Tuesday, September 23, 2008

Jimmy Meneíto


Todas tus ventanas arrojaron rosas lindas a mis pies,
se abrieron todas tus puertas y en ellas miré
cómo ponías en mis manos de tu granero la mies:

Sergio Sánchez Rivera (poeta), A Pepino con amor


No todos los guardias son unos caínes, hijos bravos del aparato autoritario del Estado. Jimmy es figurita, atlético y vivaracho. Le gusta caminar con un tumbao que es típico de quien tiene la pinta de fisiculturista, con morrillos bien tonificados. Le gusta el Pueblo del Pepino. Las muchachas son lindas y tiene colegas con quienes ronda con alegría y piensa que algo lo mancomuna: la simpatía, el choteo, el vacilón, la folla blanda, el echar plante, con el uniforme impecable, bien planchadito, con el color azuloso, como los ojos de su compañero el Guardia Ramos, hijo de Tito, el Alcalde marieño.

Jimmy González también es hijo de un Alcalde. Lo han mandado al Pepino desde Maricao. Lo recomienda Raúl Ybarra, Rosendo Cintrón y Daniel Coronado, alcaldes de La Pava, y hombres que han visto la necesidad de una policía profesionalizada, porque, por la praxis política, antes en manos de los republicanos de Poldo Feliú, Agustín Font y los hermanos Miguel y Juan García Méndez, había mucho abuso, especialmente, contra los nacionalistas. Estos últimos formaron los Cadetes de camisas negras y uno de ellos ajustició a un coronel que era un yankee, hijodeputa. Todavía en Pepino quedan algunos guardias de esos antipáticos, abusadores y anti-independentistas. Jimmy no es así. Ni Ramos ni Beltrán. Ni acaso el más viejo Echevarría. Son el buen trío que la gente saluda. Que bajan a la Loma de Stalingrado y chulean a las nenas de Millán, como si fueran damas con corazones intensamente puros y románticos.

Fey Méndez Cabrero, el Alcalde, aprecia mucho a Meneíto. Es policía serio, agradable, cachendoso y cuando viene Muñoz Marín al pueblo, él cuida la plaza con celo militar. Lo sigue, coordina el buen ambiente, para que el Vate / Gobernador poeta / se sienta bien y protegido. A veces, como si fuese el Gobernador y él muy íntimos amigos, hablan sobre el pueblo y su padre. No se queja de que en Maricao no suceda nada. Allá la belleza es tranquila. La gente campesina, melancólica como dulce guasa de la antigua indiada. En ese municipio, el Salto de Curet, las Montañas Lluviosas y el Lago Prieto valen la pena verse. «Faltan escuelas e industrias todavía; falta empleo, como se puede ver; pero queda el campo y la Indiera Fría».

Meneíto ha oído que el pueblo del Maricao mienta el nombre de un árbol. En realidad, lo que más ha visto, en su poblado natal, son los cafetos. Supo de la fama de las viejas haciendas como La Juanita y Las Delicias, con sus Fiestas del Acabe.

Desde el decenio del ’40, anda por andurriales pepinianos. A él lo elogian por su mirada con la que seduce a su harem de hembritas. El enamora. Lo afana ese julepe de ser enamoradizo, clavar su mirada en otros ojos, devolviendo o robando su luz y, a diez años de andar aquí, en Pepino, como Beltrán le dijo: «No te ofendas; pero la muchacha con que te embelesas ahora es la más fea de las que te he visto y hasta el apodo de su padre me repugna».

«Es verdad. Cuando pregunto por ella, me avisan que es la hija de Coño Carajito».

«Eso no es ná, Jimmy. ¿No te has fijao qué es bizca?»

«¡Pero qué importa! ¡Tiene su cuerpazo!».

«No, Jimmy. Es bizca y le falta un diente. Tú ya tienes una hembra que no tiene defecto y es buena mercancía».

«Es que a ésa que admiras falta algo y la bizca lo tiene».

«Un diente es lo que le falta».

«Con esa sí que me caso».

«No lo hagas, Meneíto. Mira que si lo haces te quemas».

Oyendo ésto, él recordó una leyenda. Se cuenta con un gesto sentimental y literario. En su pueblo, aseguró: «La naboría taína quemaba a los traidores, a la gente que delata. María la india fue quemada, víctima del mismo amor, delator, con que me quemo». Es la leyenda de su pueblo, Maricao... y dice: Que un militar español, poco después de la conquista de esos montes, se enamoró de una indígena taína, con ojos bizcoriocos como maya. Una rebelión marcó la separación y el refugio de los indios en la Indiera. María dijo al militar español: «Cuídate. Mi tribu no quiere que me mires, pero soy yo quien no quiero perderte. Díme que amas aunque sea yo la que muera en esta hoguera, atada a un árbol».

Así sucede hoy, piensa Meneíto mientras camina con garbo por la Plaza Baldorioty y mira hacia el Gallo en el techo de la Iglesia. Este pueblo está poniéndole un reparo a la amada que él ha elegido. No entiende que ella / como María / vale. En asedios ofensivos, van cercándola. La quieren castigar porque su padre es el coño-carijito.

«No seas voluntarioso, Jimmy», insisten por mortificarlo.

«Mira que es bizca».

«No delates tu mal gusto».

Terminaban siempre haciéndola prisionera del mal nombre. «Y es la hija de Coño Carajito».

Entonces, adivinando lo caliente de la inquina, Meneíto imaginó que lo quemaban detrás de sus espaldas. Que a ella la ataban al árbol de las penas y los escarnios, diciéndole «Meneíto tiene muchas otras y no te quiere de veras». Escarnios para la taína María de la fría Indiera de los bucarabones.

«Además, por el diente que te falta te ves fea», vituperan. Ella no se merece este martirio. Lo que chisman.

«Ese culo lo vale. María es como la bizca de la Indiera Fría».

Ahora, juzga Meneíto, que los policías Beltrán y Ramos son par hostigadores. Buscan su vena. Lo hieren en su collejas.

«¿Por qué dejar a la buena hembra por la bizca?»

Le salió lo sangermeño de sus bucarabones: «... porque el ojo se lo mandó a operar y el diente se lo mando a poner». Dijo, sin pensarlo como el padre de su amada: «¡Coño, carajo!» y se echó a reir y siguió con sus planes de boda.


3-04-2003 / Jimmy Meneíto / 38

Indice / El pueblo en sombras

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