqueza ni dinero. Son mezquinos. Los juaristas son hebertistas, como dice el señor Coll que es maestro».

«¡Ay, padre mío! De quien te has pegado. Ese turulato, tan pendejo». Silencio. Este pensamiento no lo pondrá en palabras; pero se irá. Hasta aquí dio su aguante a la tertulia.

Y a Eulalia no le importó que dejara a su padre con explicaciones en la boca y desazonado frente a las narices de Cabrero, el dueño de toda Guajataca. Ella hizo un mutís de desplante y ni las buenas noches. Corrió fuera de su presencia y dio un portazo para esconderse en su habitación y llorar porque su padre es racista, prepotente y no se informa bien. La desautoriza cada vez que puede. Ni siquiera entiende por qué viene Cabrero, o la gente de Castro, de Calabazas. Ella se lo ha dicho. Vienen a ganar tu confianza y hacer que vendas baratito... Para quedarse con su fundo de Mirabales, o tierras en Juncal que él tiene, hasta la barba le hacen. Y a las tierras que diera a Edelmiro en Juncal, las quiere Casimiro de Soto, el de Perchas. «¿Y acaso no observas que, de improviso, te sale como amigo, viejo amigo, tú que eres tan malas pulgas y no crees en zangarriadas?: Poco falta para que te llame Vizconde Prim, Laureado de San Fernando... mira, padre mío, te hacen la barba esos bribones».

Pero ya no importa. Se fue a Cuba. El bocón odioso, don Manuel, vendió lo suyo por miserias. Ha de querer una gran tumba que diga: «Prat murió en Cuba, junto a Nepo La Pasca». O junto a su viejita que era sangre de Prat-Cadafalch de las genuinas... Y dijo alguna vez, el padre que ama: «Antes Mirabales y Las Marías fueron como la misma jiña, la hacienda de Josep Vélez Güemes y Codima y del viejito González (el del hato original, quien mataba conejos salvajes) y a él, a los dos, los despojaron. Usted no, don Andrés. No lo digo por usted... Fueron los Orfila y los Mercadal. Quisieron un poblacho para Francisco Pruna, Benito Recio y los Beauchamps, porque eran sus amigos. Y la partición la hicieron para joder a Los Velez... Pues bien, con pan que se lo coman. Son otros tiempos».

Ahora ninguno pedirá a su padre una explicación de lo que dijo. Ya sacó del alma y la boca del odio los disparates que le dio la gana, ahora es un politiquillo a la violeta, un sentimental que evoca su héroe de marras: el Capitán Juan Prim, el que propuso blanquear a Puerto Rico, posiblemente, llenándolo de comerciantes de Tarragona y Cataluña, gente como esa que despojó a Alicea, el britapraja, gente como Coll y Grau, los Amell, gente peligrosa y ladrona. Eulalia, ya en soledad, ido su padre, «limpió el campo y a todo el mundo dijo que se fueran para el carajo. Si no van a trabajarme, prefiero que se vayan. Yo no alimento a vagos» (D. Dolores Prat).

«¿Cuáles son los peligros que lamentáis en estos días?», preguntó esa misma mujer. Y le hablaron de la Amenaza Prusiana El Padre Hilarión, siempre llamándola a la Iglesia, aunque sea para una Fiesta de Precepto, porque tiene mala fama de atea. Y tiempos son éstos en que los dominios del Papado peligran. Hay una amenaza de quedarse «a merced de los infieles», si el rey Victor Manuel y Napoleón III no respetaban el pacto para defender el Vaticano.

La Iglesia del Pepino necesita la unión y la oración de sus fieles.

«A mí, cuando pregunto sobre estas cosas, en realidad, me interesa algo más práctico y cercano. Es que yo pienso que hay muchos ladrones en el Pueblo y, ahora cada barrio, tiene un dueño que jala a los peones. Estoy preocupada sobre con qué comeré mañana si me quitan las tierras... Y que Mirabales es un espacio que me sirve como hoyo. Como tumba».

Quería decir que el peonaje se concentra en las fincas de Alers en Culebrinas. Es dueño del barrio completo. El compra esclavos y vende. Trae y lleva. Lo mismo pasa con Juan Rodón, que es el dueño de Eneas, y Juan José Liciaga que se ha quedado con el Pueblo, junto a Francisco Rodón. Son hacendados con liquidez, prestamistas, como Ramón Díaz, dueño de Saltos. «Todo el que es peón, o estanciero pequeño, se va y se vincula con la Viuda de Orfila y Bercedóniz, todos endeudados y quienes tenemos un puñito de cuerdas más, las más abandonadas del campo, no hallamos quien las trabaje, porque, si no tenemos con qué pagar el ron, o no vendemos a fiado, sólo quieren cultivar para ellos mismos, comer de la tierra, que es bueno, pero hacerse un rancho en hacienda que no es suya, no pagan ni con trabajo. Eso no es lo que Betances dice en sus mandamientos para el pobre».

