Monday, December 17, 2007

El agua liberadora


De algún jarrón con huesos olvidados
se derrama el agua,
se filtra a la bardoma.
Renace y formula su leyenda
con signos en las piedras
como si del lodo corrompido
por la muerte, las calaveras
rescataran sus andamios en burbujas,
con movimientos lícuos, petroglifos,
iconos, peces dulces y torrentes.

El agua quiere murmurar, subirse
a los telares, saltar con sus salpiques
desde nubes, vestirse
un taparrabo de la niebla,
bajar a saltos hasta los pies de Lope.
El tocuyo se vuelve geografía,
rompe el cántaro y las expectaciones.

El fantasma de aquel hombre
vio a Medusa en el espejo de su alma
cuando fue barjuleta del camino
y, al hombro de la Nada, sin alimento
que cargar en sus alforjas,
miró el torrente de El Tocuyo,
la Sierra de los Barbacúas.

La boca ancha del pocillo es el sueño
que, desde sí, se nutre.
Unas raíces exprimió en su boca
y en tofo, sobre piedra, escribió
los signos de su angustia y el cuchillo:
Es que estoy vivo. Aún sueño.
II.

El Salto de Aguirre es la voz
que todos oyen, voz lanzada en catarata,
ansia de los siglos, querer al pervivirse.
Los ríos no se detienen. Llevan prisa.
Una luna desde lo alto los mira.
Un sol de tocotín les da su areito
de chibcha y barbacuás.

La procesión ha salido a gritar
a su fantasma: ¡Muere, muere!
pero él ya ha sido un muerto, y más sediento
estuvo que el desierto, y fue a solas
el viento abrupto sobre el páramo.

Ahora vive, incensurable, en Burburata.
En habitaciones lacustres, bajo tenderales
y sobre pilotes, ladran por él
los zorros y animales perrunos,
indios que dormitan,
colonos en desgracia,
agonizantes.

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