Wednesday, September 10, 2008

La casa embrujada



El Imparcial, antiguo y desaparecido periódico de Puerto Rico, dedicó al asunto por semanas muy detallados reportajes. En la Calle del Bacalao, en el Sector Pueblo de Pepino, hay una casa embrujada.

Las cucharas vuelan por el aire. En la cocina, las ollas y calderos se destapan. Como petardos, saltan de la cazuela en que hierven las habichuelas negras y las coloradas. Se disparan contra setos y plafones, golpean la frente de quien observa el hecho. Los frijoles parecen moscas que zumban y danzan. Se arreglan sobre las mesas con formas jeroglíficas que dan mensajes, vejámenes verbales: «Todas son putas en esta casa. Cuernú. Vamos a comerte el culo».

La familia, que es dueña de la casa, a los primeros indicios del fenómeno, quedaron aterrados. Ya han dejado la casa. Sacaron y empaquetaron los cuchillos y los tenedores; todo cuanto pueda ser un arma blanca, proyectil movido por espíritus, se guardó. Nada puede colgar de un clavo. Ni un cacharro ni un cucharón. Hay brisas endemoniadas que arrancan las cortinas. Sartenes que giran desde el eje del mango.

Desde un balcón, vecino de la casa, un viejo sonríe. Se atraca, con sus miradas, el espectáculo en pleno.

«Esto parece ya Las Patronales», dijo.

El pícaro, presumido y bochinchoso, mira a la distancia que la prensa ha llegado. Van a completar unos documentales fotográficos. Anotan todo lo que ven: grupos de noveleros que huyen cuando una ola de habichuelas voladoras les espanta de la cercanía de la cocina y les corrió hasta la calle, pegándole a algunos mirones en las frentes.

Otros hay que se persignan delante de la casa embrujada. La mayoría ni se atreve a recoger del piso un solo grano de habichuelas marca diablo que ya dieron en su blanco y caen al suelo, ya inmóviles. Temen que el fufú se les pase, se les meta en el cuerpo y ocurra un mal de ojo.

«Esto es bilongo con macanda. Si recojo una habichuela del suelo se me sala la suerte», dijo un hombre negro en medio del gentío.

Esperan al hijo mayor de la familia. Vendrá de Chicago, con su esposa y sus críos. Envió el cablegrama: Vendré mañana. Lo alarmaron ese año de 1957. En un círculo de oración que preside el Padre Aponte, la familia Sotomayor se siente protegida. El vecindario de Pueblo Nuevo y Stalingrado, ya compra estampitas, con santos protectores y compadece a la niña más linda de los Sotomayores. Es la adolescente a quien, desde 1956, Augusto Torres Velez no le pierde pie ni pisada. Le hace sombra, mosconeándola.

El es el pirotécnico más exitoso y poderoso de la región norte de la isla de Puerto Rico. Está en su época de gloria y sus fuegos artificiales lo están haciendo rico. Es el mejor pagado y su clientela de otros pueblos crece.

En San Sebastián del Pepino, el arte pirotécnico es uno que data del siglo XIX. Desde 1860, se practica y surgió de la negrada de los viejos Alberty. Enseñaron a una cepa de Rivera, de la que proviene Alejo, Guillo y Carlos El Soco, quienes perdieron un brazo. Uno por el lago Guajataca y otro, herido, en el mar de Aguadilla, pescando con cohetes de bomba.

Ahora Augusto Torres es el maestro, aunque dijeron que el trigueño Ché Pelao realmente lo fue. Aprendió el arte. Los hijos de Augusto aprenden el oficio y, con su voz ladina y sus viciosos gestos, Carlos El Soco, el beduíno ya dijo a quien conoce: «Mire, señor, yo no sé cómo se embrujó la casa. No me metan en ésto. Nada tengo que ver».

Y puede que tenga razón. «Eso es cosa de Augusto».

Esa niña linda que él ha visto crecer ya se le hizo obsesión. La quiere y la piropea cada vez que puede. Mucha saliva ha gastado y la muchacha se ha atrevido mandarlo pa'l carajo, vistiendo de groserías su boca apetecida. Torres entendió una tarde la centella de odio que había en su mirada; el culebreo de escapada de su paso. No han valido esos bolerasos abre-venas que él pone en su toscadisco para que ella los escuche; temas como La Copa Rota, Perfidia, Insaciable, los que cantara Felipe Rodríguez, inspirado por desdenes de Marta Romero.

