Un egoísta esconde el arma.
Ante la masificación de sus gestos,
la esconde. Quiere ser puro, original,
el único, porque se replica sin gracia
el himno de su espora, se proletariza
en un sentido asqueante, mecánico,
indisciplinado, como en colmena
en que se posa un zapato.
Escondida el arma, sea cual sea,
el ciudadano tranquilo y dulce dice
'no hay nada que temer; te da respeto;
si al cigoto va solo, si a la celda real
(donde el zángano suele verse
conspirado por una reina que aguijona
y lo besa con la miel de la muerte),
de algún modo, trasciendes como mártir...
2-13-1994
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