Cuando ya no son pobres
esas gentes que respiran tan tranquilas
y opinan a gusto sobre todo
y contra todo, ¡ay, ya sé!
con ellas no puedo contar.
Mas bien, estorban.
Ayudan poco.
Este trámite de vencer límites
y necesidades depende de una pizca
de confianza y necesario decoro.
Y esta gente de tantísimos oficios,
tan valiosos al parecer, ya no comprenden.
Una mente que discierna justamente,
voz que sienta, la buscamos.
Ellos dejaron de creer que el pobre
es digno y que tiene su orgullo planetoide
y que, en dolor, ha gritado por su causa.
En medio de acusadores
(quienes miden con sus normas
lo que en nosotros valoran, inconsultos),
somos los badulaques.
Su piedad es estorbo, camino de espiguillos.
Los compasivos, a dienticos pelados,
se jactan: yo estoy arriba
aunque jodido estuve y véme ahora...
No bailo con la fea.
No arrastro mis lamentos.
Cuando el pobre está expuesto
y llagas y pulgas tiene por corona,
los triunfadores son sus puyas
de mayor tormento.
Del libro Las zonas del carácter / Sequoyah 1 / Sequoyah 2 /Sequoyah 3
No comments:
Post a Comment