El se cree sensitivo. Oye al trío Los Panchos.

Su musiquería no sirve de nada. Mildred Sotomayor lo deja con la baba en las quijadas. «Y eso no se vale con Augusto», se autoconduele. Por eso le ha mandado esa presencia del coraje, la proyección astral de su alma adolorida. Si ella le quita el sueño, que tampoco duerma su familia; mientras le quede este despecho por el escarnio que le hizo. Atará la casa al Demonio pelú, al que llama Azazel, el Cabro, y de la única manera que les desembrujara la casa es que ella venga, con su padre, y éste se la ofrezca como sacrificio.

Cada vez que él se topa con el padre, quisiera hablarle como un amigo y soltar el trapo, francamente. Debido a que Canda, su mujer, lo tiene cansado, malatendido y frustrado, él reconstruiría su vida: «A veces pienso quie me conformaría con que su nena Mildred se sentara mal y me enseñara unos masitos de la panty, un pedacito de verijas, ay que se le salieran unos pelitos entre el borde; ay, si yo pudiera tocarla y echarle un palo… Con eso me conformaría, si es que piensa que soy viejo y que no me pueda querer según pasara el tiempo y, fíjese que, si se tratara de Canda, o de que todavía estoy casado, a Mildred yo le compraré otra casa donde me diga. La vestiré; la haré mi querida, cubierta de lujos. ¡Más que una querida será una reina! Es que estoy solo y Mildred me gustó… A Canda la dejé, pues no es justo que esté gastando y gastando y uno al verla se espante, porque no se maquilla. Esa chancletuda no limpia la casa, no cocina, no atiende a 3 nenes que me parió. Si algo me cocina, no tiene sabor. Tampoco me lava ni plancha, pero siempre gastando, gastando, ¿en qué? … y tiene el banco vira’o para su beneficio, no para la casa ni para mi alegría. Soy un infeliz».

Cuando echó este cuento al Viejo Sotomayor, el padre, lo odió más y la pretendida (Mildred, como se llama) lo buscó para insultarlo.

«¡Qué barullo se formó por la nena y yo la apoyo si lo que dijo a usted fue 'viejo cagao, váyase pa' carajo'. Así que no me la moleste, bochinchoso».

«Pues al carajo viejo se me van to’s juntos porque no los voy a dejar que duerman en paz ni un momento. Las Fiestas Patronales y mis cohetes bochinchosos las van a tener dentro de su casa».

¿Cómo es que estos cohetes son distintos? Dicen que Augusto, ya no trabaja sus artificios pirotécnicos con santos, sí con diablos. En seis o siete ocasiones, se personó a la casa el confirmador del embrujo, quien llamó a quien lo hizo, si es cierto que fue el cohetero, un «genio de habichuelas marca diablo»; pero aseguró que él limpiará el sitio. «Acabaré con ésto como que mi nombre es Victor 'Paco' Domenech», oyente del quid divinum gracias a Tres Guardianes o Guías del Astral que lo orientan.

Cuando Domenech llegaba desde Moca, con aquella voz grave de ultratumba, con su sombrero de ala ancha, su guayabera blanca, y un cuadro de respaldo de otras ocho o diez mediumnidades, vestidas con sus túnicas de nívea pureza, Augusto Torres se asomaba al balcón, como quien irá a un gran teatro y observaría el escenario desde la mejor luneta.

Hoy, ya que es el día en que se comunicarán dos Guías, uno El Británico y, otro catalán, Alejandro Cantero, puede que se haga necesaria la traducción al español por los quienes saben el inglés, o de quienes aprendieron o recuerdan el habla de Cantalunya Nova. Están pensado en Elba Castro de Montes, quien estudió inglés en Boston, o en Ana Rosa González, la esposa de don Tista Tirado. O de rescatar de su escondrijo, por un favor al Pueblo, a Doña Dolores, última de los Prat de Mirabales, que hablaba el catalán.

