Todo nuevo saber, al instalarse, mira
hacia el que vendrá a sustituirlo:
Pablo Freire
Quien sea América la hermosa, la deseada
e indispensable para el mito de futuro,
ha de ser trabajadora. Ninguno que la vea
absolutizará en su psiquis su ignorancia
ni podrá tener en menos sus harapos.
Ella ha cambiado. Ha escuchado suficiente.
Otros la esperan como una doncella perpetua.
Mas ya no existen los saberes absolutos
ni ella se aliena en el reposo sempiterno.
Está bien que la busquen. Ella lo dijo:
«América la Nueva: ese es mi secreto,
el calzado de mis transformaciones».
Mas no se vale la desconfianza y el repudio
con que antes la miró quien no se acercó
lo suficiente ni investigó su fuerza,
su poder transformador, o su conocimiento.
Si ningún esfuerzo hizo por encontrarla
aquel que hoy la reclama, no la verá.
No puedo verla, por más que se lamente
la praxis de aislamiento. La distancia afectiva.
Ella no necesita que ningún necio la vea.
Quien la vio, aunque parezca paradoja,
dicen que es un ciego, ente que predica
la dialéctica y que arguye que el cambio
es el corazón sustancial de la constancia.
Alega que la vio en permanente movimiento
y que ella es la que busca y se muestra y hace
y rehace todo lo que examina por entero.
Siempre apetece un saber nuevo.
Como un camaleón muda la piel,
muda lo viejo, se transforma y con ella
se transforma la realidad en pleno.
América la Hermosa no es Doxa.
No es magia. No es letargo.
No es capricho ni meramente aventura.
Nadie le impone nada porque no es dócil.
Está impaciente en cada instante viejo.
Y el Ser Dominador se quedará esperándola.
Nunca vendrá a calzarse en su pie la zapatilla
el pasado idolátrico e impuro.
Canto al hermetismo
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