Friday, September 19, 2008

Don Manuel está borracho



Más allá de la infancia percibía
noches de hondo luchar, noches amargas:

Juan Aviles Medina (1904-1994)


Una noche de grandes lluvias, Pascual, el hijo de Edelmiro, halló a Eulalia, su tía, perdida en los campos de yautías y ñames. Cuidaba del Abuelo. Manuel bebió y se aturdió y, así agotado por los excesos, dormía la zorra. Bebía para llorar a Edelmiro, el muerto. Lloró porque, sin recordar cuál fue el motivo, golpeó a Eulalia. Sentía mucha vergüenza de haber pegado a su bolsa 'e jiña después de años de mimos. No supo cómo mirarla a la cara, al menos, hasta que desapareció el moretón de su carita.

Durante tres días, don Manuel se había ausentado de la casa del amo. ¡Bebía con desfachatez inusitada! Los peones temieron su hurañez agresiva. El amo estaba irreconocible, desgarbado y atroz. Eulalia recibió la primera pescozada de su vida. En su rostro se marcó el moretón enorme. Dijo haberse caído, enredándose en bejucales.

A las 5:00 de la madrugada, después de mucho buscarlos, la familia dio con ellos. ¡Ambos hechos una calamidad! La hija tiritaba de frío; pero, desde las 10:00 de la noche, no se separó de Manuel, según se dijo. Y tenía su cabeza sobre su regazo, cubriéndole con la sombrilla que Josefa, marquesa de marras, ex-amante de Juan Bautista Topete, recogida de Prim, dejó cuando les visito en Mirabales. Sin duda, Eulalia no tuvo las fuerzas para subirlo al caballo y regresarlo a la casa. Pascual supo que Pedro no se había ido, porque lo vió cerca de ellos, en acecho, con su machete en la mano. ¿Qué pretendería?

«¡Sal de ahí, negro!», gritó Pascual. «¡Sal o te mato!»

Y Pedro salió. Perdió la oportunidad para materializar la hazaña: matar a Eulalia delante de su padre.

Nicasia, su madre, accedió a irse a Cuba. La viejita se vistió para el viaje con un vestido de tela de bayal y una blusa de piqué. Su pelo había encanecido al máximo; pero seguía siendo largo y abundante. Eulalia la peinó y afeitó la barba del viejo Manuel. Cuando puso el barbicacho bajo la garganta de su padre, comparó los ojos de ellos con los suyos. Antes de la afeitada, miró a Nicasia: ¡seca y dura como pasa; pero 75 años no había quitado sus ganas de vivir y trabajar! Sus ojos azules, brillantes y enormes, expresaban alegrías y tristezas, esperanzas y decepciones, con la sabiduría natural de su fuerza y su amor.

«Seguís siendo una rabona, bolsa 'e jiña»—, dijo él. La última vez que alguien le diría tan cariñosamente tal grosería. Se fueron en septiembre de 1865, poco después que Margarita lo hizo y algo antes que Emilio Avelino muriera en Cidral.

Por la carta que Casildo Vélez del Río envió a su hermana Ximena, Eulalia supo que sus padres no se fueron con la pariente Pamela; pero Nepo La Pasca fue quien les recibió en La Habana. ¡Un sentimiento de soledad se apoderó de Eulalia! Al menos, sí esperó que Nicodema escribiera alguna vez. Que la recordara. Y se cansó. Un día le dijeron: «Dáles por muertos!» Son tránsfugas espirituales.

2.

En 1867, Eulalia Prat hizo su primer viaje para unas compras en los almacenes Cabrero & Hijos. Como heredera de la hacienda, oyó que muchos quieren saber si vende sus cafetales. Le preguntan si todavía Manuel hace carretas, o tiene peones que corten árboles y aserren maderas. Estuvo en tal diligencia y se le acercaron para darle noticias sobre los achaques que tenían en cama al buen amigo * de su padre, don Andrés Manuel. El viejo, padre del poeta Manuel Joaquín y Andrés, el administrador del almacén Cabrero.

Como no subía al Sector Pueblo tan frecuentemente como se esperaba de ella, se le desconocía en la Iglesia y el párroco, Hilarión Antonio Gallardo, se quejaba de la familia Prat cuando gente de Mirabales iba y le contaba de que se fue el jefe de su barrio a Cuba, viejo hacendado. Y cuando murió Edelmiro, hijo del jefe del barrio Mirabeles, se dio una situación de pesadumbre. Se murió ateo, sin óleos. Se mató suicidamente porque la hija del jefe del barrio cedió a darse sus amores con Guillermo, el Jabato. Esto se sabía por todo Mirabales, Cidral, Juncal, Las Marías y Furnias, dicho por la peonada. Hablarse escandalosamente de Eulalia Prat debió ser la venganza de Margarita Hermida Gavarres, Pedro, el Potro Quebrao, y el mismo Tomás Nuñez, el ex-novio despechado. «Echen a volar la historia de esa puta, la maestrita».

