Ha sido una bendición que me quieras.
Había olvidado que nacemos
para alguna canción que vive cada vez menos oída.
¡Qué bien dices en qué consiste soñar
(si es que soñamos)
el completo sueño que escondemos!
¡Qué bien amas si cantas
(porque conmigo cantas
y cantando me amas)
con obsesión equivalente!
Habíamos olvidado
(si es que olvidamos por completo)
que la dulzura no es un mensaje difuso de la cara,
oscura y temeraria duda ante lo incierto...
acaso si... risa fulgurante que sigue ahí
y enciende rostros al futuro
y todas las pasiones son visibles
(si es que todas sirven, turbias o felices,
como sean, para dar residuales luces
e ironías al pasado, o al hoy, o a lo que venga...)
Ha sido una bendición tu corazón que comprende,
sin ninguna obediencia, si es posible
que obedezcamos sin premeditarlo,
por debilidad que no conviene,
por comportamiento diseñado,
que parece destino...
No, ya aprendimos,
por palabra de amor,
a optar y se nos pega la gana,
y somos desobedientes,
y lo que más conviene es sonreír
aunque nos duela la cara.
Había olvidado que hay
(y siempre hubo) tantas fantasías.
Tus besos, por ejemplo,
que predican la realidad de los músculos,
la dulzura de las endorfinas,
y no mencionan que el amor existe,
pero está el viento de marzo
y su lluvia y tu alfombra verde de prados
y tu piel suave, más suave que el mundo,
menos esquiva que una idea...
y existes, haya palabra o no,
para identificarte, y voy sensualmente
por tu adjetivo y tu verbo,
por tu cuerpo de onda,
por tu ser y sus partos...
En Tertulia de Mizar
(Núm. 683, 18 de julio del 2000)
Del libro
Las zonas del carácter / Sequoyah 1 / Sequoyah 2 / Sequoyah 3 / El hombre extendido
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