Los Sotomayor no se han quejado de que no se vea adelanto o que el hechizo prosigue; pero, la gente quiere acción. Que se vean diablos azules y cómo se restallan en los aires como los fuegos artificiales que elabora don Augusto con sus hijos. Un imprudente ha dicho que «ahí lo que hay es un gato encerrado; tal vez con una hilera de siquitraquis amarrados a su rabo» para generar el caos.

«Esta cosa de los frijoles que dan saltos y estallidos no es satánica ná», fue lo que dijo.

«¡Mira, cállate, majadero, y pónte un frijol en las nalgas, pa' que veas de qué estamos hablando», dijo Domenech. Por fin salió huyendo y, el gentío creciendo a montones, avanzando por las callecitas y cubujones, en aras de hallar la casa en El Rebalón.

Otra intrusa que enciende los recelos en la escena es la Negra Evarista quien juzgó culpable a Augusto Torres y quiere verlo quemado en los infiernos. Recordó que hace unos años, por estarse él de mirón con la muchachita, uno de sus empleados casi vuela el vecindario en pedazos. Cuatro cohetes, encendidos por el cigarrillo del empleado que anduvo bebiendo, habrían ocasionado una emergencia en el área. Hasta quemar el Pepino entero.

«Y, ¿por qué?… Por estar velando a quien no lo quiere, viéndole los culeritos a las nenas… El se jacta de que a Canda la botó, ¡mentira! Es lo que él dice. Si yo contara, lo que me contataba Canda, que ese irresponsable no sirve pa’ná, ni en el catre».

Al fin se sabrá todo. Se está comunicando, a través de Domenech, el facultado, uno de sus Guardianes, Alejandro Cantero, el catalán y ha comenzado diciendo, según se le tradujo libremente: «Voy a quitarle el circo y el teatrito al alma de la fiesta. Lo voy a dejar solo con su pena y su olvido», no se sabía todavía que hablaba del mismo Augusto Torres.

Más bien, se daba un retrato de una persona muy ansiosa, cargadora de una tortura mental muy intensa bajo el disfraz de su semblante despreocupado y sentido del humor, que pretendía ser bueno, pero que evadía la admisión de conflictos. El sujeto movía subconscientemente, al decir del médium, una energía desmensurada. Estaría al resguardo de un odio venenoso.

Don Augusto mismo engordó las sospechas de que él fue el causante del fenómeno. Dijeron que Cantera hablaba en chino y no dijo gran cosa, excepto que circo, teatrito, alma de la fiesta y odio, eran cuatro palabras claves en su mensaje. En el vecindario, todo era muy simple. «Ese embrujo es cosa de Augusto el pirotécnico». También se dijo que Don Lion el Levitante no admite casos como ésos.

«¿Pero quién, sino yo, soy el alma de la fiesta? ¿Quién, sino yo, alegro el circo y fabrico petardos para que, año tras año, el pueblo se divierta? ¿Qué culpa tengo yo de que salten las habichuelas en la casa de ese hombre? Yo no muelo gofio ni tuesto maíz para sartenes? Yo trabajo con pólvora y fuego. Si algo salta por mi causa, son los ojos con gozo, no con miedo, cuando en el cielo se observan mis cohetes… Yo soy la dicha patronal de las Fiestas Santas… No me digan que torturo a nadie ni a los Sotomayores; yo soy la alegría de Pepino y no me lo agradecen».

Como escuadrón de batalla que se decide al asalto, seis se dividieron para entrar a la casa embrujada y otras seis se dirigieron a la Casa de Augusto para exorcisar a ambas casas al unísono, con una serie de palabras que dictó Cantero, el catalán.

«Sepan que el miedo es lo que mata. Bloquea el flujo natural de la energía. Vamos a espantar al miedo para que vuelva la dicha y la bienventuranza», incitó Domenech.

Y recitaron unas fórmulas, por ahora irrecordables, porque estaban en latín. Y la Casa Embrujada dio su última granizada de frijoles, calmándose progresivamente, al mando de la voz de Domenech: «¡Nadie te tendrá miedo, espíritu aberrado, infeliz, deja en paz al vecindario! ¡Véte en paz, hijo torturado por la vida! ¡Véte con tu mujer y que Dios te perdone!»

4-12-2005 / El pueblo en sombras / 4 /

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