Y los decepcionados, casi todos místicos
de armas tomadas, torturadores de sus carnes,
entes contemplativos, vecinos de las ratas oscuras
y rincones desiertos, miniaturistas de primorosa tierria,
dijeron al que batalla con su anhelo profundo:
¡Llámame a dar endechas, a cantar contigo!
Conozco ya la idea de tu mundo, ví a la inspiradora.
Es una carta-homilía. Un desmentido del Papa
al Presidente que la busca, al pueblo que la ha olvidado.
El espíritu de esta nación ha muerto.
Un atávico zapato no podrá resucitarla.
La Cenicienta ya no existe: la mató la caída
de los precios y la Gran Depresión del 1929;
la hirió, al comienzo, la revancha de Andrew Jackson
y el cierre de los bancos de 1819 y el sucesivo Pánico del ’37;
los rusos la asfixiaron después de la Guerra de Crimea;
el colapso de cientos de bancos rurales la asesinó
sobre montañas de avena; los sureños apenas
la convalecieron con el Reino de Algodón
y la economía del esclavismo.
¡Pero ya ha muerto! La hirió, también,
la Guerra Civil, los reajustes del comercio mundial,
el Pánico de 1873, los ciclos deflacionarios!
Y con copia a todos los mandatarios
y a liberales del mundo, la misiva circula,
de decenio a decenio.
Leáse en cualquier plana mayor
de los diarios influyentes de todo el hemisferio.
En la Huelga de Pullman se mata su presencia.
Con el oro de Morgan se ha comprado su féretro.
Sobre tí hablan, perdida Alma de América,
de tí, simbolicamente: Cenienta fugitiva y Amada.
Y lo que dicen conmueve, conturba, entristece.
22.
«Tu presencia no es en ningún misterio indecifrable.
Ni anomalía que exija la rata roja o la paloma blanca.
No es superstición ni es magia de ratas negras
lo que explica que tengas en la urna su zapatito olvidado,
su escapada, su prisa después que la abrazaste,
cinco minutos antes de la medianoche».
«¡Cerca de tí vivió siempre a quien endecho,
endéchala conmigo!» … porque tú actualizaste
su imagen, la imaginaste no en la conciencia
del mundo, o el mundo en la concienia,
tú la inspiraste y quien no puede conocerla
no la hallará aunque viva en lo cercano
de tu casa; endéchala conmigo porque
el Dédalo de la subjetividad no la retiene.
«¡No puede retenerla o conquistarla
porque es revelación interior y, al mismo tiempo,
externa como esta sociedad desterradora
que quiere a Dios dependiente,
a la Naturaleza esclavizada,
a la historia y la raza cogidas por el cuello,
hipnotizadas en la barbarie de los días
y los azares subjetivos de las noches»…
23.
«Murió. Te dejó como recuerdo
un zapatito perdido, una tibieza dulce
de su cuerpo, un cristalino fervor de su mirada;
pero vivir enferma y el sueño es
sólo paliativo pasajero; no hay descanso
cuando ella se revela, ella que es real
como la muerte y el remedio del último reposo».
«¡Endéchala conmigo!» porque vivió
todo lo que pudo y era transparente
y pura como el cristal de sus zapatos;
no pudo contra el polvo que la llama,
no pudo contra el raterío que la circunda,
ratas negras de impureza,
cuervos que la atacan con graznidos.
«¡Ya no está aquí; se fue a las otredades
de otros campos magnéticos, más libres
que la presente intersección de todo!»
«Se fue tan injustamente despreciada.
Como un sueño hueco que se olvida».
De Canto al hermetismo
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