Los perros se parecen al hombre.
Ya sólo ladran a la campa,
a fantasmas que van,
quejumbrosos, sin las ninfas,
sin encinos, sin la caricia
de las cosas amadas.
En la campa, sin árboles,
no hay quien siegue ni esparza
las canciones de trilla.
El olor del arroz falta en el balay.
El guiso dentro de la olla.
No hay un hueso que roer
ni leña descocada
por el fuego baladrero.
Falta todo, ente y ser,
la esencia y el hallarse.
Madriguera y callejones faltan.
Como al hombre,
que la chavisca arda y cruja
a los perros les gusta, lo demandan.
El perro que asoma su cabeza
sobre el barandal en La Habana
se irguió en sus dos patas
A mi nombre es que ladra.
Cotejo entre la balaustrada
que me espera.
Que su cola me llama.
Que no quiere peinar canas
y verse solo,
carcamal de sus años
y nostalgia.
4-11-1983
Del libro Las zonas del carácter / Sequoyah 1 / Sequoyah 2 / Sequoyah 3 / El hombre extendido
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