Friday, November 30, 2007

El trabajador enajenado


El quiso forjar una obra, tener una tarea
y para hacerla tenía sus ojos.
Decía, con ellos, el mundo existe,
territorio me fue dado, o estuvo ahí,
siempre, y yo lo acepté y lo quise.
En cuanto tal, sería mi tierra-patria-horizonte.
Ahora pregunta qué tiene, o qué forjo
(el hombre que quiso hacer una tarea
y decirse trabajador y honrado).
Aún sigue teniendo sus oídos,
con los que escucha diversidad de cosas,
incluyendo el viento, el trueno, o el lloro
de su parturienta, o risas y pataratas infantiles.
Oye que el ser no existe, o es incomunicable.
Ya no se atreve decir Soy ni en soledad.
La duda lo carcome; tampoco ha de decirlo en público.

Todo lo pensable no es tan bueno
que se diga, la imaginación se ha vuelto un entredicho.
Lo pensable tendría que ser y lo que es
no puede ser inverosímil. La primera ley
ya pide que su tarea no sea absurda.
No se invente o construya, por ejemplo,
un caballo con alas. O una libertad
fuera del mundo. Que no la tenga en sí
ni como pensamiento.

El quiso hacer una obra y tenía sus manos
para edificarla; pero su trabajo ya no es suyo.
Es trabajo forzado. No es la voluntad con qué pensó
en hacerlo, desde que vino otro y lo convenció
que el trabajo es externo. Suya no son siquiera
esas manos, esa tierra que pisa, ese taller
que lo cobija para que satisfaga al patrón
que pide: «Ház mis cosas; yo te pago».

El quiso hacer una tarea para sí
y con ella decirse un creador, útil y honesto.
Hoy le informan que no puede
aunque tenga aún los ojos para ver las herramientas,
oídos para que, por voz, se le instruya,
manos para que se ejercite;
pero lo han convencido, además, de que él
no tiene ser, sólo funciones animales,
no espíritu. No hay que trabajar por la Verdad
ni por el Ser, ni las Grandes Cosas propias
(la personalidad que lleva dentro).

El que quiera trabajar por el Ser
se funda en lo impensable, el No-Ser.
Entonces muere. De nada le servirá
la vida de sus manos, la idiosincracia,
el ánimo. El buen deseo. La voluntad iniciadora.
Si no quiere sentirse como un animal,
trabaje de acuerdo al reglamento convincente:
la palabra no es pensar, ni es la idea ni el objeto
ni el conocimiento del producto.

2.


Alguien quiere tu trabajo. Se fijó en tus manos grandes,
duras, próvidas. El las vio con unos ojos que no son soñadores.
Son como deben ser, calculadores. El concibió el proyecto
y dijo que la verdad es la presencia de tus manos
y su opinión y su parecer. No el tuyo. Hoy no eres
siquiera indispensable. Muchas manos hay
como las tuyas y, sin tus ojos, hombre pobre,
sin tus ojos que sueñan y producen pajaritos preñados.

Hoy se te ofrece un contrato. «Tómalo o déjalo».
Quien te lo ofrece no tiene prisa de alimento
como tú. El ya triunfó con la técnica que es suya.
El es como Gorgias. Tu verdad no le importa.
Tu dignidad no la mide por tus sueños,
sino por tu derrota. Tu impotencia.
Y él adivina en que devendrás si rechazas
la retórica macabra que tiene su contrato.
Harás como todos los que no tienen el poder
ni la riqueza ni las herramientas ni el Estado.
Comerás fetiches en la mañana, fetiches
en la noche y, entretanto, al mediodía...
mierda y miseria, hombre pobre.


3.


El quiso forjar una obra, tener una tarea
y para hacerla tenía la voluntad, hallar en qué ocuparse,
vencer el ocio, no querer escindirse en preguntar
en nombre de Quién o quiénes sudar por el pan diario.
El era un ser honesto, no mataría para darse alimento,
él quería ser humano, no una bestia,
y su miseria era real; él no quería fantasmas
con los cuáles debatir aquella verdad de sus orígenes;
tengo hambre y la familia entera de mí espera
alimento y Gorgias dijo: «No hay Ser y si lo hay,
de cierto que es incognoscible e incomunicable».

Por eso estuvo allí, tan triste
(el hombre que quiso hacer una tarea
y decirse trabajador y honrado).
Mas ya no estaba soñando suavemente
que él transforma el mundo cuando, en realidad,
es el horizonte de congoja, la sociedad de otros,
la que lo transforma y domina.

El ya no quiere un Ser inefable, prodigioso.
Ya se dice arrojado; él no hizo el mundo,
pero Dios tampoco parece que se acuerda.
En fetichismos divinales sólo se expresa su impotencia.
Y en el ocultamiento de su miseria, no se consuela
porque la entiende en el estómago y en el taller
que no produce para sí, sino para el que explota.

*

Sequoyah /
Sequoyah 2 /

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