El cura supo todo, pero en gesto de gentileza, el Padre Gallardo la saludó con cariño ante la familia Cabrero, ignorando toda habladuría.

«¡Eres una linda muchacha!», fue la única exclamación de Gallardo. Había pensado que era mucho más vieja.

Juan Bautista, primogénito de Cabrero, asintió con la cabeza; pero salió rumbo al almacén. A ella la pasaron a la habitación donde Andrés Manuel convalecía. Oyó que dijeron, como en secreteo del servicio doméstico: «Es una Prat».

«Quiero ir a Mirabales a ver a Manuel cuando convalezca. Me gusta discutir con él».

E hizo un recuento sobre la última discusión. La oferta de John Tyler, expresidente del Norte angloamericano, a España en 1843: dar su ayuda para mantener su dominación sobre Cuba. La idea fue evitar otros brotes revolucionarios, con motivación bolivariana, anti-esclavista y maquinaciones, desestabilizadoras, subversivas, británicas. Como inmigrante y procedente venezolano, con nexos administrativos con el Rey, Cabrero se conocía los detalles de aquellas revoluciones boliviarianas que, en parte, lo trajeron a esta antilla.

En los tiempos en que Prat llegara a Pepino, no se hablaba de otra cosa: la conspiración Soles y Rayos (1823), con Simón Bolívar a la cabeza y, en marzo de 1826, otra conjura en Cuba de Francisco de Agüero y Manuel Andrés Sánchez, de simpatías boliviarianas y contactos en Cartagena (Colombia). Estos revolucionarios murieron en la horca, después de su aprehensión.

Un complot de La Gran Logia del Aguila Negra fue descubierto en 1830 y, por tal razón, España recrudeció su poder represivo con el envío de generales con facultades omnímodas y deseos de ejecuciones, e.g., como el período de Miguel Tacón y Rosique. Entre 1834 y 1838, Tacón decretó una guerra sin cuartel contra las ideas emancipadoras y contribuyó a la expulsión de los delegados cubanos de las Cortes Españolas. Este veterano de la defensa de Orán anuló en Cuba el derecho a la posesión y portación de armas por los ciudadanos, al tomar el mando militar.

Hace poco más de quince años, recordó Cabrero, que lo que más llamara la atención a don Manuel Prat fue la existencia del tal Nepo La Pasca que fue su amigo en una Escuela Naval y cómo leyó en una guía de viajeros que reparó unos barcos en el Puerto de Cárdenas al gobierno de España. Y coincidió ese trabajo de Nepo con una invasión. «Y ví los yankes por primera vez, como Jacob cuando dijera al soñar con una escalera de la tierra al Cielo por la que bajaban y subían ángeles y querubines».

Con expedición de 600 hombres, en su mayoría anglomericanos, Narciso López salió de Nueva Orléans en 1850, desembarcó en Cárdenas el 19 de mayo y se apoderó de la ciudad. Al no hallar apoyo pupular, se retiró con la bandera que fue diseñada en New York en la casa del poeta Miguel Teurbe Tolón. Y volvió, al año siguiente, con tan mala suerte que, antes que organizar revolución alguna, cayó preso de los españoles y fue ejecutado.

Todavía se asustó don Nepo La Pasca, ya regresado a La Habana. Tras otro pronunciamiento contra España, se fusiló a Joaquín de Agüero, Ramón Pintó, Isidoro Armenteros, Francisco d' Strampes y otros, en 1851.

«Papá se fue a Cuba. Me dejó sola para siempre; pero no se preocupe. Mi casa está para usted, don Andrés. Venga porque yo casi no voy a ningún lado y que me hable de política, como con mi padre, me agrada».

La tradición de los Prat fue enterrar en Las Marías a sus muertos en un huerto de boababos africanos.


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( * ) En la tradición de la familia Vélez-Cadafalch y Prat-Vélez, se adujo que Manuel Prat Ayats mantuvo una amistad con Andrés Manuel Cabrero Escobedo, «desde los años que se reedificaba la Iglesia Católica» y que enviaba al Alcalde Segundo, Agustín Cabrero, «a comprarle maderas de su finca». La fecha entonces del comienzo de esta amistad sería 1835 a 1838. Doña María L. Rodríguez Rabell dijo que Manuel Prat fue el primero en el campo que aplicó la ley de La Libreta del Gobernador López de Baños porque su propia peonada le estaban robando y no le querían trabajar como se debía.
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