2.

Que la robaran era lo de menos. Total, finalmente, les vendería a los poderosos. A los que accesan capitales o prestan sus nombres para traspasar también a otros. Les vendió a Arocena y los Rodones, por cariño. Luego a los Arce. A Inés Ramírez, en Cidral. A Magdalena Ruiz, en Guacio. Y, sin embargo, le hicieron mala propaganda porque, muerto en España el General O’ Donell, ella (no su padre) se declaró partidaria de Ruiz Zorrilla y Serrano, enemiga de Isabel II.

«No. No. ¿A mí que me importa la reina? No soy enemiga de nadie. Yo sólo dije que una república es mejor que un poder unipersonal de un prohombre rodeado de moscardones».

«Es que no entiendo lo que usted quiere decir, mujer de Dios».

«Yo entiendo que usted no sabe que hay repúblicas, además de monarquías».

Se reprodujo el Manifiesto España con Honra y Dominga, su hermana en Barcelona, se lo envió muy oculto entre telas y obsequios. Pero ésto de ir al Pueblo y saludar de paso al cura, no es común. Máxime cuando ya culpó a la Iglesia de Pepino de no dar un permiso para que ella se gane la vida, enseñando primeras letras, que es lo único que ha pedido desde que se fue su padre. No es justo que la vayan hambreando de ese modo. Que la obliguen a vender para poder pagar sus peones y encima le digan que es una golfa, afecta a dar su amor a cimarrones.

Y él cura, porque ella se niega confesión, no cree en ella. Va con los ex-Alcaldes Vasallo y Martorell y la vitupera. «Hay que sacar a esa mujer del Pueblo». La llama la Rabiza. Tras su carita linda, está la demonia. La indispuso con Galbaraim, aunque sólo Genaro Eleuterio López defendía sus méritos. «Es una pobre mujer sola y tiene cultura. Mira lo lindo que habla. Alguien la cultiva desde Europa» y, entonces, dijeron que López es anti-isabelino y apoya los pronunciamientos que dividen a España y alientan rebelión en las colonias.

La peor cosa que a doña Eulalia le quedaba por sufrir ocurrió el 23 de septiembre de 1868. La ranchearon y la preñaron, según se supo después.

La casa estaba tan sola que ella accedió, sin resistencias, a que Guillermo, un mulato del que se hizo amante, entrara en las noches y la amara. A veces, él llegaba y la puerta cerrada, significaría: Esta noche no. El se regresaba a su ranchería entonces. Siempre obedientemente.

«El ordeñaba mis cabras; yo tenía su ayuda para sacar de la tierra algunos panes y viandas».

Ese fue un día en que se satisfizo a sus anchas. Ella le contaba las penas. La mala fama que tiene por amarlo. La mala gente que ventila propagandas. Las presiones que le ponen para que se vaya de Pepino y venda todo. «Yo te ayudo en lo que pueda, Lala».

A las 2:00 de la madrugada, se oyeron voces de alarma de uno o dos peones al principio. Gritaban frente a su balcón y la recámara. ¡Habían puesto fuego al taller de Manuel, a su antigua barraca, a la cabestrería! Y el fuego se miró, desde algún punto de la hacienda. Olía a quemado en la zona de peonada. Algunos campesinos que no le trabajaban, pero, en sus campos se apropiaron de lo que no fue suyo, corrieron a la casa del amo, tan cercana al pradejón.

«¡Se quema el taller, se quema todo!», gritaban en el batey.

Eulalia estaba en cueras, ya levantada y buscando sus ropas.

«¡Nos queman, Guillo!», dijo ella.

El se puso sus calzones de cambaya y salió a apagar el fuego. Buscaría los quinqués y cubos de agua. Por su parte, ella cotejó que una sombra apagó el velón que había encendido a tientas. Alcanzó a ver que un hombre al que creyó ya ido de su vida. Un enemigo de su padre y de su hacienda llegó, Un rival para su alma y para Guillo. Y él la empujó sobre la misma cama, donde se la había poseído minutos antes. Le aseguró: «¡Ahora serás mía, puta! Donde un negro echa su leche, ¿por qué no yo la mía?»

La desvistió nuevamente, desgarrándole el escote de la blusa, jaló con fuerza de la saya. No tenía pantaletas. Y, a pesar de las patadas que ella echó, su resistencia, se deshizo de sus pantalones y la ultrajó.

3.

Como veinte peones se citaron para cargar, una y otra vez, sus latones de agua y derramarlos sobre las rancherías en llamas. Eulalia se personó a luchar hasta el amanecer contra el fuego. Subía latones de agua a las carretas y, por amor a la barca de su padre, a su aserradero maderero, se expuso a los peligros y al esfuerzo. Parecía la mejor de los socorristas, olvidada de sí misma. No hubo tiempo para tenerse lástima. Ni habría tiempo después.

