El Estado está lleno de oficinas y soldados.
Burócratas que al conocimiento lo reducen a dato,
a número inconexo, a ficheros tremebundos.
Todo se clasifica en blanco y negro y todo cuenta
como chisme, o choteo a falta de juicio y sabiduría.
Cada relación, por más informativa,
es ausencia de unicidad. De Chesed.
Fin de la misericordia; burla al humanismo
y la unicidad que nació del espíritu.
Unicidad que es voluntad de entendimiento.
El Estado es castrense, un juego tiene,
con los jóvenes del reino, hacerlos espartanos,
prusianos, fascistas, policíacos, sabuesos,
obedientes, narcisistas, eugenásicos.
Es que el mundo, al que coaccionan, es descrito
por dos facciones: burócratas gubernamentales
y milicos con grado de tenientes y sargentos.
Como una porquería. Esto el mundo.
Abunda en éste: el feo, el pordiosero, el retardado,
el pillo, el viejo, el tarado, gente inútil e inservible,
indeseables de todos los colores y tamaños,
gente que no quiere morirse de una vez,
pero cuesta mantenerlos. Fastidian.
Apestan, no producen, no se les puede ya
compadecer, sería mejor matarlos
como dice el ejército, por voz de sus veedores matarifes.
Los supervisores, a través de planeación, examinan
Opciones dizque menos duras, pero de igual estilo
y, al fin, racionalizan a quién han de salvar del exterminio.
No hay que quebrantar a todos, ahora se acuerdan.
«Si lo hacemos nos quedamos sin trabajo».
De El Libro de la Guerra / Poesía social / El niño ingenuo y dócil
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