Sunday, December 02, 2007

Neo-amalacitas

al Cacique Aymamón, neo-amalecita

Llegó la sangre al río.
Los taínos la vieron fluyendo por Aymaco.
Donde nadie esperaba, Valle del Culebrinas,
tierra de inocencia y sedimiento, edén
del trópico, el caín manchó los aguas de consciencia.
Distorsionó semblantes, ensombreció la tierra.

El ADN fue maldito, un mensaje del código
diría: Se suspendió lo eterno.
Don Diego Salazar, de la Villa de Sotomayor,
intensificó su venganza, hirió a 300 indios.

Salcedo murió en cercanías de Añasco;
Aymamón estuvo en vela. La inocencia
había jugado a la pelota con el cielo
y una mancha purpúrea persiguió
a todos, a Salazar, al extranjero,
como en tiempos de Amalek,
sacrílega sombra, trágico ejemplo.

De Caparra llegaron más gendarmes,
hombres con hopeantes perros,
caballos que parecía demonios,
espadas filosas, ávidas de sangre.

El cautivo tenía escrito en la frente,
amalecita, Aymamón lo tomó
como compadre, lo admiró como a héroe
y le pidió su nombre por causa de la espada.

En menos de un día de luz,
a los predios de Aymaco, el nuevo amalecita
llevó la sangre al río; con la espada de Salazar
vencía a los santos, se aliaba al enemigo.

Adoctrinaba el vicio de la muerte,
la traición, ay mamón, su treta infame.
El mal taíno entregó como cuartel el Culebrinas
y de Caparra llegó terror de artillería.
Del libro Teth mi serpiente

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