Tarde en la mañana, cuando aún no se había bañado ni cambiado sus chamuscados vestidos, informaron a ella que hubo una revolución en el Sector Pueblo. Cientos de insurgentes, al grito de Libertad o Muerte, enfrentaron a las autoridades. Salían de cada barrio que podían. Venían de Lares unos, donde tomaron el pueblo. En lo que hoy sería la Plaza Pública de Pepino, frente a la iglesia, cayó herido a bala el revolucionario Manolo, el Leñero. Confiscaron su estandarte, o su bandera blanca, con letras en carbón que leían: ¡Viva Puerto Rico Libre: Libertad o Muerte! Otro rebelde cayó a las puertas del Cuartel de Milicias en Pepino.

El Gobernador José María Marchesi y Oleaga, quien había servido en Cuba como inspector de la caballería del ejército y, tres años antes fue Ministro de la Guerra en 1864, habían ordenado desde 1867 una lista negra de intelectuales y dirigentes potenciales del liberalismo. Marchesi fue tan represivo que, desde antes de la rebelión de Lares y El Pepino, había recaudado nombres para sus listas negras.

Por causa de un motín de artilleros de la Guarnición de San Juan, ordenó la ejecución del cabo Benito Montero, cabecilla del movimiento. Fue en junio de 1867, que se inició la roña. Ahora entiende el por qué fueron tan excluyentes y quisquillosos los que pudieron darle un cargo de maestra.

Ya se allanó la casa de los amigos de Montero y se le torturó para que diera nombres de liberales. En El Pepino, por este medio y motivo, se sospechó el vínculo de los amotinados en la Guarnición de Artilleros capitalina con Elías Suárez Pumarejo, miembro de las Milicias del Pepino.

«No dudo que te busquen. Es mejor que te vayas de Mirabales y nos dejes la hacienda», le dijeron los cabrones. Unos de apellido Arvelo.

A varios días de su ultraje y la quema, cuantificaron que la revolución movilizó entre 300 a 800 hombres. Y las tropas de milicianos leales a España allanaron las casas de Ana Martínez Pumarejo, Antonia Pino Corchado y Rosa Medina López. En Lares, la casa de Mariana Bracetti («Brazo de Oro») y Obdulia Serrano.

«Es extraño que no hayan venido por tí, Eulalia».

«Yo no tengo un revolucionario escondido. Y mi consciencia es mucho limpia que el que me mandaría la guardia y hablo de Chiesa, Martorell o cualquier cabrón que viva de la Alcaldía».

«Discresión, Lalita», le dijo Guillermo.

El militar español Carlos Antonio López se personó, con 15 milicianos, a la hacienda Los Velez de Mirabales, el primero de octubre, porque en Camuy se supo que hubo una quema por los insurrectos. Los milicianos buscaban al negro Atanasio (de la «Cueva del Negro»), a Manuel González («Polinesia») y su primo Tomás Nuñez, Salustiano Pérez, el Cayeyano y P. Domenech («Guacamayo»). Eran algunos de los nombres en las listas negras de Marchesi. Y López dijo: «Gabarain dice que has sido injustamente maltratada y que hace días se quemó tu casa. En el pueblo, hay unos políticos que no entienden a Joan Prim, su pariente. Pero el mismo Alcalde Chiesa me dijo que le diga que no tema. Que Carlos Gabaraim sabe lo que pasa».

Al sargento López, ya que Eulalia denunciaba el incendio, dieron noticias de la mala influencia de una negra dominicana que se escapó, con dos hijos suyos que había parido en la hacienda de Emilio y Casildo Vélez. «Será la mujer de Pedro».

Los peones de Los Velez de Cidral dijeron que, meses antes, vieron el negro Atanasio, el mudo, y chotearon a Manuel González (asociado a una junta revolucionaria). Incitó a pedir a que, en nombre del negro, se dieran manuniciones, si que alguno falta por tenerla, porque ya Emilio está muerto. La hacienda quedó al mando de Ximena, La Carañosa. «Que es una vieja estúpida, mujer blanda, sin carácter».

De contínuo, una vieja esclava que llamaban Cangara anduvo por tal hacienda, gritándoles a los esclavos en faena: «¡Se acabó la canga y el candombe!» Se refería con la canga al cepo de azotes y con el candombe al lugar de los tormentos y las ejecuciones. En la Xamayca («Tierra de los Manantiales»), desde los tiempos de la Compañía Real Africana y los piratas, la nigricia conoció que aquella vieja había soñado con su libertad y con momentos como éste. Recordaron que en el candombe, si azotaba a algún negro cimarrón, se tocaban los tamboriles iyesá estrepitosamente y se bailaba.

Preguntaron por Abraham, vecino de Pozas, casado con una Alers. Y Eulalia dijo: «El suda su pan y es bueno. No anda en revoluciones». «¿Quieren el nombre de un agresor e hijodeputa? Busquen a Tomás Nuñez, el incendiario».

Enero 1998 /
Indice / El pueblo en sombras

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